por Manfred Nolte.
El Banco Mundial fija en la actualidad un ingreso personal mínimo de 1,90 dólares/día (57 dólares/mes) como umbral de la pobreza absoluta. Los dólares se valoran en paridad de poder adquisitivo, porque un dólar tiene una capacidad mayor de compra en un país pobre que en otro desarrollado.
Según el referido criterio monetario, la evolución de la pobreza ha ido decreciendo en el planeta. En 1981, el 42,3% de la población mundial se situaba por debajo de dicho nivel. En 2013, último dato publicado, el porcentaje ha descendido y se instala en el 10,7%. En este progreso ha jugado también la evolución de la población mundial (denominador), pero en conjunto la pobreza (numerador) afecta a un menor número absoluto de personas. Hasta ahí un logro positivo, que los llamados ‘Objetivos de desarrollo sostenible’ (ODS) de Naciones Unidas quieren redoblar hasta la erradicación de la indigencia en todas sus formas para el año 2030 (Objetivo nº 1). Más allá de la pobreza absoluta se halla el índice de pobreza relativa, referida en cada país a unos baremos relacionados con el nivel inferior en un porcentaje determinado de la mediana de rentas del país, pero no es el tema de hoy.
Seguiremos con la pobreza absoluta y con el objetivo de su alivio y erradicación. Tomando el índice de 2013 (10,7 %) llegamos a una estimación aproximada de 769 millones de personas que en estos momentos luchan en el mundo por la mera supervivencia por debajo del nivel de la pobreza definida por el Banco Mundial. Su ubicación principal está en el África subsahariana (390 millones), la India (260 millones), China e Indonesia (25 millones).
Si establecemos ahora un escalón superior, y ampliamos el umbral indicado de pobreza hasta los 3,80 dólares día (114 dólares/mes), la pobreza aumenta en 1.500 millones adicionales de persona. De hecho, en 2013, 4.000 millones de personas, más de la mitad del planeta, contaban con ingresos diarios comprendidos entre los 1,90 y los 10 dólares.
Sumados estos 1.500 a los 769 millones arriba citados llegamos a la cifra de 2.269 millones de personas situadas por debajo del nivel de los 114 dólares mes, una pobreza aún insoportable a todos los efectos de los parámetros occidentales.
Estas cifras guardan una relación directa con la migración.
En el cómputo de pobreza anterior queda incluido un altísimo porcentaje de aquellos emigrantes que huyen por motivos distintos a los estrictamente políticos –los exiliados políticos- y que están clasificados como emigrantes económicos. Huyen de sus países respectivos buscando mejorar sus niveles de vida y acercarlos a los de los ciudadanos occidentales. Escapan básicamente de la desesperanza en aras de encontrar una vida digna, una vida mejor.
Sobra decir que el refugiado político merece consideración especifica dada la cobertura jurídica que le ha sido otorgada por el ‘estatuto universal al asilado’ en la Convención de Ginebra de 1951.
De modo que el tema central es que sigue sin asumirse el nexo existente entre migración y pobreza y consecuentemente la necesidad de la búsqueda de soluciones a la pobreza absoluta en el mundocomo clave de solución, a su vez, de los movimientos migratorios. El problema de la migración va mucho más allá de las dolorosas anécdotas puntuales de vallas asaltadas, rescates subastados o playas avistadas. La dificultad se sitúa en buscar apoyo económico a 2.269 millones de personas que viven en situación de extrema precariedad. Un problema al que se enfrentan los países de acogida y los países de salida sin una interpretación comprensiva, que difícilmente se avista en el futuro próximo.
Al margen de los pregonados ‘Planes Marshall’ para los países en desarrollo, Naciones Unidas ya aprobó unánimemente los criterios de promoción para huir de la trampa de la pobreza, en Monterrey (2002) y Doha (2008), pero desgraciadamente las decisiones de su Asamblea General no son vinculantes.
Los países centrales no tienen políticas de inmigración, sino controles que se refieren a la limitación del número y manera de los flujos migratorios. Por referirnos a Europa, las diferentes comunicaciones y desarrollos normativos que se han ido produciendo desde 1999 son notables, y han supuesto un paso voluntarioso hacia la construcción de una política europea de inmigración y asilo, incardinándose en los principios de los derechos y libertades fundamentales del acervo europeo. Sin embargo, estos avances están tropezando frontalmente con las resistencias proteccionistas de varios países europeos que han dinamitado la configuración de espacios supranacionales para tratar el tema migratorio en la Unión Europea.
El proteccionismo retrasa o contiene una ola mínima del movimiento migratorio, pero ignora el descomunal problema de 2.269 millones de personas que anhelan la llegada –en palabras de Jorge Bergoglio- de la globalización de la esperanza.
Fuente: cristianismeijusticia.net
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