jueves, 7 de abril de 2016

Tres mujeres revolucionan el pensamiento convencional.



Paco Puche

Cuando hablamos de pensamiento convencional nos estamos refiriendo al pensar propio del neoliberalismo. Es ésta una manera de ver el mundo que hoy impregna a grandes grupos sociales en muchos países. Una visión pesimista de la naturaleza humana y del mundo de la vida, un mundo de dientes y garras ensangrentadas.

Y las tres mujeres revolucionarias, sencillamente siendo honestas con sus descubrimientos desembarazados del pensar común, son Lyn Margulis, una microbióloga, Marija Gimbutas, una arqueóloga y Elinor Ostrom, una economista
Entre las tres destruyen los mitos del egoísmo dominante en la especie humana y en el conjunto de los seres vivos, el mito de la tragedia inexorable en que deviene el uso y gobierno de los bienes comunes y el mito de la guerra universal de la especie humana y del mundo de la vida.

Margulis (1938-2011), por ejemplo, nos sitúa en un mundo simbiótico dominante, desde el que se construye Gaia, ese superorganismo que recrea las condiciones de su existencia. Por eso nos dice que la versión darwiniana, que ha asumido el neoliberalismo económico, de la “supervivencia de los mejor dotados, se desvanece con la nueva imagen de cooperación continua, estrecha interacción y mutua dependencia entre formas de vida (…) pues la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras no matándolas”. Y lo demuestra en su especialidad con una evidencia, ya ampliamente aceptada a pesar de su rechazo inicial, que está en el corazón de uno de los mayores cambios operados en el mundo de la vida hace unos 2.000 millones de años: el paso de las células procariotas a las células eucariotas. En los escarceos iniciales unas bacterias (procariotas, células sin núcleo) trataban de alimentarse de otras y terminaron integrándose de forma colaborativa (eucariota, células con núcleo). Gracias a esa trascendental bifurcación de hace tantos años existimos los seres humanos. ¡Aleluya!

Si el mundo general de la vida es sustancialmente un mundo cooperativo (naturalmente con excepciones en los momentos de grandes desequilibrios), no podría ser normal esa idea hobbesiana de la lucha generalizada de todos contra todos. Marija Gimbutas (1921-1994) descubre en sus quehaceres profesionales como arqueóloga, que se pueden encontrar grandes periodos en los que no hay señales de guerra: ni restos de armas, ni de enterramientos de guerreros, ni de murallas defensivas; y sí se encuentran muchos restos de imágenes escultóricas de la diosa Madre que son dominantes en las épocas por ella estudiadas, señal bonoba de amor y cuidados. La época que excavó y estudio fue en el neolítico, en la zona del sureste europeo (la Vieja Europa, así llamada por ella) y sus resultados apuntan a más de mil años de evidencias de paz. Sus descubrimientos fueron comparados con el desciframiento de la piedra Rosetta.
Sus hallazgos en una época y lugar determinados se pueden generalizar con los meta análisis que han realizado arqueólogos actuales.

Los trabajos de varios profesores de la Universidad Complutense de Madrid, coordinados por Víctor Fernández, muestran que en el registro arqueológico universal, al día de hoy, las muestras de guerras entre grupos humanos (no de violencias individuales varias) aparecen solo desde hace unos 12.000 años antes del presente. Se ubican en la necrópolis sudanesa de Jebel Sahaba, en donde aparece “el ejemplo más antiguo conocido de muerte violenta colectiva, resultado tal vez un conflicto por los recursos en un momento de gran sequía” (Diccionario de Prehistoria, 2011).

El carácter tan colaborativo y simbiótico de la especie humana tendría que reflejarse en muchas de sus prácticas. Lo hace en la familia, en la tribu, en el barrio, pero el manejo de la propiedad o el uso comunitario de los bienes comunes, está marcado en el pensamiento neoliberal con el sambenito de la tragedia: los bienes comunes son inviables, dice el prejuicio extendido, porque el egoísmo irrestricto, los aprovechados y los tramposos destruirán los bienes que manejan. Solo la propiedad privada (y en su caso la pública) pueden hacer duradero en el tiempo estos imprescindibles bienes de la comunidad – agua, pastos, bosques, pesquerías, territorios, biodiversidad, etc.

La tercera mujer revolucionaría ha sido Elinor Ostrom (1933-2012), economista galardonada en 2009 con el Premio Nobel. En una entrevista que se publicaba con motivo del Nobel contestaba a la pregunta: ¿Estaríamos en lo cierto si afirmáramos que, dicho en términos generales, usted ha descubierto que la posesión común puede ser más eficaz que lo que la gente pensó que podría serlo?, ella afirmó: “¡Así es! No es que sea una panacea, pero es mucho más eficaz que lo que nuestros razonamientos comunes nos dan a entender. Hemos estudiado varios cientos de sistemas de irrigación en el Nepal. Y sabemos que los sistemas de irrigación gestionados por los campesinos son más eficaces en términos de aprovisionamiento de agua y presentan una mayor productividad que los fabulosos sistemas de irrigación construidos con la ayuda del Banco Mundial y la Agencia Norteamericana de Ayuda al desarrollo (USAID), etc. Así, sabemos que muchos grupos locales son muy eficaces”.

Y no es una panacea porque para que existan instituciones comunitarias que llegan cientos de años funcionando bien es necesario que se cumplan condiciones de autogobierno, autogestión, de medios para hacer cumplir las reglas acordadas y para disuadir a los tramposos.

Por todo esto, Ostrom concluye que “aún no se ha encontrado un ejemplo de un bien común que haya sufrido un deterioro ecológico cuando todavía era común”.

Dejamos la conclusión final a este trabajo a un primatólogo muy interesante, Frans de Waal, cuyo pensamiento, sin explicitarlo, resume las enseñanzas de estas tres mujeres revolucionarias. Él afirma que “Los estudiosos del derecho, la economía y la política carecen de herramientas para contemplar sus sociedad con objetividad. Raramente consultan el amplio conocimiento del comportamiento humano acumulado por la antropología, la psicología, la biología o la neurología. Somos animales altamente cooperativos, sensibles a la injusticia, a veces beligerantes y principalmente amantes de la paz”.

Lyn Margulis, Marija Gimbutas y Elinor Ostrom han dejado un legado extraordinario a la humanidad que nos permitirá avanzar en el conocimiento de nosotros mismos, cumpliendo el mandato que estaba inscrito en el templo de Apolo de Delfos.

abril de 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario