A propósito de un texto del Evangelio según Lucas (6:1-11)
Cuando las personas se encuentran en una situación límite, no existe ley divina o humana que les pueda impedir salir de su estado de necesidad cuando tienen a mano la solución. El bien del ser humano está por encima del imperio de la ley.
Esta es una verdad con múltiples aplicaciones, algunas de ellas hirientes para aquellos que sienten que sus “derechos” son vulnerados en aras de la resolución de las carencias básicas de los más desprotegidos. Ante la ausencia de unas leyes que les protejan eficazmente, y sin dilación, de su situación de carencia de lo básico a fin de vivir dignamente, deben acceder por vías en las que no media la Ley, sino el Derecho a la Vida.
Se hace evidente en la Torá que el derecho de los empobrecidos está en el centro de su preocupación (Deut. 15:7; Lv. 25). Sin embargo, los que tienen que aplicarla e interpretarla, dicho centro lo tornan en puro maquillaje a fin de proteger a los poderosos. La existencia de empobrecidos a través de todo el recorrido que Jesús de Nazaret hizo por tierras palestinas así lo demuestra. Exactamente igual sucede en el mundo actual. Y así una sociedad que quiere ser fraterna, se transforma en una sociedad insolidaria donde cada uno busca su propio bien, no el de su prójimo. A pesar de lo dicho, no niego que podemos observar en nuestra actualidad destellos de solidaridad en ciertos momentos críticos.
El Hijo del Hombre, o el ser humano, es señor de la Ley y no esclavo de los que la interpretan favoreciendo, por activa o por pasiva, a los poderosos. Mientras no tengamos leyes que tengan como horizonte prioritario a los desvalidos e indefensos, a los que sufren directamente las crisis del Imperio, éstos, en aras de su dignidad, tendrán que arrebatar sus derechos de manos de los que los usurpan. Y como diría Jesús de Nazaret, “si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes” (Mt. 12:7).
Ante esto, los guardianes de Ley responderán con furor, y buscarán la forma de eliminar a los que son rebeldes al imperio de una ley que no les protege. Desgraciadamente es algo que siempre ha ocurrido a lo largo de historia humana. De ahí que el Profeta galileo dijera en una ocasión, según el evangelista Lucas: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis […]¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis” (S. Lucas 6:20-21; 24-25 RVR1960).
Por ello, las cristianas y cristianos oramos de forma constante, “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy...” (S. Lucas 11:2-3 RVR1960). La oración que nos enseñó Jesús de Nazaret ilumina y preside nuestro camino.
Soli Deo Gloria
Fuente: Lupa Protestante
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