jueves, 20 de junio de 2019

Si la pobreza tiene rostro de mujer, la teología no puede no tenerlo.


Duele. Y aunque muchas veces -tanto mujeres como hombres- quisiéramos pretender que esa realidad no existe, ser mujer significa, tarde o temprano, verse enfrentada a la violencia. Violencia verbal, psicológica, económica, sexual, física. Muchas veces la pobreza tensa aún más la situación: ¡cuánto más difícil es para las mujeres pobres encontrar caminos, oportunidades y apoyo para hacer frente a la violencia! En realidad, ¡la pobreza femenina es, en sí misma, una de estas violencias! El Papa puso el dedo en la llaga cuando en Colombia, ante los obispos de ese país y del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), denunció el clericalismo, diciendo: “las mujeres no pueden ser siervas de nuestro clericalismo” (Colombia, 2017). Permítanme ser aún más clara: siendo el clero masculino, el clericalismo es la forma eclesial del machismo. No concibo opción preferente por los pobres si no significa también una opción preferente por la mujer. Incluso, y particularmente, en la teología y dentro de la Iglesia.

Los datos hablan por sí solos. En Chile, según la CASEN 2015, el porcentaje de mujeres jefas de hogar casi se duplicó entre 1990 (20,2%) y 2015 (39,5%). En el primer decil, este porcentaje llega hasta el 52,8%, mientras en el décimo decil (la población más rica) representa un no despreciable 30%. Por otra parte, más del 77% de las mujeres jefas de hogar conforman hogares monoparentales, según la misma encuesta. Con respecto al índice de pobreza por ingresos, éste es de 12,9% para mujeres jefas de hogar, mientras que para los hombres llega solo a un 8,8%.

Si bien ha bajado considerablemente desde 2006, la brecha de ingresos entre hombres y mujeres era aún de 24,6 puntos en 2015. Además, se evidencia una diferencia considerable en el trabajo no remunerado de cuidado (hijas e hijos, padres, parientes con discapacidad): Según un informe mundial del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las mujeres trabajan 2,5 veces más que los hombres en tareas no remuneradas en el hogar (cuidado)[1]. Tanto hombres como mujeres padecen un peakde pobreza cuando alcanzan la edad de jubilar, pero éste es considerablemente más alto en las mujeres que en los hombres (32,4% vs 28,3%)[2]. Finalmente, según la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, 65 mujeres fueron víctimas de femicidio en Chile durante el 2016[3], ¡en un país de solo 17 millones de habitantes! Una de cada tres mujeres (68%) ha sufrido acoso[4]. De hecho, el 88,9% de las mujeres en Chile afirma que es verdad que “la mayoría de las mujeres es acosada sexualmente alguna vez en su vida”[5].

La exhortación apostólica Amoris Laetitia del Papa Francisco, publicada en 2015, reconoce estas realidades que son semejantes en todo el mundo (AL 242). Menciona también las distintas categorías de pobreza y violencia que sufrimos las mujeres (AL 54), y la dificultad que la pobreza significa especialmente para las mujeres jefas de hogar. ¡Peor aun cuando se encuentran encarceladas! Como escuchamos, conmovid@s, a Jeannette Zurita, durante la visita del Papa al Centro Penitenciario Femenino de Santiago.

Las mujeres somos las que damos vida a las parroquias y a muchas obras sociales. En labores voluntarias, completamente gratis, o con trabajo muchas veces mal pagado. Pero, ¿recibimos la atención, como mujeres, que debiéramos recibir? ¿Cuestionamos nuestra propia mirada hacia cómo se hacen las cosas, tratando de reflejar que la “pobreza tiene rostro de mujer”?[6] Me preocupa especialmente, pensando que los discursos crean y mantienen las realidades: ¿cómo las mujeres podemos participar en el discurso y diálogo teológico si estamos muchas veces en condiciones que limitan nuestro empoderamiento, nuestra dignidad, nuestra igualdad con los varones?


Mi deseo es que el anuncio del Evangelio y la teología tomen en cuenta (¡y en serio!) los signos de los tiempos en relación a la realidad de nosotras, las mujeres. Si la pobreza tiene rostro de mujer, una teología de los signos de los tiempos no puede no tenerlo. La verdad sobre la pobreza material y eclesial, que también tienen rostro de mujer, nos hará libres, a mujeres y hombres.

¿Cómo participar en la teología en una Iglesia donde hay discriminación estructural contra las mujeres? Es una Iglesia donde las monjas, según una denuncia de L’Osservatore Romano, muchas veces trabajan en situaciones de “servidumbre”, sufren abuso de poder, y no se les permite desarrollar sus dones (especialmente, intelectuales) a causa de una comprensión misógina de “humildad” que solo se aplica a las mujeres y no a los hombres[7]. Es una Iglesia donde el Vaticano acaba de vetar a tres conferencistas mujeres, invitadas al encuentro Voces de Fe, convocado para el 8 de marzo de 2018, por sus posturas sobre la homosexualidad: la ex presidenta de Irlanda, una activista lesbiana de Uganda, y una teóloga polaca. Los organizadores no vieron otra opción que realizar la conferencia fuera del Vaticano para mantener las tres conferencistas[8].

Una teología y el anuncio del Evangelio ante la “pobreza con rostro de mujer” no es posible sin una real y verdadera participación de la mujer en la teología misma y en la toma de decisiones en la Iglesia. Así se lograría que no sea una teología sobre nosotras, sino una teología hecha por nosotras y con nosotras, y concebida especialmente, paralas que más sufren de violencia y pobreza.

Ivone Gebara, teóloga feminista brasilera, indica que incluso la Teología de la Liberación ha tenido sus sesgos y cegueras machistas. No ha visto el sesgo de la educación diferenciada para varones y niñas, no está consciente de su error al asumir que para la liberación femenina sería necesario lo mismo que para la liberación “del hombre”. La Teología de la Liberación no ve, concluye, la necesidad de la liberación femenina en la Iglesia[9]. Este sesgo se puede percibir también en Amoris Laetitia, aunque el Papa, en un paso sorprendente para muchos, reconoce explícitamente las contribuciones del feminismo “cuando no pretende la uniformidad” (AL 173). No está completamente claro lo que ha querido señalar con esta condicionalidad, pero es la primera vez que un Papa reconoce algún valor positivo al feminismo.

Es necesario promover una relectura de la Teología de la Liberación desde la perspectiva femenina, que se ha ido desarrollando desde los años 90 en América Latina, Estados Unidos y Alemania: una relectura que no se quede en los rincones de los congresos de mujeres teólogas, sino que permee las prédicas dominicales, las facultades de Teología y las listas de lectura de sus ramos principales. Una relectura, además, que no se quede en una sola versión de cómo ver a la mujer, sino que admita y busque la pluralidad de visiones que tenemos las mujeres, así como la diversidad de posturas que tienen las teólogas. Ciertamente, ha habido un debate teológico en varias de estas facultades, sin embargo, no han sido debates que hayan tenido mayor eco en la jerarquía, ni replicados entre el pueblo de Dios.

Creo que nadie podrá dudar seriamente de la capacidad femenina de participar en la reflexión teológica en distintos ámbitos, conociendo su desempeño en las otras ciencias. Además, tenemos una segunda fuente que justifica nuestra participación: nuestra igual dignidad, nuestras experiencias de fe, nuestro conocimiento. Finalmente, y como sugiere Martha Zechmeister cj: “José Batista Metz (tal como Ignacio Ellacuría) habla mucho sobre la autoridad de los que sufren, que Dios nos habla en las situaciones de sufrimiento y, a partir de ahí, debemos determinar nuestra praxis”[10]. Ciertamente, ¡ésta es una propuesta polémica para muchas mujeres! ¡Que no sea solamente desde su calidad de víctimas que hable la mujer! Sin embargo, que también hable desde allí, que pueda gritar sus sufrimientos invisibilizados, su sufrimiento en y por la Iglesia, pero que no sea tampoco lo único que se le permita decir. Las mujeres también gozamos, queremos hablar de nuestra dignidad, de nuestra fuerza en la superación de la pobreza y otras tantas dificultades… en fin, de nuestra experiencia de Dios.

Mi deseo es que el anuncio del Evangelio y la teología tomen en cuenta (¡y en serio!) los signos de los tiempos en relación a la realidad de nosotras, las mujeres. Si la pobreza tiene rostro de mujer, una teología de los signos de los tiempos no puede no tenerlo. La verdad sobre la pobreza material y eclesial, que también tienen rostro de mujer, nos hará libres, a mujeres y hombres.



[3] Véase por la diferencia de esta cifra con las cifras oficiales de SERNAMEG, ADN Radio, http://www.adnradio.cl/noticias/nacional/organizaciones-de-mujeres-contradicen-cifras-oficiales-de-femicidios-en-chile/20180108/nota/3683162.aspx, 8 de enero de 2018.

[4] Véase Instituto Nacional de la Juventud (Injuv) y el Observatorio contra el Acoso Callejero (OCAC Chile), “Jóvenes y acoso sexual callejero: opiniones y experiencias sobre violencia de género en el espacio público”, 2015.


[6] Para las muchísimas referencias a esta expresión, véase en presentación, CEPAL, XIII Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, Montevideo, 26 de octubre de 2016.

[7] Revista Donne, Chiesa, Mundo, Marzo 2018, resumido en BBC, Monjas pizza, http://www.bbc.com/mundo/noticias-43254029.


[9] Entrevista con Ivone Gebara, por Hugo José Suárez: “Ivone Gebara, teóloga y feminista”, disponible en http://www.mujeresenred.net/spip.php?article2062.

[10] Entrevista con Martha Zechmeister, religiosa y teóloga, evaluando el papel de la mujer en la Iglesia en el pontificado de Francisco. Por Cristina Fontenele, 17 de febrero de 2016, www.evangelizadorasdelosapostoles.wordpress.com.




HACE UN AÑO

Alemana, vive en Chile y es miembro de la CVX adultos. Cientista Político por la universidad Johannes Gutenberg, de Mainz, Alemania, y Doctora en Derecho por la universidad de Essex, Reino Unido. Académica, especialista en derecho internacional y derechos humanos.

Fuente: territorioabierto

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