domingo, 3 de enero de 2016

Valor y audacia para reinterpretar imaginativamente.


por Isidoro García Gómez

“Solo aquel que se arriesga a ir demasiado lejos es capaz de descubrir hasta donde puede uno llegar”.
T.S. Elliot


1. El conocimiento que entra por el oído

Toda búsqueda de sentido y significado de la vida, entraña peligros, especialmente el de errar el tiro, que es el sentido originario de la palabra pecado, (“hamartia”). Pero está en nuestra naturaleza el conocer. Donde un barco está a salvo es en el puerto, pero no es para eso para lo que ha sido construido. Y, además, la alternativa es mucho peor. Como dice Pablo Coelho, “si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal”.

Es claro que la necesaria especulación imaginativa que deberemos utilizar, conlleva muchos peligros de desvaríos fantasiosos. Y además puede servirnos, como advierte Agustín López, para complacer las veleidades espirituales del ego. Pero es un riesgo inevitable.

Decía Einstein que la imaginación es más importante que la cultura, porque el hombre que solo es culto termina rodeado de límites, mientras que la imaginación puede dar la vuelta al mundo. En la búsqueda espiritual el esfuerzo de reinterpretación imaginativa, es fundamental en el estudio de los textos de los sabios.

Pero esto exige un trabajo concienzudo. Es preciso analizar bien la génesis de esos textos. Así en el cristianismo, la mayor parte de la información nos viene de las narraciones de unos oyentes directos o indirectos de las predicaciones del Jesús vivo, o aparecido posteriormente a su muerte. Y hay que pensar en los graves errores de interpretación que todos cometemos habitualmente.

Los humanos vemos y oímos físicamente bastante mal, con una calidad biológica, mucho peor que la conseguida mediante la electrónica analógica y no digamos de la digital.

Y luego ese material de los sentidos llega al cerebro donde en zonas especializadas reinterpretamos y completamos lo recibido, y lo reelaboramos, en función de nuestro almacén de ideas de cómo son las cosas.

Por eso vemos y oímos mucho en función de lo que sabemos y creemos. Por eso no tiene de extraño que los oyentes de Jesús, que luego son los que transmitieron su mensaje indirectamente al escrito, pudieran entenderle en función de su mundo cultural. Si tu mundo cultural es muy distinto al del oyente, este te entenderá a lo mejor solo un 20 % acertadamente.

Decía alguien que “el informe de un hombre tonto acerca de lo que ha dicho un hombre inteligente nunca puede ser confiable, porque el tonto inconscientemente traduce lo que escucha en algo que pueda entender”. Si sustituimos la palabra “tonto”, por “normal”, sigue siendo igual de válida.

Todo profeta debe aceptar, que la mayoría de sus oyentes no le van a entender plenamente, pero que más tarde o más temprano algunos le entenderán. Quizás ese es el auténtico sentido de la parábola del sembrador: que unos pocos le entenderán de verdad, aunque la mayoría, no.

Por eso hay textos en los que se anuncia que al final de los tiempos entenderemos mejor y descubriremos los secretos ocultos. No es que los del final de la historia vamos a ser más listos, sino que nuestro mundo cultural, paulatinamente se habrá ido acercando cada vez más a la realidad, y por ello contamos con las claves para entender.

San Pablo, señala muy claramente, que “Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí”.
2. Planteamientos “extraños”

Hay una especie de señal de alarma, que se nos debe encender, para mostrarnos la posible necesidad y conveniencia de una remirada valiente e imaginativa sobre una cuestión. Y es cuando un texto produce un grado excesivo de confusión.

Cuando en un planteamiento aparecen dosis excesivas de confusión, deberíamos buscar la existencia de unas reglas internas desconocidas, que simplifiquen todo, aunque no por eso deje de ser algo “extraño”.

Lo confuso no es lo mismo que lo “extraño”. Lo confuso es lo contrario de lo claro, lo “extraños”, es lo contrario de lo comúnmente admitido, lo “culturalmente correcto”.

Por otra parte, una cosa puede ser extraña y sencilla a la vez. Es extraña si está en un plano conceptual, y la contemplamos desde otro. Si conseguimos recolocarnos en su plano, y encontramos su lógica, lo extraño se nos puede volver sencillo.

Eso pasa también en el mundo espiritual. Cuando no lo entendemos bien, es porque no conseguimos dar el salto hacia el plano de su realidad.

Necesitamos una llave, una contraseña, que nos permita entrar en ese nuevo plano. Una vez metida la llave en la cerradura, se abre un campo nuevo, con una lógica interior propia y lo vemos todo con otros ojos.

Por eso todo pensador sueña con encontrar esa frase luminosa que lo diga todo en tres palabras. Pero desgraciadamente no existe. Todo es más complicado de lo que querríamos. Hay una frase del físico John Wheeler: “Comenzaremos a entender lo simple que es el universo, cuando aceptemos lo extraño que es”.

No hay que asociar la espiritualidad con lo “sobrenatural”. Estrictamente hablando solo es sobrenatural o extra-natural, el hipotético y desconocible Dios-Principio Supremo. Todos los demás integrantes del Universo, son naturales, regidos por las leyes del Universo.

Hay mentes timoratas, que piensan que no se puede intentar elaborar un “modelo naturalista” del mundo espiritual. Y no hay que confundir lo “natural” con lo estrictamente “material”. Hay formas de la existencia natural que no son estrictamente materiales, como por ejemplo la información, que es el primer objeto de la inteligencia.

Todo lo que existe en el Universo, tiene una forma-base, que puede adquirir unas características que a nuestro sistema perceptivo le puedan inducir a error. Ya se sabe que la tecnología hiperdesarrollada, se confunde fácilmente con la magia.

Por ello en la batalla entre razón y fe irracional, siempre debemos apoyar a la razón. No necesitamos menos razón, sino siempre más razón.

Hay que revalorizar, en su justa medida, a la razón y a la actividad del pensamiento en general como medio que conduce y predispone al hombre hacia la trascendencia y hacia la comprensión de lo incomprensible.

Merton es contundente al hablar del conocimiento conceptual adquirido por el individuo según su modalidad humana, y declara sin titubear:

“No sólo podemos, sino que debemos usar los medios ofrecidos por este conocimiento a fin de llegar a Dios. Veremos que hasta el oscuro conocimiento místico de Dios que está más allá de todo concepto depende, sin embargo, de la existencia de los conceptos. Ellos son su punto de partida, el trampolín desde donde se lanza hacia el abismo de Dios”.

Fuente: Atrio
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