viernes, 30 de marzo de 2018

En la muerte de Jesús descubrimos la vida.


Mc 14-15

Como en el caso de la purificación del templo, no podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.

Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren transmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso a tras, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado es egoísmo camuflado.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre.

¿Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra, los signos de amor a todos eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades religiosas que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta que los jefes religiosos querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido.

No se puede pensar en la muerte de Jesús desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librará de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Porque esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo.

Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo nosotros.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.

Meditación

Ningún sufrimiento salva por sí mismo, tampoco el de Jesús.
Lo que salva es la fidelidad a su verdadero ser,
Vivir una verdadera humanidad, es perder el miedo a la muerte.
El miedo a la muerte es la esclavitud más difícil de superar.
Toda opresión nace de esta esclavitud.


Fray Marcos

Fuente: feadulta.com

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