Marcos 11, 15: “Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y empezó a echar a los que vendían y compraban allí; volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían palomas; y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo. Luego se puso a enseñar diciendo:
― ¿No está escrito: ‘Mi casa ha de llamarse casa de oración para todos los pueblos’? En cambio, vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos’.”
Juan 2, 13-17: “Estaba cerca la Pascua de los Judíos y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados, y haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas y a los que vendían palomas les dijo:
―Quitad eso de ahí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios.
Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: ‘La Pasión por tu casa me consumirá’.”
(Los textos escriturarios son del Nuevo Testamento de Luis A. Shökel y Juan Mateos, Cristiandad, 1984; para la interpretación de Juan recurro a J. Mateos y J. Barreto, Cristiandad, 1992).
Presuponiendo la validez de la hipótesis exegética de las “fuentes” omito el texto de Mateo 21, 12-13 y el de Lucas 19, 45-46. La única diferencia real entrambos es que Mateo mencione los textos proféticos de Isaías y Jeremías que le atribuye a Jesús.
Reproduzco el texto de Juan porque su redacción le otorga un simbolismo extraordinario. Por ejemplo, una vez que ha quedado atrás el teológicamente cargoso prólogo (1,1-18), la narración inaugura la actuación pública de Jesús en términos inequívocamente violentos, denunciando la corrupción de las autoridades y hasta del propio espacio del templo convertido en “casa de negocios” o en palabras de Marcos “cueva de bandidos” (ut supra).
Hay en Juan otro momento narrativo extraordinario en el cual Jesús libera su apasionamiento con lenguaje fuertemente directo, esta vez, en reacción a una injusticia físicamente cometida contra él mismo. Así, Juan 18, 22-23 narra:
“Apenas dijo esto, uno de los guardias presentes dio una bofetada a Jesús, diciendo:
― ‘¿Así le contestas al sumo sacerdote?’
Le replicó Jesús:
―’Si he faltado en el hablar, declara en qué está la falta; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?’.”
Fuera preferible, sobre todo para la mentalidad perfeccionista que necesita minimizar la humanidad de Jesús en cuanto a que corra riesgos, para poder―contra Calcedonia―confundir su humanidad con su atribuida divinidad. Pero el Jesús de Juan es narrado contradiciéndose, al menos en esta ocasión narrada en los sinópticos, en la cual aconsejó-contra la conducta impulsiva, la venganza, la violencia, etc.: (Cf. Mateo 5, 38-39 que incluye la cita de Éxodo 21, 4 “Os han enseñado que se mandó: ‘Ojo por ojo, diente por diente’ que Lucas 6, 29 omite). Mateo hace decir a Jesús un consejo que después, en su proceso judicial no practicó si uno ha de atenerse al evangelio de Juan. He aquí el texto mateano: “Pues os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; etc.”
No quiero dejar pasar inadvertida la sutileza de una frase que enfatiza la intencionalidad de los evangelistas. Me refiero a la anotación de Juan Mateos acerca de “la mejilla derecha”, que tuviera que ser infligida volviendo la mano izquierda (implicando un gesto forzado), facilitando la segunda bofetada si se ofreciese la mejilla izquierda.
En mi fe personal encuentro imposible comprender la noción de divinidad y el tema ha dejado de preocuparme. Al Jesús Divino, el Cristo, parece que nunca le conoceré, a menos que haya en efecto “resurrección” como el Magisterio Católico lo ha venido presentando siguiendo a Pablo y a otros. El propio título de Cristo cobra sentido en el contexto de la noción hebrea de un Mesías.
Aunque parezca que llevo algunas gotas de sangre sefardí en mis venas, lo que celebro, prefiero seguir a Teresa de Jesús, a Juan de la Cruz, a Ignacio de Loyola, al Hermanito Carlos y a muchos otros/as, afianzando mi esperanza de que se cumplan las promesas atribuidas a Jesús en lo extraordinario de su humanidad –y aun así tan humana– la cual al menos puedo intentar comprender desde mi propia humanidad falible.
Mi fe no es doctrina ni es cuestión de conocimiento sino que la siento. En efecto se me hace presente como una gran esperanza confiada del cumplimiento de dichas promesas. Por lo demás, creo firmemente la imposibilidad de afirmar la existencia de Dios desde la experiencia humana. Menos aún de un Dios creador de una naturaleza que si tan frecuentemente puede ser tan inmensamente bella, no deja de ser frecuentemente problemática casi en la misma proporción. Respeto a quien pueda comprender la noción de “divinidad” pero ese no es mi caso.
Impulsivo o no impulsivo, me impresionan la compasión y la misericordia de Jesús tantísimas veces explícitas, paradójica o contradictoriamente, en sus expresiones de ira violenta o de dolor inmenso (Juan 18, 22-23. 35 ¡el mismo capítulo!).
Mi Jesús es respetuoso de la libertad ajena (Cf. Juan 5, 6-7. 18, 23). Me gustaría llegar a ejercitar mi compasión y mi ira, por poco tiempo que me quede, a su modo. De hecho tras de leer a Herman-Emiel Mertens (Cf. Not the Cross but the Crucified, an essay in soteriology, Louvain Press, Pastoral Monographies, 11, 1992) –especialmente el capítulo 5 acerca de la significancia actual de una lectura sacrificial del asesinato horrífico de Jesús en la cruz–, y la extraordinaria (al menos para mí) reflexión de a John F. Baggett en la primera parte de su Seeing through the eyes of Jesus (Cambridge 2008) me gustaría parecerme aunque fuese un pelín más al modo de ser y de mirar de ese Jesús que me parece entrever.
No me asustan las conductas difíciles, oscuras, paradójicas o erróneas que las narraciones pudieran atribuir a Jesús. Ni necesito la absoluta congruencia o la absoluta transparencia de una humanidad que yo no pudiera ni comprender ni imaginar. Prefiero y deseo creerle –según el dictum de Pablo en Filipenses 2, 7: “haciéndose uno de tantos”– aunque los expertos me reprochasen lo que fuese.
Desde mi propia humanidad, mis propias oscuridades me pueden ser a menudo impenetrables y no por ello dejo de agradecer mi propio ser con todas mis virtudes y defectos todo lo más que puedo, como una especie de yerba a veces hermosa y otras seca o podrida, siempre carente de perfume a menos que se la machaque o destile. De hecho mis propias oscuridades se me aclaran cuando las puedo mirar como imagino que Jesús las hubiese mirado, con la misma serenidad compasiva y gratuita que me parece que le atribuye Juan 5, 7 describiendo el momento en que reconoce y se dirige al paralítico de la piscina al que nadie, en 38 años, ha querido ayudar a buscar la “salud”.
Puedo agradecer esta visión de Jesús, agradecerla completamente en la integridad variopinta de su persona como pide el Decreto de Calcedonia (más o menos): “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas (si tiene más de una) por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada una de esas características que unos/as y otros/as le atribuyen pero, a mis ojos, concurriendo todas en una sola persona humana y en una sola hipóstasis o integridad indivisa en su realidad histórica allá hace 2000+ años, “no partido o dividido en dos, sino uno solo y el mismo”, sin recurrir al difícil galimatías filosófico y teológico de aquellos señores y aquellas circunstancias, sino como le veo con mis propio poder resolutivo ocular, con mi corazón más que con mi mente, con cualesquiera limitaciones culturales, cognitivas, (o ventajas), hasta donde buenamente pueda acercarme a Jesús, consciente de que siempre quedaré corto en mi visión. Al fin y al cabo solamente soy responsable de mi propio mirar, pensar y actuar y no del de los/las demás.
En mi antropología personal ―aprendida de mis pacientes y de mis supervisores y maestros en los años de práctica clínica y en mis no menos tortuosos y a veces felices setenta y uno de vida― solamente puedo reconocer inconsistencias, progresos y regresos, enfermedades y mejoramientos conductuales, y mucha pero mucha experiencia o situación interrumpida, por lo que muchos propósitos no llegarán a fruición, aunque siempre abundó mucha experiencia que agradezco a muchísimas personas, sobre todo a mis pacientes y alumnos.
Me consuela que mi intuición haga que me parezca reconocer en Jesús y sus inconsistencias un mensaje de serenidad y de confianza, de esperanza confiada; que no me releva en ninguna medida de la obligación moral de vivirme en mi existencia lo más decente y efectivamente que pueda, priorizando la civilidad y la paz, lo que promueva las buenas relaciones hasta donde yo creo que no me engañe, consciente de las demandas de riesgos y tolerancias, deseando e intentando el suficiente dominio de mis impulsos pero garantizando hasta donde discierno que sea bueno y necesario, mi deber, liberar mis impulsos, porque mi vida así lo exige, sobre todo para evitar el mal por negligencia o intención, o hacer el bien y siempre absteniéndome de juzgar a los demás sin antes pedirles que se me aclaren si quieren y pueden hasta donde me permita comprenderles o aceptarles.
La noción de “perfección” parece que emerja del narcisismo primario y patológico de los moralistas (es decir de quienes parece que no acepten su propia vulnerabilidad y que no se han detenido a escuchar a los químicos acerca de la “pureza substancial”); quienes necesitan imaginarse superiores o más fuertes o mejores (consciente o inconscientemente). Quienes tengan esa mentalidad parecen atribuir el significado de infalible o quizás de “inmaculado/a” a algunas realidades y no toleran que toda realidad sea precisamente mucho más factible, pequeña y humana por ser común. Es a esta humanidad a la que alude el poeta en el Salmo 138/139 haciendo equivaler (a mi modo de ver) que la “perfección” sea solamente la mayor “completitud posible” (según cada uno/a y sus circunstancias y más en congruencia con su etimología) e idealizando la “completitud absoluta” solo como u-topía (carente de locación), como meta ideal, motivante, nunca como meta alcanzable. Teilhard por ejemplo hace del hombre Omega “el último hombre”, el único que habrá podido alcanzar la mayor completitud. Me gusta la metáfora y me parece acertada (también Ratzinger recurre a ella en la tercera sección de su Introducción al Cristianismo, Sígueme, 2002, que escribió en 1968) .
Fidel Castro (Cf. Discurso en el acto de inauguración de la presa hidráulica “Viet Nam Heroico”, en la Isla de Pinos, el 12 de agosto de 1967): “Si me pregunto a cuál de los grupos pertenezco yo, diría que milito en el bando de los impacientes, y milito en el bando —no voy a decir de los dinámicos, porque puede parecer una inmodestia— de los apurados, y de los que siempre presionan para que las cosas se hagan y de los que muchas veces tratan de hacer —en ocasiones— más de lo que se puede. Pero nosotros tenemos un lema, que dice: ‘¡Siempre se puede más!’.” (Me parece escucharle aquí una especie de eco del ignaciano Magis).
Hay controversia grande acerca del affaire Charlie Hebdo. Soy de los que creen que si en algún contexto alguna persona adulta careciese de responsabilidad sobre su conducta, eso se deba a que le haya sido arrebatada violentamente la totalidad de su dignidad personal, humana, como si le hubiesen violentado con una lobotomía moral. La tortura física o de cualquier tipo, el maltrato, la violencia doméstica son capaces de reducir la persona si no a la misma condición de bestia, hasta muy cerca de ello, arrebatándole, destruyendo la dignidad humana de ambos víctima y victimario. Cf. Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal (artículo en New Yorker, 1963 o en su ensayo homónimo posterior) o en Los Orígenes del Totalitarismo(Alianza, 2006).
Prefiero siempre que puedo imaginar que la deshumanización completa de la víctima humana del maltrato sea imposible, que algún mínimo de dignidad realmente inalienable e inviolable, aunque sufra cuantos asaltos violentos sufra, deba quedar en alguna célula.
Los héroes han sido imprudentes y han desafiado a los poderes injustos hasta las últimas consecuencias porque, por mucho que sufrieran, quedaba en ellos suficiente dignidad y responsabilidad para poder optar por el sufrimiento máximo o el sacrificio supremo en defensa de la Justicia, el Bien, la Verdad. Jesús es mi héroe más representativo en ese sentido, pero no el único. Quizás Maximiliano Kolbe fuera otro, aunque su disponibilidad para reemplazar al judío que estaba destinado al gas pudo ser una tentación de fuga para evadir más sufrimiento. Nunca he podido leer todos los documentos del proceso de la heroicidad de sus virtudes. Tratándose de otro polaco y de Juan Pablo II y su corte, no puedo evitar las preguntas y tampoco las quiero evitar.
Admiro por ejemplo que en una de las últimas fotos del periodista judío-norteamericano Daniel Pearl, ya muy cerca del día de su ejecución en Paquistán por los islamistas de Al-Queda (2002), imprudentemente levantara ambos dedos mayores cuando le están filmando a la fuerza para que lea algo.
Cuando ya parece imposible hacer o decir nada, al menos pudo hacer un gesto de rebeldía y repudio gritando en silencio su protesta, ejerciendo su autonomía, por limitada que fuese, lo cual leo como al menos vestigio de auténtica dignidad (alguien me ha dicho que mi imaginación lee algo que no consta: Pudiera ser, pero soy terco).
Cuando ya parece imposible hacer o decir nada, al menos pudo hacer un gesto de rebeldía y repudio gritando en silencio su protesta, ejerciendo su autonomía, por limitada que fuese, lo cual leo como al menos vestigio de auténtica dignidad (alguien me ha dicho que mi imaginación lee algo que no consta: Pudiera ser, pero soy terco).
Jesús fue imprudente cuando desafió a los poderes de su tiempo y por eso éstos le asesinaron. Quisieron destruirle y para ello le rebajaron a lo que Isaías había descrito en sus cánticos (sobre todo 52, 14-15) propinándole los tormentos inenarrables de “la muerte en cruz” (Cf. Filipenses 2, 8 aunque no creo como Pablo que estuviese obedeciendo a nadie, ni como Isaías que estuviese pagando por nuestros pecados. Creo que sus verdugos le sometieron a la tortura y la muerte porque el Dios que parece que Jesús ha tratado de revelar es Omnicompasivo y Misericordioso (Cf. Ibn Al’Arabí, El Secreto de los Nombres de Dios, Editora Regional de Murcia, 1997, 29-46).
Los hombres y mujeres dignos conservan su autonomía y al hacerlo pueden contradecirse porque asumen los riesgos no de ser aprobados, sino de ser desaprobados, actuando en cada circunstancia si lo hacen con alguna dignidad incluso si eso pudiera contradecir lo que en otro contexto mucho más apacible no dijeran. Cada quien existe en sus multifacéticas circunstancias y nunca fuera de ellas y éstas cambian o pueden cambiar de un momento a otro.
Los periodistas de Charlie Hebdo fueron, a mi parecer, heroicamente imprudentes (conscientemente o no) publicando algo que desafió a los poderes terroristas y asesinos (o a otros poderes oportunistas), lanzados a esta cruzada religiosa y diabólica de sumir el Planeta en guerra. Se mofaron de los Islamistas del Terror que se atreven a reclamar violentamente de dichos periodistas y del Occidente derechos y respetos que ellos mismos no reconocen a sus propios pueblos.
Eso no disminuye la responsabilidad de los periodistas, sino que eleva su imprudencia al rango de heroica. Si su denuncia irónica, sarcástica o como gustéis no hubiese sido responsablemente imprudente, no hubieran cumplido con la misión que habían asumido en su profesión o negocio de combatir la opresión terrorista del Islam, que ha jurado muerte, aunque les costase su vida, a base de utilizar acremente la expresión gráfica o verbal. Y lo mismo vale si uno toma en cuenta que hacían dinero de las ganancias de lo espectacular publicitario en el campo de la política del momento.
Que hayan sido imprudentes no los culpa de su asesinato. Los hace víctimas martiriales de la libertad de expresión y deben ser recordados honrosamente como tales.
Sus verdugos, en cambio, no pudieran alcanzar una deshumanización mayor cuando ya han alcanzado el nivel casi robótico de las bestias. En mi opinión carecen de cualquier responsabilidad moral porque no son capaces de ejercerla. Son eso, ¡bestias! En cambio merecen sufrir todo el peso de la Ley y ser castigados según permita la justicia constitucional, legítima, por actuar criminalmente. Como cristiano pienso además que al matar se auto privaron de la posibilidad evangélica del perdón que en realidad ya nadie les puede otorgar vicariamente, ni siquiera los familiares más cercanos de los asesinados.
En más de una ocasión he defendido la hipótesis de que Jesús demandó de sus discípulos una conducta que la jurisprudencia humana no puede condonar o permitir. Me refiero a que la/el víctima tenga el deber/derecho de perdonar (Cf. Mateo 18, 22) y al hacerlo el de renunciar a exigir el castigo de su victimario/a. Un juez legítimo no pudiera dejar de castigar a un reo por un crimen que las evidencias provistas condenan. La víctima en cambio, contra toda justicia humana, puede perdonar a su victimario/a y paradójicamente cometer la “injusticia” de obstruir la justicia de los Tribunales y Códigos Penales.
Un tema que me gustaría tratar separadamente y proponerlo en el foro de Atrio si la redacción lo aprueba:
A menudo la mujer o el hombre víctima de maltrato conyugal quisiera y hasta concibe posible ayuda a su cónyuge y victimario/a para que cese de maltratarle. El terapeuta no siempre puede convencerle de que esa tarea no le toca y que muy bien pudiera ser inútil además de imprudentemente fallida. Que si bien le debe perdonar para liberarse de toda atadura con su victimario/a ―se arrepienta o no éste/a― no le corresponde iniciar la reconciliación (Mateo 5, 22ss) –lo cual corresponde al ofensor– y en cambio, por amor si así desea interpretarlo, le debe en cambio no arriesgarse nunca más imprudentemente a ser abofeteado de nuevo; que en efecto le deba a su victimario/a la caridad de alejarse y cortar en seco toda relación, sin alternativas de ninguna índole; que debe reclamar la protección y hasta el peso de la ley para asegurar no solo su propia integridad sino la de su prole si la hay y estuviesen en peligro de nuevas agresiones como suele ocurrir.
En mi práctica profesional no pocas veces he visto que la conducta de asalto parece en gran medida una carencia psicótica del control de los impulsos (función ejecutiva del córtex) comparable a la respuesta real o virtual de quien percibe una amenaza, sea esta real o no.
Uno de los daños que en el contexto del machismo el “macho” se auto inflige es el de sentirse compelido a destruir la fuente de amor que en realidad existe en la persona de su cónyuge que desea amarle y pudiera amarle.
Hay autores clínicos (yo suscribo dicha opinión) que en el caso de un agresor de género fuera muy plausible comprender semejante conducta autodestructiva en función de la necesidad incontenible de destruir la otra mitad de su propio identidad genérica porque la perciba ilusamente como amenaza intolerablemente real aunque no lo sea.
El machista, según esa explicación hipotética atacaría en la persona de su mujer a su propia feminidad. Si se acepta esa hipótesis el machismo fuera homofobia, en otras palabras, miedo a no ser real o suficientemente masculino y a que su mujer lo descubra y le someta o le rechace, aunque toda esa percepción psicóticamente distorsionada de ella carezca de justificación o de realidad.
En el caso de la mujer agresora (mucho menos frecuente y muchísimo menos reportado a las autoridades o a la justicia, Cf. http://www.rtve.es/noticias/20130811/hombres-maltratados/729222.shtml) un razonamiento similar pudiera explicar hipotéticamente la relación víctima/victimaria. Y lo mismo se puede intentar en el caso del maltrato infantil aunque con mayor complejidad.
Fuente: Atrio
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