lunes, 6 de julio de 2015

La brevedad de la vida y el hecho insoslayable de la muerte.


Antropología del rey Salomón 

El Eclesiastés es un profundo tratado de contenido existencialista, en el que se considera la brevedad de la vida y el hecho insoslayable de la muerte.

La investigación científica y teológica, en el campo de la antropología, tienen bastantes aspectos en común: uno es el problema de la inmanencia, que impele a los seres humanos a buscar la felicidad y la realización a lo largo de su devenir histórico- existencial, y el otro es de carácter metafísico y apunta a la problemática de la trascendencia. Se ha dicho que el único problema, verdaderamente importante, que tiene el hombre, es el problema de la muerte. Ésta es una realidad admitida, tanto en el campo científico como en el filosófico y teológico. En esta obra no se estudia al ser humano en cuanto a la constitución estructural o tectónica de su personalidad, sino que aquí se realiza una aproximación a su devenir existencial en cuanto es considerado como un- ser para-la-muerte. 

El Eclesiastés es un profundo tratado de contenido existencialista, en el que se considera la brevedad de la vida y el hecho insoslayable de la muerte. Así en Eclesiastés 1: 4, encontramos: “generación va, y generación viene; mas la tierra siempre (en hebreo se emplea el término ôlam, que tiene el significado de duración indefinida) permanece”. El hombre de la época salomónica al comprobar, cada día, su realidad tanática, y contrastarla con la aparente duración eterna de la tierra, experimenta un sentimiento de frustración y angustia, que le priva de vivir su vida con una esperanza metafísica de realización salvífica. No obstante mantiene una cierta conciencia del componente rûatico (espiritual) de su personalidad. Veamos tres ejemplos al respecto: 1º) en Eclesiastés 3: 18-21 encontramos una serie de aseveraciones, que son muy bien consideradas por los teístas evolucionistas. 

Aseveraciones innegables desde el punto de vista científico-biológico (consideraciones anatómicas, biológicas y fisiológicas de la mayor importancia).En los textos, aquí, citados se nos habla de la inmanencia del hombre y también de su posible trascendencia metafísica. El versículo 21 interroga: ¿Quién sabe que el espíritu (heb = Rûah) de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu (heb = Rûah) del animal desciende abajo a la tierra?. Según este texto hay inmanencia para los animales (al menos los clasificados en la escala filogenética como animales superiores) pero la posibilidad de la trascendencia corresponde solo a los seres humanos. 2º) En el capítulo 8: 8 de este excepcional tratado, leemos: “No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu (heb = rûah) para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee (lit = a los que le son adictos). En este texto queda claramente especificado la gran confrontación dialéctica entre el instinto de la vida (eros) y el instinto de la muerte (tanatos l). Las investigaciones científicas actuales van confirmando o aseverando este singular y trascendental texto. Muchos científicos del campo de la Neurología, la Neuropsicología y de la Psiquiatría, consideraban al espíritu (heb- rûah, gr-pneuma) como un epifenómeno de la materia; por consiguiente se certificaba que una persona había fallecido cuando su aparato cardio-respiratorio dejaba de funcionar. Hoy en día los criterios para certificar la muerte de un ser humano, de una forma irreversible, están cambiando. 

Las experiencias empíricas y científicas con personas en estado de muerte clínica, han venido a corroborar las afirmaciones, no solo de la Biblia., sino de todos aquellos que creemos en la trascendencia metafísica del espíritu humano. Se han publicado centenares de obras sobre el fenómeno denominado “Vida después de la vida ”. La autoría de la primera obra que se publicó, al respecto, se le adjudica al médico americano Dr. Raymond Moody y la última, al Dr. Eben Alexander, neurocirujano, que ha publicado un libro con el título La Prueba del Cielo. En esta obra el doctor Alexander nos habla de sus experiencias vividas y vivenciadas en un estado de coma o muerte clínica. 

Las obras que tratan de las experiencias vividas en estado de muerte clínica no son una demostración de la existencia de Dios, sino que más bien pretenden exponer una prueba, indubitable, de la trascendencia metafísica del espíritu. Para el autor del Eclesiastés lo más importante, y trascendental, para el ser humano es encontrar un medio, un conocimiento o una realidad que satisfaga sus deseos de realización inmanente y trascendente. Sobre este presupuesto, escribe esta magistral obra, donde nos va describiendo todos los esfuerzos, del hombre (sentido genérico), por alcanzar una realización plena. 

Este libro es, en mi criterio, el mejor tratado que jamás se haya escrito sobre la angustia y la frustración humana, conjuntamente con el libro de Job. Salomón realiza una investigación en la esfera de la intimidad del hombre y descubre que este, tal y como nace, se va deviniendo a lo largo de su vida como un ser frustrado, en tanto que busca su realización, debajo de cielo, al margen de Dios. Esta obra es también el mejor tratado que conozco sobre el concepto de tiempo y de temporalidad (que constituye la manera de cómo el hombre vivencia su tiempo a lo largo de su devenir existencial). El autor comienza sus investigaciones en el campo de la salud mental: “Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aún esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quién añade ciencia, añade dolor” (Ecl. 1:17-18). Fracasado en este intento para conseguir su realización; experimenta con el consumo de drogas, que al producir alteraciones bioquímicas a nivel cerebral, pudieran generarle contenidos no éticos, anímicos o espirituales que llenasen su vacío existencial: “Propuse en mi corazón (como centro económico del fondo de nuestro ser) agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cual fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida”. 

El hombre quiere realizarse en plena contradicción; no toma conciencia que para resolverla tiene que eliminar uno de los componentes antagónicos de la misma. Los paraísos artificiales no le proporcionan la realización inmanente y trascendente que persigue. Prueba todos los placeres, las riquezas, el poder, la religiosidad, la investigación científica, la filosofía, etc., y al final siempre aboca a la misma conclusión desesperada: todo es vanidad y aflicción de espíritu (Ecl. 2:17). 

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