jueves, 17 de agosto de 2017

Jesús el rechazado que optó por los rechazados .


LA PIEDRA QUE LOS CONSTRUCTORES RECHAZARON SE CONVIRTIÓ EN LA PIEDRA ANGULAR 

El título de este artículo proviene del Salmo 118,22. Fue citado cinco veces en el Nuevo Testamento (Mt.21,42; Mc.12,10; Lc.20,17; At.4,11; 1 Pd.2,7) y posiblemente aludido dos veces (1 Cor.3,11; Ef.2,20). Eso quiere decir que sirvió abundantemente en la cristología de la primera comunidades. A los ojos de ellas, se aplicaba maravillosamente a Jesús. Era una profecía del camino de Jesús. Jesús fue rechazado por los hombres y por eso escogido por Dios. Dios escogió justamente a aquel que había sido rechazado.

Con certeza esta profecía ayudó a los primeros discípulos a superar la crisis de incredulidad que siguió a la muerte de Jesús. ¿Cómo podía él ser proclamado Mesías si había sido rechazado por todas las autoridades del pueblo y por el propio pueblo, que pareció seguir casi enteramente a sus jefes?

Una vez iluminado por los profetas, los discípulos pudieron entender el porqué de la muerte de Jesús en la cruz y su resurrección. Había en esa sucesión una lógica que las profecías permitían entender.

Así iluminados los autores cristianos no se sintieron con la tentación de esconder el hecho de que Jesús había sido rechazado. Por el contrario, destacan el hecho que ya saben interpretarlo.

Jesús, el rechazado.

Las narraciones de la infancia muestran que, desde el inicio de la vida, Jesús quedo marcado por la señal del rechazo. Según Lucas, no había lugar para que fuese acogido en el nacimiento (Lc.2,7). Según Mateo, Herodes quiso matarlo y Jesús tuvo que huir para Egipto hasta la muerte del rey.

Desde el inicio del ministerio, Jesús encontró la oposición de la autoridades de su pueblo, que quisieron matarlo (Mc.3,6). En Nazareth fue rechazado por el pueblo en medio del cual había crecido (Lc.4,29), y, según Marcos, su propia familia lo tenía por loco, queriendo aprehenderlo (Mc.3,20-30). Durante todo su ministerio encontró la oposición de los doctores de la ley, de los sacerdotes, del rey Herodes, esto es, de todas las autoridades. Ellas conspiraron para matarlo (Mc.1-2 y paralelos).

En las narraciones de la pasión y de la muerte de Jesús, todos los evangelistas concuerdan: Jesús fue condenado a la muerte por las autoridades de Israel y por las autoridades romanas, con la aprobación del pueblo reunido. Se puede decir que las narraciones fueron redactadas exactamente para destacar ese rechazo total de Jesús. Nadie fue a apoyarlo u oponerse a la condenación: sus propios discípulos lo traicionaron como Judas, o lo renegaron como Pedro, o huyeron como los otros. La propia cruz, castigo reservado a los esclavos por los romanos, era una señal más de bajeza e ignominia.

Jesús fue rechazado de modo absoluto: nadie lo apoyó, ni siquiera el Padre interfirió para dar alguna señal de apoyo. Sin embargo, fue exactamente esa persona rechazada la que Dios exaltó, haciendo de ella el fundamento de su Reino.

Jesús fue rechazado, a pesar de ser inocente de los crímenes de que fue acusado. Como dice Pedro al pueblo: “Vosotros acusasteis al Santo y al Justo, y exigisteis que fuese agraciado para vosotros una asesino, mientras hacíais morir al Jefe de la Vida” (At.3,14).

Jesús y los rechazados.

El propio Jesús busco la compañía de los rechazados de la sociedad. No se puede saber cuál fue la causa y cuál fue el efecto: si fue rechazado porque frecuentaba los rechazados, o si frecuentó los rechazados porque era él mismo rechazado. No importa.

En la sociedad del judaísmo palestino que Jesús frecuentó, exclusivamente o casi exclusivamente, había discriminaciones y exclusiones. La exclusión se hacía en nombre de la ley. Ahora bien, Jesús manifiesta una cierta predilección o una comprensión especial para con las categorías de excluidos.

Entre los excluidos había, en primer lugar, los leprosos: ellos estaban sujetos a las peores leyes de separación (Lv.13). Sin embargo, no solamente Jesús permite que ellos se aproximen a él, mas él mismo se aproxima y llega al punto de tocarlos (Mt.8,1-4; Mc.1,40-45; Lc.5,12-16;17,11-18). Estaban las prostitutas. Jesús acoge a la mujer pecadora (Lc.7,36-50).

Los publicanos o cobradores de impuestos eran otra categoría de personas excomulgadas o excluidas de la convivencia con el pueblo. Ahora bien, Jesús entra en la casa de ellos y come con ellos (Mt.9,9-13; 11,19; Mc.2,15-17; Lc.5,27-32; 7,34; 19,1-10).

La ley prohibía también el contacto con los paganos, sean ellos soldados, administradores romanos, o descendientes de los antiguos cananeos. Jesús acoge tanto al oficial romano (Mt.8,5-13; Lc.7,1-10; Jo.4,46-53), como a la mujer cananea (Mt.15,21-28; Mc.7,24-30).

Los propios samaritanos, que no eran paganos, eran excomulgados y ningún israelita podía conversar con ellos. Jesús conversa con la mujer samaritana (Jo.4,1-42), destaca ejemplos de samaritanos (Lc.10,30-37; 17,11-19) y excluye cualquier comportamiento violento para con ellos (Lc.9,51-56).

En la parábola del banquete, Jesús parece enunciar un principio general: en el Reino quien estará finalmente presente serán todos los marginalizados. Los invitados – israelitas observantes de la ley (Lc.14, 15-20) – no aparecieron. Entonces entran en el Reino “los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos.” Sobra lugar y Jesús llama a los que están lejos “por los caminos y trillas”. Son los que no observan la ley rigurosamente y que los judíos no reconocen como buenos israelitas.

También en la cruz Jesús se encuentra en medio de dos ladrones. Esa compañía no está desprovista de significado. Hasta en la muerte Jesús está entre marginalizados.

Claro está que Jesús no busca los excluidos de la sociedad porque serían mejores moralmente o religiosamente. No les reconoce ninguna superioridad. Jesús los busca justamente porque fueron excluidos. Las tres parábolas de Lucas- oveja perdida, dracma perdida e hijo perdido- explican muy bien las motivaciones de Jesús: Jesús busca lo que está perdido no porque vale más, sino simplemente por el hecho de estar perdido. De la misma manera en Mateo, Jesús explica que “no son los que tienen salud los que necesitan de médico, pero sí los enfermos” (Mt.9,12). La enfermedad no es mejor que la salud. Sin embargo, Jesús es como un médico. Viene a salvar lo que estaba en peligro de perderse. 

(Artículo publicado por Revista Vida Pastoral, Paulus, Sao Pablo, Brasil, enero-febrero 1995- año XXXVI, N° 180, titulado “A PEDRA QUE OS CONSTRUTORES REJEITARAM TORNOU-SE A PEDRA ANGULAR”, página 5-9, traducido por Juan Subercaseaux Amenábar y Leyla Reyes Zamorano).

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