Por Luis Bruschtein
“Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra.” Estas palabras provocaron un estallido de aplausos de los representantes de los movimientos sociales de América latina, muchos de ellos ubicados a la izquierda de la izquierda. Y no estaban aplaudiendo a Fidel, a Evo, a Chávez o a Cristina Kirchner, o Lula, sino a la eminencia mayor de los católicos. No se conocen antecedentes en que el máximo líder de la Iglesia pronuncie un discurso como ese discurso en semejante escenario.
El discurso del papa Francisco ante los movimientos sociales reunidos en Santa Cruz de la Sierra tuvo una resonancia inédita y hasta cierta connotación surrealista por lo disruptiva. Un papa católico, junto a Evo Morales y líderes obreros y campesinos en un pequeño y expoliado país de América latina. Más allá del origen latinoamericano de ese papa, la elección de la escena y las palabras que se volcaron implican una decisión política que tiene profundas implicancias en el escenario internacional. Es un papa que ha optado por una papel terrenal, al igual que Juan Pablo II, pero en un registro político muy diferente.
“Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos.” Parece la apropiación de una frase proveniente de otra cultura política. El Papa la formula rodeado de obispos latinoamericanos que fueron designados por sus antecesores y que en buena medida han expresado todo lo contrario. Ese cuerpo de obispos no tiene la misma gimnasia y, seguramente, varios de ellos se sentirán incómodos.
Hubo varias referencias que tienen implicancias directas con muchos de los conflictos argentinos. Al enumerar algunos de los problemas más graves de las sociedades modernas subrayó “la concentración monopólica de los medios de comunicación social”. Mientras hacía estas afirmaciones, que en Argentina tienen una significación concreta con el Grupo Clarín, el enviado de ese medio, Sergio Rubin, comentaba con ironía el extraño obsequio –una hoz y un martillo con un Cristo crucificado en el martillo– que Evo le había hecho al Papa y que había provocado su sorpresa. Mientras la pantalla mostraba el obsequio, que se convertía en ese tratamiento mediático en la demostración que se trataba de dos culturas irrremediablemente contrapuestas, el Papa se despachaba en Santa Cruz de la Sierra en contra de la concentración monopólica de los medios, de la que el Grupo Clarín, como exponente argentino de ese fenómeno, se ha convertido en una especie de ogro latinoamericano.
Palabras como “colonialismo” o conceptos como “Patria Grande” formulados en ese contexto ubican al Vaticano en un registro histórico diferente, porque hasta hace unos pocos años, la idea de colonialismo estaba asociada a la Iglesia Católica, también parte de la estructura de poder de señores feudales en épocas coloniales y de terratenientes y oligarquías en las posteriores. La Iglesia formó parte institucional y simbólica de la estructura de poder de las clases dominantes latinoamericanas, con excepción de algunos obispos, muchos de los cuales fueron expulsados, durante los dos papados anteriores al de Francisco, por haber dicho la mitad de lo que dijo ayer el Papa en Bolivia.
Es inevitable hacer una lectura política, porque cada palabra tuvo esa intención: ¿Qué dirían, por ejemplo, asesores de Mauricio Macri como Carlos Melconian o Federico Sturzenegger de la frase “poner la economía al servicio de los pueblos” y oponerse a “una economía de exclusión e inequidad”, o la afirmación de que “el colonialismo, nuevo y viejo, reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato”? Pocas horas antes, la presidenta Cristina Kirchner en Tucumán hablaba por la cadena nacional de radiodifusión sobre la importancia de tener una economía independiente de los precios de las materias primas, para lo cual era necesario industrializar el país, como se ha impulsado desde su gobierno. Los portales de los grandes medios la criticaron porque hacía un discurso político el Día de la Independencia. La idea de una historia apolítica forma parte de esa cultura colonizada que criticó el Papa, porque tanto la historia como la Iglesia siempre hacen política. Lo que pasa es que las políticas de derecha tienden a ser naturalizadas como apolíticas por el sentido común hegemónico, que es de derecha.
La mayoría de los obispos latinoamericanos, sobre todo los episcopados de cada país, no está en sintonía con esos contenidos. Representan un factor a veces tan conservador o reaccionario como los que critica el Papa. En los países latinoamericanos donde hay procesos populares con discursos en consonancia con el papal, varios episcopados se han convertido en una parte de la oposición junto a los medios concentrados de comunicación. Hubo momentos que en Argentina, bajo la conducción del mismo Bergoglio, también funcionó de esa manera. El discurso del papa Francisco de ayer, que marcará un hito en la Iglesia Católica, no aparece en línea con esos antecedentes. Si ese fuerte contenido baja hacia la línea de obispos, la gran maquinaria simbólica y concreta de la Iglesia habría producido un giro trascendental con una profunda proyección en el escenario mundial.
Fuente: Atrio
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