lunes, 21 de enero de 2019

Peligra este bienestar.

Gabriel Mª Otalora

Si echamos una rápida mirada a la situación geopolítica, es fácil comprobar que pocos lugares mantienen un alto nivel de competitividad e innovación y, a la vez tienen sus derechos políticos y sociales democráticamente avanzados. Uno de esos lugares es todavía Europa, al menos una buena parte de sus Estados y naciones, con indicadores de calidad de vida elevados como su fortaleza económico-financiera. Tan es así que las crisis en las diferentes partes del globo han despertado a millones de personas en países fuertemente pauperizados que ponen sus ojos fijos en nuestro bienestar mientras no acabamos de entender aquí que buena parte de sus dolores nacen en el Primer Mundo. Y para colmo, el Sistema no funciona bien. La consecuencia es que nuestras condiciones laborales y demás derechos básicos gratuitos, como la educación, la sanidad o las pensiones, estén en peligro ante los problemas económicos estructurales y la cada vez más desaforada codicia de los verdaderos poderes económicos.



Estamos en crisis, es cierto, con bolsas significativas de exclusión social, pero es una maravilla en comparación con lo que es la pobreza extrema y las muertes frecuentes por inanición en buena parte del Planeta. Buena parte de Canadá, Australia, Japón, Europa, Estados Unidos… lideran el mundo en dura competencia con Rusia, China y varios países emergentes, como India y Brasil; o Arabia Saudí, cuyos ciudadanos viven en régimen cuasi feudal. Son muy ricos pero una vergüenza humanamente hablando. Lo que resulta peculiar es que todas las economías boyantes, democráticas o totalitarias, compartan la globalización financiera en armonía dejando fuera a buena parte de los derechos básicos de las personas de tres cuartas partes del mundo. Una inmensa mayoría de los Estados del mundo con la mayoría de sus habitantes dentro. Lo relevante es que nos parece normal.

Ha llegado el momento en que nos sentimos rodeados, temerosos porque algunos problemas que antes los percibíamos lejos, están cada vez más cerca. El más cercano de todos, la inmigración a gran escala, habiendo optado por centrarnos en cómo nos lo quitamos de encima mirando a las “soluciones” de la extrema derecha, con sus votos en ascenso. No acabo de entender esta postura de atrincherarnos en nuestra torre de marfil cada vez más frágil, en lugar de programar una inteligente ofensiva humanitaria para bajar la presión de tan grandes desigualdades.

La novedad es que una minoría -todavía- de intelectuales trabaja para reavivar lo que propusieron muchos socialdemócratas nórdicos y centroeuropeos de los años sesenta, para quienes lo prioritario era aumentar la igualdad en la distribución primaria de la renta por delante del Estado del bienestar. Les parece necesario y además posible influir directamente en la distribución de la renta a priori, con políticas pre-distributivas, de forma que resulten innecesarias muchas de las correcciones re-distributivas posteriores ante el egoísmo de una élite codiciosa cosmopolita que comparte el eslogan del Tea Party frente a los desfavorecidos del Sistema: “no tenéis derecho a quedaros lo que yo me he ganado”.

Los gobiernos socialdemócratas europeos no han cumplido cuando pudieron con su tarea ética dejando espacio para los recortes y las conductas populistas y xenófobas que empujan para cruzar las líneas rojas que desinflarían el Estado del Bienestar. Se trataría de romper la dinámica mansamente asumida del planteamiento neoliberal de que todos los agentes sociales pueden actuar distributivamente como les plazca, pues ya vendrá el Estado, con el esfuerzo público que haga falta, a arreglar la injusticia: repartir beneficios y socializar las pérdidas sin actuar sobre la pobreza del Tercer Mundo y gestando un polvorín de cuidado.
Para algunos, corregir la desregulación excesiva del laissez faire capitalista, cuyo coste no lo pagan quienes lo generan, es una llamada a la revolución. Pero no es otra cosa que completar las acciones redistributivas clásicas interviniendo sobre las causas a modo de cirugía en evolución que evite precisamente una revuelta planetaria ante la codicia violenta e inmisericorde. Y además ya se aplica alguna medida predistributiva: las cotizaciones sociales sobre los salarios que el Estado obliga a pagar a trabajadores y empresas.

Si algo nos ha enseñado la historia del Estado del bienestar es que al desplazar toda la carga de la justicia social a los poderes públicos, los progresos distributivos no serán sólidos ni estables en el tiempo. Con más medidas predistributivas que eviten injusticias estructurales se podría revertir, en fin, que varios de los millones que ahora votan a tipos como Trump o Bolsonaro, y otros millones más que no pueden elegir a sus gobernantes, vean razones de peso para esperar algún cambio en el reparto de la riqueza mundial que propiciaría nuevos nichos sociales de dignidad humana en el mundo. Si esto parece una quimera es porque algunos se han encargado de construir un trampantojo sobre la realidad y sus posibilidades. El mito de la caverna de Platón en estado puro, ojo.

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