De vez en cuando algún obispo hace públicas reflexiones muy críticas rayanas en la intolerancia acerca de prácticas como el yoga, el reiki y otras meditaciones orientales. Dicen de ellas que no son compatibles con la fe cristiana, lo cual suscita perplejidad en buena parte de la ciudadanía.
Para muchas personas espiritualidad y religión son lo mismo. Más todavía, hay quienes creen que sólo puede ser espiritual quien forma parte de una Iglesia. Es una idea equivocada. Mucho antes que el cristianismo –por poner un ejemplo tan cercano a nosotros– ya había hombres y mujeres que practicaban el cultivo del espíritu, que meditaban, que ayunaban, que vivían una intensa vida interior. Ahora bien, es también verdad que hay muchas personas con una religiosidad practicante y una gran espiritualidad. La realidad de esta relación es por consiguiente muy diversa y desde luego que todas las formas deben ser respetadas.
Creo que hay que diferenciar también entre quienes se sienten partícipes de una religión y no son miembros de una Iglesia y quienes lo son y observan sus normas. Lo religioso excede lo institucional, y puede encontrar en este último un ambiente favorable u hostil, como lo hizo notar hace muchos años el teólogo brasileño Leonardo Boff en su libro Iglesia: carisma y poder.
Un amiga, teóloga, me tiene dicho que precisamente por ser seguidora del Evangelio no es parte de ninguna Iglesia. “Los dogmas ya no me dicen nada. Las tradiciones del cristianismo, tal como las aprendí, me son cada vez más ajenas”. Mi amiga busca una espiritualidad que alimente de verdad el sentido de su vida. Por eso toma distancia, revisa y critica la religión aprendida. Como en su caso, pienso que mucha gente percibe que el sistema religioso que nos han enseñado habla de un concepto anticuado del mundo. Es necesario caminar con otros zapatos.
Mi amiga, como millones de personas en el mundo, practica el yoga. Encuentra en ello una calma mental y un equilibrio emocional que le ayudan a ser mejor persona. En la relajación encuentra una buena vía para viajar a su interior, conocerse y reconciliarse consigo misma. De alguna manera hace meditación, aunque es verdad que hay otras prácticas de raíz oriental más especializadas. En realidad no hay meditación mala. Precisamente, en las sociedades ruidosas del presente, qué falta hacen el silencio, la meditación, la prudencia y el diálogo crítico, que son virtudes esenciales en estos tiempos en los que la felicidad, tejida de solidaridad, sentido de justicia y buen trato, es un bien escaso.
Mi amiga cita a Einstein cuando dice: “A mí me basta con el misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente”. Y añade: “La religión, el sistema religioso en el que me educaron me llenó de respuestas fijas, preestablecidas, muchas de ellas amenazantes, angustiantes, generadoras de miedo, de culpa y de infelicidad”. Lo que quiere decir es que es tiempo de humanizarnos superando los ritos rígidos y rutinarios. Su referente es Jesús de Nazaret en quien ve a un hombre espiritual y un maestro ético que no es responsable de los dogmas construidos desde el poder y justificados con monoteísmos rígidos y agresivos.
La meditación no es contraria en todo caso a la práctica de una religión. A través de ella se fortalece una cualidad humana que consiste en preguntarse sobre el sentido de la vida y en buscar respuestas. Se puede estar en los dos lugares al mismo tiempo. La posición escogida por mi amiga es un ejemplo de lo que está ocurriendo con mucha gente que deja de sentirse vinculada a la Iglesia católica y a las religiones organizadas en poderosas estructuras en general. Ahora bien, otros muchos millones de personas también practican yoga y meditación sin ser seguidoras de los evangelios. O bien son agnósticas o directamente ateas.
Como he afirmado toda meditación es buena. Hay autores que datan su presencia en hace cinco mil años. Budismo, hinduismo, paganismo, islamismo, judaísmo, cristianismo… han ido configurando formas de meditación que no deben ser jerarquizadas. Cada quien busca y procura encontrar aquella que encaja mejor en su personalidad, en sus creencias. No sería bueno que del mismo modo que las religiones discuten sobre cuál es la verdadera y se ufanan de que sus divinidades son más poderosas, las meditaciones discutieran sobre cuál es superior a las demás.
La espiritualidad no se cobija bajo un paraguas que representa una fe segura, lo que es muy legítimo, sino que se hace preguntas, es permanente búsqueda, es cuestionadora, es crítica, un camino propio. Es como un viaje al interior de la persona que medita a su modo e interpela a la conciencia para actuar de una determinada manera. Pero como digo creo que es perfectamente compatible con ser miembro de una Iglesia. Es desde la libertad que cada cual debe elegir, no debe haber imperativos externos que marquen las fronteras de lo prohibido y de lo permitido.
Por todo esto, no alcanzo a entender las descalificaciones de quienes erigiéndose en jueces consideran que entre el yoga y cualquier modalidad de meditación, bien sea laica u oriental, hay un muro infranqueable con la fe cristiana. Sinceramente creo que además de ser una afirmación errática, de autoaislamiento, es sectaria. Me suena a que quienes lo afirman están molestos por una cierta pérdida de control, una frustración derivada de ver que mucha gente medita de una u otra manera fuera de su ámbito. Al contrario, la empatía entre los seres humanos debería llevarnos, primero al respeto, segundo a la humildad de no creer que nuestra propuesta es la única válida. Lamentablemente, el integrismo sigue arraigado en algunos sectores católicos. Son incapaces de estar a la altura de los tiempos y ven lo nuevo como una amenaza.
Antes de llegar a un posicionamiento de choque y anulación del otro, los afirmantes deberían preguntarse porque las iglesias se vacían. Tal vez la idea de Dios más generalizada en las jerarquías no se asocia a la fiesta, a la alegría, al placer, a la belleza, y por ahí hay una respuesta. Tal vez durante siglos ha predominado la difusión de un Dios-control, de premios y castigos, y por ahí hay otra respuesta. En particular las jerarquías de la Iglesia Católica han perdido el paso de los nuevos tiempos y su discurso no convence, no es atractivo.
El clero se está haciendo mayor y su prestigio cultural y hasta religioso va en descenso. Es un fenómeno que abarca asimismo a protestantes y judíos. Este paulatino abandono de creencias antes indiscutidas afecta también a las ideologías. Con todo, hoy vivimos en sociedades dinámicas donde los postulados han ido cambiando: hoy por ejemplo los Derechos Humanos son el cemento en torno a los que se construye un nuevo consenso. Las iglesias deberían comprometerse de verdad, con hechos, con esta narrativa. En este contexto se extiende una espiritualidad laica que no tiene una única forma de vida, sino que se expresa de manera diversa y acoge experiencias de meditación que al parecer resultan exitosas. Abrir un frente contra el yoga o el reiki, no es sino dar un paso más en la dirección equivocada.
Termino. Un dicho ruso dice “la teoría es gris y verde el árbol de la vida”. Respetemos la pluralidad de opciones que buscan acercarse al menos a la felicidad. La vida se nos presenta como un abanico de posibilidades. No hay una única alternativa, una única creencia. Lo que hay son oportunidades a las que podemos optar libremente siempre desde el principio de que no hay meditación negativa y de que todas sus formas pueden ser compatibles. Lo que cuenta es la experiencia personal en la búsqueda del sentido de la vida.
Fuente: redescristianas.net
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