Óscar Margenet
Desde mi niñez la lectura me ayudó a crecer y a descubrir mis errores. En gratitud a la exhortación y enseñanza recibida dedicaré esta serie a compartir escritos de algunos de esos autores.
Se dice que actualmente se lee poco. Hay editores que temen por el futuro del libro impreso. Es sabido que varios importantes diarios del mundo, entre ellos españoles, decidieron dejar de imprimir para publicar solo online. El libro ha sido desde mi temprana edad un amigo inseparable. Me ayudó a viajar con mi imaginación, a conocer el mundo y a su gente.
Comenzando por la Biblia valoro las lecturas que me ayudan a ver mis prejuicios; como aquellos que tenía por creer que mi congregación cristiana era la única y verdadera expresión de la iglesia de Cristo.
El Señor me alcanzó con su gracia y comencé a dar mis primeros pasos en la vida de fe en una de tantas ‘asambleas de hermanos libres’. En mi etapa juvenil me encantaba explicar a quienes quisieran saberlo por qué los ‘hermanos libres’ no son una denominación como la Bautista, la Metodista o la Pentecostal, a pesar de provenir del movimiento británico ‘The Plymouth Brethren’ 1.
Deseo, en más, compartir escritos de maestros que abren la mente a la sana costumbre de pensar, ayudan a edificar el cuerpo de Jesucristo, y a sus miembros a vivir en armonía.
Una de las publicaciones que me ayudaron a crecer es la revista de la ilustración. Un ejemplo de lecturas que esclarecen cuestiones que preocupan a los creyentes sinceros; de autores que en medio del caos ayudan a mantenerse en pie a quienes siguen al Señor y sirven a sus semejantes.
En esta primera entrega he de compartir unos párrafos del comentario sobre el Sermón del Monte, del inspirado (e inspirador) médico y predicador galés Martin Lloyd Jones 2. Cito: Esto es lo que debería realmente preocuparnos; y esta es la razón por la que digo que es tan importante estudiar el Sermón del Monte. No se trata de una simple descripción de lo que el hombre hace; lo básico es la diferencia entre el cristiano y el no cristiano.
El Nuevo Testamento considera esto como algo absolutamente básico y fundamental; y, según veo las cosas en estos tiempos, la necesidad primordial de la Iglesia es una comprensión clara de esta diferencia esencial.
Se ha ido oscureciendo; el mundo ha entrado en la Iglesia y la Iglesia se ha vuelto mundana. La línea divisoria no se ve tan clara como antes. Hubo épocas en que la distinción era patente, y esas han sido siempre las eras más gloriosas en la historia de la Iglesia. Conocemos, sin embargo, los argumentos que se han alegado. Se nos ha dicho que tenemos que hacer a la Iglesia atractiva para el no cristiano, y la idea consiste en asemejarse lo más posible a él.
Durante la primera guerra mundial hubo capellanes muy populares, que se mezclaban con los soldados, fumaban con ellos, y hacían muchas cosas que sus hombres hacían para animarlos. Algunos pensaban que, como consecuencia de ello, una vez que la guerra terminara, los excombatientes llenarían las iglesias. Pero no sucedió así, y nunca ha sido este el resultado.
La gloria del evangelio es que cuando la Iglesia marca las diferencias con el mundo, nunca deja de atraerlo. Entonces hace que el mundo escuche su mensaje, si bien al comienzo quizá lo odie. Así llegan los avivamientos. Lo mismo debe ocurrir en nuestro caso como individuos. No debería ser nuestra ambición parecemos lo más posible a los demás, aunque seamos cristianos, sino ser lo más distintos posible de todo el que no es cristiano. Nuestra aspiración debería ser asemejarnos a Cristo, cuanto más mejor; y cuanto más nos asemejemos a Él, tanto menos parecidos seremos a los no cristianos.
Permítanme explicarles esto en detalle. El cristiano y el no cristiano son absolutamente diferentes en lo que admiran. El cristiano admira al que es 'pobre en espíritu,' en tanto que los filósofos griegos tenían en menos a tal persona, y todos los que siguen la filosofía griega, ya sea intelectualmente, ya en la práctica, siguen haciendo exactamente lo mismo. Lo que el mundo dice acerca del verdadero cristiano es que es un pusilánime, poco hombre. El mundo cree en la confianza en sí mismo, en seguir los instintos, en dominar la vida; el cristiano cree en ser 'pobre en espíritu.' Repasemos los periódicos para ver la clase de persona que el mundo admira. Nunca encontraremos nada que se parezca menos a las Bienaventuranzas3 que lo que atrae al hombre natural y de mundo. Lo que despierta su admiración es la antítesis misma de lo que encontramos en este Sermón. Al hombre natural le gusta la ostentación, precisamente lo que las Bienaventuranzas condenan.
Luego también, como es lógico, difieren en lo que buscan. 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed.' 4 ¿De qué? ¿De dinero, riqueza, posición, social, publicidad? De ningún modo. 'De justicia.' Y justicia es ser justo delante de Dios. Tomemos a un hombre cualquiera que no se considere cristiano y que no se interese por el cristianismo. Averigüemos lo que busca y desea, y veremos que siempre es diferente de esto.
Entonces, también difieren por completo en lo que hacen. Esto es una consecuencia necesaria. Si admiran y buscan cosas diferentes, sin duda que hacen cosas diferentes. La consecuencia es que la vida que el cristiano vive debe ser esencialmente diferente de la que vive el no cristiano. El no cristiano es absolutamente consecuente consigo mismo. 'Este,' dice, 'es el único mundo, y voy a sacarle todo el provecho que pueda.' El cristiano, en cambio, comienza por decir que no vive para este mundo; considera a este mundo sólo como camino de paso para entrar en algo eterno y glorioso. Tanto su perspectiva como aspiraciones son diferentes. Siente, por lo tanto, que debe vivir de un modo diferente. Así como el hombre mundano es consecuente consigo mismo, así también el cristiano debería serlo. Si lo es, será muy diferente del otro hombre; no puede ser de otra manera.
El apóstol Pedro lo dice muy bien al afirmar que, si creemos de verdad que hemos sido llamados 'de las tinieblas a su luz admirable' 5, debemos creer que esto nos ha sucedido a fin de que podamos alabarlo con nuestra vida. Y afirma luego:
Os ruego como a extranjeros y peregrinos (los que están en este mundo), que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.' 6 No hace más que recurrir a su sentido de la lógica.
Otra diferencia esencial entre los hombres estriba en lo que creen que pueden hacer. El hombre mundano confía mucho en su propia capacidad y está listo a hacer cualquier cosa. El cristiano es un hombre, el único hombre en el mundo, que está verdaderamente consciente de sus limitaciones. Estas son algunas de las diferencias esenciales, obvias, patentes que existen entre el cristiano y el no cristiano. Nada hay que nos exhorte más que el Sermón del Monte a ser lo que debemos ser, y a vivir como debemos vivir; ser como Cristo, presentando un contraste total con respecto a todos los que no pertenecen a Cristo. Confío, sin embargo, en que aquel que haya caído en la tentación de ser como los hombres del mundo en algún aspecto ya no seguirá haciéndolo pues haya comprendido que eso implica una contradicción completa de nuestra fe.
Quizá pueda resumirlo todo del siguiente modo. La verdad es que el cristiano y el no cristiano pertenecen a dos reinos completamente diferentes. Habrán notado que la primera y la última Bienaventuranzas prometen la misma recompensa: 'porque de ellos es el reino de los cielos.' ¿Qué significa esto? Nuestro Señor comienza y concluye así porque es su manera de decir que lo primero que hay que tener en cuenta respecto a nosotros es que pertenecemos a un reino diferente. No sólo somos diferentes en esencia; vivimos en dos mundos absolutamente diferentes. Estamos en este mundo; pero no somos de él. Estamos en medio de esa otra gente, desde luego; pero somos ciudadanos de otro reino. Esto es el elemento vital que se pone de relieve en todas las fases de este pasaje.
¿Por qué Mateo habla del reino de los cielos más que del reino de Dios? Sin duda que la respuesta es que escribió sobre todo para los judíos y a los judíos, y su objetivo principal, quizá, fue corregir el concepto judío del reino de Dios o del reino de los cielos. Tenían una idea materialista del reino; lo concebían en un sentido militar y político, y el objetivo principal de nuestro Señor en este caso es mostrar que su reino es primordialmente espiritual. En otras palabras les dice, 'No deben pensar en este reino como en algo terrenal. Es un reino en los cielos, el cual sin duda afectará a la tierra de muchos modos, aunque es esencialmente espiritual. Pertenece a la esfera celestial y no a la terrenal y humana.' ¿En qué consiste este reino, pues? Significa, en esencia, el gobierno de Cristo o la esfera o reino en el que Él reina.
Se puede considerar de tres modos. Muchas veces mientras vivió en este mundo nuestro Señor dijo que el reino de los cielos era algo ya presente. Dondequiera que Él se hallara presente y ejerciendo funciones de mando, allá estaba el reino de los cielos. Recordarán cómo en una ocasión, cuando lo acusaron de arrojar demonios en nombre de Belcebú, hizo ver lo necio que resultaba afirmar semejante cosa, y afirmó luego, 'Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino.' 7 Ahí está el reino de Dios. Su autoridad, su reinado eran ya una realidad.
Luego está la expresión que dijo a los fariseos, 'el reino de Dios está dentro de vosotros', o 'el reino de Dios está en medio de vosotros'. Fue como si les dijera, 'se está manifestando en medio vuestro.' No digáis "vedlo aquí" o "vedlo allá." Dejad de una vez esta idea materialista. Yo estoy aquí en medio de vosotros; estoy actuando; ‘está aquí.' Dondequiera que se manifieste el reinado de Cristo ahí está el reino de Dios. Y cuando envió a sus discípulos a predicar, les encomendó: 'Decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.'
Pero también quiere decir que el reino de Dios está presente en este momento en todos los verdaderos creyentes. La Iglesia Católica ha solido identificar este reino con la Iglesia, pero esto no es así, porque la Iglesia contiene a una multitud mixta. El reino de Dios está sólo presente en la Iglesia en los corazones de los verdaderos creyentes, en los corazones de los que se han rendido a Cristo y en quienes y en medio de quienes reina.
Recordarán que el apóstol Pablo se refiere a esto en una forma que recuerda a la de Pedro. Al escribir a los Colosenses da gracias al Padre 'el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo.' 8 El reino de su amado Hijo, es el 'reino de Dios,' es el 'reino de los cielos,' es este reino nuevo al que hemos entrado. O, como les escribe a los Filipenses, 'nuestra ciudadanía está en los cielos.' Estamos aquí en la tierra, obedecemos a poderes terrenales, vivimos así. Desde luego; pero 'nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador' 9. Los que reconocemos a Cristo como Señor, aquellos en cuyas vidas Él reina y gobierna en este momento, estamos en el reino de los cielos y el reino de los cielos está en nosotros. Hemos sido trasladados al 'reino de su amado Hijo’; nos hemos convertido en un 'real sacerdocio.'
La tercera y última manera de considerar el reino es que, en un sentido, todavía ha de venir. Ha venido; viene; vendrá. Estaba presente cuando Cristo ejercía autoridad: está en nosotros en este momento; y sin embargo todavía ha de venir. Vendrá cuando este gobierno y reino de Cristo quede establecido en el mundo entero incluso en un sentido físico y material.
Llegará el día en que los reinos de este mundo se convertirán en los reinos de nuestro Señor, y de su Cristo. Entonces habrá llegado, en una forma completa y total, y todo estará bajo su dominio y poder. El mal y Satanás desaparecerán; habrá 'cielos nuevos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia' 10, y entonces el reino de los cielos habrá llegado en esa forma material. Lo espiritual y lo material vendrán a ser una misma cosa en un sentido, y todo quedará sujeto a su poder, de modo que 'en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.’ 11
Esta es, pues, la descripción general que se da del cristiano en las Bienaventuranzas. ¿Ven cuan esencialmente diferente es del no cristiano? Las preguntas vitales que nos planteamos son, pues, éstas. ¿Pertenecemos a este reino? ¿Nos gobierna Cristo? ¿Es Él nuestro Rey y Señor? ¿Manifestamos tales cualidades en la vida diaria? ¿Anhelamos que sea así? ¿Comprendemos que debemos ser así? ¿Somos realmente bienaventurados? ¿Somos felices? ¿Hemos sido llenados? ¿Tenemos paz? Pregunto, entonces: ¿cómo vemos que somos? Sólo el que es así es verdaderamente feliz, verdaderamente bienaventurado.
Mi inmediata reacción a las Bienaventuranzas indica exactamente lo que soy. Si me parece que son difíciles y duras, si me parece que son demasiado rigurosas y que describen un tipo de vida que me desagrada, temo que esto signifique simplemente que no soy cristiano. Si no deseo ser así, será que aún estoy 'muerto en pecados,' 12 no he recibido nunca la vida nueva.
Pero si siento que soy indigno y aun siéndolo mi deseo y aspiración es ser la persona que describen las Bienaventuranzas, es que hay una vida nueva en mí; es que soy hijo/a de Dios, ciudadano/a del reino de los cielos y del amado Hijo de Dios. Que cada uno se examine.
Fuente: Protestante Digital
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