Claire Bourgeois
Coordinadora humanitaria de la ONU en RCA
Cuando, en marzo de 2013, el grupo armado Seleka entró en Bangui, la capital de la República Centroafricana, miles de personas huyeron de sus casas y buscaron refugio en el aeropuerto de la ciudad. Empleando antiguos hangares y aviones abandonados como techo y durmiendo allí donde pudieron colocar una esterilla, decenas de miles de personas sobreviven junto a las pistas de aterrizaje activas del aeropuerto internacional Mpoko.
Feitouana Ornella llegó aquí en 2014, tras caminar cinco kilómetros.Al llegar al improvisado campo del aeropuerto, dio a luz a la pequeña Debora Gbane.
“Es muy difícil conseguir comida aquí, si lo logro, como solo una vez al día”, relata Feitouana, con su hija en brazos. “Si no como, no puedo amamantar, es muy duro estar aquí”. El aeropuerto de Bangui puede ofrecer poco más que un refugio seguro frente a los combates a sus habitantes. Las condiciones higiénicas son muy deficientes y los refugiados padecen una ausencia alarmante de comida y medicamentos. “Aquí no hay medicinas, soy católica y solo puedo rezar y poner este rosario a mi nieto y esperar a que se cure”, cuenta la desplazada Germaine Yassipou, con su nieto, enfermo de malaria, abrazado a su torso.
La situación ha mejorado poco desde 2013. A pesar de que la milicia Seleka se desmovilizó y se firmó un acuerdo de paz con la milicia anti-Balaka en 2015, la violencia sigue presente por todo el país. Tras la celebración de elecciones democráticas en 2016, las tropas francesas presentes en la República Centroafricana se marcharon, permaneciendo una misión internacional de la ONU bajo el nombre de Minusca. Desde mayo de este año, un recrudecimiento de los enfrentamientos, que ha sido ignorado por los medios de comunicación internacionales, ha provocado una nueva oleada de desplazamientos forzados, llevando a que se registren los datos más altos de refugiados y desplazados desde el comienzo de la crisis en 2013 como aparece en el gráfico.
LA DESNUTRICIÓN SE CEBA CON LOS MÁS PEQUEÑOS
La desnutrición es, probablemente, el mayor peligro para los casi medio millón de refugiados de la República Centroafricana que van llegando a las fronteras de los países vecinos. Para finales de agosto, Camerún acogía a 236.000 refugiados centroafricanos. Houriatou llegó a Camerún en 2014, junto con su nieto de 18 meses, Djaratou. Tras soportar el largo viaje, el bebé falleció de malnutrición severa ya en el pueblo de Batouri, al este de Camerún. “Caminamos durante tres meses por el bosque, fue terrible”, recordaba Houriatou en la cama de un hospital de Camerún, poco después de la muerte de su nieto. “Caminamos hasta que se nos hincharon los pies”.
FueEl caso del nieto de Houriatou no es excepcional. Solo en el hospital de Batouri, otros 100 niños fueron tratados de malnutrición severa con unos medios muy reducidos. El 60,5% de las personas afectadas por el desplazamiento en la República Centroafricana son menores de 18 años y la desnutrición afecta principalmente a los niños, a quienes en los dos primeros años de vida podrá dejar consecuencias irreversibles en su desarrollo.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, ha advertido de que, si el resurgimiento de la violencia continúa de forma tan descontrolada, los progresos realizados hasta ahora hacia la paz y la estabilidad se verán revertidos. “Desde mayo de 2017, nuevos combates entre grupos armados en la República Centroafricana han provocado sufrimientos, muerte y destrucción de la propiedad”, declaró Andrej Mahecic, portavoz de ACNUR, el 15 de septiembre. “Muchos nuevos desplazados dicen haber sido testigos de asesinatos, robos, saqueos y secuestros”, añadía.
UN SÍMBOLO DE RECONCILIACIÓN, EN MEDIO DE LA VIOLENCIA
En la orilla sur del río Oubangui, que forma la frontera entre la República Centroafricana y la República Democrática del Congo, atravesado por miles de refugiados en su huida del país, se localiza un centro de esperanza en medio de la violencia. En este centro de refugio en la ciudad congoleña de Zongo, madres musulmanas y cristianas han sido asistidas en sus partos, pudiendo dar a luz a sus hijos con seguridad e higiene, y miles de refugiados del vecino país del norte han sido acogidos, indistintamente de su religión. El centro fue regentado durante 30 años por la monja italiana María Concetta, de 84 años, y por el imán Moussa Bawa, que, tras fallecer en 2016, fue sustituido por el joven Moustafa Mobito, de 34 años.
“Siendo el líder musulmán, tuvo que perseverar con su mensaje de dejar la guerra, de perdonar y de buscar la paz”, recuerda del imán Moussa Bawa la madre María, en cuya enfermería, han nacido más de 33.000 niños. “Cuando tratas con gente que ha sufrido, no es fácil llevarles de vuelta al camino correcto”, aseguraba la monja, poco después de la muerte del líder musulmán.
Para ACNUR, la olvidada crisis de refugiados de la República Centroafricana es “una de las que padecen una mayor falta de financiación de todas las emergencias humanitarias en el mundo”, y el retorno voluntario de los refugiados solo podrá darse si se apoya completamente una transición hacia la paz y la estabilidad. A pesar del dolor causado por la muerte del imán Moussa Bawa, la hermana María Concetta y el nuevo imán, continuarán aportando su granito de arena para la reconciliación de un país que apenas ha conocido la paz desde que comenzara el nuevo siglo.
Fuente: branded.eldiario.es
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