viernes, 15 de julio de 2016

¿Evangelio o Religión?


elcatalejodelpepe

El movimiento que generó un judío marginal en una zona igualmente marginal en el imperio romano hace poco más de dos mil años se convirtió en una “religión”. Los seguidores de Jesús de Nazaret lo transformaron en un objeto de culto, y el culto necesita ritos para expresarse, así como un lenguaje propio, unas categorías propias, una doctrina que lo identifique, una organización que lo estructure.
En cambio, el evangelio es un mensaje que se proclama: una buena noticia que se comunica al mundo. Jesús anunció la voluntad de Dios invitando a la humanidad a vivir conforme a ella: establecer una relación de amor entre Dios y su pueblo, entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza. Así habrá crecimiento, porque solamente el amor es fecundo.
Pero la religión es entrar en una estructura que al amor le queda como un corsé estrecho y muchas veces agobiante.
El evangelio viene de Jesús. La religión no procede de Jesús. El no fundó religión alguna, ni enseñó ritos, ni doctrinas, ni organizó algún sistema de conducción. Jesús anunció el cambio radical de la humanidad, una revolución a todo el sistema religioso, y que sería llevado a cabo por los empobrecidos de este mundo, ya que ellos son los únicos que no tendrían intereses que defender: solamente propuestas que animar.
Pero si Jesús no fundó religión alguna, sus discípulos sí lo hicieron. Ellos iniciaron un culto a Jesús que fue reemplazando al seguimiento de Jesús. Jesús nunca pidió un culto a su persona, pero sí insistió en el seguimiento de su persona y la fidelidad a su mensaje.
Con el culto nació la doctrina que lo sustentaba. Con la doctrina apareció la apologética o sea las dicusiones acerca de cómo entender determinadas propuestas de seguimiento. Y entonces, cada vez más, se empezó a nublar el mensaje primitivo y se fueron acumulando declaraciones, distinciones, argumentos, falacias, imposiciones y herejías. El evangelio se había convertido en religión.
A partir de ahí, separar lo sagrado de lo profano fue una consecuencia lógica. Lo sagrado requería un sistema propio: la liturgia, el lenguaje, las vestimentas, la organización, una doctrina que justificara. También unos personajes que representaran lo sagrado: el clero se apropió de esa circunstancia.
Al comienzo, todos eran laicos. Jesús también era un laico, pues no pertenecía a la clase sacerdotal, ni al grupo de maestros de la ley, ni a la clase farisea de los observantes y puros. Era de la clase popular, sin títulos ni distinciones especiales: el hijo del carpintero del pueblo.
Sus seguidores, al convertir el seguimiento en culto, al separar lo sacro de lo profano, dejó en manos del clero la conducción, y todo lo demás, “lo profano” , quedó en calidad de receptores pasivos.
Es lo que se vive aún hoy. Salir de esta situación producida por la historia pecadora de nuestra iglesia, costará tiempo y esfuerzo. Volver al evangelio significa renunciar al poder, bajo todas sus formas. Seguir en la religión, al contrario, requiere apoyarse en el poder, también bajo todas sus formas.
¿Estará hoy día ayudando a esta conversión mental y cordial, la catequesis, las homilías, las cátedras de teología, en las “cartas pastorales”, la peparación de los nuevos animadores comunitarios, las llamadas “clases de religión”, la formación en los seminarios?

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