POR JORGE DANIEL ZIJLSTRA ARDUIN (*)
“Saudade”, dice la gente de Brasil, no es lo mismo que “nostalgia”. Es algo más. Es una palabra que tiene que ver con ausencias que están presentes, con realidades que anhelamos, que esperamos, que nos inundan pero que están lejos; lejos en el pasado o añoradas en un futuro por venir.
Saudade expresa un sentimiento afectivo, próximo a la melancolía y la nostalgia, “estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia”.
Las saudades, las nostalgias, las ausencias, presencias, sueños y utopías son parte de la identidad de quienes somos migrantes y de quienes somos “del camino” de Emmanuel, un Dios que migró de lo celeste a lo palpable, para que la vida y la plenitud vuelvan a la tierra, porque este es el sentido del mundo, un espacio común, con lugar para que todas y todos puedan vivir con plenitud.
Sin embargo, la sensación de no estar en nuestra tierra es una constate de quienes creemos en algo más. No necesitamos estar fuera de nuestra geografía para definirnos con el credo antiguo “extranjero y peregrino soy entre vosotros” (Génesis 23:4). En especial cuando sentimos vivir en un mundo que no es mundo y donde la esperanza flaquea y la no-vida golpea a las personas más sufridas e indefensas.
Es la sensación del escritor bíblico cuando dice “somos forasteros y peregrinos delante de Tí, como lo fueron nuestros padres, como una sombra son nuestros días sobre la tierra y no hay esperanza” (1a Crónicas 29:15). Y cuando no hay esperanza, hay silencio. Y qué duro es el silencio de palabras de vida cuando estás rodeado por mensajes que te llegan en otro idioma y en otro sentido, en el embalaje de una cultura extraña que habla el lenguaje de los poderosos, con palabras amenazantes de juicio y prejuicio.
Solos en otra tierra, dispersos por el mundo, solo nos queda la oración, “escucha mi oración, Oh Señor y presta oído a mi clamor, no guardes silencio ante mis lágrimas, porque extranjero soy junto a Tí, peregrino como todos mis padres” (Salmo 39:12)
Es fácil para los migrantes, en especial las y los más sufridos, comprender el dolor que significa sentirse sin tierra, sin historia, sin futuro, sin esperanza y sin Dios, en especial cuando se vive en el imperio de otros dioses de otras tierras.
Así lo expresa el salmista en tiempos de exilio, “cuando estábamos en Babilonia, lejos de nuestro país, acostumbrábamos sentarnos a las orillas de sus ríos [los ríos de los opresores] ¡No podíamos contener el llanto al acordarnos de Jerusalén!“ (Salmo 137:1).
Ignacio Simai, fundador de Lupa Protestante y líder de la Iglesia Evangélica en España escribió una versión contextualizada de este salmo en su artículo “Navidad o la nostalgia que conlleva el exilio”(2011). Dice así:
“Sentados junto al mundo de los empobrecidos,
llorábamos al acordarnos de la Utopía
anunciada por Jesús de Nazaret.
En los álamos de las grandes urbes
colgábamos nuestras guitarras.
Allí, los que nos esclavizaron, empobreciéndonos,
los que todo nos lo habían arrebatado,
nos pedían que cantáramos con alegría;
¡que les cantáramos canciones de Utopía!
¿Cantar nosotros canciones del Señor
en este modelo de sociedad que nos es extraño?
¡Si llego a olvidarte, Utopía,
que se me seque la mano derecha!
¡Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no te pongo, Utopía,
por encima de mi propia alegría!”
Ignacio Simal también nos habla de la nostalgia y de la migración, mejor aún del exilio, cito:
“Cuando se arrima a mi hombro la nostalgia. Nostalgia de un mundo mejor, de una iglesia mejor a la manera de Jesús de Nazaret. Es en ese momento cuando me siento, junto con muchos de mis hermanos y hermanas, en el exilio. Un exilio no querido, ni deseado, sino un exilio impuesto. Somos exiliados en una Aldea Global donde se nos pide que cantemos con alegría a fin de espantar nuestro mal, olvidando así la utopía del “reino de Dios” y justificar, de esa manera, a los que nos esclavizan (no ignoramos los nombres de los que rigen “Babilonia”).
Pero no, no podemos cantar con el fin de diluir nuestros sueños y ansias de ver con nuestros ojos y palpar con nuestras manos la nueva sociedad que anunció Jesús de Nazaret. Ese otro mundo posible que muchos añoramos.
En medio de esta Aldea Global no perdemos la esperanza, ni el ánimo.
Simplemente nos rebelamos a atender a sus mentiras, y seguimos en la lucha cotidiana creando sueños y mundos humanizados, pequeños en tamaño, pero signos de que un modelo de sociedad diferente es posible. Los construimos a través de comunidades y de movimientos sociales que paso a paso nos abren la puerta al mundo nuevo.
Entonces, cuando lo logremos podremos confesar que el Señor nos ha liberado de la esclavitud, ha cambiado la suerte de nuestro mundo. Entonces nos parecerá que estamos soñando, nuestra boca y nuestros labios se llenarán de risas y gritos de alegría (Sal. 126:1,2).”
Y a fin de cuentas, nada puede detener nuestra esperanza, cantamos sobre la utopía y sentimos la nostalgia activa que nos mueve a la construcción de una realidad nueva de la que somos parte. Somos un pueblo con nueva ciudadanía, nuestra pero de todas y todos los que trabajamos por un Reino nuevo sin exclusiones, sin multitudes obligadas a dejar su tierra o a vivir como no gente.
La nueva realidad por venir, que anhelamos y por la cual nos damos, nos inunda de nostalgia. Es la promesa que nos moviliza a la esperanza:
“Cristo vino a traer buenas noticias de paz a todos, tanto a ustedes que estaban lejos de Dios como a los que estaban cerca. Pues, por medio de Cristo, los unos y los otros podemos acercarnos al Padre por un mismo Espíritu. Por eso, ustedes ya no son extranjeros, ya no están fuera de su tierra, sino que ahora comparten con el pueblo santo los mismos derechos, y son miembros de la familia de Dios. (Efesios 2: 17-19)
Pensemos en las nostalgias de lo nuevo que nos han conducido hasta aquí y los desafíos que nos plantean respecto a nuestros sueños, esperanzas y utopías.
Concluyo con unas breves palabras de Rubén Alves sobre la saudade, quien en su libro “Creo en la Resurrección del Cuerpo” escribió una reflexión que dice así:
“EL ROSTRO RISUEÑO DE DIOS” R. Alves (Traducción libre Doris Arduin)
“Dios vive en la nostalgia, ahí donde el amor y la ausencia se asientan. ¿Sentir a Dios? ¿Tener comunión con Él? [Oír a Dios?]Es sentir nostalgia por el Reino, es gemir con la creación toda, sintiendo dentro de nosotros mismos el futuro que va creciendo, como embarazo…
Ahí en la tierra de la nostalgia, hacemos nuestras casas. [y Dios nos habla]
Somos inmigrantes, sin descanso, sin parada, siempre en camino. No hay lugar para reclinar la cabeza. Como plantas arrancadas, raíces a la vista, de tierra seca… Exiliados, construimos nuestros nidos en árboles de futuro. Es así, un camino en el que construimos nuestros toscos altares y quemamos nuestros sacrificios (Rm. 12). Entonando como canción el nombre de esta nostalgia sin fin, Cristo Jesús. Y pedimos que Él de pan y vino a nuestra nostalgia, contándonos sus esperanzas, los cuerpos libres, alegres, fraternos, saltarines, el Reino de Dios, realización de las bienaventuranzas.”
Cantemos la utopía de un mundo nuevo por venir y que la certeza del Reino nuevo comprometa a la iglesia y fortalezca a las y los migrantes.
Con nostalgia y compromiso,
Rvdo. Jorge Daniel Zijlstra Arduin
Moderador Presbiterio de San Juan. PCUSA- Puerto Rico.
Miembro de la Junta Directiva del CLAI
(*)- Jorge Daniel Zijlstra Arduin es pastor y teólogo, estudió en ISEDET/ Argentina (Bachillerato Superior en Teología) y en la UBL/Costa Rica (Licenciado en Teología y Pastoral). Sirve en la Iglesia Presbiteriana USA en Puerto Rico y es miembro de la Junta Directiva del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI).
Fuente: Lupa Protestante
Gracias por compartirlo estimado Arzobispo
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