Blas Lara
En este preciso instante vivimos bajo la impresión de un profundo y desolador “vacío de valores” en nuestra sociedad. No hay que esforzarse demasiado para constatar la invasión del materialismo global que se extiende continuamente desalojando las viejas estructuras de pensamiento y las preferencias colectivas. Un escenario que avanza imparablemente mientras que lo espiritual se está replegando.
Ideas, valores y comportamientos están cambiando a un ritmo acelerado en estos últimos decenios. Y de manera simultánea sin que sea posible señalar claramente el acontecimiento que ha desencadenado estas mutaciones.
Además, desde hace casi dos siglos el divorcio entre ciencia y religión amenaza, si no está ya consumado en la mente de muchos, a causa de la inconsistencia de las explicaciones tradicionales de las religiones a problemas como la cosmogénesis, la evolución, los fundamentos de la ética, etc. Lo menos que se puede decir es que el enfrentamiento entre Religión y Ciencia ha conducido a la pérdida de credibilidad y al desinterés por la Religión. Consecuentemente las estructuras seculares trasmisoras de valores de base se han agrietado.
El panorama actual convulso e inseguro requiere nuevos valores que nos guíen. Nuestra sociedad dejó de ser receptiva a los mensajes de las religiones..
Sin embargo, las necesidades apremiantes de los seres humanos y las apetencias de los tiempos nuevos exigen nuevos comportamientos. Para satisfacer toda clase de necesidades y apetencias es indispensable la racionalización de acción social que conduzca a nuevas conductas y nuevas estrategias.
En sustitución de la moral cristiana sobre la que se asentaban los fundamentos de la sociedad antigua, ha irrumpido el materialismo que ofrece al individuo un punto de partida realista sobre el que anclar su vida.
¿Un vacío de valores o un radical cambio de valores?
En la ruta actual no es fácil ser optimista. No se ve la luz. Viví desde mi cátedra de Lausanne la pasión revitalizante de Mayo del 68 que invadía la Europa central. Aquel apetito de luz, libertad y justicia, se ha ido poco a poco desinflando. Las jóvenes generaciones comenzaron a vivir la obsesión del dinero. Y después, especialmente en el sur de Europa, la amenaza del desempleo.
El desenfreno liberal, la caída de barreras y de límites a la ganancia especulativa hicieron evaporarse rápidamente los valores de humanismo y la maravillosa utopía de mayo 68.
¿Qué quedó de los valores tradicionales cristianos detrás del vendaval neoliberal?
Lo único que se percibe son versiones “soft” de los valores cristianos. Los hijos de Dios devienen portadores de Derechos Humanos. El amor del sermón de la Montaña, ha cedido el sitio a los valores laicos y más atenuados de Igualdad y Fraternidad, expresiones más laicas, menos hiperbólicas, menos utópicas y más realistas.
En una primera confrontación histórica entre dos símbolos, Darwin contra Jesús, es Darwin quien se ha llevado las de ganar. Evolucionismo, reduccionismo materialista, etc. se han impuesto contra espiritualismo, amor universal, etc.
Pero los tiempos van a cambiar porque el liberalismo y el capitalismo están mostrando su cara más feroz e inhumana.
En contraposición, a pesar de que el mensaje de Jesús del amor al prójimo ofrece bases para fundar estrategias en materia de relaciones individuales, no ofrece sin embargo las bases capaces de estructurar nuestra sociedad ni de inspirar las instituciones necesarias para una gestión técnica moderna de la “cosa pública”, con propuestas viables para futuros mejores.
En este punto soy pesimista. La aventura humana del vivir y del saber termina tropezando con un muro que no puede franquear. Lo único que podemos hacer es vivir una pasión por la luz que no nos llega. La referencia clásica sería Edipo. Estamos encerrados en las premisas de nuestra propia naturaleza.
Hay quienes proponen sustituir el conflicto por la articulación como base y soporte de las estrategias en sociedad.
Y sin embargo la confrontación (y no la paz) ha sido considerada como la fuente regeneradora de vida y formas sociales . Una idea que encontramos ya en los antiguos griegos. (Heráclito citado por Nietzsche: La guerra es el principio de todas las cosas. O polemos pater panton).
Una confrontación bien aprendida por Adam Smith y el neoliberalismo. El trio conflicto-egoismo-competitividad constituye hoy pilar y motor de la sociedad.
Muchos quisieran cambiar por valores cristianos. El problema es que la alternativa clásica de amar al prójimo como a uno mismo es válida en el plano individual pero la historia ha demostrado que las experiencias colectivas basadas en la filantropía y el amor desde el comunismo hasta el movimiento hippie, han terminado en el fracaso, y no han sido sino una efímera anécdota de la historia muchas veces repetida.
Y eso nos lleva a concluir que los fundamentos de la conducta humana colectiva para el siglo XXI han de ser repensados en términos de nuevas estrategias de acción y no solo de buenas intenciones.
Fuente: Atrio
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