Hay páginas de Julio Cortázar que
son capaces de disipar el dolor del alma. Aquí van algunos ejemplos para quien
los pudiera necesitar.
La tristeza ha sido mi compañera
del alma desde que me recuerdo. Es una presencia tan íntima y propia que a
veces la invoco por costumbre cuando estoy rodeado de felicidad. Lo normal, sin
embargo, es que llegue acompañada de sus razones y que yo respire hondo para
abrirle paso en el pecho.
Ahí es donde está ahora, cuando
escribo. Sois sage, ô ma Douleur, et tiens-toi plus tranquille, decía
Baudelaire, en el principio del soneto Recueillement, un poema de amor a su
propio dolor. Y lo terminaba: Entends, ma chère, entends la douce Nuit qui
marche. "Escucha, querida, la dulce noche, caminando".
Hay una relación entre el goce
estético y la angustia, por lo menos para mí. La belleza duele, quema. Y más
cuando el poeta le pide a su propio dolor, para calmarlo, que escuche los pasos
de la noche.
Entonces no hay mejor remedio que
la risa llegue al rescate del alma. La carcajada es el bálsamo. Para eso la Literatura no
está tan bien preparada. El humor es un género oral, decía Borges, y tenía
razón, como casi siempre. Yo diría que también es importante ver al humorista,
no solo escucharlo.
El humor escrito es algo más
complicado. No está la pausa, la mirada del comediante, el universo de
complicidad con su público.
Sin embargo hay algunos pasajes
literarios que se quedaron para siempre en mi recuerdo, como ejemplos gloriosos
de humor escrito. Varios pertenecen a Julio Cortázar, uno de los grandes de las
letras hispanas, que brilla con especial intensidad en el relato corto y la
viñeta, aunque su fama derive de una novela.
El primer ejemplo que aparece en
esta lista de memoria pertenece al volumen La vuelta al día en ochenta mundos y
se titula Manera sencillísima de destruir una ciudad. Dice así:
"Se espera, escondido en el
pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad
aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora. La nube se convierte
en mármol y el resto no merece comentarios".
Esa ausencia de descripción es la
maravilla. La catástrofe es tan espectacular como la capacidad de imaginación
del lector. Qué tipo de materia salpicará, qué tanto quedará enterrada la nube
de mármol. Es algo que se celebra con una carcajada culpable de poliscidio.
Cortázar tiene unos cuantos
ejemplos más de buen humor bien escrito, en Historias de cronopios y de famas y
Manual de instrucciones. No es fácil elegir entre ellas. Sin embargo, me la
juego con Haga como si estuviera en casa, esa del cronopio que puso baldosas de
bienvenida en su nueva casa para que se leyeran en orden:
"La primera decía:
Bienvenidos los que llegan a este hogar. La segunda decía: La casa es chica
pero el corazón es grande. La tercera decía: La presencia del huésped es suave
como el césped. La cuarta decía: Somos pobres de verdad pero no de voluntad. La
quinta decía: Este cartel anula todos los anteriores. Rajá, perro".
No quiero dejar este botiquín de
emergencia para depresivos sin citar las imprescindibles Instrucciones para
subir una escalera. Aquí va un fragmento:
"... se comienza por
levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre
en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón.
Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge
la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de
confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le
hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste
descansará el pie, y en el primero descansará el pie".
Se recomienda aprender de memoria
estos pasajes y recitarlos en momentos de necesidad. Y que tengan todos un
feliz y próspero año nuevo.
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