Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Lo que voy a decir es preciso examinarse en perspectiva; con una de esas dos perspectivas que ha de elegir el antropólogo para estudiar una cultura que no es la suya… En efecto, el antropólogo tiene dos formas de ver las cosas. Una es la que logra proyectando su mirada desde el interior del sistema, es decir, adoptando temporalmente los valores y las apreciaciones de los estudiados, a la cual denominamos emic. La otra perspectiva, llamada etic, es la que logra mirando al sistema desde fuera, es decir, como si el antropólogo estuviera fuera de la sociedad que estudia. La mirada emic es el resultado de la progresión científica de la antropología y es el resultado de una distinción fina y precisa que resulta inseparable de la ciencia antropológica. Pero en el caso que me ocupa es la etic, como si fuéramos individuos de cualquier otra cultura distinta de la occidental capitalista que estudia ésta… O mejor, como si fuésemos habitante de otro planeta de vida superior que ha venido a estudiar la nuestra.
Esta cultura occidental que tanto se pavonea de una inteligencia superior a las demás, no concibe la vida sin mercadear constantemente. La economía y la vida giran en torno al mercado. Y en países como España cobra una importancia aún más inusitada. Parece que no hubiera otra cosa qué hacer ni a qué dedicarse para convivir, ni otra solución para facilitar bienestar a las personas, que comprar y vender masivamente artefactos y servicios. Pues sólo en comprar y vender sin solución de continuidad, sólo en el Mercado -dicen economistas y políticos aunque no saben cómo- está la solución. En caso contrario el país se viene abajo. Como si no estuviera ya gran parte de la población en el abismo o al borde del abismo…
Pues bien, esa incapacidad para comprar y vender productos al fin superfluos, es a un tiempo causa y efecto de la crisis económica y por extensión social; crisis que, aparte maquinaciones financieras, sobreviene cuando la compra y la venta (el consumo) cesan bruscamente porque esa misma masa de población acostumbrada durante dos décadas a excitarse consumiendo, carece repentinamente de trabajo y de dinero. Así, cuando la población en su conjunto no mercadea (y no mercadea compulsivamente), es decir, no adquiere a mansalva lo superfluo, tiene lugar otro grave efecto; cual es que millones de personas carecen de lo indispensable y sobreviven sólo por la caridad y por la filantropía, no por la tutela y la inteligencia de los gobernantes en una sociedad fundamentalmente urbana en la que sólo en el empleo, en el tráfico mercantil y en la filantropía cabe esperar la subsistencia. Como en el medievo.
¿Habrá mayor despropósito que habiéndose conseguido ya una producción de bienes básicos (alimentos, vivienda, abrigo y energía) para toda la humanidad, las sociedades que integran estas culturas y quienes están a su frente sean incapaces de proporcionar a todos bienestar duradero y felicidad de otra manera que no sea mediando “el mercado”? Después de una historia antropológica de acciones y reacciones básicamente primarias, a la altura de los tiempos que corremos la mutilación del sentido de cooperación y la falta de imaginación para organizar a la sociedad de otra manera, es una depravación de la inteligencia de quienes encarnan el poder. No saber armonizar progreso material y progreso moral de manera que el primero sea sólo posible a costa del segundo, es una aberración imperdonable e impredecible hace apenas unos años. Pues no basta que vivan con desahogo y bienestar sólo mayorías. Con que un solo ciudadano sea desgraciado por insuficiencia del Estado, porque el Estado no es capaz de darle amparo, ese Estado es un Estado fracasado. El español, por ejemplo…
En todo caso, habiendo suficientes brazos y cerebros para todo y para todos, que no nos sea posible todavía dedicarnos expansivamente al estudio, a las artes y a los oficios, al ejercicio y al deporte, a criar y educar a los hijos con sosiego, a la contemplación de la naturaleza y al disfrute de sus generosas ofrendas, y que el ocio creativo no sea un logro de la sociedad, resulta desolador y nos hace abominar del cerebro de quienes desfilan a lo largo del tiempo sujetando las riendas del poder; inteligencia cuyos resultados finales son ordinariamente consecuencia de la propuesta y de la aprobación de los menos despejados. Y es que es proverbial en este país confundir genio con talento, inteligencia con listeza. Lo más probable es que todo sea debido a esa estupidez humana de la que dijo Einstein es infinita como el universo aunque de la infinitud del universo no estaba seguro…
Fuente: redescristianas
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