jueves, 19 de abril de 2018

El bombardeo de Siria no ha sido un acto de justicia.



La historia se repite en Siria. Y, en Oriente Medio, es una cadena de repeticiones tramposas cubiertas con el hipócrita envoltorio de la justicia y el humanitarismo. La política internacional tiene muy poco ver que la moral. Sea cual sea la escuela o doctrina que se invoque: realista o idealista, intervencionista o aislacionista. Son los intereses los que determinan las decisiones.

Resulta muy difícil de tragar, para quienes llevamos informando décadas sobre los conflictos internacionales, que el reciente bombardeo contra supuestas instalaciones sirias relacionadas con su arsenal químico se presente como una acción reparadora o justiciera de un crimen contra la humanidad. Los escrúpulos selectivos no se sostienen.

PRESTIGIO DE LAS ARMAS, DESPRESTIGIO DE LA CONFIANZA

No se puede pretender que se ha actuado en Siria por un móvil de humanidad, como afirmó Theresa May en el Parlamento el pasado lunes, mientras se ha hecho la vista gorda (por no decir ciega) ante la monstruosidad que se lleva cometiendo desde hace años en Yemen.

No se puede pretender que se castiga al “animal” Assad, mientras el presidente-hotelero apenas ha consentido albergar en EEUU a 44 desplazados sirios en los últimos seis meses o poco más de 3.000 durante todo el año pasado, cinco veces menos que en el último año de Obama (1).

No se puede pretender que hay un sentimiento de compasión por esas víctimas, cuando el adalid del American first hace gala de desprecio por la suerte de ese o de otros países torturados, en una actitud pasivo-agresiva, como alguien ha definido con agudeza (2).

No se puede pretender estar del lado de los perseguidos cuando el justiciero de gatillo fácil protege, justifica, sostiene y ensalza a quienes cometen atropellos groseros continuados contra los derechos humanos en Egipto, Filipinas, Arabia Saudí o Palestina

No se puede pretender que se ha respetado la legalidad internacional, cuando se acudió a las armas antes de que se hubiera acreditado que, efectivamente, hubo un ataque con armas químicas en Duma y que el responsable fue el régimen sirio, por muy fundadas que estuvieran nuestras sospechas.

No se puede pretender que la precipitación en la respuesta militar respondió al convencimiento de que Rusia vetaría la legitimación del ataque cuando eso es lo que Estados Unidos (y en menor medida Francia y Gran Bretaña) suelen hacer cuando a la mesa del Consejo de Seguridad llegan denuncias sobre violaciones groseras del derecho internacional por parte de regímenes protegidos por Occidente (2).

No se puede pretender que los bombardeos sirven para algo más que exhibir una archiconocida superioridad bélica occidental, completamente inútil, por lo demás, para evitar la carnicería en la que lleva décadas sumida la región de Oriente Medio, pero sí para engrosar los arsenales de tiranos y las cuentas corrientes u ocultas de los fabricantes de armamento.

No se puede pretender que se puedan repartir certificados de buena y mala conducta en función de la docilidad o la resistencia que dictadores de uno u otro signo o naturaleza (presidente o reyes) demuestran ante la estrategia occidental en la región.

No se puede pretender que unas víctimas civiles merecen más reparación que otras según el tipo de armas con que son masacradas, ya sean químicas, biológicas, convencionales o de alta precisión, o según quién provoca la matanza.

No se puede pretender, con invocaciones grandilocuentes (Macron o May) o vulgares (Trump), que se imparte justicia cuando sólo se castigan los abusos o crímenes de los dictadores que no nos obedecen o que buscan protección, tutela o escondite en otras grandes potencias tan hipócritas como las nuestras, aunque menos sujetas el escrutinio público interno, como es el caso de Siria con Irán o Rusia.

No se puede pretender que una operación militar aislada, propagandista, de dudosa legalidad (o claramente ilegal) pueda sustituir a una estrategia fallida, en Siria y en el conjunto de la región más atribulada del planeta, como ha intentado hace el presidente Macron, fiel seguidor de sus antecesores en el Eliseo cuando, conscientemente o por inercia institucional, evidencia el reflejo colonial en algunas de sus decisiones internacionales.

No se puede pretender que el bombardeo de un país se acepte como una operación de prestigio o como un ejercicio moral cuando es un puro acto de fuerza, y en este caso, sin propósito a medio o largo plazo, desconectado de una estrategia sólida y verificable, tras cinco años de martirio espeluznante, que relata detalladamente el especialista Andrew Tabler (3)

LA MENTIRA COMO SISTEMA

En fin, no se puede pretender, después de Argelia, de Vietnam, de las dictaduras militares iberoamericanas, de Afganistán, de la guerra sucia en Centroamérica, de la antigua Yugoslavia, de Irak, de Palestina, de Yemen, y de todas las “guerras de baja intensidad” pero de alto sufrimiento humano que se nos dice por lo general la verdad, cuando se ha comprobado con lacerante asiduidad que se nos miente por sistema.

Hace unos días, Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales de un instituto de Harvard, por quien este humilde comentarista siente confesada admiración, afirmaba en su último artículo para una publicación especializada que “ya no se podía confiar en América” (4).

Esta sentencia, como se pueden imaginar, estaba relacionada con escaso apego a la verdad del principal inquilino de la Casa Blanca, a quien, en sus primeros diez meses de mandato, se le detectaron seis falsedades por cada una imputada a Obama a lo largo de sus ocho años de presidencia.

En realidad, la mentira ya formaba parte del decorado del despacho oval y de otros despachos del mundo antes de que el recordman mundial del embuste se instalara en él.

Pero el riesgo consiste en que nos resignemos -esto es opinión de quien escribe, no del profesor de Harvard-; no tanto a que se mienta desde el poder, sino a que sólo se mienta. Ya sea para demostrar (Macron o May) que, a golpe de gatillo, conservamos intacta nuestra reputación de poderosos, como afirma mi compañero Rafael Díaz Arias (5), o para presumir de una exhibición de fuerza con lenguaje de adolescente adicto a los videojuegos de guerra (no hace falta indicar a quién me refiero).

NOTAS

(1) “Trump and the rest of the world offer a little hope for Syrian refugees”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 18 de abril.
(2) “More Mayhem in the Middle East”. BRIAN KATULIS y DANIEL BENAIM. FOREIGN POLICY, 16 de abril.
(3) “Despite the Trump’s bluster, it’s unclear what the Syria strikes accomplished”. THE GUARDIAN, 15 de abril. 
(4) “How Syria came to this”. ANDREW TABLER. THE ATLANTIC, 15 de abril.
(5) “America can’t be trusted anymore”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 10 de abril. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario