Dolors Oller.
Hace pocos días que hemos empezado un nuevo año. Desde 1967 se celebra el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz. Este año ha coincidido con la 50ª edición desde que fue instituida por Pablo VI a fin de ser una ocasión propicia para orar y reflexionar cómo construir la paz. El papa Francisco, siguiendo la tradición de sus predecesores, ha publicado un mensaje que lleva por título “La no violencia: un estilo de política para la paz” y tiene el interés de asumir como propiamente cristiana la tradición de la no violencia, a la vez que la afirma no sólo como reto personal sino también como verdadero reto colectivo.
El Papa constata la violencia presente por doquier: conflictos en todas las partes de un mundo desigual, fragmentado y dividido (Siria, Irak, Yemen, Palestina, Somalia, República Centroafricana, Colombia, Ucrania…), que se multiplican y se interconectan, lo que ha disparado el fenómeno del llamado terrorismo global; aumento de la criminalidad en muchos lugares; abuso contra migrantes, y víctimas de tráfico de personas, y podríamos continuar. Toda esta violencia, como es sabido, tiene nefastas consecuencias y así nos encontramos que hoy, en el mundo, hay más de 290 millones de desplazados forzosos a causa de los conflictos armados, la vulneración de los derechos humanos, el cambio climático y el empobrecimiento. Y 60.000 personas con derecho a protección internacional están retenidas en campos europeos, mientras otras lo están en terceros países si es que no han sido ya devueltas a sus países de origen, porque les hemos cerrado el paso a los nuestros internalizando la gestión de los flujos migratorios por la vía de declarar “países seguros” a países que dudosamente lo son. En otras palabras, Europa, olvidando su pasado migratorio, prefiere mirar a otro lado ante una tragedia humana que se ha cobrado ya demasiadas vidas: el 2016 lo acabamos de cerrar con la estremecedora cifra de 5.000 muertos en el Mediterráneo, que se ha convertido en una gran fosa común. Pero el drama y el sin sentido de los conflictos armados no termina aquí: detrás de las guerras hay quien se lucra, quien mueve el negocio de la destrucción y posterior “construcción”. Las compañías exportadoras de armas ofrecen sistemas de blindaje de las fronteras europeas para cerrar el paso a los que huyen de los conflictos que ellas mismas contribuyen a crear. En definitiva, un perverso negocio sobre el que directa o indirectamente edificamos nuestro bienestar.
Con valentía, el papa Francisco denuncia que la pretensión de responder a la violencia con violencia no lleva otra situación que a más sufrimiento, muerte, desplazamientos forzados, destrucción, privación de recursos para atender las necesidades reales de las poblaciones. Y hace un llamamiento universal a conformar los sentimientos y valores más profundos de las personas a la no violencia, a fin de que esta actitud se convierta en “el estilo de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas las formas”, tanto en el ámbito local y cotidiano como en el orden mundial. Es, por tanto, un llamamiento en favor de la no violencia activa, que no se puede confundir con la pasividad o la resignación ante el mal y la injusticia, pues en realidad es justamente lo contrario: la no violencia activa consiste en el compromiso radical en defensa de la vida y en favor de las víctimas, pero por el camino del amor, “devolviendo bien por mal”. No es desinterés y pasividad, sino solidaridad, generosidad, perdón compasivo. Y, para los cristianos, la persona central en quien debemos centrarnos en este tema es Jesús el Señor. El papa Francisco recuerda que es Jesús quien nos ha mostrado el origen de la violencia, que no se encuentra sino en la interioridad del ser humano, pues el “corazón” de la persona es un verdadero “campo de batalla entre la violencia y la paz”, desde donde surgen los pensamientos perversos (Mc 7,21). En consecuencia, la superación de la violencia requiere una transformación interior de las personas, asumiendo la propuesta de vida de Jesucristo, que pasa por acoger el amor y el perdón incondicionales de Dios, reconocer la propia violencia y, desde ahí, optar por el amor a los enemigos, el camino que Jesús mismo siguió. Para Francisco, esta actitud representa una verdadera “revolución”, que es justamente la única vía que puede llevar la paz al mundo. Jesús constituye un modelo nítido de no violencia a lo largo de su vida y sus enseñanzas, como amar a los enemigos, poner la otra mejilla, no lapidar a la adúltera, el no desenvainar la espada dirigido a Pedro y, sobre todo, su coherencia de vida hasta darla por amor, perdonando a sus enemigos, ha sido el camino de muchos cristianos a lo largo de la historia que han hecho suyas las bienaventuranzas y se han convertido en instrumentos de paz, como también hace notar el Papa. Por lo tanto, hay que hacer notar que el papa Francisco no sólo propone la no violencia activa como estilo para una política de la paz, que ponga el acento en la resolución de los conflictos y en la lucha contra la violencia estructural que provoca tantas víctimas (es todavía hoy la primera causa); también, y muy especialmente, propone la no violencia como estilo de vida que empape nuestros gestos, opciones, actuaciones.
Es desde aquí que apuesta por una ética de la fraternidad, para que la relación entre personas y pueblos no se base en la lógica del miedo y la violencia, sino en la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero, que ha de empezar ya en el seno de la familia, espacio fundamental de aprendizaje para la superación del conflicto a través de la vía del diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón. Y concluye con un llamamiento a todos los líderes políticos y religiosos y a los responsables de las instituciones internacionales y de los medios de comunicación, a aplicar las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10) en el desarrollo de sus responsabilidades, a fin de construir la sociedad como trabajadores de la paz, practicando la misericordia, evitando “descartar” personas y dañar el medio ambiente o pretender ganar a toda costa, eligiendo la solidaridad y la no violencia activa como estilo de vida.
Pero la no violencia no es algo exclusivo de los cristianos sino que es patrimonio de las tradiciones religiosas de la humanidad, para las que la compasión y la no violencia son esenciales y producen frutos importantes, como los alcanzados por Gandhi, Luther King y Leymah Gboiwe con miles de mujeres liberianas. Ninguna religión es terrorista, no se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia, sólo la paz es santa, no la guerra, recuerda el papa Francisco, y nos dice también que todo esto no ha de quedar en una convicción intelectual; hay que incorporarlo como hábito de nuestro carácter, educando nuestros sentimientos y los mecanismos personales más profundos e inconscientes, para no caer en la violencia cuando las circunstancias nos llevan al límite y también para evitar hacernos promotores o partícipes de estructuras colectivas generadoras de violencia. Difícilmente podremos alcanzar este reto si no aprendemos a reconocer en nuestro interior la gratuidad del amor incondicional de Dios, expresado de forma plena en Cristo Jesús, y nos dejamos conducir por Él. De ahí la importancia de la oración, que nos ayuda a poner a Dios en el centro de nuestra existencia.
Fuente: cristianismeijusticia.net
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