Iván Restrepo
Indignados por la forma en que el señor Donald Trump trata los asuntos relacionados con México y la tibia respuesta del gobierno a sus exabruptos; sin digerir todavía lo que significa el nuevo yacimiento de hidrocarburos en Veracruz; indignados también porque el Poder Judicial y el gobierno federal se niegan a proceder contra quienes en Petróleos Mexicanos y otras dependencias oficiales obtuvieron ilícitamente dinero vía los contratos con la empresa brasileña Odebrecht; dolidos por los muertos, damnificados y daños que dejaron los dos últimos sismos; por los huracanes y la violencia que no cesa; por el intento de la familia Calderón- Zavala de regresar a desgobernar el país, se olvidaron los problemas que causa extraer hidrocarburos por medio de la técnica del fracking.
Prohibida en varios países por los daños que ocasiona a la salud y al ambiente, en México levanta también inconformidad en amplios sectores. El fin de semana pasado se celebró en la Casa de la Solidaridad de Ciudad de México, un taller para analizar sus efectos nocivos. Estuvo a cargo de dos especialistas en contaminación: la doctora Lilia América Albert y Marisa Jacott. Ambas recalcaron en el citado taller que la extracción de hidrocarburos mediante el fracking, se hace con técnicas que exigen utilizar numerosas sustancias tóxicas que afectan especialmente la salud y el ambiente. Pese a ello, en nuestro país no está regulada su utilización para extraer gas y petróleo que se hallan en los poros de formaciones rocosas poco permeables (lutitas), situadas a profundidades de entre mil y 5 mil metros. Su objetivo es fracturar las rocas para liberar el gas y el petróleo encerrados allí. Para ello se perforan cientos de pozos en amplias extensiones a fin de inyectarles millones de litros de agua con una mezcla de sustancias, muchas de ellas tóxicas. Todo este proceso incluye ductos, estaciones de compresión, deshidratadoras, plantas procesadoras, tanques de ferrocarril, quemadores y depósitos de almacenamiento; pozos de inyección e instalaciones para eliminar o tratar las enormes cantidades de desechos líquidos tóxicos generados por el fracking.
Conforme esta técnica y las actividades relacionadas con ella se han extendido en Estados Unidos hacia zonas más pobladas, surgen pruebas que demuestran su peligro para las personas y las comunidades en formas que es casi imposible mitigar. Los riesgos incluyen impactos adversos en agua, aire, suelo, agricultura, salud y seguridad pública; valores de la propiedad, estabilidad del clima y social. Hasta sismos. Todos estos efectos ocupan la atención internacional, con países en pro y otros en contra.
Mientras algunos gobiernos, alentados por las compañías de gas y petróleo, autorizan utilizar dicha técnica, investigadores, comunidades y otros gobiernos basan su oposición en los estudios que documentan los muchos riesgos y daños que causa.
El asunto es económico y político y donde la protección del ambiente se enfrenta a grandes intereses y tiene lugar secundario en las decisiones oficiales. Entre los efectos negativos del fracking sobresalen el elevado consumo de agua y su pérdida para el ciclo hidrológico; el agotamiento de las fuentes de agua; la elevada generación de desechos tóxicos y dificultades para su manejo; la contaminación de los mantos freáticos, el agua superficial y la atmósfera; la migración de gases y sustancias del fluido hidráulico hacia la superficie; la contaminación del suelo por derrames, la emisión de gases de efecto invernadero (metano y otros); la sismicidad inducida; la contaminación acústica; el cambio drástico del paisaje, y la alteración de la biodiversidad por la ocupación del territorio
Hubiera sido muy conveniente que al taller impartido por Lilia Albert y Marisa Jacott asistieran integrantes del Poder Legislativo y del área del medio ambiente federal. Para que supieran, si es que lo desconocen todavía, los efectos nocivos que ocasiona el fracking. Y la obligación que tienen de actuar en bien del país, de sus ciudadanos y recursos naturales. Por supuesto, brillaron por su ausencia.
Fuente: lajornada.unam.mx
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