Por Sonia Agudo Capón*
El 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, el primero tras el asesinato a sangre fría de la ambientalista y lideresa indígena Berta Cáceres. Una boca más que no gritará y una mano más que no se alzará en contra de este engranaje destructivo que es nuestro sistema capitalista. Por mucho que se les asesine en esta lucha que debería ser de todos, no se puede hablar de conservación sin hablar de pueblos indígenas y su rol como protectores de nuestras más preciadas tierras y aguas. Almas ancestrales que han sobrevivido hasta hoy, guardianes de la vida que aman la Naturaleza como a su propio cuerpo. Seres humanos castigados, oprimidos y olvidados que siguen velando por el futuro de todos nosotros.
La mayoría de las de las regiones de la más intensa diversidad biológica de la Tierra son habitadas por pueblos indígenas. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), el 67% del total de grupos lingüísticos del mundo viven en las 225 regiones de mayor importancia biológica. A pesar de su abundancia, las lenguas indígenas están desapareciendo con rapidez. El conocimiento ecológico acumulado por los pueblos indígenas se transmite a las nuevas generaciones de forma oral, por lo que la extinción de las lenguas tiene como consecuencia la pérdida irreversible de las bases de una convivencia respetuosa y compatible con la madre Naturaleza. Su relación con la tierra (Pacha Mama, Mucane, Tonanzín, Iwi, Nana Tlalli, Gaia) es una relación intrínseca con ellos mismos, y no algo ajeno. Hace apenas dos décadas que el Derecho Internacional ha reconocido la importancia de este binomio indisoluble que requiere ser protegido, y los derechos derivados del mismo.
La ubicación de estos delicados ecosistemas coincide con la presencia de población indígena, y se muestra que donde viven las comunidades nativas es donde se encuentran los recursos naturales mejor conservados.
El pasado mayo, el Foro Permanente de la Organización de las Naciones Unidas para las cuestiones Indígenas presentó un completo mapa sobre los ecosistemas marinos y los bosques de Centroamérica, donde se evidencia la importancia que tienen los pueblos indígenas locales en la conservación y protección del medio ambiente. La ubicación de estos delicados ecosistemas coincide con la presencia de población indígena, y se muestra que donde viven las comunidades nativas es donde se encuentran los recursos naturales mejor conservados.
Es innegable que tanto la diversidad biológica, como la cultural y lingüística están en peligro en el planeta. No obstante, estas amenazas no parecen ameritar igual importancia. Ocasionalmente, y siempre a merced de los intereses financieros, los medios de comunicación alertan sobre la gravedad de la situación. Nos advierten sobre la vulnerabilidad de la riqueza biológica de la Tierra como si ésta fuera independiente de la pérdida de diversidad cultural y lingüística de la humanidad que la habita.
Atendiendo a la distribución global de los pueblos indígenas, existe una evidente correlación entre las regiones de intensa diversidad biológica y las regiones de intensa diversidad cultural.
Todos estamos vinculados a unas características históricas y culturales que condicionan nuestro modo de ser y estar en el mundo. La conservación de la Naturaleza es inseparable del respeto del ser humano con el entorno y éste, lamentablemente, parece inversamente proporcional al nivel de desarrollo económico. Tendemos a agruparnos en sociedades cuyos pilares son la producción y el consumo ilimitados, generando una red de excesos que crece en detrimento de nuestro propio hábitat. Sin embargo, este modelo de subsistencia no es ni generalizable ni sostenible. Si toda la población mundial tuviera, por ejemplo, la media de automóviles europea, la mezcla de gases que conforman la atmósfera sería irrespirable. Con el actual sistema económico, el crecimiento sólo es rentable cuando el precio a pagar recae sobre la Naturaleza, las generaciones futuras, las condiciones de la mano de obra y, con especial inclemencia, sobre los países del Sur. Es innegable que en los países desarrollados, el crecimiento se nutre del expolio de la riqueza humana y material de los países en subdesarrollo.
Ante esta realidad, es necesario echar la vista atrás, analizar cuándo y cómo el desarrollo se convirtió en destrucción. Los pueblos indígenas, que han sobrevivido históricamente a conquistas, a la occidentalización, a la discriminación y devastación de su hábitat, mantienen tradiciones compatibles y en armonía con lo que llamamos “medio ambiente”. A la vez, son los agentes de la mayor parte de la diversidad cultural del planeta, riqueza que se debe a formas no destructivas de supervivencia que varían considerablemente de un territorio a otro.
Aunque sea poco rentable manifestarlo, esta relación entre riqueza cultural y conservación del medio ambiente no es en absoluto fortuita. Atendiendo a la distribución global de los pueblos indígenas, existe una evidente correlación entre las regiones de intensa diversidad biológica y las regiones de intensa diversidad cultural. Esta relación es particularmente marcada en las zonas de selva tropical, especialmente las localizadas a lo largo del Amazonas y en la América Central. De los nueve países en los que se habla el 60% de las lenguas, seis albergan también cantidades excepcionales de especies vegetales y animales que sólo se encuentran en estos lugares. Los llamados "17 biológicos", es decir, aquellos países que albergan más de dos terceras partes de los recursos biológicos de la Tierra, son también los territorios tradicionales de la mayoría de los pueblos indígenas del mundo.
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Sonia Agudo Capón es miembro de la Fundación Pro Derechos Humanos y Jurisdicción Universal (FIBGAR).
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Fuente: El presente artículo fue publicado en el portal de la Fundación FIBGAR: http://www.fibgar.org/actualidad/tesoros-del-pasado--guardianes-del-futuro
Fuente: Servindi
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