jueves, 29 de marzo de 2018

Semana Santa: reflexión desde el sentido común.



Faustino Vilabrille

La religión de Jesús no fue una religión de religiosidad y de ritos, sino de compromiso liberador de los oprimidos.
La violación de la mujer como arma de guerra y su cuerpo como campo de batalla.
Hemos oído decir muchas veces que Jesús murió por nuestros pecados, que gracias a su muerte hemos sido redimidos, que El reparó a Dios el daño que le causan nuestros pecados, que con su muerte reparó el pecado de Adán, que Dios tanto amó al mundo que entregó a su Hijo a la muerte, que incluso Dios quiso la muerte de su Hijo por nosotros, etc. Incluso en la liturgia de la Vigilia Pascual se lee que fue necesario el pecado de Adán, y ¡feliz la culpa que mereció tal Redentor!


Todo esto, pensado con un poco de sentido común parece absurdo, sin sentido e ininteligible. Veamos:
¿Qué clase de Dios es ese que se ve dañado o simplemente afectado por nuestros pecados? Si nosotros somos casi tanto como nada, ¿cómo es posible que lo que hacemos impacte de esa manera en Dios?
¿Qué clase de Dios es ese que necesita ser reparado nada menos que por la muerte de su propio Hijo?
¿Cómo pudo haber querido Dios la muerte de su mismo Hijo, una muerte tan llena de escarnio, de violencia, de tortura, de sufrimiento tan horrible, para acabar clavado de pies y manos, crucificado, la crucifixión, invento de los persas?

¿Cómo pudo Dios haber querido entregar a su Hijo a la muerte por nosotros? ¿Acaso Dios quiere más a los hombres que a su propio Hijo? ¿O los quiere a todos por igual? ¿Acaso Dios no tenía otra solución para redimirnos que mandar a la muerte a su Hijo?
Jesús presenta en el Evangelio a Dios como un Padre que nos quiere entrañablemente (Parábola del Hijo prodigo). Jesús aparece a lo largo de los Evangelios hablando con el Padre de tu a tu, con total confianza. Si Dios nos quiere tanto a nosotros, ¿cómo no va a querer por lo menos igual a su propio Hijo? Juan 3, 16-18 escribe: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está condenado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.

Vamos a ver: ¿Cómo y por qué murió Jesús? –Jesús murió de una manera mucho más sencilla, pero lógica, que todo eso: Hoy cuando alguien se enfrenta a los poderes absolutos del dinero o del poder político y a veces al poder religioso, precisamente porque esos poderes actúan en contra del ser humano, antes o después acaba asesinado. Así pasó a lo largo de la historia cientos de miles de veces: les pasó a los primeros cristianos que se enfrentaron al poder de Roma, así les pasó a las víctimas de la Inquisición, así les pasó a Gandhi, Martín Luther King, o a Oscar Arnulfo Romero. Jesús se proclamó portador de un mensaje de Justicia (“dichos los que tiene hambre y sed de Justicia”), de un mensaje de igualdad y fraternidad (“a nadie llaméis señor sobre la tierra, todos vosotros sois hermanos”), un mensaje de amor (“este es mi mandamiento, que os améis unos a otros”), un mensaje de compromiso con los pobres (“dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos”), un mensaje en contra de la riqueza y los ricos (“no podéis servir a Dios y al dinero, ¡ay de vosotros los ricos!”).

Este mensaje de Jesús iba abiertamente en contra de los poderes constituidos religioso-políticos, que oprimían al pueblo judío imponiéndole grandes cargas, y que tenían su sede en Jerusalén, (Consejo de Ancianos, los Sumos Sacerdotes, los Escribas, la guardia del templo, etc.) que ni asimilaron ni mucho menos soportaron este mensaje que Jesús practicaba y enseñaba, porque era totalmente contrario a sus intereses: se dieron cuenta muy claramente que Jesús estaba abriendo los ojos al pueblo, que el pueblo seguía a Jesús, y que el pueblo se iba a volver contra ellos, y por eso se reunieron en el palacio del Sumo
Sacerdote y resolvieron apoderarse de El para darle muerte, porque, según ellos, alborotaba y soliviantaba al pueblo (Lucas 23,2-5 y Mateo 26, 3-4).

Esto es lo que realmente le pasó a Jesucristo. La causa verdadera de su muerte no fue aplacar a Dios, ni Dios lo quiso entregar a la muerte. Dios no quiere eso para ningún ser humano y menos para su Hijo. ¿Dios no puede salvarnos sin que tenga que morir su propio Hijo? Si es así, da mucha pena de ese Dios y mucha pena de ese Hijo. Jesús sabía qué era lo que Dios esperaba de El: un compromiso de liberación integral del hombre, de liberación de la humanidad, de liberación de los oprimidos. Jesús se daba muy bien cuenta de que esa línea de compromiso le llevaba directamente a la muerte. Jesús veía con claridad que los poderes constituidos lo detestaban cada vez más, lo odiaban, lo andaban buscando para darle muerte. Jamás se le ocurrió echar a Dios la culpa de todo esto.

El gran valor, el extraordinario valor de Jesucristo, es que, dándose plenamente cuenta del destino fatal que le espera y les anuncia por tres veces a sus seguidores, sigue adelante. El sí sabe muy bien que no debe claudicar, El sabe muy bien que la voluntad de Dios es que no se eche atrás. El tiene muy claro: “yo he venido para que todos tengan vida y vida más que abundante”(Juan 10,10). Hay un momento en que lo ve tan duro, tan horrible, y siente una tristeza de muerte, que se dirige a Dios como Padre, como a su propio Padre, y le dice: “Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz (este sufrimiento tan grande), pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tu” (Mateo 26,38-39). La voluntad del Padre era que Jesús no claudicase, que no huyese como el pastor que ve venir al lobo, deja solas las ovejas y huye. Si hubiera fallado no estaríamos ahora escribiendo estas líneas, su gran mensaje hubiera quedado en nada o casi nada.

En todo caso no es la muerte de Jesús la que nos libera, sino el testimonio de su compromiso liberador para que nosotros sumemos nuestro compromiso al suyo, y así todos con El vayamos liberando al mundo a lo lardo de toda la historia, de todos los tiempos, llevando cada vez a más plenitud su obra liberadora del mundo. Lo que verdaderamente nos da liberación definitiva, la plenitud de la salvación, es la Resurrección de Jesús por la que El llega a la Vida plena para que nosotros lleguemos a la plenitud de Vida con El.

La religión de Jesús no era una religión de religiosidad y de ritos. Nunca entró en el templo a nada de esto. No fue un sacerdote ritual. Fue un laico de su tiempo comprometido con el pueblo. Su religiosidad era de compromiso con el pueblo, especialmente con los oprimidos y su liberación. Los Evangelios nos muestran cómo su vida está entretejida de continuos actos de liberación: curación de enfermos, alimentación de los hambrientos, consuelo de los afligidos, rehabilitación de los débiles y marginados: esto lo anuncia y lo hace: “Id a decir a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios…)

Si creemos que Jesús es Hijo de Dios, y que Dios es el Padre más Padre de verdad, lo lógico es que después de un compromiso tan radical y absoluto de Jesús, busque rehabilitarlo, busque plenificarlo, busque su vida plena y total: es la Resurrección, el retorno a la vida en plenitud total y absoluta. Es lo más lógico, como haríamos nosotros por una persona que lo ha dado todo. Jesús quiso ser coherente con su mensaje hasta el final, hasta sellarlo con su misma sangre, con su misma muerte.
Por tanto no busquemos explicaciones absurdas y sin sentido, contrarias a la realidad y al sentido común para la muerte de Jesucristo, y en cambio saquemos las conclusiones que son lógicas y elementales:

-Si creemos en Jesús, practicaremos lo que El practicó y enseñó, porque creer es comprometerse y por tanto tendremos más y mejor vida en este mundo porque haremos un mundo mucho mejor (más justo, más fraterno, más humano, más feliz, más igual, más lleno de bondad y digno para todos), como lo hizo Jesús, y como consecuencia vendrá la vida eterna, la vida para siempre, porque la vida empieza pero no termina nunca, lo que empieza es para siempre, tan solo cambia. Ya lo decía Pitágoras.

-Comprometámonos, pues, a practicar el mensaje de Jesús en nuestra propia vida, que implica también denunciar, como lo hizo El, a los opresores y maltratadores de este mundo, tanto del hombre como de la Madre Tierra, que es ya un pobre más entre los empobrecidos del mundo, por lo mucho que la estamos explotando y abusando de ella, precisamente los países más desarrollados a costa de los más pobres.
-Comprometámonos a que su gran mensaje sea una realidad para todos los hombres y toda la creación hasta que no haya ni opresores ni oprimidos, para que estos queden libres de ser oprimidos y aquellos libres de ser opresores, logrando así la plena liberación de unos y otros.

-Demos a todos los hombres, con nuestros hechos y nuestra palabra, como lo hizo Jesús, un mensaje de vida y esperanza muy especialmente a los más oprimidos y maltratados por la vida, las injusticias, la opresión, la violencia, los abusos sexuales, como los de esos miles y miles de mujeres y niñas que son vilmente violadas y utilizadas como armas de guerra a gran escala, respondiendo a un plan militar diseñado para utilizar el cuerpo de la mujer como campo de batalla: así se hizo en la R.D.C., y se hace en la R.C.A y en Sudán del Sur. Amnistía Internacional da cuenta de violaciones y agresiones sexuales es en grupo incluso con palos y mutilaciones con cuchillos. La ONU refirió que a finales de 2016 el 70 % de las mujeres refugiadas en Yuba habían sido violadas, con muchos embarazos no deseados poniendo a las mujeres en una terrible situación de culpa y rechazo de bebés concebidos fruto de la violencia.
-Que nuestra lucha y nuestro ideal sea el mismo de Jesús: que todos tengamos vida y vida más que abundante, mediante la justicia, la igualdad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, entre todos los hombres y con toda la creación.

– Jesús aspiraba, como aspiramos nosotros, a vivir con felicidad, con alegría, con satisfacción y con seguridad de tener una vida más allá de esta vida limitada, a veces realmente carente de vida verdadera a causa de las limitaciones y sufrimientos que comporta, pero seguros como seguro estaba El, y lo repitió reiteradamente, de “al tercer día resucitaré”, convencidos de que creer en Jesús es comprometerse como El y por tanto también de resucitar con El a la plenitud de la vida. Lo contrario sería absurdo y sin sentido, convencidos de que la llamada a la vida, y vida para siempre, tan profunda que llevamos y sentimos dentro, es porque efectivamente estemos llamados a ella.

Hagamos, pues del mandamiento de Jesús, de su mandamiento (“este es mi Mandamiento: que os améis unos a otros”, un mandamiento tan sencillo pero que nadie había promulgado hasta que El vino a este mundo), hagámoslo sí, práctica diaria de nuestra vida, entretejiéndola como hizo Jesús, de continuos actos de liberación, desde lo más pequeño y sencillo hasta su más auténtica dimensión política para contribuir a la construcción integral del Reino de Dios en este mundo, en esta orilla de la vida, que nos haga dignos de su plenitud a partir de pasar a la otra orilla de la Vida en plenitud definitiva.

Feliz Pascua de Resurrección a tod@s.-Faustino

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