viernes, 23 de diciembre de 2016

Memoria migrante en la primera Navidad.


PUERTO RICO-

Jorge Zijlstra Arduin-

Desde la trinchera de la pastoral y con una profunda convicción respecto a la acción de Dios en la historia les propongo rescatar la memoria migrante presente en algunas narrativas del nacimiento de Jesús.

Al acotar la reflexión en los límites de la primera navidad, no entraremos en temáticas relacionadas a Jesús como amigo de migrantes, o su valorización del extranjero en tantos gestos, historias y parábolas, lo cual resultaría muy valioso. Sin embargo, la propuesta es acercarnos al texto bíblico en la búsqueda del sentido y la esperanza que fortalezca los pasos de fe del pueblo migrante.

DIOS DESDE EL MARGEN

Jesús nace en tiempos de desplazamientos y de censo (Lc. 2:1). El censo era un instrumento del imperio Romano para asegurar el recaudo de los impuestos a Roma. Sin embargo Lucas describe el nacimiento de Jesús en el contexto de un censo en Israel, cuyo fin sería contar a cada tribu y familia, para así requerirles sus aportaciones de acuerdo al número de miembros de cada grupo. Hay discusiones sobre el dato histórico del censo en el evangelio, sin embargo, es sabido que en tiempos de Jesús se cobraban impuestos para el imperio, para las clases dominantes de Israel y también para sostener el Templo y las elites religiosas.

El censo era la más cruda estrategia para asegurar el financiamiento de un sistema colonial e imperialista de opresión propuesto desde el poder y apoyado desde las elites nacionales. El sistema aseguraba de esta manera el dominio y los privilegios de unos pocos mediante la explotación de las mayorías pobres del pueblo, entre los que contamos a la familia de Jesús.

Hoy la realidad no es muy diferente. El nacimiento de Jesús resulta una buena noticia para las personas que más sufren porque da vuelta la historia. Jesús no nace en el palacio, ni en Jerusalén, ni en Roma: nace entre los pobres. El llanto de un niño humilde en un establo marginal anuncia el nacimiento de un tiempo nuevo anunciado por Dios desde los profetas. El nacimiento de Jesús en los márgenes de la sociedad da espacio para la afirmación de la esperanza del pueblo, porque es evidencia de un Dios que interviene en la historia y lo hace desde las personas más humildes. Otro mundo es posible: Dios no se olvida de su pueblo que sufre, Dios nace entre ellos, Dios tiene planes buenos para la humanidad. Emmanuel -Dios con nosotros- se hace carne en la historia desde la pobreza y la miseria de un establo, bajo el cuidado de aquella pareja de jóvenes que en pocos días serían migrantes, como su hijo. Y así Jesús resulta ser el mayor de los migrantes, porque siendo del cielo bajó humildemente a la cuna de la humanidad (Flp. 2:5-8) para ser abrazado con la ternura de María y José y recibido con entusiasmo por las personas que trabajaban en los campos (Lc. 2:1-20).


El nacimiento de Jesús es el gran misterio y la revolucionaria revelación de un Dios que baja a la humanidad -que migra- con un amor radical y un compromiso extremo, claro desde su primera cuna y su primer techo pobre, prestado y no apto para personas.

Jesús nació en un corral (Lc. 2:7), en la máxima pobreza, donde duermen los que no tienen techo, donde nacen los animales y se atienden las crías más débiles en los primeros días. Jesús nació en aquel lugar, donde si alguna madre da a luz, es sin dudas una madre pobre, marginal, discriminada y sin lugar en la sociedad; posiblemente una mujer migrante, violentada o esclava. Dios es así, claro y solidario. Él eligió nacer identificado con las personas humildes.

Nació entre las y los pobres y no por casualidad. Porque a Dios le importa todo aquello que el mundo desprecia (1a Co. 1:37-31).


Por esto la comunidad que sigue a Jesús busca encarnar la fe en el servicio a las personas marginadas y oprimidas. Jesús nació en los márgenes no por razón el imperio de la justicia desigual del mundo, o por el sometimiento de Dios a la voluntad humana, o por algún tipo de legitimación de la pobreza y el sistema de exclusión que la provoca. Jesús nación en las afueras y entre los pobres porque a Dios le pareció bien dejar en claro por dónde pasa la vida y por dónde la misericordia entrañable de su amor. El espíritu de Jesús es para las personas que sufren, para las que están cautivas, para quienes no tienen futuro ni esperanza (Lc. 4:18-19). Jesús trae un mensaje de esperanza para las multitudes pobres, para los pueblos oprimidos: Dios es solidario y está encarnadamente comprometido con las persona que no tienen trabajo, con las multitudes obligadas a emigrar, con la familia sin techo y con los pueblos a los que se les quiere negar el futuro y la esperanzas (Is. 9: 1-7).

Esto es lo que implica el nacimiento de Jesús en los márgenes de la sociedad, en un pesebre, expuesto a la posibilidad de muerte, a la violencia de la migración y a la precariedad de la vida de las y los pobres de ayer y de todos los tiempos. Jesús nació como tantos niños y niñas que hoy vienen al mundo en contextos de hambre, injusticias, guerras, migración y dolor. Hoy hay millones de personas buscando un lugar que asegure la vida y el desarrollo de las nuevas generaciones; personas de carne y huesos, desplazados y migrantes que se confrontan -como María y José- con la cruda realidad de que no hay lugar para ellos en el albergue (Lc 2:7).

Y esto no es fruto de casualidades o coincidencias, o voluntad de Dios: “Un niño murió en un rancho, no fue por casualidad siglos de hambre y de miseria, de injusticia y de maldad amasaron esta historia que hoy volvemos a llorar. Un niño murió en un rancho, no fue por casualidad. Hace casi dos mil años la primera Navidad un niño nació muy pobre, sin más cuna que un pajar. Los hombres lo rechazaron, no le hicieron un lugar, el niño nació en un rancho, no fue por casualidad. Esta noche es noche buena, y mañana Navidad y la misa ha de reunirnos en banquete de amistad con qué cara comeremos de este vino y de ese pan de ese pan hecho de carne entregada a los demás de ese vino hecho de sangre de toda la humanidad” (Luis Amezaga)-

En navidad recordamos al Dios que nace, pero también recordamos a los niños que mueren en las guerras, en los bombardeos de las grandes potencias, en los ataques terroristas, o en la ruta desesperada de la migración en búsqueda de una esperanza al otro lado del Mediterráneo, o en tantos otros rincones del planeta donde enfrentan la muerte buscando la vida.


En navidad celebramos la vida y alentamos a la esperanza, pero no podemos dejar a un lado la dolorosa memoria migrante de tantas muertes con rostro de jóvenes, de niños y niñas, de madres y padres que buscan pan y futuro al alto costo de sus vidas. Sus historia no fueron tan distintas a la que encarnó Jesús, que a días de nacer migró, esta vez a Egipto, para huir del opresor (Mt. 2:13-14).

MIGRANTE DESDE LA CUNA

Por esto en Adviento necesitamos rescatar la memoria migrante de la navidad, como reserva de sentido e identidad imborrable de un Dios que nace en el reverso de la historia y en la antítesis de los opresores.

Para el pueblo de Israel la memoria siempre resultó un elemento crucial. De igual manera, en las comunidades de fe y seguimiento de Jesús, hacemos de la memoria al punto culmine de nuestras celebraciones cada vez que, reunidos, compartimos la copa y el pan en memoria de Él (1a Co. 11: 23-27). Desde la memoria subversiva del que fue crucificado por vivir como Dios quería, comemos y bebemos unidos en el espíritu de Jesús. En Él alimentamos el compromiso y nutrimos las esperanzas de un mundo nuevo por venir (Ap. 21:1-4). Su espíritu nos compromete con su reino de vida plena para la humanidad y para toda la creación (Ro. 8:22-23). En las narrativas de Jesús podemos encontrar muchas evidencias de una memoria de migrantes que sale a relucir en los lugares menos pensados o en los más evidentes.

En este sentido quiero invitarles a repasar la genealogía de Jesús y releer algunos aspectos de su historia de migrante, según consignada en Mateo 1: 1-17. Ya sabemos del interés de Mateo en resaltar la realeza y señorío de Jesús como el Cristo y demostrar ante el pueblo judío que él es el Mesías esperado. Por eso la genealogía de Jesús -según Mateo- resalta a David y Abraham como lo más destacado de su ascendencia. “Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham” (v 1). Desde el inicio de su evangelio Mateo vincula a Jesús con los dos grandes personajes de la historia de Israel, con los cuales Dios Dios hizo pacto (2a S. 7:8-16, Gn. 12:1-3). En el caso de David es una promesa sobre la continuidad de su dinastía y un reinado que no tendrá fin. “Tu casa y tu reino se mantendrán permanentemente ante mí y tu trono quedará consolidado para siempre” (2a S. 7:16, LP-H).

En el caso de Abraham resulta importante notar que la promesa de bendición inicia con un llamado a la migración: “El Señor dijo a Abran: Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y dirígete a la tierra que yo te mostraré. Te convertiré en una gran nación, te bendeciré y haré famoso tu nombre, y servirás de bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. ¡En ti serán benditas todas las familias de la tierra!” (Gn. 12:1-3, LP-H) Ahí están las raíces que nutren la esperanza del pueblo, la historia de Jesús y nuestra historia como parte de un pueblo migrantes y peregrino. El pueblo de Israel definía su identidad migrante con orgullo y con memoria activa.

Ejemplo de esto son las indicaciones sobre cómo presentarse al altar del Señor confesando la la identidad migratoria: “Un arameo errante era mi padre. Bajó a Egipto y allí vivió como emigrante con un puñado de personas convirtiéndose en una nación grande, fuerte y numerosa. Pero los egipcios nos maltrataron, nos hicieron sufrir y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros antepasados, y él escuchó nuestras súplicas y vio nuestra miseria, nuestras fatigas y nuestra opresión. Por eso el Señor nos sacó de Egipto con gran poder y destreza sin igual, con terribles portentos, señales y prodigios; nos condujo a este lugar y nos dio esta tierra que mana leche y miel. 10 Por eso ofrezco ahora los primeros frutos que produce esta tierra que tú Señor, me has dado” (Dt. 26:5-10, LP-H)).

En la genealogía de Jesús también resulta significativa la memoria de un único dato histórico mencionado por nombre -y en dos ocasiones-: “la deportación a Babilonia” (Mt. 1:11-12). Deportación implica destierro, desplazamiento forzado y migración; y pone otra vez de relieve el componente migratorio del pueblo de Dios y las dificultades que conlleva la migración cuando tiene el agravante de la violencia, las guerras y la explotación. El nacimiento de Jesús en el contexto del desplazamiento forzado de su familia por el censo y en medio de un pueblo con una profunda memoria migrante rescata la identidad del migrante de nuestros días; a la vez que resalta la fe de un pueblo que ve la acción de Dios incluso en los momentos más difíciles de la historia.


Así, hoy podemos comparar los sufrimientos del Israel migrante o cautivo, con los dolores y padecimientos de millones de migrantes estigmatizados por un excéntrico personaje poderoso que tiene es su agenda la “brillante” idea de resolver los problemas de su país construyendo un muro de separación, para así “salvar” a su nación del peligro de los extranjeros y migrantes.

Como si el problema de la sociedad moderna fueran las personas que migran y no los multimillonarios que acaparan los recursos de las minorías con injusticias y explotación. Sería importante recordar que los códigos legales de Israel, reflejados en el Antiguo Testamento, proveen para el resguardo, la protección, la hospitalidad y la justicia, tanto al extranjero que está de paso, como al que reside en el país.

Y volviendo al tema de las genealogías destaquemos que las mismas: “desempeñaron un rol muy importante para el pueblo judío, igual como hacen para muchas personas hoy en día. [porque las genealogías y las historias sobre nuestros antepasados..] Nos cuentan acerca de quiénes somos y de dónde venimos. [a la vez que] Preservan, por medio de sus relatos, un registro de los valores de nuestras familias de generación en generación.” Joseph Castleberry.

Las genealogías despiertan las memorias y nos remontan al principio, a las raíces. En la genealogía de Jesús, según Mateo en el versículo 1 y 18, aparece en el texto griego la palabra “génesis” (origen, nacimiento) en directa referencia a libro del Génesis. Y así como el libro de los orígenes presentaba el “génesis del cielo y la tierra” (Gn. 2:4) Mateo nos presenta en 1:1-17 “el libro del génesis de Jesús” que concluirá en 28:20 con la consumación (sunteleia) del mundo. La consumación de los tiempos, en el paradigmático texto del Juicio a las naciones (Mt. 25:31-46), incluye la acogida al forastero como una de las señales del espíritu de Jesús que debe estar presente en la comunidad de quienes le siguen. “Porque cuando tuve hambre, ustedes me dieron de comer; cuando tuve sed, me dieron de beber; cuando tuve que salir de mi país, ustedes me recibieron en su casa” (Mt. 25:34 TLA).

¿Y TU ABUELA DÓNDE ESTÁ?

“El primer génesis de Jesús es su genealogía desde Abraham hasta José. Son 42 generaciones exactas (seis veces siete generaciones). Con Jesús comienza la última generación (1:17). Mateo sitúa así a Jesús en la historia de Israel, desde Abraham hasta José. El eje en este génesis de Jesús son sólo hombres. Es un génesis totalmente patriarcal. (P. Richard) Sin embargo, la genealogía de Jesús conserva la memoria activa y reivindicatoria de cuatro mujeres a quienes podríamos denominar ‘las abuelas de Jesús’.

En la genealogía de Jesús, además de María, figuran llamativamente: Tamar, Rajab, Rut y la mujer de Urías el Hitita, que ni siquiera es presentada con su nombre, pero que todo Israel sabe, que su nombre era Beltsabé. Esta cuatro mujeres con sus historias migrantes, rompen el patriarcalismo de la genealogía de Jesús. Cada una de ellas son extranjeras. Tamar es aramea (Gn. 38); Rajab es cananea (Jos. 2); Rut, moabita (Rt.); y Betsabé muy probablemente era hitita, como el esposo que le asesinaron (2a S. 11-12) por pedido del Rey David que quería quedarse con ella (2a S. 11:15).

Llamativamente cada una de ellas -junto a los padres de sus hijos- tienen historias no muy convencionales que podrían escandalizar a los más conservadores de la sociedad. Sin embargo su presencia en la genealogía de Jesús las reivindica como protagonistas de la historia de Israel, como objeto de derechos y como parte fundamental e imprescindible de la historia de nuestra salvación. Se puede profundizar más en esto, pero por lo pronto resaltemos que cada una de ellas nos trae la memoria de la migración, la historia compleja de las y los migrantes. Cada una de ellas, son parte vital de la historia Jesús y de esa familia humana en la que se encarna para hacernos familia de Dios. Porque como lo afirma Pablo “Ya no son, por tanto, extranjeros o advenedizos. Son conciudadanos de un pueblo consagrado, son familia de Dios” (Ef. 2:19. LP-H). Somos parte de la familia humana de Dios que incluye -en forma destacada,-la presencia y las historias de varones y mujeres migrantes.

Este es un dato muy importante, porque las mujeres migrantes, ayer y hoy son doblemente discriminadas y generalmente son mujeres trabajadoras y jefas de hogar que deben hacer lo posible y lo imposible para sobrevivir y para asegurar el futuro propio y de su prole.


Para las y los migrantes hoy es una buena noticia saber que la genealogía de Jesús incluye mujeres, migrantes, pobres, marginadas y a las cuales se les asigna algún tipo de “mala reputación” pero que son parte de la historia de la salvación. Por lo cual, al estar ahí sus nombres y sus historias, hay una reivindicación de su condición; a la vez que una confirmación que sus historias -muchas de ellas muy dolorosas- no estaban ocultas de los ojos y la acción del Dios que revierte la historia y que pone al descubierto las “historias no oficiales” que necesitan ser reivindicadas.

Sobre las abuelas de Jesús Ivone Richter Reimer dice: “Son cuatro mujeres. Cuatro tradiciones de mujeres. Historia de salvación en cuanto procesos salvíficos que pasan por la historia y por los cuerpos de esas mujeres. Hacen parte de sus experiencias, denuncias y esperanzas. Son rescatadas como tradición de mujer y es así que van a hacer parte de la vida y de la memoria de la(s) comunidad(es) de Mateo, y es por eso que van a entrar en el Evangelio de Mateo, bien al inicio.

Todas ellas —Tamar, Rajab, Rut y Betsabé— son mujeres marginadas dentro de estructuras de poder patriarcal. Todas ellas van (re)creando espacios de poder en la contramano de la historia oficial. Esa tradición de mujer es tan importante para la comunidad y el Evangelio de Mateo, porque así otras extranjeras, prostitutas, adúlteras, pueden reflejarse en ellas. Pueden mirar hacia esa tradición de la historia salvífica y (re)construir su vida en solidaridad con aquellas personas que, en la contra- mano de la historia, fueron acogidas también por Jesús y viven en seguimiento de él”. (Ivone Richter Reimer)

Por otra parte, el Evangelio de Mateo en 1:18-25 nos presenta el otro génesis de Jesús, el del Espíritu Santo, que le es revelado a María.

SU MAMÁ TAMBIÉN MIGRÓ Esas cuatro mujeres son las que preparan el camino a María, la madre de Jesús, y a través de quien Jesús y también el Espíritu, irrumpen en la historia, en un nuevo y definitivo comienzo (génesis). María, una joven judía pobre, prometida en casamiento a un joven carpintero del linaje de David, quedó embarazada en condiciones de apariencia vergonzosa para su sociedad y dio a luz lejos de su casa, obligada a una migración interna, a causa del censo, pero también alejada de los comentarios, las miradas y los prejuicios de sus vecinos. María fue visitada por sabios que, interpretando los signos de su tiempo, buscaban al rey que estaba por nacer. Con las herramientas de su ciencia y la visión de las estrellas, descubrieron lo que toda la creación estaba revelando, un acontecimiento cósmico, único: el nacimiento de Dios en la tierra. Aquellos extranjeros, peregrinos, caminaron desde otras latitudes con el firme propósito de adorar a Jesús (Mt.2:2) y ofrendarle como rey, profeta y sacerdote (Mt. 2:11).

Lucas nos recuerda que a la fiesta de la vida también acudieron los pastores, marginales, pobres, que cuidaban los rebaños a las afueras de la sociedad, al otro lado de la muralla, excluidos de la sociedad, privados del descanso y que fueron sorprendidos por Dios, en el lugar de sus trabajos y afanes. Allí en la oscuridad de la noche el resplandor de la gloria de Dios los arropó y oyeron la voz del mensajero angelical que les invitaba a celebración por el cumplimiento de la promesa mesiánica anticipada por los profetas.


“No tengan miedo, porque vengo a traerles una buena noticia, que será causa de gran alegría para todo el pueblo. En la ciudad de David les ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esta será la señal para que lo reconozcan: encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. En aquel mismo instante apareció junto al ángel una multitud de otros ángeles del cielo, que alababan al Señor y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que gozan de su favor!” (Lc. 2: 10-14, LPH). Y a pocos días del alumbramiento, el pequeño se encontró en peligro y José supo oír -como los sabios del oriente- el mensaje de Dios y huyó a Egipto, con María y con el niño -una nueva migración forzada- para proteger la vida amenazadas por el gobernante opresor (Mt. 2: 13-15).

Y así continúa la historia; ayer María y hoy nosotros hacemos memoria. Memoria del nacimiento y memoria de las y los migrantes. Los que luchan y sobreviven y los que mueren. Los que buscan sus raíces y mastican sus nostalgias del mundo nuevo que Jesús vino a empezar y los que sufren porque no ven las claras señales de una liberación esperada, que es inminente (Is. 43:18-19). María, dice el evangelio de Lucas (2:19), guardaba todas esas cosas en su corazón, para hacer memoria de ellas, para recordarlas, del latín recordare, es decir para volverlas a pasar por el corazón.

Que así sea hoy entre nosotros. Rescatemos a las y los migrantes en esta navidad, para que la gloria del cielo resplandezca en la tierra y traiga paz a quienes buscan con buena voluntad el mundo nuevo que encarnó Jesús.

El autor es Reverendo, 1er Vice Presidente, Consejo Latinoamericano de Iglesias – CLAI Moderador, Presbiterio de San Juan, Iglesia Presbiteriana (USA) – PCUSA.

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