Acto simbólico de Oxfam ante la Cumbre del G20 en Hamburgo en julio de 2017. Imagen de Mike Auerbach. OXFAM
La cumbre del G20 en Hamburgo acaba de terminar. Amenazaba con ser el G20 más tenso de la historia y se ha convertido seguramente en el más irrelevante. La hostilidad de Trump sobre temas como el cambio climático y el proteccionismo comercial han arrancado la rabia de los manifestantes en las calles de Hamburgo, como hacía tiempo que no se veía ante este tipo de cumbres, y han cooptado el resto de la agenda. ¿Hacia donde mira entonces el G20? En un mundo en el que tan sólo 8 personas (8 hombres) concentran tanta riqueza como los 3.600 millones más pobres, los líderes mundiales siguen sin mirar de frente la lucha contra la desigualdad extrema.
La gran crisis financiera de 2008 fue la razón del resurgir del G20 de sus cenizas, para “refundar el capitalismo” incluso y “acabar con la era de los paraísos fiscales”. Pero la ambición de entonces no vino de la mano de un mandato verdadero que traspasara los puros intereses nacionales. Las decisiones en el G20 se toman por consenso y basta con el bloqueo unipersonal y unilateral de un país, para generar parálisis total. El G20 sigue siendo un espacio global, pero cada vez menos multilateral. Y en esta parálisis de liderazgo político, la lucha contra los paraísos fiscales ha recibido un duro golpe en la nuca.
Los jefes de Estado de estas 20 principales economías del mundo acaban de ratificar una lista negra de paraísos fiscales en la que tan sólo figura un país: Trinidad y Tobago. Una isla del Caribe Sur, con algo más de 1 millón de habitantes que es famosa por haber inventado el Calipso y poco más. ¿Será cierto que hemos acabado con los paraísos fiscales ya? ¿Nos podemos colgar esta medalla? Parece difícil de creer, apenas un año después de que estallaran los Papeles de Panamá, de que grandes marcas como Google o Apple (entre otras) nos sigan sorprendiendo con sus sofisticados engranajes fiscales, o de que los titulares de toda la prensa internacional sigan levantando escándalo tras escándalo. Es absurdo pensar que el problema de los paraísos fiscales se reduce a un solo territorio.
Llamarlo “lista” es todo un eufemismo, casi una broma de mal gusto. De hecho, a los Jefes de Estado les ha debido de entrar hasta el pudor, porque lo han escondido en medio de un comunicado tibio y apocado, que evita incluso llamarlo “lista”. Pero lo cierto es que es toda una declaración de intenciones con la que dan carpetazo a la necesidad de impulsar avances más en profundidad en la lucha contra la evasión y elusión fiscal. Es absurdo pensar que el problema de los paraísos fiscales se reduce a un solo territorio. Más absurdo es no verlo como lo que son realmente, un complejo y oscuro entramado, con el que juegan en red grandes fortunas y grandes empresas para usar a su antojo las inconsistencias de cada uno de ellos. Los mismos Papeles de Panamá nos dieron la prueba.
Por ridículo que parezca, el problema fundamental sigue siendo qué entendemos por paraíso fiscal. La definición de la OCDE, a quien el G20 da el mandato de elaborar esta lista, se limita sólo a considerar el tema de la transparencia, dejando fuera criterios fundamentales como toda la batería de políticas basadas en la competencia fiscal agresiva o incluso la baja o nula tributación. Un tipo nominal en el Impuesto de Sociedades del 0% ni siquiera es un indicador para la OCDE cuando ya está incorporado al menos entre los criterios de la lista que aborda la Comisión Europea.
Hace unos meses, Oxfam publicó “Guerras Fiscales”, un informe con una metodología que establece un ranking de los 15 países más agresivos para la tributación empresarial. Por orden de importancia son: Islas Bermudas, Islas Caimán, Países Bajos, Suiza, Singapur, Irlanda, Luxemburgo, Curazao, Hong Kong, Chipre, Las Bahamas, Jersey, Barbados, Mauricio, y las Islas Vírgenes Británicas. Y lo son porque tienen una batería sin fin de prácticas nocivas, no cuentan con una legislación anti-evasión fiscal consistente, no aplican retenciones para gravar la sangría de préstamos intragrupo, dividendos o royalties…o simplemente, tienen un tipo en el impuesto de sociedades del 0% o extremadamente bajo.
Tan solo 4 de estos territorios están en la lista española. Y sin embargo, 2 de cada 3 euros de inversión que llegó a nuestro país el año pasado lo hizo a través de alguno de estos 15 países (el 67% del total de la inversión extranjera que llega a España), lo que supone unas pérdidas estimadas de al menos 1.550 millones de euros. Y la inversión de salida desde nuestro país hacia estos territorios agresivos y opacos se ha multiplicado por 3 prácticamente en el último año, y atraen más del doble de inversión que América Latina o 43 veces más que China.
Así es que mientras en Hamburgo nos quedábamos atentos a Trump y sus pequeños juegos de hostilidades, fuera se abre una verdadera batalla campal en lo fiscal por un modelo que antepone la agresividad fiscal como bandera de la competitividad comercial y empresarial. En esta guerra hemos perdido una batalla y el precio lo seguirán pagando los ciudadanos del mundo entero. Los países del G20 han pasado de tener tipos nominales en el Impuesto de Sociedades entorno al 40% hace 25 años a situarse por debajo del 30% hoy en día. La reforma fiscal norteamericana no hará sino acelerar esta carrera a la baja en la tributación empresarial, con un efecto dominó que afectará a todos los países. En España, hemos pasado en los últimos 10 años del 35% al 25%. En Europa, el promedio no llega ni al 23% mientras Reino Unido, Hungría, Suiza, Luxemburgo o Bélgica ya han anunciado recortes considerables y en Francia, está en el programa del Presidente Macron.
El economista Jacques Attali (asesor del expresidente francés François Mitterand durante más de 10 años, reconvertido ya en mentor de Macron) decía que si el G20 no existiera, habría que inventarlo. Quizás sea el momento.
Fuente: elpais.com
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