No todo el monte es orégano y no se agota la casuística económica en el paripé helénico, el tardío aunque provechoso programa de relajación cuantitativa de Mario Draghi, la sorprendente glaciación de los índices de precios, la odiosa precariedad del empleo en España o la creciente cuota de bonos en los mercados internacionales emitidos a tipos de interés negativos. Hay vida más allá de los afanes de occidente, aunque, hablando con propiedad, lo que sucede más allá de occidente es justamente lo opuesto, que los pueblos sobreviven más que viven en un pulso diario contra la falta de esperanza y la muerte, y de esta cruda realidad surge el permanente carácter noticiable del tema.
La oportunidad puntual del comentario nace de que 2015 marca el final de un ambicioso programa de Naciones Unidas, que lleva el nombre de ‘Objetivos de desarrollo del milenio’ (ODM) y que nació hace quince años. Dado que según las encuestas realizadas por el ‘Eurobarómetro’ más del 80% de los europeos nunca ha oído hablar de los ODM recordaremos que en el año 2000, los jefes de estado y de gobierno congregados en Naciones Unidas adoptaron un acuerdo global cuyo objetivo era terminar con el hambre y la pobreza extrema en el mundo en el período de 15 años. A ese propósito central ‘La Declaración del Milenio’ agregaba una lista adicional de intenciones vitales tales como el logro de la enseñanza primaria universal, la promoción de la igualdad entre géneros, la reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud materna, la batalla contra el sida, el paludismo y otras enfermedades, la sostenibilidad del medioambiente y el fomento de una asociación mundial para el desarrollo.
La cercanía de varias convocatorias de elecciones en nuestro país también es ocasión propicia para reflexionar sobre la conveniencia de incluir en los programas de los partidos concurrentes a ellos, las medidas que en su mano estén, para combatir -si eso fuese posible- las carencias que aquí se describen, aunque solo sea bajo el obligado voluntarismo de las ayudas financieras estereotipadas en la famosa campaña del 0,7% promovida en 1975 por los Jefes de Estado y de Gobierno presentes en la XXV Asamblea de Naciones Unidas y que en la actualidad solo un puñado de países cumple. Tampoco lo hace, ni de lejos, la suma agregada del sector público vasco, aunque se esfuerce en ser ejemplar. De todas maneras hay maneras y medidas que trascienden la política de ayudas: la fiscalidad responsable y sobre todo la eliminación de los paraísos fiscales figurarían en lugar preferencial. Pero no es tema para hoy.
Como ya se ha dicho, 2015 es el año de cierre del programa. ¿Qué balance podemos cerrar de los ODM y cual es el inventario de sus resultados?
Existe un amplio consenso en aceptar que La Declaración del Milenio y los ODM han constituido una de las más influyentes iniciativas promovidas por la comunidad internacional en el último medio siglo. Pero la respuesta pormenorizada ofrece aspectos positivos junto a graves limitaciones. Naciones Unidas reconoce que a nivel global “el porcentaje de gente que vive en la pobreza extrema se ha reducido a la mitad. La proporción de personas que vive con menos de 1,25 dólares al día cayó del 47% en 1990 al 22% en 2010. Aproximadamente 700 millones de personas menos viven en condiciones de pobreza extrema que en 1990”.
Se suman a ello los avances en otros capítulos: 1.200 millones de seres más beben ahora agua potable, hasta el 89% de la población mundial frente al 76% anterior. En los últimos diez años la tasa de paludismo ha disminuido un 25%, salvando 1,1 millones de vidas. Simultáneamente, se han evitando 3,3 millones de víctimas por malaria y 22 millones más por la tuberculosis. En cuanto a la educación, la tasa de niños sin escolarizar cayó casi a la mitad: de 102 millones a 58.
¿Qué cabe decir del capítulo de fracasos? Tal vez el principal desengaño se derive de la percepción de que los mismos éxitos son insuficientes y en todo caso relativos. Si consideramos las personas que viven con menos de 2 dólares al día (60 dólares al mes) los resultados son escalofriantes, puesto que al día de hoy más de 2.400 millones de personas se encuentran bajo dicho nivel mínimo de supervivencia. Los éxitos relativos se concentran en China y la India por lo que si excluimos los avances obtenidos por estos dos países y dirigimos nuestra mirada al África Subsahariana o al Asia Occidental, los datos que se nos presentan son desoladores. En esas regiones no ha existido avance, sino retroceso.
Además, a otros 1.000 millones de personas les sigue faltando de agua potable, 1.600 millones no tienen acceso a la electricidad, 3.000 millones no cuentan con servicios de saneamiento adecuados y la cuarta parte de los niños y niñas de los países en desarrollo están insuficiente e inadecuadamente alimentados. Ochocientas madres mueren diariamente en el sur por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto.
Agregadamente, se encarama a la lista de las penalidades globales la funesta utilización de los recursos naturales, la contaminación atmosférica y el calentamiento global. De ahí que el nuevo consenso pase por el título de ‘Objetivos de desarrollo sostenible’. En Adís Abeba, en julio de este año, se planteará la prórroga reformada del modelo ODM, lo que se conoce como ‘la Agenda Post-2015’, como paso previo a la cumbre de Naciones Unidas en septiembre de 2015, en Nueva York donde se reformulará el tema siempre vigente e inacabado de la ayuda al desarrollo.
A la hora de diseñar sus programas, los partidos deben mirarse en el espejo de esta realidad, sin orillar elespinoso tema migratorio. Pero sobre todo, la presencia y mención de la pobreza extrema en el mundo es una llamada a considerar cuan agraciada es una corta fracción de la población mundial, en la que nosotros estamos ubicados.
Fuente: cristianismeijusticia.net
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