Por: Juan Manuel Hurtado López
Del 23 al 27 de julio de 2018 celebramos el XX Encuentro Nacional de Comunidades Eclesiales de Base en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. A raíz de esta experiencia y en relación con el tema del aporte de la espiritualidad de los pueblos indígenas a las CEB’s, me surgen los siguientes aportes.
1. “Tocamos lo integral, la armonía”
En el Núcleo que se ubicó en Tila, Chiapas, en la capilla de Cristo Rey, nos encontramos reunidos alrededor de 150 hermanos y hermanas de CEB’s entorno a un inmenso Altar Maya. Es un rico Altar cargado de variadas frutas, enormes calabazas, plátanos, yuca, piñas, flores de varios colores, mazorcas de maíz rojo, negro, blanco y amarillo; frijol de varios colores, exuberantes guías de plantas tropicales, propias de esa región. Ahí está el incienso, los tambores, el caracol, las flautas. Ahí están las candelas sembradas: roja al oriente, negra al poniente, blanca al norte, amarilla al sur. Y al centro de nuestro inmenso Altar Maya están las candelas azul y verde: representando a Dios Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, donde se cruza el camino de Dios con el camino de la humanidad para, juntos, tejer la historia. Sobre el Altar está un crucifijo, una Biblia, la Virgen de Guadalupe y una foto de jTatic Samuel.
Es un Altar total, integral, armónico, no falta nada: está el tiempo y el espacio, Dios y la humanidad, el hombre y la mujer, el cielo y la tierra. Llega el momento de la oración. Cada uno de los 150 hermanos ahí presentes hemos recibido una vela. El Principal va a empezar la oración.
El escenario es inmejorable. Un recio templo de piedra, alto, hecho de forma casi exagonal, cubre el escenario, y al frente y detrás del Altar una enorme pintura de Mons. Oscar Arnulfo Romero, mártir que luego sería canonizado el 15 de octubre y un crucifijo grande, copia del Señor de Tila.
Ahora el principal va a empezar la oración.
Primero se inciensan las velas del Altar y luego se van encendiendo en el orden arriba señalado. A continuación los presentes encendemos nuestras candelas, todos nos dirigimos hacia el oriente, hacemos una reverencia y suena el caracol tres veces. El Principal ora en voz alta: el perfume del incienso inspira nuestra escucha y contemplación. Todo es oración. Luego giramos -siempre sobre el lado izquierdo- hacia el poniente y hacemos una reverencia. Vuelve a sonar el caracol tres veces. El Principal continúa la oración. Aspiramos el perfume del incienso, elevamos nuestro espíritu. Ahí están presentes todas las necesidades del pueblo y de la tierra, ahí está Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahí está la Virgen María y los Santos, nuestros cuidadores: jCajcanantic, ahí están todos los patronos de nuestras parroquias, ahí está el Señor de Tila, patrono de esta parroquia que es Santuario diocesano de San Cristóbal de Las Casas. Ahí está jTatic Samuel y su palabra profética, ahí está Mons. Romero y su testimonio martirial.
Continuamos la oración ahora girando hacia el norte y luego hacia el sur. El caracol sigue sonando y antecediendo cada momento de oración hacia los cuatro rumbos del universo. Finalmente nos dirigimos todos hacia el centro: ahí donde está Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, el Paswanej: nuestro Hacedor; el jManwanej: nuestro Comprador, el que nos rescató. Nuestra oración continúa y ahí entran todas las necesidades de quienes hemos venido a este Encuentro desde los muy diversos rumbos de nuestro país: de Mexicali y de Monterrey, de Puebla y de Veracruz, de Michoacán y de Tapachula, de Guanajuato y de Jalisco, de la Ciudad de México y de Tlaxcala, de Chiapas y de Colima.
Es un momento intenso de oración en el que tocamos la vida herida de nuestro país con tanta violencia y tanto desaparecido y asesinado, ahí están nuestros hermanos migrantes, ahí está el sufrimiento de nuestras comunidades indígenas y campesinas heridas por el hambre, la miseria y la injusticia e inequidad. Pero también presentamos a Dios Padre y Madre la lucha de nuestros pueblos, la exigencia de los familiares de los mártires de Acteal y de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, la lucha de los mineros de Pasta de Conchos, la lucha de los maestros. Es todo un rosario de súplicas engarzadas por el dolor y la esperanza. Sí, nuestra vida es pascual, muerte y resurrección. Caminamos desde el rojo del amanecer por el oriente hasta el poniente que es de color negro, lugar de la muerte y del descanso, para luego renacer de nuevo.
También hacemos presente el dolor y sufrimiento de nuestra Madre Tierra –figurada en el Altar Maya- saqueada y herida por el deterioro ecológico. Pero también hacemos memoria de todas las luchas en defensa y cuidado de nuestra Madre Tierra, la Laudato Sii y el Sínodo panamazónico. Nos sentimos parte de esta tragedia y de esta esperanza. Viajamos en la misma barca con toda la creación. Lo que le pase a una planta, a un árbol, a una semilla, a una montaña, a un río, a nosotros nos afecta vitalmente.
Para terminar este momento de oración sembramos nuestra candela alrededor del Altar Maya y besamos a nuestra Sagrada Madre Tierra. Culminamos nuestra oración con tres piezas de baile ritual.
2. Compartir y aprender
Los pueblos indígenas han dicho que están en disposición de compartir sus flores y sus frutos con otros pueblos, sus ritos y sus mitos, sus tradiciones y cultura, sus libros sagrados como el Popol Vuh y el Chilam Balam, sus valores y principios, sus Ciudades Antiguas Sagradas como Palenque, Tonina’, Tenam Puente, Bucsotz, Uxmal o Chichen Itza’. Y poco a poco los habitantes de otras culturas, de otros pueblos, hemos ido bebiendo de sus ricos manantiales, hemos ido enriqueciendo nuestro espíritu con otras sabidurías, nos hemos sentado en el Pop, en el petate de su historia para aprender de esta espiritualidad y sabiduría milenarias.
Hemos aprendido de la profunda espiritualidad encerrada en sus 20 calendarios, en su kam wuj, en el libro del destino; hemos aprendido de las energías de cada uno de los 20 días del calendario maya que están en relación con el nacimiento del hombre y de su destino; hemos aprendido de sus profecías, de su cosmovisión. Para los mayas todo es espiritualidad: el movimiento de un astro, del sol y de la luna, la fuerza y el movimiento del viento y del fuego; la fecundidad de la Madre Tierra y lo infinito del cielo, las montañas y la cuevas, los nacimientos de agua y los ríos, el mismo calendario maya es un contenido de espiritualidad y de teología. Los mayas fueron grandes astrónomos y conocedores del cielo y del movimiento de los astros y lo dejaron en gran parte escrito. No obstante la destrucción que hicieron los españoles de sus códices, de sus calendarios, de sus sabias enseñanzas sobre la medicina, una buena parte de esta riqueza se ha podido rescatar, gracias a las investigaciones de muchos años.
Esto es lo que ofrecen los pueblos mayas, estas son las flores y los frutos de su cultura que a ellos les ayudaron a vivir en armonía y paz y ahora los ofrecen a nosotros. Como miembros de las Comunidades Eclesiales de Base, tenemos un recorrido de muchos años de usar los signos y los símbolos como elementos para expresar nuestra espiritualidad; el lenguaje corporal, simbólico en las celebraciones y en nuestra oración no nos es ajeno. Más bien nos sentimos como en casa.
Por esta razón, en el pasado Encuentro Nacional de Comunidades Eclesiales de Base celebrado en nuestra diócesis de San Cristóbal de Las Casas, pudimos beber parte de esta espiritualidad en la celebración de inicio y en los diferentes Núcleos en los que participamos. La espiritualidad mayense es como una fiesta, como un banquete: se participa en la medida en la que el vaso de nuestro corazón está dispuesto a llenarse. Creo que para la mayoría de nosotros, el haber participado en los trabajos y en las celebraciones y oraciones, fue una experiencia de bendición.
3. Los pueblos mayenses nos ofrecen algo más
Pero los pueblos indígenas no sólo nos ofrecen estas flores y estos frutos de su cultura y espiritualidad. Los pueblos indígenas nos ofrecen actitudes, principios, costumbres. En esta sociedad de consumo desbordado, utilitarista, mercantilista en la que todo se compra y se vende hasta la dignidad y el honor, la integridad personal, los pueblos indígenas ofrecen su desapego natural de la acumulación, del derroche, de idolatrar el dinero. Saben vivir en la austeridad y desapego. Nos ofrecen su espíritu de compartir lo que se tienen como las cosechas y los frutos; éstos no se amontonan, no se acaparan en unas solas manos. Los frutos son para compartir en la comunidad como cuando hacen sus fiestas patronales y se preocupan de que todas las familias vayan a sus fiestas y participen del rito y de la comida, de la oración y de lo que han preparado con tanto esmero durante todo un año.
Nos ofrecen también un espíritu contemplativo de la creación. Es la convicción de que todos nosotros somos una partecita de la inmensa creación y de que todos los seres están vivos: los astros y las piedras, los animales y las plantas, los mares y los ríos, el cielo y la tierra. Todo está habitado.
Nos ofrecen la posibilidad de vivir en armonía con todo lo creado, respetando a todos los seres, y no esa actitud agresiva de dominio y destrucción que ha mostrado la así llamada civilización occidental.
En las comunidades, cuando existe un conflicto, una enfermedad, lo primero que se hace es una oración, es mirar el corazón para ver qué es lo que no está en paz, que es lo que causa el conflicto. No es entonces cuestión sólo de poder, de imposición, de ganancia, de intereses. Va más a lo profundo del ser, a lo que no está en orden en el corazón. De hecho los hermanos indígenas tienen la expresión: “caminar con un corazón”. Y esto se aplica a un matrimonio, a una persona, a una comunidad. Entonces, la solución a los problemas parte desde la armonía del corazón de cada quien. Y por eso es necesaria, fundamental la oración, el reconocer que hay un Hacedor, un arreglador de los problemas.
Esta espiritualidad, esta perspectiva también nos la ofrecen los pueblos originarios como parte de nuestra espiritualidad.
Y sobre todo nos comparten el sentido sagrado de la creación. Las cosas, los montes, los ríos, las cuevas, los animales, la milpa, el sol, la luna, no son cosas, no son objeto, mercancía que se puede canjear por dinero o por poder. Una montaña sagrada, una cueva, un río, el lugar donde están enterrados los ancestros, no se pueden vender para hacer ahí una fábrica, un comercio, un centro recreativo. Ahí habitan los guardianes de los cerros, de las cuevas y de los ríos; ahí habita la memoria de los antepasados, su fuerza, su sabiduría. Ahí se recrea y se renueva la vida y el espíritu cada vez que estos pueblos, estas comunidades se acercan a presentar su ofrenda: sus flores, su incienso, su candela, su música, su oración, su baile ritual. Estos lugares son parte de su ser y de su historia, de su espíritu y de su identidad, de su esperanza y de su lucha. Por eso no se pueden vender, sería como vender el alma, el corazón, la historia de nuestros antepasados, de aquellos que nos trajeron a este mundo.
Acercarse a esta profunda riqueza cultural, espiritual, ancestral, es descubrir en el fondo de nuestros corazones lo que ya habita en nosotros desde hace miles de años y aparece como dormido. Por eso en la danza ritual volvemos a sentir la armonía primigenia, en el sonido del caracol escuchamos las voces profundas de nuestro ser y de nuestra historia, en el incienso tocamos nuestra relación con Dios, el Creador y Formador, al que es Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra, el jManujel: nuestro Comprador, el que nos rescata.
Creo que las Comunidades Eclesiales de Base, en el pasado Encuentro Nacional, por lo menos tuvimos un atisbo de esta inmensa y profunda riqueza. Y esta riqueza está abierta a todas las Comunidades Eclesiales de Base de México y de América Latina y El Caribe.
Fuente: amerindiaenlared.org
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