Parte de la portada de La Biblia del Oso
En el cuarto centenario de su muerte: Cervantes y la Biblia "protestante"- Bien pudo Cervantes haber tropezado con uno de estos ejemplares en sus andanzas.
Juan Pérez de Pineda dispuso que a su muerte toda su herencia fuese empleada para publicar literatura religiosa, y especialmente para la traducción y publicación de una Biblia completa al castellano.
Esta ardua empresa fue emprendida por Casiodoro de Reina, granadino, nacido en la ciudad andaluza el año 1556. En su traducción empleó Reina doce años de trabajo, siendo acabada en Basilea, terminándose el mes de septiembre de 1569.
La primera edición fue de 2.600 ejemplares, y se la conoce como La Biblia del Oso, porque tiene en su portada un emblema grabado que representa el tronco de un árbol con una hendidura en medio en la que hay un enjambre de abejas y un oso que está lamiendo la miel que destila por el tronco.
Menéndez y Pelayo dice de esta obra que “aunque como trabajo filológico no es ninguna maravilla..., como hecha en el mejor tiempo de la lengua castellana, excede mucho la versión de Casiodoro, bajo tal aspecto, a la moderna de Torres Amat y a la desdichadísima del Padre Scío”.
La versión de Casiodoro de Reina fue revisada más tarde por Cipriano de Valera, andaluz, de la ciudad de Sevilla. Valera era graduado por las Universidades de Cambridge y Oxford y conocía bien el hebreo y el griego. En su trabajo de revisión empleó veinte años. El Nuevo Testamento fue publicado en Londres en 1596, y la Biblia completa en Amsterdam en 1602, tres años antes de la aparición de El Quijote en su primera parte.
Todas las ediciones que posteriormente se han hecho de esta versión revisada, y han sido muchísimas a través de los años llevan el nombre de Versión Reina-Valera.
Del trabajo de Valera escribe Menéndez y Pelayo: “Los veinte años que dice que empleó en preparar su Biblia deben de ser ponderación e hipérbole andaluza, porque su trabajo, en realidad, se concretó a tomar la Biblia de Casiodoro de Reina y reimprimirla, con algunas enmiendas y notas que ni quitan ni ponen mucho. Tampoco he de negar que, en general, mejoró el trabajo de su predecesor, y que su Biblia, considerada como texto de lengua, debe tener entre nosotros la misma autoridad que la de Diodati entre los italianos. Al fin y al cabo, está hecha en el siglo de oro.” (1)
¿Tuvo Cervantes conocimiento de estas traducciones? ¿Llegó a leerlas?
Todas las traducciones de Valdés, Encinas, Pineda, Reina y Valera estaban perseguidas por la Inquisición, prohibida su lectura y cerrada herméticamente su entrada en España. No obstante, aunque en pequeñas cantidades, teniendo en cuenta el total de la población española por entonces, estas Biblias circularon por nuestra Patria.
Menéndez y Pelayo nos habla de un curioso personaje llamado Julián Hernández, a quien apodaban Julianillo, debido a su pequeña estatura. Era manchego, natural de Villaverde del Campo. Se hacía pasar por arriero y con sus bestias de carga introducía clandestinamente en España su “mercancía”.
“Transportó de Ginebra a España en 1557 dos grandes toneles... de Nuevos Testamentos, traducidos por el doctor Juan Pérez, y los esparció profusamente en Sevilla.” De la versión de Reina dice Menéndez y Pelayo que “logró introducir en España ejemplares, a pesar de las severas prohibiciones del Santo Oficio”. Creemos que igual ocurriría con otras traducciones de aquella época, cuya entrada en España no se toleraba legalmente.
Bien pudo Cervantes haber tropezado con uno de estos ejemplares en el curso de sus andanzas por España. En Sevilla y en Valladolid vivió nuestro glorioso escritor y éstas fueron las dos ciudades españolas donde principalmente, a juicio de Menéndez y Pelayo, se distribuían los Nuevos Testamentos y Biblias de lectura prohibida. Cervantes, hombre de letras, es natural que se sintiera interesado por toda clase de lectura, y la de la Biblia no le era desconocida, como ya hemos demostrado.
Por otra parte, está dentro de lo posible que Cervantes se hiciera con estos ejemplares durante sus viajes por el extranjero. Como el objeto de este artículo es simplemente enumerar Biblias que pudo conocer Cervantes en lengua castellana, sin interés alguno en atribuirle una determinada, no entraremos en detalles de fechas y circunstancias, pero sí queremos observar que durante su permanencia en Italia apareció en Suiza la traducción de Reina, como también se encontraba en Sevilla cuando el tal Julianillo “esparció profundamente” por la capital del Betis los Nuevos Testamentos de Pérez de Pineda; y otra vez en Sevilla, ya maduro en edad, cuando circulaba secretamente por la ciudad de la Giralda la versión revisada por Valera.
Si conoció o no estas traducciones, es cosa que sólo Dios y Cervantes lo saben, según pienso yo.
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Nota
(1) Menéndez y Pelayo, “Historia de los Heterodoxos Españoles”, tomo IV, página 176.
Fuente: protestantedigital
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