Cuando leo y medito en las Escrituras mi espíritu se enardece. Supongo que te sucederá a ti, que me lees, lo mismo. El Espíritu de Dios obra el milagro de hacer que la voz del Resucitado resuene a través de los textos que meditamos.
Por ejemplo, leer los Evangelios supone dar un paseo por el mundo nuevo que soñamos y esperamos. Sí, vislumbramos por la fe la ciudad con fundamentos indestructibles, cuyo arquitecto es el Dios del Éxodo(Heb. 11:10). Y cuando decimos “ciudad” estamos diciendo un modelo de sociedad donde rige la justicia y el derecho. Un modelo de sociedad-ciudad que todavía no ha sido construida. Tan solo podemos mostrar-palpar “comunidades piloto” del otro mundo posible que esperamos.
Sí, soy consciente de mi irreductible optimismo originado en la puerta que nos abre la gracia de Dios. Alguien cuestionará que las “comunidades piloto” sean una realidad aquí y ahora. Y más si afirmo que las iglesias cristianas debieran ser esas “comunidades piloto”, ya que dista mucho la realidad que se vive en su interior con el mundo nuevo que anuncian.
Pues bien, debo afirmar categóricamente que las comunidades cristianas están convocadas a ser espacios donde la mente humana sea iluminada; donde se tasten los dones que proceden de lo alto; donde se experimente la fuerza-poder del Espíritu Santo; donde se guste tanto la buena palabra-ideario de Dios como los poderes del mundo-ciudad nuevo que está viniendo a nosotros(Heb. 6:4,5). Nada más, ni nada menos.
Como personas que confiesan tomar en serio la vida-muerte-resurrección de Jesús de Nazaret no debemos darnos por vencidos frente al caduco modelo social en el que nos movemos. No podemos darnos el lujo de hablar acerca del mundo nuevo que viene, y vivir a la luz de los valores del Imperio de la muerte. Ya nos enseñó aquel al que calificamos de Salvador y Maestro que no podemos “servir a dos señores” (Mt. 6:24). Y Santiago, su hermano, en su misma línea, nos dejó escrito que “cualquiera que quiera ser amigo del mundo (modelo social caduco), se constituye en enemigo de Dios” (Stgo. 4:4).
Ya os decía que leer las Escrituras enardece mi espíritu, y también me hace consciente de mi propia debilidad para responder positivamente a lo que en las letras bíblicas leo. Pero al mismo tiempo, y en medio de la debilidad que aguijonea mi carne, escucho decir al Resucitado con voz clara y rotunda: “bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2Cor. 12:9). Por ello, no deseo-deseamos formar parte de los que retroceden por cobardía (curiosamente los cobardes no tienen parte en la ciudad –Apo. 21:8), sino de los que tienen fe para creer en lo imposible. Por lo tanto, seguimos en la labor de sembrar semillas de las que brote el otro mundo posible según Dios. Soli Deo Gloria.
Fuente: Lupa Protestante
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