Instantáneas de la beatificación de Monseñor Romero [No3]
No faltan los buenos amigos que en momentos como este me recuerdan que, aunque conservamos la amistad, no por eso dejan de existir las diferencias. Y a veces, diferencias que me sorprenden.
Uno de ellos, de filiación evangélica, cuando supo que yo estaba aquí en San Salvador aprestándome para la beatificación de Monseñor Romero, de inmediato, con velocidad de profeta a punto de cumplirse el fin de los tiempos, me escribió con Biblia en mano para recordarme que Dios odia la idolatría y que su Santa Palabra nos ordena no desviarnos «ni a la derecha, ni a la izquierda». Y aclaró: «no son palabras que te digo, sino las que están en nuestra hermosa Biblia». Me censuró, me exhortó y me reprobó sin que yo se lo estuviera pidiendo y en breves mensajes.
De frente y sin mediar saludo me aplicó los versículos que quiso y me dejó perplejo mirando hacia los lados. Así son los amigos; tengo muchos así y me precio de tenerlos (aunque, bueno, la verdad es que éste se excedió). En treinta y cinco años de ministerio pastoral, docente y de servicio social he hecho muy buenos amigos y amigas y he conocido gente de muchas iglesias, de diferentes países, de variados acentos litúrgicos y de insospechables resabios teológicos.
Uno de los regalos más grandes que Dios me ha dado es el sentirme, por igual, hermano de los de aquí, allá y acullá. De muchos que se enorgullecen de ser conservadores, de otros que se llaman moderados y de no pocos que se presentan como progresistas; de católicos y de protestantes; de los de vieja data histórica y los de reciente práctica neopentecostal; de cristianos y de no cristianos. Son amigos y amigas, aunque en muchos casos no piense, ni crea, ni actúe como ellos.
¿No se engrandecen nuestras convicciones cuando las afirmamos con respeto y sensibilidad? ¿No se hace la diversidad religiosa más efectiva cuando trabajamos juntos a favor de la justicia, la dignidad y la reconciliación?
Monseñor Romero, en la homilía del domingo 29 de mayo de 1977, decía con razón: «Es necesario un pluralismo sano. No queramos cortarlos a todos con la misma medida. No es uniformidad, que es distinto de unidad. Unidad quiere decir pluralidad, pero respeto de todos al pensamiento de los otros, y entre todos crear una unidad que es mucho más rica que mi sólo pensamiento».
Así es, Monseñor, pero fíjese usted (para usar una expresión salvadoreña) que hay quienes no lo entienden así y prefieren, en lugar de un sano pluralismo, una perniciosa e intolerante uniformidad. Así son, Monseñor, así son.
Harold Segura C.
Harold Segura C., pastor y teólogo colombiano, Director de Relaciones Eclesiásticas de World Vision International. Reside en San José, Costa Rica.
Fuente: Lupa Protestante
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