Si lo que pretendían anteayer Donald Trump y Beniamin Netanyahu era poner en evidencia la orfandad de los palestinos y la inconsistencia del mundo árabe, lo han conseguido. Los regímenes antaño defensores de la causa palestina han reaccionado con unánime tibieza ante el “plan de paz” atribuido al yerno de Trump. En realidad, una capitulación en toda regla que dejaría a los árabes con una sexta parte de la Palestina histórica, sin Jerusalén, sin soberanía, sin agua y sin futuro.
Omán, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos (EAU) se anticiparon al mandar a sus embajadores a la puesta de largo en Washington, como coartada árabe de un plan en el que los palestinos ni siquiera fueron consultados. Ayer, estos y otros gobiernos afines reaccionaron de forma no menos contemporizadora. Egiptoaseguró que “estudiará a fondo el proyecto”. Arabia Saudí celebró el plan y hasta la Liga Árabe apreció “los esfuerzos”. Pero también los saludó Qatar, que aun acogiendo la mayor base aérea de EE.UU.en la región, ha pagado hasta hora un alto precio por sus posturas propalestinas.
Riad, El Cairo o Dubái ya pueden apoyar que Palestina sea reducida a un bantustán sin temor a la calle
La única nota árabe discordante es la Siria de Bashar el Asad, cuya supervivencia no estaba prevista. Los demás regímenes de socialismo retórico pero laicismo real –como el Irak baasista o la Libia de Gadafi– han sido borrados del mapa y, con ellos, el nacionalismo panarabista del que la causa palestina era ingrediente esencial.
Cierto, Jordania es cautelosa, porque la mitad de su población es de origen palestino, pero los recientes acuerdos con Israel sobre el gas tapan bocas. Y Líbano e Irak, bastante tienen con lo suyo.
Así que la más sonora oposición al proyecto de Gran Israel, en el mundo musulmán, no llega del campo árabe, para escarnio de este, sino de Irán y Turquía.
“Es un plan que nace muerto”, han dicho los gobernantes turcos, cuyos ancestros administraron Palestina durante cuatro siglos. Más tajante ha sido Jamenei, líder supremo iraní, aliado de Hamas y Yihad Islámica de Hamas.
“Es el bofetón del siglo y acabará en el basurero de la historia”, ha sentenciado el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas. Mientras que el jefe de los negociadores palestinos, Saeb Erekat, lo rechaza también desde Ramala como “un corta y pega del proyecto de Netanyahu y los colonos israelíes. Anexión y apartheid”.
Jared Kushner, el judío ortodoxo en casa de cuyos padres se hospedaba el joven Netanyahu cuando visitaba Nueva York, se encoge de hombros: “No se pueda decir que los líderes palestinos sean negociadores muy competentes, harán lo que han hecho siempre, que es fastidiarlo todo”.
DigDiga lo que diga el yerno de Trump, ningún dirigente palestino –ni siquiera el más corrupto que los actuales– firmará jamás la renuncia a sus derechos políticos, a cambio de inversiones. “Jerusalén no se vende”, repiten. De modo que todo seguirá igual, lo que explica que no haya habido una explosión de ira. De momento.
Dicho de otro modo, Israel seguirá violando la legalidad internacional, con la única diferencia de que ahora EE.UU. será un cómplice todavía más explícito.
Pero para la ONU nada ha cambiado. Dan fe las innumerables resoluciones a favor de la creación de dos estados soberanos, con base en las fronteras de 1967.
A medio plazo, las componendas de Israel con los regímenes árabes más alérgicos al sufragio universal sólo agrandarán la imagen poco ejemplar de Turquía e Irán –y sus adláteres– entre los palestinos. Convertidos en ciudadanos de segunda en su propia tierra –dentro o fuera de Israel– y sedientos de democracia.
Para más inri, un juzgado holandés desestimó ayer la demanda de un ciudadano palestino-neerlandés contra el candidato a primer ministro Benny Gantz, por la pérdida de seis familiares en el bombardeo de Gaza ordenado por este en el 2014, cuando era jefe del Estado Mayor israelí.
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