José Ignacio González Faus
Frutos de la era postverdad, son la desaparición de toda autocrítica y la reaparición de los fundamentalismos.
La palabra autocrítica la encontré por primera vez en “El Ciervo” de mis años mozos, que pedía saber ser críticos con la propia Iglesia, envuelta entonces en un caparazón de sacralidad que la hacía intocable. Pese a acusaciones irritadas (“malos hijos”, “falta de amor a su madre”), la autocrítica acabó imponiéndose (unas veces bien hecha y otras mal, como suele pasar en las historias humanas).
Aquellas confesiones fueron generando propósitos de enmienda que cuajaron en el Vaticano II y han contribuido a que la Iglesia (con todos sus defectos) siga viva y haya dado ejemplos sorprendentes de calidad humana. Queda mucho por hacer pero queda también el balance de que la autocrítica, hecha con espíritu penitencial y no de resentimiento o protagonismo, acaba siendo fecunda aunque duela.
En un libro-antología de textos antiguos (”La libertad de palabra en la Iglesia y en la teología”), mostré que la Iglesia, al recuperar la autocrítica, recuperó la fidelidad a su propia tradición. Hoy en cambio, cuando tras algún atentado se nos dice que el terrorista “ha sido abatido”, nadie osa preguntar qué hay tras esa expresión ambigua. Y desde esta Catalunya en la que escribo, hay derecho a ser independentista o no serlo, pero ¿quién encontrará una mínima palabra de autocrítica en uno de los dos bandos? Y ¡mira que amos han hecho mal las cosas! Pero en ambos, la más mínima autocrítica supone el fin de una carrera política. Con lo que pasamos al punto siguiente.
El fundamentalismo es una identificación tan absoluta con las propias convicciones que considera débil y ofensivo el mero intento de pasarlas por el tamiz de una razón crítica. Los matices son como virus en su ordenador mental. Está tan seguro de sus propias posiciones y las vincula tanto con su identidad, que se siente dispensado de toda ley que las contradiga. Es una de las actitudes a las que más propensos somos los humanos, por nuestra necesidad de seguridad.
Se lo vincula con algunas sectas pseudocristianas de EE UU que toman literalmente todas las afirmaciones de la Biblia, sin aceptar no ya la crítica histórica sino ni siquiera los más elementales géneros literarios. Si el mito del Génesis dice: “Dios creó al hombre del barro de la tierra”, eso solo puede ser entendido en el sentido literal de modelar una figura de barro y luego soplar sobre ella. Que al hombre se le llame de Adam (en hebreo: terrícola) no aporta nada para entender la intención del relato bíblico…
Pero el fundamentalismo no es solo religioso. Es hora de caer en la cuenta de la presencia de actitudes fundamentalistas en la sociedad laica y, en concreto, en el campo político. Pues ahí es donde más nos pica hoy y donde más habrá que rascarse o ponerse alguna pomada razonante. Veamos ejemplos:
Un partido anegado por una riada de corrupción que no solo inundó a personas concretas sino al partido mismo, sufre una pérdida de votos que acaba posibilitando una moción de censura que lo saca del gobierno. Pues bien: la reacción ante un desastre, que reclamaba una seria regeneración, es enterrar toda autocrítica como si la corrupción no existiera, proclamar el orgullo partidista y girar a posiciones de extrema derecha, calificadas como centro-derecha y donde no hay más “centro” que el del ego-centrismo.
En sus discursos, ni un argumento ni una razón: solo eslóganes y peroratas (“vamos a dar miedo” etc). Su presidente (acosado por un master ambiguo) declara que no hay más ética que lo legal (ignorando que según santo Tomás la ley ha de mirar al bien común y no a la moral individual). Pero luego califican de “felonía” una moción de censura totalmente legal. Para ellos y Ciudadanos la intransigencia sustituye a la inteligencia.
Por el otro lado, la “sultana de la alegre Andalucía” proclama el orgullo de ser del PSOE como si fuera un partido concebido sin pecado original y ve ahí una razón para reclamar el voto. Para los independentistas no existe la Constitución ya antes de ser independientes. Y Puigdemont se permite decirle a Sánchez que “el tiempo de gracia termina”. Como si fuera Dios…
Según esos ejemplos, las únicas fuentes de autoestima son la incapacidad para enfrentarse con la realidad tal cual es, y la ausencia de honradez autocrítica. Así reaccionan cuando la porquería los envuelve de manera total, y tan pública que es imposible disimularla: “si he cometido algún error…”, dicen en situaciones donde sobra la condicional y solo cabe decir: “he cometido un robo mayúsculo”. ¡Qué contraste con el viejo Lao Tse: “de la humildad brota la grandeza”!…
Decían los sabios, con cierta preocupación que estábamos pasando del clásico “homo sapiens” al “homo oeconomicus”. Si Cicerón me permitiera el barbarismo añadiría que ahora estamos pasando al “homo chulus”. Mi antiguo profesor de latín no aceptará ese adjetivo, pero el lector lo entenderá sin esfuerzo.
Es pues hora de sembrar trigo de autocrítica entre tanta cizaña fundamentalista. Pues aquí se cumple a nivel grupal, una frase de Jesús: “quien quiere salvar su vida la pierde; y el que entrega su vida por una causa noble es el que la salva”. Fundamentalismos y falta de autocrítica acaban haciendo un daño inmenso a la causa que pretenden defender.
Fuente: blogs.periodistadigital.com
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