jueves, 4 de diciembre de 2014

Sin ética no hay estética.


Antonio Gil de Zúñiga

En 1965 el extremeño JM Valverde, poeta y catedrático de Estética en la Universidad de Barcelona, remite a Aranguren un escrito de apoyo y de su decisión de renunciar a la cátedra de Estética en la Universidad de Barcelona, porque “nulla aesthetica sine ethica” (sin ética no hay estética). Tanto Aranguren como Tierno Galván, Sacristán y García Calvo fueron expulsados de sus cátedras universitarias, en las postrimerías de la dictadura franquista.

Valverde se solidariza así con estos profesores y compañeros universitarios represaliados y lo hace con la palabra y también con los hechos. JM Valverde sabe que sólo el escrito de apoyo pertenece a la estética, pero sabe también que su gesto sería inconsistente, vacío, de escaso apoyo a los represaliados, si no iba acompañado de la ética, de la solidaridad real con ellos ante tamaña injusticia por defender las libertades.

La ética pertenece al ser (Heidegger) y la estética tiende a la apariencia, a lo que se percibe por los sentidos, si nos atenemos a su origen etimológico; de ahí que tiene que ver con la belleza. Tomás de Aquino define lo bello como aquello que visto agrada (ea quae visa placent). No sólo hay que ser, sino también parecer. Sin duda, lo que se percibe por los sentidos debe estar fundamentado en base sólida, para que no ocurra aquello que nos dice nuestro refranero: “No es oro todo lo que reluce”.

Pero el ser humano, al que llamamos persona, lleva en su adn el aparentar, el cuidar en exceso la buena imagen, sin preocuparse dónde se fundamenta esa apariencia. No en vano el término “persona” en su raíz griega significa la máscara que solía usarse en las representaciones teatrales. Y la puesta en escena viene a ser demasiado frecuente, máxime en nuestros días con tantos medios audiovisuales a nuestro alcance. En los corruptos de los días pasados y de los anteriores y de los anteriores se cuida sobremanera la “apariencia”, lo que pueda ser bien visto, la puesta en escena, de ahí el uso de la televisión para darse a conocer y usar el maquillaje apropiado. En la televisión, digamos el todavía-no presunto corrupto, se manifiesta indignado por otros casos de corrupción y su discurso es de defensa a ultranza del buen hacer y de la ética. Más tarde pasa a ser imputado por prácticas de corrupción y aquella imagen televisiva se desvanece y se afea aún más, porque no está sustentada por la ética; una escultura de bronce sin pedestal, sin cimiento sobre el que pueda erguirse con firmeza.

Nuestra estructura clerical siente una debilidad obsesiva por la apariencia, por la diplomacia. Ahí están los hechos más recientes: el caso de los presuntos pederastas de Granada y la manifestación a favor de la ley “Gallardón” sobre el aborto, retirada por el gobierno de Rajoy. En el primer caso, la conferencia episcopal en su reunión ordinaria anual habla por boca de su portavoz de tolerancia cero en el asunto de la pederastia, dejando al obispo granadino en un estado de indiferencia y no de cobijo ni de defensa a ultranza, como es habitual, para no enfrentarse así a la posición del papa Francisco que se ha interesado personalmente por este asunto. Y respecto a la manifestación del pasado 22 de noviembre, nadie ha visto a ningún jerarca en ella (los anales nos dicen lo contrario en tiempos de gobiernos socialistas). Razón: esta manifestación no estaba avalada por el gobierno conservador, de derechas. Entra así en juego la diplomacia, el no molestar a un gobierno afín. A este respecto nos recuerda I. Ellacuría(sirva esta cita como recuerdo del 25º aniversario de su martirio) que la jerarquía ha de ejercer su misión “política” más que por la vía diplomática por la “vía profética y de acompañamiento”.

Jesús de Nazaret fue muy duro con aquellos que basaban su comportamiento en las apariencias y no en lo profundo de su ser, en la ética, en la coherencia de la ética y la estética. La metáfora de “sepulcros blanqueados” no puede ser más luminosa y acertada. Le molestaba sobremanera que las personas, sobre todo los que ejercen alguna responsabilidad en el pueblo, sean “hipócritas”, es decir, comediantes, actores. La vida no puede ser un teatro; cada uno ha de manifestarse desde unos valores y no desde el todo vale, amparados en la “máscara” del escenario. ¿Dónde está la “recta ratio” de los escolásticos para referirse a la persona íntegra, honesta, que se guía por actitudes y comportamientos éticos? La estética al fundamentarse en la apariencia puede:

a) manifestar una realidad distorsionada, incluso perversa, pues hace bella y hasta buena una realidad fea y maquillada, al no tener el referente de la ética;

b) provocar engaño y, por lo tanto, frustración y desconfianza, sobre todo si se trata de una persona con responsabilidades públicas, ya sean políticas o eclesiales;

c) potenciar el narcisismo en el propio sujeto; y de aquí a la vanagloria hay un paso.

A este respecto, creo acertado el recordar los desaguisados lingüísticos que provocaba la misa en latín. En el coro de mi pueblo al cantar el gloria y al llegar al “laudamus te”, “benedicimus te”, cantaban de este modo: “alábeme usted, bendígame usted”. El que sucumbe a los encantos de la vanagloria se procura o hace al menos todos los esfuerzos por rodearse de un coro de aduladores que enmascaren su inconsistencia ética. El halago viene a ser, según Diógenes, el peor de los animales domésticos.

Desde siempre el pueblo llano ha tenido un olfato especial para detectar cuándo lo estético se cimienta en lo ético. Quién no ha oído alguna vez esta frase que se transmite de padres a hijos: “Si alguna vez te enamoras, no mires lo que se ve, sino lo de dentro, lo que no se percibe de inmediato”. El ser humano, a pesar de ser “máscara” como persona, posee una estructura interna, un microchip que le permite diferenciar cuándo la ética es soporte robusto de la estética y cuándo hay que tomar decisiones como la de JM Valverde.

Fuente: Atrio

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