El 4 de noviembre entró en vigor el Acuerdo de París sobre cambio climático. Mirando los datos reales, los festejos por este logro parecen un teatro del absurdo.
Abundan afirmaciones engañosas de fuentes oficiales y empresariales para desviar la atención de la gravedad del caos climático, dando así coartada y protección a quienes lo han causado: transnacionales de energía (petróleo, gas, carbón), agronegocios, construcción, automotrices; y el 10 por ciento de la población mundial más rica que con su sobreconsumo es responsable de 50 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
El primer objetivo del acuerdo es “mantener el aumento de la temperatura media mundial [para el año 2100], muy por debajo de 2º C respecto de los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1.5º C… ”
Pero la misma semana que entró en vigor el Acuerdo de París, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó el informe Brecha de emisiones 2016, donde señala que con el actual curso de emisiones, habrá un aumento de 1.5º C, ya en 2030 o antes. Agrega que sumando los compromisos oficiales que han declarado los gobiernos a la Convención sobre Cambio Climático, la temperatura aumentará 3.5º C hasta fin de siglo. (http://tinyurl.com/jr3n9mk).
¿Por qué dos organismos de Naciones Unidas dan mensajes tan contradictorios? Para empezar el Acuerdo de París pone una meta ideal –que se propagandea y festeja como si fuera real– pero permite que cada país haga contribuciones voluntarias de reducción de emisiones llamadas Contribuciones Previstas Determinadas a nivel nacional. No son vinculantes, no obligan a tomar medidas para cambiar el curso de la crisis climática y, peor aún, lo que declaran ni siquiera son necesariamente reducciones reales (en sus fuentes y por parte de quienes se benefician con el consumo), porque la contribución de muchos de los principales países emisores no es tal: se basa en gran parte en mecanismos fallidos como mercados de carbono y tecnologías no probadas ni viables.
El artículo 4.1 del Acuerdo de París agrega que para cumplir los objetivos, se propone que “las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible (…) y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero (…) para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo…”
Si las metas son teóricas, la forma de llegar a ellas que establece el acuerdo es surrealista: primero se puede seguir emitiendo –hasta alcanzar un punto máximo o pico que no se define cuánto es– y luego hay que reducir rápidamente (lo cual no se podía hacer antes, pero al alcanzar el pico mágicamente sí se podrá) y luego, continúa sin hacer reducciones, sino que se trata de alcanzar un equilibrio entre emisiones y absorción antropógena, o sea, por medios tecnológicos, no naturales.
Esta última parte es particularmente perniciosa, porque justifica el concepto fraudulento de cero emisiones netas o hasta negativas. No son reducciones sino compensaciones, es decir, contabilidad no realidad. Presupone que se puede seguir aumentando la emisión de gases de efecto invernadero porque se compensarán con tecnologías de emisiones negativas.
Las tecnologías a las que se refieren mayoritariamente son captura y almacenamiento de carbono en fondos geológicos y bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (CCS y BECCS por sus siglas en inglés), ambas consideradas técnicas de geoingeniería. En sí mismas conllevan riesgos importantes –todos los estudios recientes sobre BECCS muestran que las plantaciones para bioenergía en la escala requerida tendrán un impacto devastador en suelos, agua, ecosistemas y producción de alimentos. CCS es una vieja técnica de la industria petrolera que no se usa porque es cara e ineficiente: se llamaba antes Recuperación Mejorada de Petróleo pero cambiaron el nombre para venderla como tecnología para el cambio climático. Se trata de inyectar CO2 para empujar a la superficie reservas profundas de petróleo y dejar el carbono en el suelo. No es técnica ni económicamente viable –tampoco sirve para el cambio climático porque aumenta el consumo de petróleo– pero si se paga con subsidios públicos, es un jugoso negocio para las empresas que causaron el problema. Cuando en unos años sigan sin dar emisiones negativas y el planeta se siga calentando, dirán que para enfriarlo sólo quedan otras formas aún más riesgosas de geoingeniería.
Lo más cruel de este teatro es que el problema del caos climático es real, nos afecta a todos, se conocen claramente las causas y responsables, pero la mayoría de las propuestas oficiales y empresariales son falsas soluciones. Por el contrario, muchas organizaciones y movimientos sociales muestran que hay gran diversidad de alternativas que funcionan, son viables y benefician a la mayoría de la gente y el planeta. La más fuerte por su alcance y capacidad de contrarrestar el cambio climático son los sistemas agroalimentarios campesinos, agroecológicos y locales. Pero también energías renovables con las comunidades, sistemas de basura cero, recuperar ferrovías, buen transporte colectivo de bajas emisiones y muchas otras. Cada una no es suficiente, pero juntas tienen un enorme y potencial real, viable económica, ambiental y socialmente. Lo criminal es seguir con el mismo modelo de producción y consumo, aumentar la civilización petrolera, su devastación ambiental y social y sus dueños hagan nuevos negocios con tecnologías para compensarlos.
*Investigadora del Grupo ETC
Fuente: jornada.unam.mx
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