domingo, 4 de enero de 2015

Predicadores poderosos.

Predicación de San Pablo en Efeso, por Eustache Le Sueur


Después de escuchar a innumerables personas predicar sobre las Escrituras he observado que algunas lo hacían de forma mecánica, otras se limitaban a leer un texto que habían preparado con mayor o menor acierto, otras articulaban frases más o menos coherentes, otras se esforzaban para intentar comunicar algo, otras daban una clase magistral como si de alumnos de un colegio se tratara…, y otras llegaban a lo más profundo del corazón. Reflexionando en esto he llegado a la conclusión de que solo en la medida en que tenemos un encuentro con la Palabra podremos transmitir el mensaje de Dios por la fuerza del Espíritu.

Predicar es más que hablar en público, más que articular frases ordenadas, más que seguir las reglas de la oratoria… Hablar es lo que hacen los políticos cuando se les llena la boca de promesas que no van a cumplir; hablar es lo que hacen algunos tertulianos en las distintas emisoras de radio cuando son confrontados con una pregunta incómoda y dan vueltas a una idea sin decir absolutamente nada; hablar, en muchas ocasiones, quizás demasiadas, es lo que hacen los que intentan manipular a sus oyentes con palabras persuasivas, buscando sus propios intereses y no los intereses de los demás…

Insisto, predicar es más que hablar, es más que articular palabras de una forma ordenada. Cada vez que escucho un sermón, me pregunto si el orador está llegando a los oyentes, si el mensaje traspasa la corteza cerebral y alcanza lo más profundo de nuestro ser, si ha “tocado” el corazón en el sentido bíblico del término (sede del pensamiento, sentimiento, voluntad e intenciones). También pregunto a la persona con la que comparto mi vida si piensa que el sermón escuchado en la iglesia ha llegado a los demás y, normalmente, hay coincidencia de criterio. Además, hago estas preguntas cuando me ha tocado a mí compartir el mensaje de la Palabra y, siendo honesto, he descubierto momentos en los que he logrado llegar a lo más profundo del corazón y momentos en que he notado barreras propias y ajenas que obstaculizaban la transmisión del mensaje del Señor. En unos casos la predicación ha sido poderosa; en otros, ha sido pobre.

Siguiendo las reglas más básicas de la comunicación, que un mensaje “conecte” depende del orador y del oyente; pero creo que es responsabilidad del que habla captar la atención de su auditorio e intentar transmitir activamente el mensaje. En este sentido, la motivación es clave para lograr el objetivo.

Por ello, vuelvo a recalcar que, solo en la medida en que tengamos un encuentro con la Palabra, podremos transmitir el mensaje de Dios por la fuerza del Espíritu. Por ello, para motivar al auditorio, el orador ha de haber sido persuadido previamente al encontrarse con la Palabra. El término “motivación” proviene del latín “motivus”, movimiento y el sufijo “-ción”, acción. De esta manera, si uno mismo no ha sido motivado, jamás podrá motivar a los demás; si uno no ha sido “movido” en su interior, jamás podrá mover a la acción a los demás.

Moisés se encontró con el Señor y fue comisionado para llevar un mensaje a Israel: “Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo…, a una tierra que fluye leche y miel”, dice el Señor (Éxodo 3.17). Más adelante, Moisés llega a Egipto y va a la presencia de Faraón para transmitirle el mensaje de Dios: “Deja ir a mi pueblo” (Éxodo 5.1). Moisés vuelve a tener un encuentro con Dios y le da un recado para transmitir a Israel, un mensaje de esperanza, de futuro (Éxodo 6.1,ss.). El pueblo no escuchó las palabras de Moisés a causa de la congoja que tenía y de las duras condiciones en que trabajaba (Éxodo 6.9). Lo importante de este relato es la capacidad y valentía que demostró Moisés al ir a hablar a un pueblo oprimido, sometido, esclavizado y la osadía que tuvo para enfrentarse a Faraón, Rey de Egipto, uno de los imperios más formidables de la época. El resultado ya lo conocemos. Moisés guió al pueblo de Dios hacia la tierra prometida porque había tenido un encuentro con Dios que había transformado su propio corazón, lo que le llevó a transmitir el mensaje del Señor con poder.

Otro relato trascendente lo encontramos en el segundo libro de los Reyes 22.1,ss., y tiene que ver con el hallazgo del libro de la ley; la profetisa Hulda fue consultada y ésta dio un mensaje de parte de Dios para el Rey Josías: “Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová…” (2º Rey 22.18-19). El Rey Josías mandó llamar al pueblo, desde el más chico hasta el más grande y leyó la Palabra y, después, se puso en pie e hizo pacto delante de Jehová (2º Rey 23.1,ss.). Al tener un encuentro con la Palabra, el rey transmitió el mensaje al pueblo y decidió cambiar las cosas desarrollando una serie de reformas.

Viene a mi mente el encuentro con la Palabra que tuvo el pueblo de Dios cuando Esdras lee la ley ante todos los que podían entender (Neh 8.1,ss.). Hay algunas anotaciones en el texto que merece la pena resaltar. Dedicaban gran parte del día a la lectura de la Palabra y los levitas “hacían entender al pueblo la ley” (Neh 8.7) y añade: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, yponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura” (Neh 8.8). El resultado fue confesión de pecado (Neh 9), compromiso de guardar la ley de Dios (Neh 9.38-10.1,ss.) y celebración (Neh 12.,27,ss.). Tanto el escriba Esdras, como los levitas y el Gobernador Nehemías tuvieron un encuentro con la Palabra y la expusieron al pueblo de Dios; solo así se puede transmitir el mensaje de Dios con poder.

El apóstol Pablo solicita a Timoteo: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2ª Tim 4.2). Hay quien usa el púlpito para transmitir sus propias ideologías, sus pensamientos religiosos, sus preferencias teológicas… Pero eso no es predicar el mensaje de Dios. El apóstol exhorta a predicar la Palabra y, para esto, hay que tener un encuentro con el Dios de la Palabra y, solo entonces, se puede transmitir el mensaje del Señor con la fuerza del Espíritu.

Al tener un encuentro con la Palabra, afectamos a todo el ser personal: pensamientos, sentimientos, voluntad, intenciones, decisiones… Todo queda influido por la Palabra, no nos deja impasibles, nuestro corazón se renueva y efectuamos cambios en nuestra vida. Solo a partir de ese momento estamos en condiciones de compartir el mensaje de Dios con la fuerza del Espíritu. Ahora bien, si nos empeñamos en hablar las Escrituras sin haber sido previamente persuadidos por ellas, sin haber sido “tocados” por el Señor de la Palabra, el mensaje que transmitiremos carecerá del poder de lo alto y su efecto será mínimo.

Hay Comunidades que tienen programas planificados de lectura y textos que sirven de base para los sermones dominicales. Nada en contra de ello siempre y cuando el predicador disponga del tiempo suficiente para tener un encuentro con la Palabra, lo que no siempre se consigue y, por lo tanto, el efecto de su sermón será pobre en los oyentes. Si se predica sobre un texto porque ese día toca hablar sobre ese pasaje determinado corremos el riesgo de hilvanar palabras sin que hayamos tenido un encuentro con la Palabra y, entonces, no se podrá compartir el mensaje de Dios con la fuerza del Espíritu; en este caso, el sermón se convierte en una conferencia fría, distante, separada de las vivencias cotidianas de los oyentes, carecerá de valor espiritual y el efecto será nulo…

Conviene, por tanto, que el predicador tenga un encuentro con la Palabra que afecte a su propia vida y, entonces, estará en condiciones de compartir el mensaje de Dios para llenar las necesidades de sus oyentes llegando a su corazón (pensamiento, sentimiento, voluntad, intenciones, decisiones…). Es preocupante observar cómo, muchas veces, después de un sermón dominical, todo sigue igual, no hay cambios, no se toman decisiones y esto es porque no se ha escuchado la voz de Dios; sí, se ha leído la Biblia, se ha oído un sermón, se ha estado atento a las palabras emitidas por el orador, pero no se ha producido un encuentro con Dios.

Hay predicadores que solo se dirigen a las emociones de los oyentes y otros que solo se dirigen al intelecto. Pero no podemos olvidar que somos seres pensantes y emocionales. Creer no es solo pensar sino, también, sentir; creer no es solo sentir sino, también, pensar. Cuando uno se encuentra con Dios, no solo se piensa, también se siente y la voluntad queda afectada no solo por lo que se piensa sino, también, por lo que se siente. Por ello, el mensaje se ha de dirigir no solo al pensamiento, sino a todo el ser personal, incluyendo los sentimientos, la voluntad, las intenciones…

Predicar es más que hablar. Predicar tiene que ver con un encuentro con el Señor antes del sermón, con pensar en las necesidades de la Comunidad, con prepararse a conciencia para transmitir el mensaje de Dios y con guiar a la iglesia a encontrarse con el Señor, Dios todopoderoso, mediante la fuerza del Espíritu. El pensamiento quedará afectado, los sentimientos serán transformados, la voluntad será renovada y las decisiones de seguir a Jesús serán tomadas porque el Señor habrá hablado y el pueblo tomará conciencia de que tiene que seguir las pisadas del Maestro para construir un mundo mejor mientras espera que él venga para hacer un mundo nuevo.

Solo en la medida en que tengamos un encuentro con la Palabra podremos transmitir el mensaje de Dios por la fuerza del Espíritu y ser canales para operar cambios en el pueblo de Dios. Entonces, la predicación será poderosa y cumplirá su propósito, no de entretener, sino de cambiar el corazón.

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