Rufo González
“La controversia sobre el celibato” después del Vaticano II (14)
(Comentarios a “Sacerdotalis Caelibatus”, de Pablo VI)
El celibato y el matrimonio, dos modos de testimoniar a Cristo.
El n. 57 de “Sacerdotalis Caelibatus”, divide en dos a la Iglesia de cara a “testimoniar el misterio de Cristo y de su reino”: a) seglares casados: con la vida conyugal y familiar cristiana; b) sacerdotes: con la vida total “dedicada a las nuevas y fascinadoras realidades del reino de Dios”. Nada para los seglares solteros ni para los sacerdotes casados de la Iglesia oriental. Sus testimonios no deben ser “necesarios” ni sus realidades deben ser “nuevas y fascinantes”. Ideología clerical.
Reconoce que al sacerdote (se supone célibe) le falta “una experiencia personal y directa de la vida matrimonial”. Pero afirma que “no le faltará ciertamente, a causa de su misma formación, de su ministerio y por la gracia de su estado, un conocimiento acaso más profundo todavía del corazón…”. “Formación, ministerio y gracia de estado” permiten al sacerdote “penetrar aquellos problemas en su mismo origen y ser así de valiosa ayuda, con el consejo y con la asistencia, para los cónyuges y para las familias cristianas (cf. 1Cor 2, 15)”. La cita de Pablo habla del “hombre espiritual que examina y juzga todo, mientras él no es examinado ni juzgado por nadie… ¡Nosotros conocemos la mente de Cristo! (1Cor 2, 15-16). El texto se refiere a todo cristiano que puede mirar y juzgar la realidad desde el amor de Jesús. El Papa lo restringe al sacerdote célibe: “espiritual, y conoce a Cristo”. Pretender hoy, con el progreso de la psicología, que los célibes sean asesores ideales para el matrimonio es pretencioso. La vida demuestra que la “formación, ministerio y gracia de estado” sacerdotal no implican en nuestra época “un conocimiento más profundo del corazón humano”.
Más ideología y propaganda clerical
“La presencia, junto al hogar cristiano, del sacerdote que vive en plenitud su propio celibato, subrayará la dimensión espiritual de todo amor digno de este nombre, y su personal sacrificio merecerá a los fieles unidos por el sagrado vínculo del matrimonio las gracias de una auténtica unión” (Sacerd. Caelib. n. 57).
El amor matrimonial es tan espiritual como el amor celibatario. En cristiano ambos estados son “por el Reino”. El celibato no es un sacrificio; es una opción libre, que debe realizar a quien lo elige, porque así se es fiel a sí mismo y comprometido con los valores íntegros de la vida humana. Todo cristiano, si vive en el amor de Cristo, “subraya la dimensión espiritul de todo amor… y merece las gracias de la auténtica unión”. El amor esponsal y materno-paterno es más signo del amor de Cristo.
La soledad del sacerdote célibe no es por el celibato
“Es cierto; por su celibato el sacerdote es un hombre solo; pero su soledad no es el vacío, porque está llena de Dios y de la exuberante riqueza de su reino. Segregado del mundo, el sacerdote no está separado del pueblo de Dios, porque ha sido constituido para provecho de los hombres (Heb 5, 1), consagrado enteramente a la caridad (cf. 1Cor 14, 4 s.) y al trabajo para el cual le ha asumido el Señor (Decr. Presbyter. ordinis, n. 3)” (Sacerd. Caelib. n. 58).
Todo cristiano “llena su soledad con Dios y la exuberante riqueza de su reino”. Como es habitual, todo se exagera a favor del celibato: “plenitud interior y exterior de caridad”. La caridad puede llenar a todo cristiano. Nadie debía ser “preparado” para vivir en soledad, sino en comunidad. Nadie debería “escogerla conscientemente”. Ante la vida de muchos clérigos, la gente percibe que están solos “por el orgullo de ser diferentes de los demás, por sustraerse a las responsabilidades comunes, por desentenderse de sus hermanos o por desestima del mundo”. No es cierto que “segregado del mundo, el sacerdote no está separado del pueblo de Dios, porque ha sido constituido para provecho de los hombres (Heb 5, 1), consagrado enteramente a la caridad (cf. 1Cor 14, 4 s.) y al trabajo para el cual le ha asumido el Señor (Decr. Presbyter. ordinis, n. 3)”. Pura teoría, idelogía clerical, con muy poca base real. Todo el Pueblo de Dios ha sido “segregado del mundo…”. Hebreos no habla del sacerdocio ministerial, sino del sacerdocio de Jesús, vida entregada por todos, sacerdocio vital que podemos compartir los cristianos en general (1Pe 2,9).
Cristo y la soledad sacerdotal (Sacerd. Caelib. n. 59)
Cristo no sintió la soledad por el celibato. Cristo sintió la soledad por anunciar y vivir el Reino y su enfrentamiento a los que lo impedían. Como un sindicalista, luchador antideshaucio, trabajador por la justicia y los derchos humanos… La soledad por el celibato tiene fácil remedio. No es obligado no casarse o tener familia. Quien no vive en familia es porque no quiere. Además cabe la posibilidad de relacionarse con amigos, familares consanguíneos, afines.. Como Jesús, todo cristiano encuentra la soledad y puede decir: “Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16, 32). El cristiano “ha escogido ser todo de Cristo”. En él encuentra intimidad y gracia del Espíritu, protección de la Virgen, y cuidados de la Iglesia, si la Iglesia es como debe ser. Por desgracia, el clericalismo no ha contribuido a crear comunidades fraternas. Los cuidados han sido para el clero, aunque bastante pobres. Todo eso que dice la encíclica de “la solicitud de su padre en Cristo, el obispo, la fraterna intimidad de sus hermanos en el sacerdocio y el aliento de todo el pueblo de Dios” (Sacerd. C. n. 59), ha sido muy limitado y mientras se atiene “a la ley”, no “de acuerdo al Evangelio”. La ley ha prevalecido sobre el Evangelio. El abuso en la Iglesia católica con los curas secularizados ha sido escandaloso por inhumano. El testimonio de un sacerdote brillante, biblista, profesor universitario, me parece digno de ser divulgado y escuchado por los dirigentes eclesiales. Espero que la Ley no les haya endurecido el corazón evangélico, que todo cristiano tiene como centro. Es de una carta de Juan Barreto a su obispo, Ramón Echarren (+):
“El trato recibido es vejatorio, empezando por los procedimientos humillantes a los que se los somete en los trámites para obtener la secularización. Después, ya sabes, nada importa la experiencia, la preparación, los años de dedicación, ni siquiera la disponibilidad explícita. ¿Sabes, en términos económicos, la cantidad de horas, de recursos humanos de los que se prescinde tan ligeramente? Si obtienen la secularización, se los tolera en la comunidad, pero según la práctica vigente, y lo sabes tanto como yo (no necesitas que te cite ningún documento), se los discrimina. Son sospechosos de por vida. No podrán, si no es por la benevolencia de algún obispo, ni dar clases de religión… Traidores, renegados, otros Judas son las expresiones al uso … y hay que oírlas cuando caen sobre uno para darse cuenta del peso brutal de cada una de ellas. Como pecadores públicos se les trata para público escarmiento. No podrán ni celebrar su boda en público.
Con todo y con ser tantos -ahí están las cifras- el silencio es clamoroso. Compañeros con los que habíamos trabajado toda la vida, ¿qué digo?, hermanos con los que habíamos convivido durante tantos años. No existen. Sin más. Son una vergüenza pública de la que no se habla para que no cunda el (mal) ejemplo. Para mí este silencio es el auténtico escándalo.
Son miles los que han dado el paso. Y muchos son también los que han quedado atrapados en situaciones donde no les es posible ni retroceder ni avanzar. No quiero hurgar en esa otra herida escondida, aunque sangrante, de tantos dramas humanos en tantas historias ocultas o semiocultas, pero callarlo ahora sería igualmente hipocresía. Esas historias no quitan el sueño a nadie, al parecer, porque todo sigue igual en la fachada… Da la impresión de que no interesan los dramas personales ni la verdad que nos hace libres, sino la aparente blancura del muro que esconde tantas miserias. No hablo de perversiones ni de pecados, sino de los sufrimientos ocasionados por situaciones insostenibles y del envilecimiento consiguiente de los dones de la vida que son los dones de Dios.
¿Qué ha pasado? ¿Que se ha levantado un viento de corrupción en la iglesia? ¿Que han fallado los métodos de educación? ¿Es el hombre el que ha fallado o es la ley la que no es adecuada? ¿Sacrificaremos esa realidad a la ley? ¿Es el hombre para la ley o la ley para el hombre? No estamos hablando de una ley fundacional, constitutiva del ser o no ser del ministerio. En todo caso, hablemos. Pero es eso precisamente lo que no se hace. Es tabú este tema. Y esto es, lo repito, escandaloso … Ese tic del silencio es el que creo reconocer … El proceder es el siguiente: todo está perfecto, nada hay que cambiar, las disfunciones se deben a problemas de educación, quizá a una vida de piedad en quiebra (falta de oración, etc.), a una vida afectiva no madura (falta de experiencia de amistad, etc … ) Conclusión: el fallo está en la persona, no en la ley. Hablemos sí, pero de otra cosa.
Y de otra cosa se habla. Se vuelve de nuevo en los seminarios a sistemas de “formación” caracterizados, cada vez más, por el aislamiento, sin advertir que no hay razón para que funcione en el futuro lo que no fue eficaz para lograr esos propósitos en el pasado …
Se necesita, a lo que veo, la confesión ante notario del propio reo para que quede constancia de que no es la ley, sino la fragilidad humana de cada una de las personas responsables de la situación. Con la confesión de la culpa va pareja la asunción de la pena. Y todos tan tranquilos. Nada ha pasado. Se ha excluido del ministerio a un veinticinco por ciento de los que lo servían, se los ha condenado al ostracismo eclesial, y, si algún reticente vacila en firmar, se lo empuja fuera para que no nos enturbie la conciencia. Nada ha pasado. Después con admirable imperturbabilidad organizamos semanas de oración por los hermanos separados, semanas de fe y cultura para captar creyentes, semanas por las vocaciones … y no nos cansamos de advertir -siempre a “los otros”- que hasta las prostitutas los precederán en el Reino de los cielos. Nos hemos lavado muy bien las manos…
No es la ley del celibato el problema más importante. De ningún modo. Pero, según mi entender, el modo de afrontar el tema es un paradigma de ceguera e hipocresía escandaloso. Es su carácter sintomático lo que le da una dimensión inquietante.
Nunca quise convertir esto en una discusión teórica. No fue por planteamientos teóricos por los que me casé con Carmen. Lo hice porque nos queríamos ¡Eso es todo! No pensé que, en mis circunstancias, esa nueva situación me impidiese por sí misma, prestar a la comunidad el servicio que estaba prestando. Todo lo contrario. Eso es así”.
(CURAS CASADOS. Historias de fe y ternura. R. Alario y Tere Cortés, coordinadores. Moceop. Albacete 2010, pág. 177-179).
Fuente: Redes Cristianas
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