miércoles, 12 de febrero de 2020

¿Qué papel va a jugar la psicología en la lucha contra el cambio climático?

Foto: Contrainformación

Todas las causas justas necesitan darse la mano, reconocerse y caminar juntas. ​Y es que todas esas luchas tienen un objetivo común: cuidar la vida en general y mejorar la calidad de vida de todas las personas y su convivencia en la casa común.

Por Helena Vidal*

Contrainformación, 12 de febrero, 2020.- Cada vez más, desde distintos sectores de la Psicología, surge la pregunta de cómo ésta va a ser útil socialmente como ciencia aplicada, ante el urgente reto que tendrá que afrontar la civilización para asegurar su supervivencia. Así pues, para empezar con esta lectura, es necesario recoger cómo podemos relacionar estos dos temas: psicología y cambio climático.

En primer lugar, podemos comenzar hablando de las consecuencias biopsicosociales que tiene el cambio climático en las personas: enfermedades, pobreza, conflictos, así como los consecuentes desplazamientos masivos de refugiadas por las condiciones climáticas extremas que generan, entre otros, malestares psicológicos por la exposición a situaciones vitales estresantes como pueden ser trauma, ansiedad o depresión.

En segundo lugar, de forma indirecta, la contaminación del aire o las temperaturas extremas tienen un mayor impacto en personas de grupos más vulnerables como la infancia, mayores, con enfermedades crónicas y afectadas en salud mental.

Un ejemplo de ello es el efecto que tienen los cambios de temperatura en los ciclos del sueño o el estado de ánimo, convirtiéndose estos cambios en un factor de riesgo en casos de suicidio.

En relación con esto último, está aumentando la investigación e interés en la psicología ambiental, que estudia la relación entre las personas y su entorno (natural o creado por el ser humano). Para reflejar esta influencia bidireccional, el activista y filósofo Glenn Albretch describe que la percepción de la destrucción de la biodiversidad del planeta y la insostenibilidad de la vida humana genera ecoansiedad, descrita esta como miedo crónico a la destrucción medioambiental.

Por otro lado, el duelo ligado a la destrucción del medio ambiente lo denominó solastagia, un sentimiento que cada vez sienten más personas, especialmente aquellas que tienen una mayor sensibilidad, cercanía y contacto con esos espacios naturales donde la pérdida de biodiversidad es más evidente.

De esta manera, el autor recoge el dolor que siente un gran número de personas, muchas de ellas acuden a consulta con esta sintomatología. En el lado opuesto, podemos encontrar personas para las que la perspectiva de un cambio climático a nivel global es tan aterradora que activan defensas psicológicas como la negación, es decir, no aceptar el suceso, que afrontarlo de forma más proactiva.

Asimismo, el psicólogo Juan Antonio Corraliza explica que aparecen actitudes de ecofatiga, ecosaturacion, ecofatalismo o ecoindefensión, todas ellas expresiones de negación.

Define los términos anteriores de la siguiente forma: la ecoindefensión como sensación que aparece por la valoración de que la acción individual no tendrá ninguna influencia sobre el problema; el ecofatalismo, que se produce cuando se considera que el problema es tan desmesurado que la solución no depende de las acciones particulares, el entorno se percibe incontrolable; la actitud de ecofatiga, que implica atribuir la responsabilidad a otros como estados o empresas, negando de esta forma la importancia de nuestras propias decisiones; y, por último, la ecosaturación, que lleva a la persona a no querer saber ni hablar de todo aquello que tenga que ver con las consecuencias del cambio climático.

Sin embargo, este psicólogo explica que lo sano, lo coherente y lo terapéutico es actuar; a esto me gustaría añadir y especificar no solo actuar en el plano individual, sino que es preciso organizarnos colectivamente.

Una vez dicho todo esto y habiendo establecido algunas de las relaciones que podemos encontrar entre Psicología y cambio climático, aparece en escena un dilema que abordar: la comunidad científica y los movimientos ecologistas piden un cambio de sistema precisamente porque es un sistema incompatible con la sostenibilidad de la vida.

Es ante este dilema que desde la Psicología necesitamos admitir que la ciencia no está exenta de valores, pues tenemos que decidir si formamos parte de quienes individualizan y responsabilizan a todas las personas al mismo nivel de la influencia de la humanidad sobre el cambio climático, la destrucción de la biodiversidad y de hacer peligrar la sostenibilidad de la vida humana, o nos ponemos de frente junto a la sociedad organizada, apoyamos sus movilizaciones y señalamos directamente al sistema como principal responsable.

Y es que, por un lado, si no nos concienciamos de que el cambio climático, y lo que va a suponer, es cosa de todas, no vamos a tener suficiente fuerza para poder exigir ningún cambio de sistema. Pero por otro, es necesario hablar con claridad y honestidad, es decir, si 100 personas (CEO) emiten el 70% de los gases de efecto invernadero, no podemos responsabilizarnos todas las personas por igual.

Atención, quiero resaltar que estos dos puntos no se excluyen mutuamente si no que se retroalimentan: necesitamos que la sociedad en su conjunto exija esos cambios a las instituciones y para ello necesitamos una sociedad concienciada y dispuesta a cambiarlo todo.

Ese cambio del que hablamos supone un cambio de visión del mundo, de una visión antropocéntrica a otra ecocéntrica (sistema de valores centrado en la naturaleza) y sistémica (más que las individualidades, importan las relaciones de interdependencia).

Comprendí la trascendencia que este cambio puede tener a todos los niveles gracias a Grian A. Cutanda, psicólogo y activista medioambiental, promotor de Extincion Rebellion España. Estamos hablando de aprender a apreciar el valor intrínseco de la vida porque como se dice en las movilizaciones de Extinction Rebellion, “No estamos defendiendo la Naturaleza, somos la naturaleza defendiéndose a sí misma”.

Pues si desde la Psicología facilitamos ese “darse cuenta” de que la naturaleza no es la Otredad, sino que somos todas las personas, todo ser vivo de este planeta y sus interrelaciones podremos tomar esa conciencia para pasar a la acción y al cambio.

Retomando el papel que tiene la Psicología en este tema, el pasado mes de noviembre se celebró en Lisboa la I Cumbre sobre Psicología y Salud Global donde el Consejo General del Colegio de Psicología (CGCOP), la American PsychologicalAssociation, la British Psychological Society o la Ordem dos PsicologosPortugueses, entre otras organizaciones. En ella, estas entidades firmaron una declaración dirigida a emprender acciones específicas en favor de la lucha contra el cambio climático.

El CGCOP, concretamente, reconoce que se han dedicado esfuerzos insuficientes para conocer la relación entre el cambio climático y la salud (como continuum bienestar-malestar psicológico), que desde la psicología se puede ayudar a modificar los comportamientos humanos que provocan el cambio climático o que es necesario tener en cuenta a todas las partes implicadas a la hora de estabilizar las emisiones con soluciones viables, entre otras cuestiones.

Todo esto suena a buenas noticias, sin embargo, me pregunto si vamos a ser lo suficientemente valientes como para mojarnos y ponernos manos a la obra buscando soluciones eficaces que vayan a la raíz del problema, o vamos a estar más en las medias tintas y en cuestiones superficiales.

Quiero finalizar este artículo reflexionando. En números anteriores, escribía mi compañero Carlos Blanquer sobre la necesidad de que el ecologismo y el antiespecismo “se enamoraran”. En mi opinión, añadiría que todas las causas justas necesitan darse la mano, reconocerse y caminar juntas.

Y es que todas esas luchas tienen un objetivo común: cuidar la vida en general y mejorar la calidad de vida de todas las personas y su convivencia en la casa común.

Por eso mismo, el ecologismo necesita al feminismo (ecofeminismo) al igual que necesita sumarse al resto de luchas: contra el racismo, la LGTBIQfobia, el clasismo, el fascismo, el capacitismo (discriminación y prejuicios hacia las personas con discapacidad), el colonialismo (ideología que apoya la dominación y explotación de un estado extranjero a otro u otros) y el especismo (discriminación basada en la pertenencia a una especie, representada habitualmente en el antropocentrismo moral).

En definitiva, necesitamos organizarnos para alcanzar un sistema social, económico y cultural que ponga la vida y los cuidados en el centro. Quiero pensar que es ahí donde las y los profesionales de la Psicología vamos a estar.

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*Helena Vidal es coportavoz de Equo Región de Murcia y activista de la Red Equo Joven. Graduada en Psicología, especializada en Intervención social y Mediación.
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