Por Sandra Russo
Se llama ISDS. Es la cláusula crucial, el corazón del tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, el ITTP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión), que puso al rojo vivo al Parlamento Europeo esta semana. El martes iba a votarse en Estrasburgo un informe de cien páginas que, de ser aprobado, constituiría la hoja de ruta para que la comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmstrom, continuara las negociaciones hacia el ITTP. Pero a las 17.45 de esa tarde, la única repentina votación que tuvo lugar fue la suspensión de la votación sobre el informe. Algo hacía zozobrar su aprobación. Los verdes y la coalición de las izquierdas lo vetaban, y los conservadores y “populares” lo apoyaban. Los socialistas fueron los que dieron la nota con sus vaivenes: después de haber objetado la cláusula ISDS en un primer momento, la habían reincorporado en un segundo momento. En un tercero, que fue la tarde del martes, algunos eurodiputados socialistas avisaron que volvían a rechazarlo. El informe no se votó, en síntesis, porque corría serio riesgo de ganar el No.
Las siglas acá no son inocentes. Encubren, como es costumbre. Millones de europeos, desde sus casas, sus crisis, sus vacilaciones cotidianas, no logran perforar el significado de esas chapas que parecen nombrar moléculas o minerales, pero que designan una maniobra política sin precedentes que, de ser aprobada, decapitaría las respectivas legislaciones municipales, estaduales y nacionales europeas, para imponer, liso y llano, un gobierno corporativo en la Zona Euro. Y no es que sea tan difícil de entender. Es que el ITTP navega sólido por las aguas mediáticas que lo acunan, acolchado por las grandes pautas, que pagan las corporaciones. Los grandes medios europeos son exactamente iguales que los grandes medios de cualquier parte. No se rigen por el criterio del derecho a la información, sino por la del actual capitalismo desmechado, que es la madre de todos los borregos.
La cláusula ISDS propone la solución a eventuales futuros conflictos entre una corporación y un Estado. Así como se lee, y todo lo que sigue es así como se lee. Es necesario comprender la magnitud siniestra de la cláusula ISDS para advertir lo que está en juego, que no es otra cosa que la soberanía de cada Estado que lo firme. Porque... ¿cómo se solucionarían los futuros conflictos entre una corporación transnacional y un Estado en virtud de esa cláusula? Ah, fácil: si una corporación de cualquier tipo considera que una ley nacional, autonómica o local le impide obtener “los beneficios esperados”, puede demandar a ese Estado ante... una corte privada formada por “tres árbitros” que decidirán si ese Estado debe indemnizar a la corporación. ¿A qué renuncian los Estados firmantes de esa cláusula? Nada menos que a su propia legislación. ¿Y qué aceptan a cambio? Cortes privadas que fallen entre lo privado y lo público. A ese nivel de perversión llega el neoliberalismo, que no está muerto ni pasado de moda ni arrepentido ni replanteado. Es el mismo de siempre. El de la población sacrificable y los territorios inviables.
La presidenta del Trasnational Institute, Susan George –una investigadora social de larga trayectoria, presidenta honoraria de Attac Francia–, dijo en la previa a la cumbre de la UE y la Cepal esta misma semana, en referencia a las discusiones frenéticas que se dan en la UE en relación con el TTIP: “Tenemos que revertir la ideología neoliberal apelando a los principios de derechos humanos. De lo contrario, Estados Unidos seguirá ahondando en la senda que abrió con el Nafta –el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Canadá-, y acabará firmando dos acuerdos similares, uno con la UE, el TTIP, y otro con la Alianza del Pacífico, el TPP. Pasará a controlar así el 60 por ciento del PBI mundial, y el 75 por ciento del comercio global”. Sobre el TTIP y su cláusula venenosa, George fue tajante: “Es una horrible pieza de legislación. Se les dará a las empresas la oportunidad de deshacer todo el trabajo que se ha hecho en Europa por construir un modelo social en beneficio de las personas y los trabajadores”.
Por su parte, Lola Sánchez, eurodiputada del español Podemos, dijo que quienes se oponen al TTIP en el Parlamento Europeo no sólo están dando sus razones hacia adentro del recinto, sino tratando de hacerse escuchar por los ciudadanos, “para que la gente se entere de qué es lo que se está tramando”. Es impensable, salvo bajo el conocido hechizo de “lo inevitable” que plantea el neoliberalismo, que dirigencias responsables se inclinen tanto, que cedan hasta sus respectivas jurisdicciones legislativas bajo la promesa una y otra vez falaz de inversiones que, si llegan, mandan sus ganancias a sus bases, en muchos casos paraísos fiscales.
“Es necesario pararlo antes de que avance –seguía Lola Sánchez–, y por supuesto no permitir que esto se apruebe nunca. Esto es un golpe de Estado. Es la Constitución de las corporaciones.” Esto es lo que sigilosamente se arrastra bajo la buscada descomposición de Europa, porque es imposible que quienes ponen el barco en esa dirección no sean conscientes de lo que hacen, que en definitiva es preparar el paisaje de carroña para que lleguen los buitres confesos o disimulados. Es oportuno subrayar que la eurodiputada española usa la expresión “golpe de Estado” en una nueva acepción, muy lejos ya de las irrupciones militares en la América latina de los ’70, más cerca de las actuales desestabilizaciones institucionales que conocemos por aquí. Pero está hablando de otra cosa, de una forma embrionaria de imposición de reglas por parte de las empresas no ya a los gobiernos, sino directamente a los Estados. Concluía Sánchez: “Están haciendo un proceso deconstituyente. No tenemos, ni la Comisión Europea ni el Parlamento Europeo, mandato para deconstruir el andamiaje legal y el aparato jurídico y legislativo que tenemos”.
Tan feroz es el avance que pretenden las corporaciones, que los eurodiputados de las nuevas fuerzas políticas exigen que se lo tome como lo que es, una nueva Constitución, que para ser aprobada debería pasar por un referéndum país por país. Lo que se enuncia como “libre comercio” es el modelo de mundo unipolar que se les está escurriendo entre los dedos.
Fuente: Pagina12
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