Pedro Serrano
Desde el mismo instante que arribamos a este mundo ya comienzan a aleccionarnos, a guiarnos, a domesticarnos, a controlarnos. Cuando nacemos somos un libro en blanco en el que todo el mundo se empeña en dejar su impronta. Y así, de este modo, vamos cubriendo etapas en nuestro trayecto vital y dando por bueno lo que, con mejor o peor intención, nos enseñan nuestros educadores y nuestro entorno.
Así seguimos hasta que un buen día comenzamos a dudar, a cuestionar las certezas y las verdades absolutas. Así seguimos hasta que el edificio de nuestras convicciones comienza a debilitarse debido a la inconsistencia de su estructura. Es entonces cuando, al pasar lo aprendido y lo que pretendemos aprender por el tamiz de la reflexión y el análisis, descubrimos que estamos pensando por nosotros mismos y que, por tanto, ya tenemos criterio y capacidad de discernir.
Se dice que una vida resulta corta para aprender, pero seguramente también para desaprender. Y es que desaprender no es borrar lo escrito en una pizarra, sino eliminar de nuestro yo más profundo aquello que fue grabado a fuego por el hábito o el adoctrinamiento y que después hemos descubierto equivocado. Desaprender es tirar por la borda ese lastre íntimo, en forma de prejuicios y dogmas, que nos impide navegar libres y ligeros por la vida. Solo la madurez intelectual y una mentalidad abierta y crítica con los propios posicionamientos y principios son capaces de hacernos emprender la difícil e inteligente tarea de desaprender.
Valladolid
Fuente: Redes Cristianas
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