Quizás el tan anhelado acuerdo de paz sea la oportunidad para dejar claras las reglas que todos debemos acatar en la contienda por conquistar el poder político, sobre todo que sean evidentes las líneas rojas que no se pueden cruzar, para reducir el riesgo de que la confrontación política desemboque en guerra
Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
6 de noviembre, 2016.- Los que han vivido un sismo hablan de que los cataclismos llegan antecedidos por un ruido lúgubre, antesala del desastre. Algo similar piensa García Márquez de la guerra en ‘Cien años de soledad’, que vendría acompañada de un rumor funesto. En ambos casos, tanto el choque de las placas tectónicas como el choque de las armas siguen un curso tenebroso, generando muerte y desolación a su alrededor. También en política se presentan situaciones similares, cuando dos posiciones se confrontan. Y como sin confrontación no puede haber política —el espacio natural de la política es el del antagonismo—, el choque entre dos placas tectónicas nos ofrece por analogía un modelo para entender la forma abominable como ha operado nuestro sistema político en Colombia, el real por supuesto.
Los terremotos son tanto más devastadores en cuanto en la colisión de las placas tectónicas, una —literalmente— ‘se monta’ sobre la otra; vienen entonces una serie de fricciones entre las placas —lo que se conoce como réplicas—, muchas de ellas también demoledoras, hasta que llega un momento de reacomodo de las placas, cesan las fricciones y vuelve de nuevo la tranquilidad a la faz de la tierra. Pero hay que decir algo más: El cataclismo es sólo el desenlace final de una tensión entre las placas, una tensión que se libera cuando una de ellas se sobrepone a la otra.
En nuestro sistema político sucede algo similar, cuando dos fuerzas políticas se enfrentan para conquistar el poder del Estado. La colisión entre las fuerzas lleva a que una de las fuerzas ‘se suba’ sobre la otra. Las tensiones terminan, después de ‘replicados’ enfrentamientos, cuando una de las fuerzas acepta la victoria de la otra. Por lo regular, en un sistema democrático liberal, esa colisión de las fuerzas políticas es pacífica y la victoria se obtiene por la vía electoral. En variadas ocasiones sin embargo, se ha tratado de asaltos al poder, derrotando por la fuerza de las armas al adversario, lo que llevó a Karl von Clausewitz a decir que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.
Colombia es un ‘laboratorio’ social para analizar históricamente esta contingencia de la política. Quizás las veces que no se ha tomado el poder por la fuerza han sido la excepción.
Alguien comentaba, cuando en relación al movimiento campesino todavía era posible, sin mediación de las ideologías, hacer debates sobre la situación de la distribución de la tierra en Colombia, que la historia de Colombia podría reducirse al enfrentamiento entre aquellos que le arrebataban con violencia la tierra a los campesinos y a los indígenas y aquellos que se organizaban para no dejársela quitar o para buscar recuperarla. Las últimas décadas de la historia de Colombia es un ejemplo de ello.
En los años 50 del siglo pasado, se inició una época terrible, que en menos de 10 años cobró la vida de por lo menos 300.000 campesinos. El producto final de esta época llamada “la violencia”, fue el despojo de tierras a cerca de 400.000 familias campesinas y la conformación de latifundios con base en ese despojo. Esta violencia fue la respuesta de una oligarquía terrateniente a un proceso anterior de avance campesino en los años 30 y 40, que logró apoderarse de buena cantidad de tierras de grandes hacendados, utilizando las reformas legales en favor de parceleros y arrendatarios introducidas por Alfonso López Pumarejo, primer presidente liberal después de varias décadas de hegemonía conservadora, un partido ligado a los intereses de los terratenientes y la iglesia.
En los años setenta comenzó de nuevo una movilización por la tierra que revertió a manos campesinas una considerable cantidad de tierras(1). Es esa época también cuando empiezan de nuevo las movilizaciones indígenas en defensa de las tierras de los resguardos. Decimos “de nuevo”, porque en los años 20 y 30 los indígenas del Cauca habían dado grandes luchas para evitar que los terratenientes se apoderaran de las tierras indígenas, como había sucedido en el departamento de Nariño, la región que para ese entonces era la más indígena de Colombia. Esas luchas del Cauca habían sido dirigidas con éxito por el exterrajero(2) páez Manuel Quintín Lame.
La violencia paramilitar de los años 90 contra campesinos, negros e indígenas tuvo como objetivo el despojo sistemático de la tierra y los recursos ambientales. Lo fatídico de esta última etapa de confrontación es que estuvo también acompañada de una inusitada crueldad para descolocar a sus oponentes. Se trató en parte de una estrategia macabra, asociada a los intereses de viejos y nuevos latifundistas para recuperar y ampliar sus fundos, con el agravante de que la tierra en Colombia se ha convertido en la principal estrategia de acumulación y lavado de activos provenientes del tráfico de drogas y revivido en vastas regiones del país un sistema social, que podríamos denominar de señorial latifundista. Este sistema implantado por los ‘victoriosos’ tiene como base económica grandes extensiones de tierra donde “pasta apaciblemente” el ganado, mientras miles de familias campesinas se aglomeran alrededor a contemplar estos “vacíos rumiantes”, en tierras de alta productividad agrícola.
La violencia y desplazamiento forzoso de la gente del campo afectó de forma severa a los pueblos indígenas, poniendo en peligro de extinción a varios de ellos. Los más afectados han sido aquellos que no tienen titulo de los territorios que tradicionalmente habitan, como los grupos seminómades del Llano. Esta violencia a la gente del campo, tenía como fin zanjar definitivamente a favor de los terratenientes el poder sobre la tierra. No de otra forma se puede entender aquel montaje ideológico para fundar una nueva Colombia (la vieja, la de los clérigos y los señores de la tierra).
Para terminar. Mientras las sociedades vienen optimizando los estándares en la industria de la construcción para evitar los daños de los inevitables cataclismos que causan la colisión de las placas tectónicas, no hemos desarrollado dispositivos legales y éticos para evitar los daños que producen en nuestro sistema político la colisión de intereses que compiten por el poder. En los sistemas biológicos, los seres vivos generan múltiples mecanismos para la sobrevivencia. Y generan leyes (“lo que vive, quiere mantenerse con vida”) en el proceso de su reproducción. En la historia de las sociedades esas leyes para la sobrevivencia no existen. Y aunque en este caso no es válida una extrapolación, si es posible deducir que el equivalente de esa ley para la sobrevivencia es la política. Por eso los que hacen política deben ser juzgados por las consecuencias de sus acciones en el mantenimiento o destrucción de sus sociedades.
Quizás el tan anhelado acuerdo de paz sea la oportunidad para dejar claras las reglas que todos debemos acatar en la contienda por conquistar el poder político, sobre todo que sean evidentes las líneas rojas que no se pueden cruzar, para reducir el riesgo de que la confrontación política desemboque en guerra.
Notas:
(1) Esta contienda se dio durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, cuando se puso en marcha un plan de reforma agraria y abrió espacios políticos para que los campesinos se organizaran y ocuparan latifundios en todo el país.
(2) En el sistema de terraje, el propietario de la tierra cede en usufructo un pedazo de tierra al indígena, a cambio de que este le preste servicios personales o le entregue una parte de lo producido, algo similar al Huasipungo en Ecuador.
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*Efraín Jaramillo Jaramillo pertenece al Colectivo de Trabajo Jenzera
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Fuente: Viva: http://viva.org.co/cajavirtual/svc0519/articulo07.html
Fuente: Servindi
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