domingo, 10 de enero de 2016

"La estrella de Belén no brilla en cielo contaminado"


Juan Masia, sj

"Mateo no describió una cabalgata, sino una peregrinación de buscadores del camino de la vida"

"Hallan al Salvador unos extranjeros, antes que los representantes del poder político y la religión oficial"

Son las seis de la mañana -hora de Tokyo- cuando estoy preparando la homilía. Interrumpo unos minutos para zapear por internet -diez de la noche, hora de Madrid-, a ver de qué se habla en mi país en la víspera de Epifanía. Me sorprende el debate de los tertulianos, unos a favor de festivales laicos y otros de procesiones religiosas. Me parece que a ambos, progresistas y tradicionales, se les escapa lo mejor de la narración fundacional cristiana de los Peregrinos de Oriente.


Al día siguiente, los resúmenes de prensa madrileños me confirman la desazon que me produjo el debate mediático. Ante unaCabalgata de Reyes con menos rasgos tradicionales, había división de opiniones. Para unos, la cabalgata era una actualización bienvenida. Para otros, se trataba de una pérdida lamentable de tradiciones. Creo que ambas partes desafinan. Ni la cabalgata llamada laica, ni la que se supondría religiosa concordarían con la interpretación audaz del evangelista.

Mateo, en su narración mítico-poética, no describió una cabalgata, sino una peregrinación de buscadores del camino de la vida. Persiguen una estrella, para hallar al Enviado, merecedor de título real, porque guiará al Reino de la Vida. Estos caminantes -que no eran ni tres, ni reyes, ni adivinos, ni consta cómo se llamasen-, son unas personas en búsqueda de la salvación que ha de venir, anunciada a quienes puedan otear estrellas y dejarse orientar por luz que no encandila.

Mateo, en su evangelio, escribió el guión para un "telefilme de Epifanía", la trilogía: peregrinos de Oriente, huída a Egipto y matanza de inocentes. Adornó el montaje con imágenes bíblicas y citas proféticas: Belén, casa de pan; Egipto, tierra de Éxodo; Raquel, madre desconsolada de víctimas.

Si lo hubiera escrito hoy, quizás el evangelsita habría enfocado su cámara para destacar en primer plano el cadáver de un niño devuelto por las olas a la orilla mediterránea tras el naufragio de la patera, o una familia de José, María y Jesús refugiados huyendo del bombardeo.


El símbolo clave en el capítulo segundo del evangelio según Mateo es la estrella: dónde se oculta, dónde aparece y a quién apunta. Este relato de Epifanía subversiva no es cuento para niños, sino estímulo de fe crítica y liberadora para adultos.

¿Dónde y a quiénes se manifiesta Jesús? En Belén, no en Jerusalén. A los de fuera, antes que a los de dentro. Hallan al Salvador unos extranjeros, antes que los representantes del poder político y la religión oficial. Al llegar a Jerusalén se oculta la estrella. Luces de la capital y aire contaminado no dejan ver estrellas. No es la capital, sino la aldea, el centro de la historia, al que apunta una estrella. Hoy día no se posaría el lucero sobre Wall Street o el servidor de Internet, ni sobre las oficinas del Banco Vaticano.

Preguntan los peregrinos: ¿Dónde está el que ha sido Enviado para "reinar"? Pero Jesús, rey sin poderes reales, predicará un reino sin fronteras. Su reino, no de este mundo, pero sí liberador de este mundo, romperá el muro entre los de dentro y los de fuera; rechazará el exclusivismo de presuntos pueblos escogidos.

¿Oro e incienso? Explican los exegetas que Mateo pone del revés un himno nacionalista de la época, que rezaba así: "Vendrán de todas partes a la capital, trayendo oro e incienso". Mateo invierte ese exclusivismo centralista: en vez de acudir de todas partes a la capital, habrá que salir de ella y descubrir el símbolo de la aldea y el establo. En vez de incensar en palacios dorados, será en la sencillez local, donde un joven matrimonio humilde acuna a su primogénito recién engendrado por ellos con la ayuda del Espíritu de Vida.

Por cierto, que la imagen del pesebre la elige Mateo por ser el lugar del alimento, a la vez que lo más cálido de la choza, apropiado para presentar al Enviado, que merecerá llamarse "pan de vida". "Encuentran al niño con María, su madre", dice Mateo. En una época y sociedad en que la mujer no contaba, donde todo lo era el padre, al que se solía mencionar primero, Mateo pone a María por delante. Sin comentarios...

"Volved por otro sendero", les dice un sueño a los peregrinos. Para que no crean ingenuamente que se construye el Reino de los cielos firmando acuerdos de compromisos con Herodes. Mateo ha centrado la trama en el tema del rechazo a la adoración. Herodes representa el rechazo al Salvador. Los peregrinos representan la adoración. En la historia del arte cristiano atinan en la expresión del mensaje los cuadros que plasman la Adoración de la Epifanía, más que los que filman desfiles reales.

Este año, después de la misa de Epifanía, saludé a un matrimonio japonés amigo, que venía acompañado por sus hijos, niño de tres años y niña de cuatro. Estaban contemplando el Belén a la entrada de la iglesia de San Ignacio, en Tokyo. El padre y la niña habían juntado sus manos y estaban inclinando su cabeza ante el Portal. La madre acababa de llamar la atención al hijo pequeño, que intentaba corretear: "Ven aquí, primero tenemos que hacer ogamu (que significa, en japonés, adorar)". "¿Qué es ogamu?", dijo el niño. Y su madre le tomó las manos entre las suyas e hicieron juntos la reverencia al Niño Jesús, mientras le decía: "Así, le adoramos como hicieron los peregrinos de Oriente, arrodillados en el portal de Belén".

Viendo a esta madre que enseña a rezar a su hijo, pensé que en ese momento se estarían formando infinidad de nuevas conexiones de sinapsis en el cerebro del niño para despertar en su espíritu la capacidad de vivir buscando y siguiendo la estrella de Belén desde Oriente y Occidente. Fue para mí la mejor Epifanía, que no cabalgata real, sino peregrinar de búsqueda y adoración.

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