sábado, 24 de septiembre de 2016

La humanidad está naufragando y no queda mucho tiempo para seguir equivocándose.



La humanidad está naufragando. El deterioro ecológico acelerado, la profundización de las desigualdades en todos los ejes de dominación y la crisis de legitimidad política –con su derivada del crecimiento de los movimientos xenófobos y neofascistas– amenazan con colapsar nuestra civilización. Es urgente abordar la crisis, no queda mucho tiempo para seguir equivocándose.

Después de décadas de aplicación de capitalismo neoliberal, hemos topado con los límites del planeta. Los territorios de los países empobrecidos, utilizados como mina y vertedero, también dan síntomas de agotamiento, tanto de energía y materiales, en el mantenimiento de los ciclos naturales, así como en la capacidad regenerativa de la biosfera.

El cambio climático es ya tan evidente que el negacionismo, tan eficazmente impulsado por los grandes lobbies transnacionales, retrocede. Aunque, como hemos visto en la última Cumbre de París, esa consciencia no se traduzca en decisiones reales que permitan plantar cara a los problemas cruciales que hemos de afrontar. Más bien, nos encontramos con las propuestas de un capitalismo disfrazado de verde y tecnoeficiente que se ofrece a resolver los problemas que él mismo ha causado.

Hay quien dice que el deterioro ecológico ha sido el precio pagado para alcanzar el bienestar, pero no es así. A la vez que se destruye la naturaleza, se profundizan las desigualdades en todos los ejes de dominación. Se ha agravado la situación de las poblaciones más empobrecidas que llevan décadas sufriendo esta guerra encubierta y los indicadores muestran cómo crece la distancia entre el Norte Global y el Sur Global.

Y las desigualdades también se agrandan en las llamadas sociedades del bienestar: buena parte de la población es precaria y millones de personas se encuentran hoy en día en una situación de exclusión. Especialmente sangrante es la situación de migrantes y refugiadas. Desposeídas de su derecho a permanecer y expulsadas de sus territorios, muchas personas hacen el mismo viaje que las materias primas y los flujos de riqueza, hasta que se encuentran las vallas de la vergüenza, que permiten la entrada de los recursos expoliados y de los capitales pero no así de quienes tratan de escapar de la miseria o la guerra.

Millones de personas están en paro y muchas personas empleadas son pobres. El empleo, base sobre la que se construye en las sociedades occidentales el bienestar, ya no es espacio de derechos y las propias condiciones laborales generan pobreza.

Así las cosas, muchos seres humanos solo cuentan con el colchón familiar para tratar de eludir la miseria. Y dentro de los hogares, en los que predominan las relaciones patriarcales y desiguales, son las mujeres las que en mayor medida cargan con las tareas que se dejan de cubrir con los recursos públicos. Son quienes cargan con el trabajo y las tensiones que se derivan de la resolución de las necesidades cotidianas en contextos de miseria y sufren en sus cuerpos la violencia del conflicto.

Paradójicamente, a pesar de que las señales de desastre son cada vez más claras y más explícitas, los poderes económico y político y las mayorías sociales siguen actuando como si la crisis global no existiese. La inviabilidad material del modelo productivo global y sus nefastas consecuencias sobre amplios sectores de la población permanece fuera de los debates públicos y de las urgencias de las agendas políticas al uso.

Solo se podrá abordar esta crisis compleja reorientando el metabolismo social, de forma que no se fuerce a las personas a competir absurdamente contra aquello a lo que le deben la vida. Nos atrevemos a apuntar algunos principios básicos que son insoslayables en esta reorientación.

El primero, el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía. Se decrecerá materialmente por las bue- nas (de forma planificada, democrática y justa) o por las malas (a costa de la expulsión y precariedad de muchos).

El segundo, el radical reparto de la riqueza y de las obligaciones y la necesidad de reorganizar los trabajos, todos los trabajos. Luchar contra la pobreza es lo mismo que luchar contra la excesiva acumulación. Será obligado, entonces, distribuir el acceso a la riqueza, poner límites a los excesos materiales y aplicar el principio de suficiencia, poniendo como eje central la equidad.

Esta transición no será sencilla ni podrá ser realizada sin conflicto. ¿Sería posible afrontar este cambio sin que los poderosos y ricos sientan que las soluciones que permitan resolver la crisis civilizatoria amenazan su posición? ¿Pueden mantenerse los privilegios de las elites a la vez que se garantiza una vida decente a las mayorías y asegura la sostenibilidad ecológica?

Sobre todos estos temas pretendemos debatir y reflexionar en los III Encuentros Ecosocialistas Internacionales (www.ecosoc.org), que se celebran en Bilbo el 23, 24 y 25 de septiembre y que tratan de seguir profundizando los diálogos y propuestas ya iniciadas en Ginebra (2014) y en Madrid (2015).

Al igual que en los encuentros anteriores, en Bilbo se darán cita sindicalistas, ecologistas, feministas, organizaciones políticas, movimientos sociales, etc. de diversas procedencias geográficas. Es un debate necesario que pretende abordar la situación actual con toda su complejidad, sus contradicciones y dificultades. Poner en colectivo los análisis y propuestas que cada una hacemos por separado, nos puede ayudar a vislumbrar posibilidades y propuestas para abordar las urgentes y necesarias transiciones.

Es ya una cuestión de supervivencia.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Fuente: Naiz

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