sábado, 31 de marzo de 2018

El Resucitado es el Crucificado.

Lectura de la resurrección de Jesús desde los crucificados del mundo

Jon SOBRINO


Este número monográfico está dedicado a la resurrección de Jesús como acontecimiento y verdad fundamental para la fe cristiana. Queremos en este breve artículo recordar otra verdad no menos fundamental para la fe: que el resucitado no es otro que Jesús de Nazaret crucificado. No nos mueve a ello ningún a priori dolorista, como si no pudiera haber en la fe un momento de gozo y esperanza, ni tampoco ningún a priori dialéctico que fuese necesario conceptualmente para la reflexión teológica. Nos mueve más bien una doble honradez, con los relatos del Nuevo Testamento por una parte y con la realidad de millones de hombres y mujeres por otra.
Con lo primero queremos decir que es preciso recordar que el resucitado es el crucificado, por la sencilla razón de que es verdad y de que así -y no de otra manera- se presenta la resurrección de Jesús en el NT. Esta verdad no es además sólo una verdad fáctica de la cual hubiera que tener noticia, como un dato más del misterio pascual, sino una verdad fundamental, en el sentido de que fundamenta la realidad de la resurrección y, de ahí, cualquier interpretación teológica de ella.
Con lo segundo queremos decir que en la humanidad actual -y ciertamente donde escribe el autor- existen muchos hombres y mujeres, pueblos enteros, que están crucificados. Esta situación mayoritaria de la humanidad hace del recuerdo del crucificado algo connatural y exige ese recuerdo para que la resurrección de Jesús sea buena noticia concreta y cristiana, y no abstracta e idealista. Por otra parte, son estos crucificados de la historia los que ofrecen la óptica privilegiada para captar cristianamente la resurrección de Jesús y hacer una presentación cristiana de ella. Esto es lo que pretendemos hacer a continuación: concretizar cristianamente algunos aspectos de la resurrección de Jesús desde su realidad de crucificado, lo cual, a su vez, se descubre mejor desde los crucificados de la historia.
1. El triunfo de la justicia de Dios
Muy pronto, a través de un proceso creyente, se universalizó lo ocurrido en la resurrección de Jesús. Cruz y resurrección empezaron a funcionar como símbolos universales, de la muerte, como destino de todo ser humano y su anhelo de inmortalidad, como esperanza de todo ser humano. El poder resucitante de Dios se presentó como garantía de esa esperanza más allá y contra la muerte.
Todo ello es correcto, pero conviene no precipitarse en este proceso de universalización, sino ahondar antes en la historicidad concreta del destino de Jesús.
En la primera predicación cristiana, aunque de forma ya estereotipada, la resurrección de Jesús fue presentada de la siguiente manera: "Ustedes, por mano de los paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte" (Hech 2,24; cfr. el mismo esquema en Hech 3, 13-15; 4,10; 5,30; 10,39; 13,28ss). En este anuncio se da fundamental importancia al hecho de que alguien ha sido resucitado, pero no menor importancia se da a la identificación de quién ha sido resucitado por Dios.
Este hombre no es otro que Jesús de Nazaret, el hombre que, según los evangelios, predicó la venida del reino de Dios a los pobres, denunció y desenmascaró a los poderosos, fue por ellos perseguido, condenado a muerte y ejecutado, y mantuvo en todo ello una radical fidelidad a la voluntad de Dios y una radical confianza en el Dios a quien obedecía. En los primeros discursos se le identifica como "el santo", "el justo", "el autor de la vida" (Hech 3,14s). Y muy pronto también se interpreta su destino de muerte como la suerte que corrieron los profetas (1 Tes 2,15).
La importancia de esta identificación no consiste sólo, obviamente, en saber el nombre concreto de quien ha sido objeto de la acción de Dios, sino en que a través de esa identificación, de la narración e interpretación de la vida del crucificado, se entiende de qué se trata en la resurrección de Jesús. Quien así ha vivido y quien por ello fue crucificado, ha sido resucitado por Dios. La resurrección de Jesús no es entonces sólo símbolo de la omnipotencia de Dios, como si Dios hubiese decidido arbitrariamente y sin conexión con la vida y destino de Jesús mostrar su omnipotencia. La resurrección de Jesús es presentada más bien como la Respuesta de Dios a la acción injusta y criminal de los seres humanos. Por ello, por ser respuesta, la acción de Dios se comprende manteniendo la acción de los seres humanos que origina esa respuesta: asesinar al justo. Planteada de esta forma, la resurrección de Jesús muestra en directo el triunfo de la justicia sobre la injusticia; no es simplemente el triunfo de la omnipotencia de Dios, sino de la justicia de Dios, aunque para mostrar esa justicia Dios ponga un acto de poder. La resurrección de Jesús se convierte así en buena noticia, cuyo contenido central es que una vez y en plenitud la justicia ha triunfado sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.
2. El escándalo de la injusticia que da muerte
La acción victoriosa de Dios en la resurrección de Jesús no debe hacer olvidar la suma gravedad de la acción de los hombres y mujeres, a la cual es respuesta. Los primeros discursos lo repiten continuamente: "ustedes lo mataron". Es cierto que se tiende a suavizar la responsabilidad en el asesinato de Jesús: "Hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia" (Hech 3,17). Pero esta frase consoladora y motivadora de la conversión no reduce en absoluto la suma gravedad de asesinar al justo. En la resurrección acaece ejemplarmente la afirmación paulina de que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia; pero esa sobre-abundancia de la gracia recalca más lo extremoso del pecado de asesinar al justo.
Si se toma con seriedad la presentación dual y antagónica de la acción de Dios y de los seres humanos en el destino de Jesús entonces se puede replantear al menos en qué consiste el escándalo primario de la historia y cómo debemos enfrentarlo. Una concentración unilateral en la acción resucitadora de Dios presupone con frecuencia que ese escándalo es en último término la propia muerte futura. Según eso, lo que posibilita y exige la resurrección es el coraje de la esperanza en la propia supervivencia personal. Pero si se sigue escuchando la afirmación de que "ustedes lo mataron", entonces lo que resalta en primer lugar como escandaloso no es simplemente la muerte, sino el asesinato del justo y la posibilidad humana, mil veces hecha realidad, de dar muerte al justo. La pregunta que, lanza la resurrección es si participamos nosotros también en el escándalo de dar muerte al justo, si estamos del lado de los que le asesinan o del lado de Dios que le da vida.
La resurrección de Jesús no sólo nos plantea el problema de cómo podemos habérnoslas con nuestra propia muerte futura, sino que nos recuerda que tenemos que habérnoslas ya con la muerte y la vida de los otros; que la tragedia del ser humano y el escándalo de la historia no consiste sólo en el hecho de que el ser humano tiene que morir él, sino en la posibilidad de dar muerte al otro. Estas reflexiones no pretenden minimizar el problema universal de la muerte ni hacer pasar a segundo término el indudable mensaje de esperanza que aparece en la resurrección de Jesús. Sólo pretenden recalcar que existe ya el inmenso escándalo de la injusticia que da muerte en la historia, y que el modo de enfrentar ese escándalo es la forma cristiana de enfrentar también el escándalo de la propia muerte personal. Dicho en otras palabras, el coraje cristiano en la propia resurrección vive del coraje para superar el escándalo -histórico de la injusticia; la necesaria esperanza, como condición de posibilidad de creer en la resurrección de Jesús como futuro bienaventurado de la propia persona, pasa por la práctica del amor histórico de dar ya vida a los que mueren en la historia.
También para la esperanza en la propia resurrección vale la universal fórmula evangélica de olvidarse de uno mismo para recobrarse cristianamente. Aquel para quien su propia muerte sea el escándalo fundamental y la esperanza de supervivencia su mayor problema, no tendrá una esperanza cristiana ni nacida de la resurrección de Jesús; tendrá una esperanza centrada en sí y para sí mismo, lo cual es comprensible, pero no necesariamente la esperanza cristiana. Aquello que descentra nuestra propia esperanza para hacerla en verdad esperanza cristiana es tomar como absolutamente escandalosa la muerte actual de los crucificados, con la que no se puede pactar, ni de la que se debe hacer algo en último término secundario para la propia persona en virtud de la esperanza de la propia resurrección. Ese escándalo histórico es la mediación cristiana para el escándalo de la propia muerte; y la lucha decidida, perseverante, verdaderamente 'contra esperanza', en favor de la vida de los seres humanos, es la mediación cristiana para que se mantenga la esperanza en la propia resurrección.
3. Esperanza para los crucificados
La actual teología de la resurrección ha superado acertadamente la concepción dolorista del cristianismo. Ha recalcado, en distinción y a veces en oposición a otros símbolos de esperanza -como los provenientes de la filosofía griega-, que «su» símbolo de esperanza se acredita mejor que otros, porque recoge los aspectos corpóreos, sociales y aun cósmicos de la resurrección. Con ello ha recobrado aspectos fundamentales del NT y ha pretendido ponerse a tono con las exigencias de las antropologías actuales. Ha pretendido con razón hacer creíble el símbolo cristiano de la resurrección. Pero en nuestra opinión se ha precipitado demasiado al universalizar ese símbolo, sus destinatarios y el lugar hermenéutico de comprensión. Contra esa precipitada universalización queremos hacer una corrección.
Si se toma en serio lo dicho hasta ahora, se deduce, no por una lectura fundamentalista de los textos, sino por una profunda honradez hacia ellos, que la resurrección de Jesús es esperanza en primer lugar para los crucificados. Dios resucitó a un crucificado, y desde entonces hay esperanza para los crucificados de la historia. Estos pueden ver en Jesús resucitado realmente al primogénito de entre los muertos, porque en verdad y no sólo intencionalmente lo reconocen como el hermano mayor. Por ello podrán tener el coraje de esperar su propia resurrección y podrán tener ánimo ya en la historia, lo cual supone un 'milagro' análogo a lo acaecido en la resurrección de Jesús.
La correlación entre resurrección y crucificados, análoga a la correlación entre reino de Dios y pobres, que predicó Jesús, no significa desuniversalizar la esperanza de todos los seres humanos, sino encontrar el lugar correcto de su universalización. Ese lugar, el mundo de los crucificados, no es un lugar excepcional o esotérico. No hay que olvidar que la cruz de Jesús, antes de ser la cruz -lenguaje al que nos hemos acostumbrado- es una cruz entre muchas otras antes y después de Jesús. No hay que olvidar que son hoy millones en el mundo los que no simplemente mueren, sino que de diversas formas mueren como Jesús "a mano de los paganos", a mano de los modernos idólatras de la seguridad nacional o de la absolutización de la riqueza. Muchos seres humanos mueren realmente crucificados, asesinados, torturados, desaparecidos por causa de la justicia. Otros muchos millones mueren la lenta crucifixión que les produce la injusticia estructural. Existen hoy pueblos enteros convertidos en piltrafas y deshechos humanos por las apetencias de otras personas, pueblos sin rostro ni figura, como el crucificado. Esto, desgraciadamente, no es pura metáfora, sino realidad cotidiana. Desde un punto de vista cuantitativo, lo que en verdad acredita hoy la resurrección de Jesús es que puede dar esperanza a inmensas mayorías de la humanidad.
Desde un punto de vista cualitativo, la resurrección de Jesús se convierte en símbolo universal de esperanza en la medida en que todos los hombres y mujeres participen de alguna forma en la crucifixión; dicho de otra forma, en la medida en que la muerte de todo hombre tenga la calidad de la crucifixión. Esta es la muerte cristiana por antonomasia y desde ese tipo de muerte se puede tener la esperanza cristiana de resurrección. Hay que participar, pues, de la crucifixión, aunque sea analógicamente, para que exista una esperanza cristiana.
No es este el momento para analizar sistemática o fenomenológicamente la analogía de la crucifixión. Digamos solamente que cuando la muerte propia no es sólo producto de las limitaciones biológicas ni del desgaste que produce mantener la propia vida, sino cuando es producto de entrega por amor a los otros y a lo que en los otros hay de desvalido, pobre, indefenso, producto de la injusticia, entonces existe una analogía entre esa vida y esa muerte y la vida y la muerte de Jesús. Entonces -y sólo entonces, desde un punto de vista cristiano- se participa también en la esperanza de la resurrección. La comunidad en la vida y destino de Jesús es lo que da esperanza de que se realice también en nosotros lo que se realizó en Jesús.
Fuera de esa comunidad con el crucificado, aunque sea analógicamente y diversas formas, la resurrección sólo dice la posibilidad de supervivencia. Pero esa misma supervivencia –como afirma la más clásica doctrina de la Iglesia- es ambigua: puede ser salvación o condenación. Para que haya esperanza de propia supervivencia y de que esa supervivencia sea salvífica, hay que participar en la crucifixión. Desde ahí se puede universalizar la esperanza de la resurrección y hacer de ésta una buena noticia para todos. Pero, para que esta universalización sea cristiana, hay que partir, como en tantas ocasiones, de la escandalosa paradoja cristiana: la buena noticia es para los pobres, la resurrección es para los crucificados.
4. La credibilidad del poder de Dios a través de las cruz
Los crucificados de la historia esperan la salvación. Para ello saben que es necesario el poder, pero desconfían por otra parte de lo que sea puro poder, pues éste siempre se les muestra desfavorable en la historia. Lo que desean es un poder que sea realmente creíble. Las simples promesas no desencadenan necesariamente, por maravillosas que sean, la esperanza; esto sólo lo consiguen las que se pronuncian con credibilidad. Por ello, tan importante es confesar la omnipotencia de Dios, que es capaz de "dar vida a los muertos y llamar a la existencia a lo que no existe" (Rom 4,17), como asegurarse del amor de Dios, es decir, de que ese poder sea creíble. Para ello hay que volver de nuevo al crucificado y reconocer en el la presencia de Dios, como dice Pablo, y la expresión del amor de Dios, que entrega a su Hijo por amor. Sin estas consideraciones, por muy amenazadas que estén de antropomorfismo, o por insondable que sea el misterio que expresan, el poder de Dios en la resurrección no es sin más una buena noticia.
En la cruz de Jesús ha aparecido en un primer momento la impotencia de Dios. Esa impotencia por sí misma no causa esperanza, pero hace creíble el poder de Dios que se mostrará en la resurrección. La razón está en que la impotencia de Dios es expresión de su absoluta cercanía a los pobres y de que comparte hasta el final su destino. Si Dios estuvo en la cruz de Jesús, si compartió de ese modo los horrores de la historia, entonces su acción en la resurrección es creíble, al menos para los crucificados. El silencio de Dios en la cruz, que tanto escándalo causa a la razón natural y a la razón moderna, no lo es para los crucificados, pues a éstos lo que realmente les interesa saber es si Dios estuvo también en la cruz de Jesús. Si así es, se ha consumado la cercanía de Dios a los seres humanos, iniciada en la encarnación, anunciada y presentizada por Jesús durante su vida terrena. Lo que la cruz dice en lenguaje humano es que nada en la historia ha puesto límites a la cercanía de Dios a los seres humanos. Sin esa cercanía, el poder de Dios en la resurrección permanecería como pura alteridad, por ello ambiguo y para los crucificados históricamente amenazante. Pero con esa cercanía pueden realmente creer que el poder de Dios es buena noticia, porque es amor. La cruz de Jesús sigue siendo en lenguaje humano la expresión más acabada del inmenso amor de Dios a los crucificados. La cruz de Jesús dice creíblemente que Dios ama a los hombres y mujeres, que Dios pronuncia una palabra de amor y salvación y que El mismo se dice y se da como amor y como salvación; dice -permítasenos la expresión- que Dios ha pasado la prueba del amor, para que después podamos creer también en su poder.
Cuando se ha captado la presencia amorosa de Dios en la cruz de Jesús, entonces su presencia en la resurrección deja de ser puro poder sin amor, alteridad sin cercanía, el deus ex machina sin historia. La acción resucitadora de Dios y la esperanza en la propia resurrección siguen siendo, por supuesto, objetos de fe y de esperanza. La presencia de Dios en el crucificado no hace más evidentes ni más demostrables esas realidades. Los crucificados son quienes más dificultad debieran tener en esa fe y esa esperanza. Pero cuando oyen que Dios estaba en la cruz de Jesús, han comprendido algo sumamente importante: que el poder de Dios no es opresor, sino salvador; que no es pura alteridad con respecto a ellos, sino amorosa cercanía. De esa forma la resurrección de Jesús se puede convertir en "su" símbolo de esperanza.
Una resurrección hecha creíble por la cercanía de Dios en la cruz confirma también para los crucificados su más profunda intuición en el presente, aunque esta intuición esté siempre amenazada por la resignación, el escepticismo o el cinismo. En el fondo, más real es el bien que el mal, aunque éste nos inunde por todas partes; más real es la gracia que el pecado, aunque éste siga dando muerte; más verdad hay en la tozudez de la esperanza, en intentar siempre lo nuevo, en buscar siempre las liberaciones históricas, en no pactar con lo limitado y pecaminoso de la historia, aunque ambas cosas estén omnipresentes, que en la aparente sabiduría de la resignación.
La tozudez de la esperanza es lo que la resurrección dice en último término a los crucificados; y lo dice porque es manifestación no sólo del poder, sino del amor de Dios. El puro poder no genera necesariamente esperanza, sino un optimismo calculado. El amor, sin embargo, transforma las expectativas en esperanza. El Dios crucificado es lo que hace creíble al Dios que da vida a los muertos, porque lo muestra como un Dios de amor y, por ello, como esperanza para los crucificados.
5. El señorío de Jesús en el presente: la persona nueva y la tierra nueva
La resurrección de Jesús apunta al futuro absoluto, pero apunta también al presente histórico. Jesús es ya ahora Señor y los creyentes son ya ahora los hombres y mujeres nuevos. La resurrección de Jesús no les separa de la historia, sino que les introduce en ella de una nueva forma, y los creyentes en el resucitado deben vivir ya como resucitados en las condiciones de la historia. Más aún, existe una correlación entre ambas novedades: el señorío actual de Jesús se muestra en que existan los hombres nuevos, y éstos son los que hacen realidad in actu el que Jesús sea ya ahora Señor.
Esta gran y consoladora verdad remite, sin embargo, de nuevo al crucificado. Sin el activo y eficaz recuerdo del crucificado el ideal de la persona nueva toma un rumbo peligroso y anticristiano, pretendiendo una identificación en directo con el resucitado. De ahí se deducen funestas consecuencias de dos tipos. 0 se equipara a la persona nueva con la persona que se ha salido de la historia y la abandona a su suerte, de lo que dan prueba todo tipo de movimientos entusiásticos, pentecostales, etc. -sean cuales fueren sus intenciones-, o, lo que es peor, se equipara a la persona nueva nuevo con el ser humano que mira la historia de arriba abajo, pretendiendo imitar así el gesto del resucitado, tratando de someterla en nombre del poder del resucitado, de lo que dan prueba muchas actitudes autoritarias y dogmatistas de la Iglesia con respecto a los hombres y mujeres.
Esta perversión en la comprensión y práctica de la peersona nueva tiene su origen en lo que podemos llamar la comprensión 'docética' de la resurrección de Jesús. Esta comprensión no niega la carne de Jesús, como el docetismo clásico, pero hace de la vida y, sobre todo, de la cruz de Jesús algo provisional, que desaparece efectivamente cuando acaece la resurrección. De esta forma se presenta un resucitado sin cruz, un final sin proceso, una transcendencia sin historia, un señorío sin servicio.
No podemos detenernos ahora a detallar en concreto las perniciosas consecuencias históricas del peligro que aquí formulamos abstractamente. Queremos solamente recordar al crucificado para superar el peligro de cualquier tipo de identificación directa con el crucificado y, positivamente para mostrar cómo las personas nuevas pueden vivir ya como resucitadas en la historia.
El camino hacia el hombre y la mujer nuevos no es otro que el camino de Jesús hacia su resurrección. De éste se dice que fue constituido Señor por su abajamiento, con lo cual se dicen dos cosas. La primera es que Jesús pasó por un proceso de llegar a ser Señor; y la segunda es que ese proceso fue un proceso de fidelidad a la historia concreta que produjo ese abajamiento. Tampoco para la persona nueva hay otro camino. Sería un grave error pensar que sólo para Jesús fueron necesarias la encarnación y la fidelidad a la historia, como si se nos ahorrase a nosotros lo que no se le ahorró a él. Por decirlo gráficamente, sería un grave error pretender apuntarse a la resurrección de Jesús en su último estadio, sin recorrer las mismas etapas históricas que recorrió Jesús. La vida de la persona nueva sigue siendo esencialmente un proceso.
El contenido de ese proceso, que es descrito como proceso de abajamiento, es de sobra conocido. Se trata de la encarnación en el mundo de los pobres, de anunciarles a ellos la buena noticia, de salir en su defensa, de denunciar y desenmascarar a los poderosos, de asumir el destino de los pobres y la última consecuencia de esa solidaridad, la cruz. En esto consiste el vivir ya como resucitados.
En frase de Pablo, consiste en "hacerse hijos en el Hijo"; en frase más histórica, en el seguimiento de Jesús. Vivir ya como hombres y mujeres resucitados es recorrer el camino de Jesús, no la identificación directa con el resucitado; es recorrer en fidelidad a la historia el camino que lleva a la cruz.
El actual señorío de los creyentes no es otra cosa que el servicio a la historia en que se deben encarnar, y de esa forma, además, hacen verdad real que Cristo es ya ahora Señor de la historia. Ese señorío no se ejercita simplemente porque los creyentes le reconozcan como Señor, sino al ser ellos servidores in actu. Al hablar del reino de Cristo en el presente, nada habría más alejado de la verdad que pensar que Cristo quiere ahora ser servido, tener a todo el mundo como vasallo. La verdad es muy otra. El reino de Cristo se hace real en la medida en que hay servidores como él lo fue.
Sin duda es ésta la gran paradoja cristiana, abundantemente repetida, pero difícilmente asimilada: ser señor es servir. La resurrección de Jesús no ha eliminado esa paradoja, sino que la ha sancionado definitivamente. Por ello el señorío de Cristo se muestra en el carácter servicial de la vida de los creyentes y en la eficacia de ese servicio hacia el mundo.
Lo primero quiere decir que el ser humano nuevo no es otro que el ser humano servidor, el que cree en verdad que más feliz es el que da que el que recibe, que es más grande el que más se abaja para servir. Lo segundo quiere decir que ese servicio es para la salvación del mundo.
En el NT se afirma que Jesús ejerce ya un señorío 'cósmico'. Este lenguaje produce vértigo, pero puede ser fácilmente comprensible si se historiza desde otro tipo de lenguaje neotestamentario, como el de «tierra nueva y cielo nuevo», o, sobre todo, desde el lenguaje del mismo Jesús: "el reino de Dios». El creyente es señor de la historia en el trabajo por la instauración de ese reino, en la lucha por la justicia y por la liberación integral, en la transformación de estructuras injustas en otras más humanas. Usando el lenguaje de la resurrección, podríamos decir que el señorío se ejerce repitiendo en la historia el gesto de Dios que resucita a Jesús: dar vida a los crucificados de la historia; dar vida a quienes están amenazados en su vida. Esta transformación del mundo y de la historia según la voluntad de Dios es la forma que toma el señorío de Jesús -que se hace así, además, verificable-, y quien a ella se dedica, vive como resucitado en la historia.
Seguimiento de Jesús, servicio, trabajo por el reino, son realidades exigidas por el Jesús histórico. Quizá se pregunte alguien por qué llamarlas formas de vivir ya como resucitarlos o qué añade la resurrección de Jesús a esas exigencias.
En cuanto al contenido, nada nuevo añaden. Cómo tengamos que vivir en la historia lo sabemos a partir del Jesús histórico. Lo que dice la resurrección es que esa vida es la verdadera vida, y que es la 'nueva' vida, no porque con ella se supere la historia, sino porque con ella se supera el pecado de la historia. Sin embargo, la resurrección de Jesús añade la permanente presencia de Jesús entre nosotros y con ello posibilita dos modalidades -no dos contenidos nuevos- de cómo vivir históricamente su seguimiento.
En el NT se recalca que el ser humano nuevo es el ser humano libre, y esto se justifica desde la resurrección porque "el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Cor 3,17). Esta libertad, evidentemente, nada tiene que ver con libertinaje, ni con salirse de la historia. Tampoco creemos que se debe apelar a esa libertad en un primer momento para propio beneficio dentro de la Iglesia, como ocurre en cierta teología de corte liberal e ilustrado, aunque esto sea legítimo por otros capítulos. Pero no está ahí la libertad fundamental que produce la presencia del resucitado. Esta consiste más bien en no estar esclavizado a la historia, al miedo; en no estar paralizado por los riesgos y la prudencia mundana. Positivamente consiste en la máxima libertad del amor para servir, sin que nada ponga límites al servicio. Consiste en el fondo en la actitud del mismo Jesús que da su vida libremente, sin que nadie se la quite.
Una vida radicalmente libre para servir trae consigo su propio gozo, aun en medio de los horrores de la historia. En ese gozo se hace notar la presencia del resucitado. En medio de la historia se escuchan sus palabras: "no teman", "yo estaré siempre con vosotros". Pablo repite exultantemente que "nada nos separará del amor de Cristo". A pesar de todo y en contra de todo, el seguimiento del crucificado produce su propio gozo.
Esa libertad y ese gozo son la expresión de que vivimos ya como seres humanos nuevos, resucitados en la historia. Son la expresión histórica entre nosotros de lo que hay de triunfo en la resurrección de Jesús. Hacen que el seguimiento de Jesús no sea el cumplimiento de una pura exigencia ética que se mantiene por sí misma, sino que ese seguimiento lleve en sí mismo la marca de la verdad y del sentido. Pero, recordémoslo una vez más, ni la libertad ni el gozo, ni cualquier otra expresión que se remita a la resurrección de Jesús, son cristianamente posibles al margen o en contra del seguimiento de Jesús crucificado. No hay otro camino para el ser humano nuevo, para la persona que quiere participar ya en el señorío de Jesús; pero en ese camino se vive realmente como resucitado y como señor de la historia.
6. Una palabra final a la Iglesia
Con frecuencia es difícil para la Iglesia anunciar la resurrección de Jesús. La raíz de la dificultad creemos que estriba en querer anunciarla en directo, olvidando al crucificado. Cuando esto ocurre, el anuncio de la resurrección se vuelve rutinario o símbolo de esperanza universal, que puede desencadenar emociones en la celebración litúrgica, pero poca efectividad para la vida histórica. Puede ocurrir también que la Iglesia escuche de sus oyentes lo que los atenienses dijeron a Pablo: "no nos interesa". Y en el fondo no habría por qué sorprenderse. El anuncio de la resurrección de Jesús es revelación de Dios que culmina una historia de revelación. Quien se quiera apuntar sólo al final de esa historia, no entenderá ese final.
Pero quien haya recorrido ese camino desde el principio, quien haya hecho suyo el camino de Jesús, la locura y el escándalo de la cruz, quizás pueda oír desde fuera -cuando se le anuncia la resurrección de Jesús- la palabra que lleva dentro: que la vida de Jesús fue la verdadera vida y por ello Jesús permanece para siempre; que la vida es más fuerte que la muerte; que la justicia es más fuerte que la injusticia; que la esperanza es más real que la resignación. La fidelidad a la historia según el seguimiento de Jesús le hará esperar un final bienaventurado, para él y para otros, sin saber exactamente ni cómo ni cuándo, pero con la convicción creciente e inconmovible de que esa historia de horrores es atraída hacia sí por Dios.
Por ello creemos que la primera pregunta que se dirige a la Iglesia, precisamente cuando quiere anunciar la resurrección de Jesús, es si está en verdad junto a la cruz de Jesús y junto a las innumerables cruces actuales de la historia. No hay otro lugar para poder hablar cristianamente de la resurrección de Jesús. Cuando eso no ocurre, sobreviene la sensación de impotencia para hablar de la resurrección, los impases teóricos y prácticos para decir a los hombres y mujeres algo tan sencillo como es el que pueden vivir ya como resucitados y cómo hacerlo, aparece el lenguaje precipitado del "misterio" y de la "fe"; precipitado, no porque la resurrección no tenga que ser expresada en ese lenguaje, sino porque no hay suficiente historia que dé lucidez a ese lenguaje.
Cuando la Iglesia, sin embargo, está junto al crucificado y los crucificados, sabe cómo hablar del resucitado, cómo suscitar una esperanza y cómo hacer que los cristianos vivan ya como resucitados en la historia. Quizá las palabras que se usen sean las mismas que se usan en otros lugares; pero tienen un significado distinto; los cristianos las entienden y esas palabras desencadenan vida cristiana. Baste citar como ejemplo la predicación de Mons. Romero sobre Jesús resucitado.
La razón para ello no es otra que en los crucificados de la historia se hace hoy presente Jesús, como lo recuerda Mt 25. En ellos se ha vuelto a aparecer Jesús, mostrando ciertamente más sus heridas que su gloria, pero estando realmente en ellos.
Todo lo dicho podrá parecer locura o el summum de una refinada dialéctica. También el autor es consciente de que la situación de El Salvador y de Centroamérica reproduce mucho más el viernes santo que el domingo de pascua, y por ello tienda a hacer de la 'necesidad' de ese viernes santo la 'virtud' del domingo de resurrección. A pesar de todo, sin embargo, terminamos como comenzamos. La resurrección del crucificado es verdad. Será locura, como lo fue para los corintios. Pero fuera de esa locura, por ser verdad, o fuera de esa verdad, aunque sea locura, la resurrección de Jesús no pasaría de ser uno de tantos símbolos de esperanza en la supervivencia que los hombres han diseñado en sus religiones o filosofías, pero no sería el símbolo cristiano de esperanza.
Esa verdad se sigue repitiendo históricamente. El énfasis en el crucificado no está al servicio de una construcción dialéctica conceptual, sino que proviene de constatar la realidad histórica de los crucificados. Cuando se le preguntó a un agente de pastoral de una comunidad de base de El Salvador, muy castigado por la represión, qué hacían como Iglesia, respondió sencillamente: mantener la esperanza de los que sufren. Y para ello, añadió, leemos los profetas y la pasión de Jesús. Así esperamos la resurrección.
Nadie como los crucificados esperan la resurrección, pero mantienen esa esperanza recordando la vida y muerte de Jesús, tratando de reproducirlas activamente o sufriendo pasivamente la suerte que les asemeja a Jesús como el siervo de Yahvé desfigurado. Paradójicamente, eso genera esperanza.
Desde los crucificados de la historia, sin pactar con sus cruces, es desde donde hay que anunciar la resurrección de Jesús. En ellos está hoy presente Jesús; en el servicio a ellos se hace hoy presente el señorío de Jesús; en la tozudez de no pactar con sus cruces y buscar siempre la liberación de esas cruces se hace presente in actu y a la manera histórica la esperanza inconmovible. Desde ahí se puede entender un poco más de qué se trata al hablar de la resurrección de Jesús y desde ahí se puede corresponder en la historia a la realidad del resucitado.

"Sal Terrae", marzo 1982


viernes, 30 de marzo de 2018

En la muerte de Jesús descubrimos la vida.


Mc 14-15

Como en el caso de la purificación del templo, no podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.

Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren transmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso a tras, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado es egoísmo camuflado.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre.

¿Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra, los signos de amor a todos eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades religiosas que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta que los jefes religiosos querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido.

No se puede pensar en la muerte de Jesús desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librará de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Porque esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo.

Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo nosotros.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.

Meditación

Ningún sufrimiento salva por sí mismo, tampoco el de Jesús.
Lo que salva es la fidelidad a su verdadero ser,
Vivir una verdadera humanidad, es perder el miedo a la muerte.
El miedo a la muerte es la esclavitud más difícil de superar.
Toda opresión nace de esta esclavitud.


Fray Marcos

Fuente: feadulta.com

jueves, 29 de marzo de 2018

Semana Santa: reflexión desde el sentido común.



Faustino Vilabrille

La religión de Jesús no fue una religión de religiosidad y de ritos, sino de compromiso liberador de los oprimidos.
La violación de la mujer como arma de guerra y su cuerpo como campo de batalla.
Hemos oído decir muchas veces que Jesús murió por nuestros pecados, que gracias a su muerte hemos sido redimidos, que El reparó a Dios el daño que le causan nuestros pecados, que con su muerte reparó el pecado de Adán, que Dios tanto amó al mundo que entregó a su Hijo a la muerte, que incluso Dios quiso la muerte de su Hijo por nosotros, etc. Incluso en la liturgia de la Vigilia Pascual se lee que fue necesario el pecado de Adán, y ¡feliz la culpa que mereció tal Redentor!


Todo esto, pensado con un poco de sentido común parece absurdo, sin sentido e ininteligible. Veamos:
¿Qué clase de Dios es ese que se ve dañado o simplemente afectado por nuestros pecados? Si nosotros somos casi tanto como nada, ¿cómo es posible que lo que hacemos impacte de esa manera en Dios?
¿Qué clase de Dios es ese que necesita ser reparado nada menos que por la muerte de su propio Hijo?
¿Cómo pudo haber querido Dios la muerte de su mismo Hijo, una muerte tan llena de escarnio, de violencia, de tortura, de sufrimiento tan horrible, para acabar clavado de pies y manos, crucificado, la crucifixión, invento de los persas?

¿Cómo pudo Dios haber querido entregar a su Hijo a la muerte por nosotros? ¿Acaso Dios quiere más a los hombres que a su propio Hijo? ¿O los quiere a todos por igual? ¿Acaso Dios no tenía otra solución para redimirnos que mandar a la muerte a su Hijo?
Jesús presenta en el Evangelio a Dios como un Padre que nos quiere entrañablemente (Parábola del Hijo prodigo). Jesús aparece a lo largo de los Evangelios hablando con el Padre de tu a tu, con total confianza. Si Dios nos quiere tanto a nosotros, ¿cómo no va a querer por lo menos igual a su propio Hijo? Juan 3, 16-18 escribe: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está condenado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.

Vamos a ver: ¿Cómo y por qué murió Jesús? –Jesús murió de una manera mucho más sencilla, pero lógica, que todo eso: Hoy cuando alguien se enfrenta a los poderes absolutos del dinero o del poder político y a veces al poder religioso, precisamente porque esos poderes actúan en contra del ser humano, antes o después acaba asesinado. Así pasó a lo largo de la historia cientos de miles de veces: les pasó a los primeros cristianos que se enfrentaron al poder de Roma, así les pasó a las víctimas de la Inquisición, así les pasó a Gandhi, Martín Luther King, o a Oscar Arnulfo Romero. Jesús se proclamó portador de un mensaje de Justicia (“dichos los que tiene hambre y sed de Justicia”), de un mensaje de igualdad y fraternidad (“a nadie llaméis señor sobre la tierra, todos vosotros sois hermanos”), un mensaje de amor (“este es mi mandamiento, que os améis unos a otros”), un mensaje de compromiso con los pobres (“dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos”), un mensaje en contra de la riqueza y los ricos (“no podéis servir a Dios y al dinero, ¡ay de vosotros los ricos!”).

Este mensaje de Jesús iba abiertamente en contra de los poderes constituidos religioso-políticos, que oprimían al pueblo judío imponiéndole grandes cargas, y que tenían su sede en Jerusalén, (Consejo de Ancianos, los Sumos Sacerdotes, los Escribas, la guardia del templo, etc.) que ni asimilaron ni mucho menos soportaron este mensaje que Jesús practicaba y enseñaba, porque era totalmente contrario a sus intereses: se dieron cuenta muy claramente que Jesús estaba abriendo los ojos al pueblo, que el pueblo seguía a Jesús, y que el pueblo se iba a volver contra ellos, y por eso se reunieron en el palacio del Sumo
Sacerdote y resolvieron apoderarse de El para darle muerte, porque, según ellos, alborotaba y soliviantaba al pueblo (Lucas 23,2-5 y Mateo 26, 3-4).

Esto es lo que realmente le pasó a Jesucristo. La causa verdadera de su muerte no fue aplacar a Dios, ni Dios lo quiso entregar a la muerte. Dios no quiere eso para ningún ser humano y menos para su Hijo. ¿Dios no puede salvarnos sin que tenga que morir su propio Hijo? Si es así, da mucha pena de ese Dios y mucha pena de ese Hijo. Jesús sabía qué era lo que Dios esperaba de El: un compromiso de liberación integral del hombre, de liberación de la humanidad, de liberación de los oprimidos. Jesús se daba muy bien cuenta de que esa línea de compromiso le llevaba directamente a la muerte. Jesús veía con claridad que los poderes constituidos lo detestaban cada vez más, lo odiaban, lo andaban buscando para darle muerte. Jamás se le ocurrió echar a Dios la culpa de todo esto.

El gran valor, el extraordinario valor de Jesucristo, es que, dándose plenamente cuenta del destino fatal que le espera y les anuncia por tres veces a sus seguidores, sigue adelante. El sí sabe muy bien que no debe claudicar, El sabe muy bien que la voluntad de Dios es que no se eche atrás. El tiene muy claro: “yo he venido para que todos tengan vida y vida más que abundante”(Juan 10,10). Hay un momento en que lo ve tan duro, tan horrible, y siente una tristeza de muerte, que se dirige a Dios como Padre, como a su propio Padre, y le dice: “Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz (este sufrimiento tan grande), pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tu” (Mateo 26,38-39). La voluntad del Padre era que Jesús no claudicase, que no huyese como el pastor que ve venir al lobo, deja solas las ovejas y huye. Si hubiera fallado no estaríamos ahora escribiendo estas líneas, su gran mensaje hubiera quedado en nada o casi nada.

En todo caso no es la muerte de Jesús la que nos libera, sino el testimonio de su compromiso liberador para que nosotros sumemos nuestro compromiso al suyo, y así todos con El vayamos liberando al mundo a lo lardo de toda la historia, de todos los tiempos, llevando cada vez a más plenitud su obra liberadora del mundo. Lo que verdaderamente nos da liberación definitiva, la plenitud de la salvación, es la Resurrección de Jesús por la que El llega a la Vida plena para que nosotros lleguemos a la plenitud de Vida con El.

La religión de Jesús no era una religión de religiosidad y de ritos. Nunca entró en el templo a nada de esto. No fue un sacerdote ritual. Fue un laico de su tiempo comprometido con el pueblo. Su religiosidad era de compromiso con el pueblo, especialmente con los oprimidos y su liberación. Los Evangelios nos muestran cómo su vida está entretejida de continuos actos de liberación: curación de enfermos, alimentación de los hambrientos, consuelo de los afligidos, rehabilitación de los débiles y marginados: esto lo anuncia y lo hace: “Id a decir a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios…)

Si creemos que Jesús es Hijo de Dios, y que Dios es el Padre más Padre de verdad, lo lógico es que después de un compromiso tan radical y absoluto de Jesús, busque rehabilitarlo, busque plenificarlo, busque su vida plena y total: es la Resurrección, el retorno a la vida en plenitud total y absoluta. Es lo más lógico, como haríamos nosotros por una persona que lo ha dado todo. Jesús quiso ser coherente con su mensaje hasta el final, hasta sellarlo con su misma sangre, con su misma muerte.
Por tanto no busquemos explicaciones absurdas y sin sentido, contrarias a la realidad y al sentido común para la muerte de Jesucristo, y en cambio saquemos las conclusiones que son lógicas y elementales:

-Si creemos en Jesús, practicaremos lo que El practicó y enseñó, porque creer es comprometerse y por tanto tendremos más y mejor vida en este mundo porque haremos un mundo mucho mejor (más justo, más fraterno, más humano, más feliz, más igual, más lleno de bondad y digno para todos), como lo hizo Jesús, y como consecuencia vendrá la vida eterna, la vida para siempre, porque la vida empieza pero no termina nunca, lo que empieza es para siempre, tan solo cambia. Ya lo decía Pitágoras.

-Comprometámonos, pues, a practicar el mensaje de Jesús en nuestra propia vida, que implica también denunciar, como lo hizo El, a los opresores y maltratadores de este mundo, tanto del hombre como de la Madre Tierra, que es ya un pobre más entre los empobrecidos del mundo, por lo mucho que la estamos explotando y abusando de ella, precisamente los países más desarrollados a costa de los más pobres.
-Comprometámonos a que su gran mensaje sea una realidad para todos los hombres y toda la creación hasta que no haya ni opresores ni oprimidos, para que estos queden libres de ser oprimidos y aquellos libres de ser opresores, logrando así la plena liberación de unos y otros.

-Demos a todos los hombres, con nuestros hechos y nuestra palabra, como lo hizo Jesús, un mensaje de vida y esperanza muy especialmente a los más oprimidos y maltratados por la vida, las injusticias, la opresión, la violencia, los abusos sexuales, como los de esos miles y miles de mujeres y niñas que son vilmente violadas y utilizadas como armas de guerra a gran escala, respondiendo a un plan militar diseñado para utilizar el cuerpo de la mujer como campo de batalla: así se hizo en la R.D.C., y se hace en la R.C.A y en Sudán del Sur. Amnistía Internacional da cuenta de violaciones y agresiones sexuales es en grupo incluso con palos y mutilaciones con cuchillos. La ONU refirió que a finales de 2016 el 70 % de las mujeres refugiadas en Yuba habían sido violadas, con muchos embarazos no deseados poniendo a las mujeres en una terrible situación de culpa y rechazo de bebés concebidos fruto de la violencia.
-Que nuestra lucha y nuestro ideal sea el mismo de Jesús: que todos tengamos vida y vida más que abundante, mediante la justicia, la igualdad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, entre todos los hombres y con toda la creación.

– Jesús aspiraba, como aspiramos nosotros, a vivir con felicidad, con alegría, con satisfacción y con seguridad de tener una vida más allá de esta vida limitada, a veces realmente carente de vida verdadera a causa de las limitaciones y sufrimientos que comporta, pero seguros como seguro estaba El, y lo repitió reiteradamente, de “al tercer día resucitaré”, convencidos de que creer en Jesús es comprometerse como El y por tanto también de resucitar con El a la plenitud de la vida. Lo contrario sería absurdo y sin sentido, convencidos de que la llamada a la vida, y vida para siempre, tan profunda que llevamos y sentimos dentro, es porque efectivamente estemos llamados a ella.

Hagamos, pues del mandamiento de Jesús, de su mandamiento (“este es mi Mandamiento: que os améis unos a otros”, un mandamiento tan sencillo pero que nadie había promulgado hasta que El vino a este mundo), hagámoslo sí, práctica diaria de nuestra vida, entretejiéndola como hizo Jesús, de continuos actos de liberación, desde lo más pequeño y sencillo hasta su más auténtica dimensión política para contribuir a la construcción integral del Reino de Dios en este mundo, en esta orilla de la vida, que nos haga dignos de su plenitud a partir de pasar a la otra orilla de la Vida en plenitud definitiva.

Feliz Pascua de Resurrección a tod@s.-Faustino

martes, 27 de marzo de 2018

La nación mapuche, la olvidada del conflicto del Pacífico.

Fuente de la imagen: Bolpress

Por Raúl Prada Alcoreza*
Bolpress, 26 de marzo, 2018.

Los Estado-nación del continente invisibilizaron a las naciones y pueblos indígenas. Hicieron, desde que nacieron como Estado moderno, como si no existieran, como si la colonia no hubiera tenido que tomarlos en cuenta, tanto en sus guerras de conquista, como reconociendo sus autonomías relativas. En el caso de la nación Mapuche, los españoles perdieron la guerra, tuvieron que aceptar la delimitación de fronteras, reconociendo a la nación Mapuche. El Estado-nación de Chile, en cambio, un tanto siguiendo la continuidad colonial, otro tanto siguiendo o retomando la guerra contra los mapuches, otro tanto por el proyecto mismo de Estado-nación, restauraron las condiciones de la guerra, sin cumplir los tratados; tanto los tratados de los españoles, como los tratados del propio Estado de Chile con la nación Mapuche. Redujeron el territorio mapuche de 10 millones de hectáreas a 500 mil hectáreas. Más tarde serán arrinconados, desconociendo, incluso los acuerdos de esta última conquista mestiza sobre territorio mapuche, avasallando con todo su derecho. Tanto los gobiernos social cristianos, sociales demócratas, socialistas, como ahora, el llamado gobierno socialista de la concertación, fuera de los gobiernos de la dictadura militar, todos avasallaron los derechos de la nación y los pueblos mapuches.

"en su imaginario nacionalista las naciones y pueblos indígenas no existen; si aparecen es porque son resabios del pasado; si aparecen insistentemente es porque son “terroristas”."

Ahora, cuando se trata en La Haya la demanda boliviana, antes cuando se trató en el tribunal el tema limítrofe marítimo entre Perú y Chile, todos, estados, gobiernos, tribunales, organismos internacionales, derechas e izquierdas, se olvidan de los derechos de las naciones y pueblos indígenas. En este caso, en el del tema de las causas y consecuencias de la guerra del Pacífico, se olvidan, como siempre lo han hecho, en una actitud colonial, de la nación Mapuche, involucrada, desde un principio, incluso desde antes, en la antesala de la guerra y en la guerra misma. ¿Por qué lo hacen? Simplemente porque en su imaginario nacionalista las naciones y pueblos indígenas no existen; si aparecen es porque son resabios del pasado; si aparecen insistentemente es porque son “terroristas”. Esas son las respuestas de estos estados y de este mundo moderno, de este orden mundial, que pretende conformar una malla institucional democrática mundial.

Se puede decir, hasta cierto punto, que la guerra del Pacífico comenzó con la guerra contra los mapuches, la llamada estrategia de pacificación, que no era otra cosa que etnocidio, en el extremo, genocidio estatal. ¿No es esto colonialismo, supuestamente excluido del mundo moderno, sobre todo el reciente? Sin embargo, la nación Mapuche no está atendida en el tribunal internacional, no se le reconoce el derecho a la palabra, no se la considera víctima de la violencia estatal y de la guerra de conquista, no se incorpora, ni siquiera como dato decodificable, que sus tierras han sido expropiadas, sus pueblos arrinconados, llevados a la miseria, sus lenguas y cultura desconocidas, en este proceso de acumulación de capital, que incluye expropiación de tierras comunales, geopolítica regional, despojo de recursos naturales, entre otros, recursos como el guano y el salitre.

¿Cómo se puede hablar de resolver los problemas pendientes si no están los pueblos, si no se consulta a los pueblos, sobre todo, en este caso, si no se consulta a los pueblos indígenas? Obviamente no hay resolución efectiva de los problemas pendientes, acumulados en la historia efectiva, no en la historia oficial, en la historia de los estados, incluso en la historia de los imaginarios modernos, supuestamente progresistas y hasta “revolucionarios”. Lo único que hay es lo de siempre, el despliegue de las narrativas nacionales, donde no entran las naciones y pueblos indígenas; si entran lo hacen como telón de fondo de los escenarios históricos, donde se efectúa el canto a las glorias nacionales. En la base de todo esto, es parte de la comedia imperial, donde los Estado-nación subalternos tienen cabida, como segundos o terceros, y son atendidos para dirimir en pleitos menores, en el contexto de las estrategias de la geopolítica del sistema-mundo capitalista.


"El colonialismo, la colonialidad, sus estructuras institucionales, sus estructuras imaginarias, campean en el mundo contemporáneo, en los Estado-nación, sean dominantes o subalternos."

Llama la atención que un gobierno que se reclama ser gobierno indígena y de los movimientos sociales no defienda los derechos de la nación y pueblos mapuches. Más aún cuando las naciones y pueblos indígenas de Abya Yala nombraron a Evo Morales Ayma presidente de todos los pueblos indígenas del continente. En este caso las embajadas bolivianas deberían haberse convertido en embajadas de los pueblos indígenas, iniciando así el reclamo efectivo contra la conquista y el colonialismo, la lucha por la emancipación y liberación de los pueblos indígenas y de los pueblos del mundo. En cambio, el gobierno popular boliviano se afincó en la estructura colonial del Estado-nación, cambió las etiquetas y los nombres, creyendo que con esto el Estado-nación se convertía en Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, por arte de magia de las palabras. Siguió el mismo decurso de la diplomacia colonial, sin adentrarse nunca a los códigos y ritos de la diplomacia indígena, proponiendo, mas bien, la diplomacia de los pueblos, que tampoco llevó a la práctica, salvo como amague.

El colonialismo, la colonialidad, sus estructuras institucionales, sus estructuras imaginarias, campean en el mundo contemporáneo, en los Estado-nación, sean dominantes o subalternos, en los organismos internacionales, aunque pretendan garantizar los derechos humanos y democráticos. Esto sólo es una puesta en escena, que legitima, de todas maneras, las dominaciones polimorfas del imperio.

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* Raul Prada Alcoreza es escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.
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lunes, 26 de marzo de 2018

A cuidar la naturaleza, porque sin lluvia no hay agua dulce.

Aguas del Planeta, una instalación del Museo del Mañana de Río de Janeiro, expuesto en la Villa Ciudadana del octavo Foro Mundial del Agua, que se celebra en la capital de Brasil. Se trata de un gran cubo con fotos de la Tierra sacadas desde satélites, mostrando mares, ríos y lagos del planeta. Crédito: Mario Osava/IPS. 

Por Mario Osava


La confianza en los ríos caudalosos y acuíferos gigantes se desplomó en muchas partes del mundo, ante la expansión de las crisis hídricas tras sequías intensas y prolongadas en la última década.

Los recursos hídricos, entendidos como el agua en el suelo y subsuelo, no se sostienen si los estiajes se prolongan más que lo usual durante algunos años, se comprobó en varias partes de Brasil y de otros países de todos los continentes, como India, Sudáfrica y Australia.


Brasilia, que acoge el octavo Foro Mundial del Agua (FMA-8) desde el domingo 18 y hasta el viernes 23 de marzo, es un ejemplo típico, porque no se imaginaba que la capital brasileña, apodada Cuna de las Aguas por tener nacientes de tres grandes cuencas, pudiera tener que soportar un racionamiento de agua desde inicio de 2017 y solo ahora en vías de terminar por la vuelta de buenas lluvias.


“El gran crecimiento de la población, escasas inversiones en infraestructura y tres años de lluvias por debajo del promedio histórico resultaron la crisis hídrica”, admitió el gobernador del capitalino Distrito Federal, Rodrigo Rollemberg, en la apertura oficial del Foro, el lunes 19, antes de destacar obras de su gobierno para asegurar el suministro en el futuro próximo.


“La lluvia es la fuente del agua dulce, a veces se ignora la humedad del aire, porque los ojos no la ven”, apuntó Gerard Moss, un piloto da avión que de 2007 a 2015 condujo el proyecto Ríos Voladores, destinado a estudiar las corrientes de humedad que la Amazonia disemina por la amplia cuenca sudamericana a este de la cordillera de Los Andes.


“Es vital mantener las lluvias y para eso son indispensables las forestas, que ayudan la humedad del mar a alcanzar el interior del continente. El agua del océano no viajaría 2.500 o 3.000 kilómetros para producir las lluvias que permiten a los hacendados de Mato Grosso (estado centrooriental de Brasil) dos o tres cosechas al año”, destacó a IPS.


Las investigaciones de Moss, que identificaban ríos voladores amazónicos que abastecían varias ciudades de Brasil, se interrumpieron, pero sirven para la educación ambiental y climática de niños y adultos, promovida por su esposa Margi Moss, una iniciativa que se trasladará a Europa.


De cierta manera el conocimiento del fenómeno aporta un argumento al tema adoptado por ONU Agua este año para el Día Mundial del Agua, que se celebra el jueves 22 de marzo, “naturaleza para el agua”.


Soluciones naturales son la respuesta a muchos problemas relacionados con el agua, como sequias e inundaciones que se van alternando con frecuencia creciente en todas partes y la contaminación, propone ONU Agua.


La inauguración y debates del octavo Foro Mundial del Agua comenzaron el lunes 19 de marzo el Centro de Convenciones Ulysses Guimarães de la capital de Brasil. Crédito: EBC


Reforestar y conservar bosques, restaurar humedales y reconectar los ríos con las llanuras aluviales, son algunas de sus recomendaciones.

“No reinventar la rueda para lidiar con eventos climáticos extremos”, es como interpreta la campaña Glauco Kimura, consultor del Foro Mundial de Agua. “Hay que la infraestructura natural, como los manglares y otros ecosistemas que ayudan a ablandar impactos de huracanes y excesos de lluvia”, explicó a IPS.


“Sin bosques en los manantiales y acuíferos, menos agua, es lo que descubrió São Paulo”, la metrópolis azotada por fuerte escasez en 2014 y 2015, recordó Kimura.


Para convivir con las sequías, el consultor recomendó aprender con los habitantes de la región semiárida del Nordeste brasileño, con sus cisternas para captar y almacenar agua de lluvia, soportando así los meses de estiaje. “Los del centro-sur de Brasil no tienen esa cultura”, lamentó.


Durante una sequía que desde 2012 se ha prolongado por seis años, en la ecorregión del Semiárido no se registró las invasiones de ciudades, saqueos del comercio y fuga masiva en emigraciones hacia el sur, ocurridas en sequías menos graves.


Mucho se debe a los programas sociales, como la Beca-familia y pensiones a trabajadores y personas discapacitadas, pero también a más de un millón de cisternas construidas principalmente la Articulación del Semiárido, un movimiento de unas 3.000 organizaciones sociales, por y para familias rurales, las más vulnerables a las sequías.


Otro ejemplo de soluciones basadas en la naturaleza es el Programa Cultivando Agua Buena, promovido por Itaipú Binacional, la empresa que opera la segunda central hidroeléctrica del mundo por su capacidad instalada, compartida por Brasil y Paraguay sobre el fronterizo río Paraná.


Se plantaron 23 millones de árboles, reconstituyendo 1.322 kilómetros de bosques ribereños, y 30.000 hectáreas de suelo recibieron cuidados de conservación, en el lado brasileño, destacó Newton Kaminski, director de Coordinación de Itaipú.


Protestas contra el gobernador del Distrito Federal, Rodrigo Rollemberg, acusado de responsable por el racionamiento de agua en Brasilia. La crisis hídrica estalló en su gobierno, iniciado en 2014, pero fue un problema heredado, que ahora tiene su resonancia en el octavo Foro Mundial del Agua, que se celebra entre el 18 y el 23 de marzo en la capital de Brasil. Crédito: Mario Osava/IPS


“La clave fue adoptar la gestión de cuencas hidrográficas, con acciones integradas en todos los frentes, no solo recuperación de nacientes y puntos de recarga de aguas subterráneas. La reforestación sin conservación del suelo, poco resultaría. Es también necesaria la participación social, la educación, una agricultura que no deteriora el suelo”, aclaró a IPS.


El presidente de Cabo Verde, Jorge Cargos Fonseca, subrayó, en su discurso ante otros nueve jefes de Estado y gobierno que participaron en la apertura del FMA-8, que aprender a “convivir en harmonía simbiótica con la naturaleza” fue fundamental para superar el hambre y la sed que sufrió su pueblo en los últimos años a causa de sequías.


“Preservar la naturaleza y usar racionalmente los recursos que ella proporciona, cambiar la relación del ser humano con la naturaleza” es la lección de esa experiencia, dijo. “Rompimos el binomio estiaje-hambre”, sostuvo.


Desalinización del agua marítima y captación de agua de lluvia, contribuyeron a la mejora en la situación hídrica y la meta es asegurar 90 litros diarios a cada persona, por debajo de los 110 litros recomendados por Naciones Unidas.


Reforestar y conservar áreas de recarga, enfrentando la degradación del suelo a causa de cambio en su uso son la recomendaciones de Fabiola Tábora, secretaria ejecutiva de la Asociación Mundial para el Agua (GWP, en inglés) en Centroamérica.


Las sequías allí afectan más a la parte del océano Pacífico, que concentra 70 por ciento de la población centroamericana y es conocida como “el corredor seco”. Eso daña a la seguridad alimentaria y a la generación hidroeléctrica, que responde por mitad de la energía nacional, advirtió en diálogo con IPS.


Pero hay también buenas experiencias de soluciones como la recuperación de la microcuenca La Poza, en el sudoeste de El Salvador, con amplia participación comunitaria en la gestión integrada, ejemplificó Tábora.


En Costa Rica y Guatemala, la especialista destacó el trabajo con empresas privadas y gobierno para generar fondos ambientales, que se invierten en el manejo y conservación de cuencas.


Son respuestas a numerosas menciones a tragedias mundiales durante las sesiones iniciales del octavo FMA-8: cerca de 700 millones de personas sin acceso al agua en el mundo, 2.000 millones bebiendo agua contaminada, 3.500 millones sin saneamiento, mil niños muertos al día por mala calidad del agua y los pronósticos de que la situación se agrave en el futuro.


Los gobernantes presentes siguieron la consigna del FMA-8, “compartiendo agua”, al hacer durante sus intervenciones continuos llamados a la cooperación y al intercambio de conocimientos y experiencias, ya que 40 por ciento de una gran mayoría de la humanidad depende de agua transfronterizas.

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Edición: Estrella Gutiérrez
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domingo, 25 de marzo de 2018

Domingo de Ramos: Oye Jesús, ¿no pelearás por mí?


por Dalton Del Priore

Cada vez que pienso en el Domingo de Ramos, inmediatamente comienzo a cantar 'Hosanna' de Jesucristo Superstar. Es un earworm súper pegadizo. Creo que estás cantando en este momento (¡y me disculpo sinceramente!).

Hace años, esta frase saltó sobre mí: "Oye, JC, JC, ¿no pelearás por mí?" Me hizo cuestionar lo que se esperaba de Jesús entonces, y más completamente, lo que esperamos de Dios hoy.

Se esperaba que el Mesías fuera un guerrero y un líder militar. Los enemigos y los opresores serían conquistados con poder y poder. Las hojas de palma eran símbolos de victoria y triunfo. La multitud agitó las palmas en honor a Jesús y anticipándose a su movimiento triunfal. Por lo tanto, me imagino que fue bastante escandaloso y una gran decepción cuando Jesús no resultó ser lo que esperaban. No es de extrañar que la mafia se volviera contra Jesús y exigiera su crucifixión.

Nosotros los humanos somos criaturas inestables. Y nos acordamos de eso todos los domingos durante el Sanctus. Estas palabras de la Liturgia de las Palmas se hacen eco cada domingo: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Solía ​​tacharme de estas palabras. Y luego alguien me preguntó por qué lo hice. Honestamente, no tenía una respuesta legítima. ¿Probablemente porque vi a un sacerdote hacerlo? Realmente no estaba seguro, así que dejé de hacer la señal de la cruz durante el Sanctus. Y también comencé una búsqueda para descubrir por qué las personas practicaban este hábito con estas palabras.

Cuando cantamos o decimos estas palabras, recordamos y evocamos los eventos de la Semana Santa. Estas palabras nos recuerdan que la multitud que adoraba y celebraba a Jesús el Domingo de Ramos es la misma multitud que pidió su crucifixión el Viernes Santo. Cuando hacemos la señal de la cruz, reconocemos que nos unimos al coro de huestes angélicas un minuto y nos convertimos en una turba enojada al siguiente. Adoramos a Dios y amamos a nuestro prójimo un día, y al día siguiente nos comportamos horriblemente con nuestro prójimo y le damos la espalda a Dios. Somos criaturas caprichosas de hecho.

En cierto modo, la liturgia se convierte en una vocación, o incluso un desafío. ¿A qué multitud nos uniremos? ¿Elegiremos volar con los ángeles? ¿Elegiremos la luz, la gracia y el amor?

Y a través de la lucha, mientras luchamos con cada situación y escenario, Dios nos ama. Ya sea que escojamos ser horribles o un derramamiento de gracia, Dios nos ama completa y profundamente. Dios también nos desafía a vivir en la plenitud de quienes estamos hechos para ser.

La cruz de la palma es un símbolo y un recordatorio de ese desafío. Me encanta ver a la gente pelear para agarrar una cruz de palma o cinco. Dejan la iglesia en las solapas y los vestidos, y luego terminan llenos de Biblias y BCP, que se muestran en los tableros, escritorios y tableros de anuncios. A mis hijos siempre les ha gustado juntar y recoger cruces de palmeras el Domingo de Ramos. Los he encontrado en todo tipo de lugares inesperados a lo largo de los años.

Las cruces de palma son un signo visible y exterior del triunfo del sacrificio y el amor. Tomamos un signo de victoria militar y lo doblamos en una señal de máximo sacrificio y amor. El desafío de la cruz de la palma pregunta: ¿nuestro triunfo será amor?

En cierto modo, Jesús peleó por nosotros. Simplemente no de la manera esperada. A través de la victoria del amor y el sacrificio a través de una postura de humildad, Jesús nos provoca actos de amor y buenas obras. Es el amor el que rompe para transformar vidas y cambiar el mundo. ¿Elegiremos vivir como luz, gracia y amor?

Al participar y participar en la adoración, Dios nos ayudará a comprender y vivir nuestro potencial de amor y gracia. El Domingo de Ramos es un día que desafía nuestras tendencias a ir deshonestos y darle la espalda a Dios. Esas cruces de palmeras, a veces escondidas en nuestros hogares y vidas, son recordatorios para elegir el amor.

De hecho, el amor es la pelea final.

Una oración por hoy

Dios todopoderoso y eterno, en tu amor tierno por la raza humana, enviaste a tu Hijo nuestro Salvador Jesucristo para tomar sobre nosotros nuestra naturaleza y sufrir la muerte en la cruz, dándonos el ejemplo de su gran humildad: Clemente, concédenos que podamos camine en el camino de su sufrimiento y también comparta su resurrección; por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

¿Cuándo has seguido a una multitud?

¿Cuándo has elegido el amor?

¿Cuándo has provocado a otros a amar?

Para entrar completamente en la resurrección de Cristo, primero debemos seguirlo en su pasión. El folleto de Semana Santa explica todas las experiencias de adoración disponibles durante la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Pascua.

sábado, 24 de marzo de 2018

A los 38 años del martirio de M. Óscar Romero.


Grupo cristiano de reflexión y acción de Cádiz

En estos días se cumple los treinta y ocho aniversarios del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador. Pagó por los pecados que no cometió pero que el poder le achacó. A no ser que lo sea el poner el dedo sobre las raíces de los males que aquejan a los pobres del planeta y denunciar las injusticias de quienes la sufren.

Estaba consagrando, con el cáliz elevado, cuando una siniestra bala le asestó la muerte. Su sangre y la de Cristo se fundieron en ese instante de la caída, como queriendo significar la complicidad de ambos en un proyecto de amor y lucha por los más débiles del mundo. Ni siquiera por ello el Vaticano promovió, entonces, a la santidad a este revolucionario del amor, amante de la verdad y disidente del poder. Pero poco importa, ya que el pueblo latinoamericano lo elevó de inmediato a los altares de sus creencias, sus esperanzas, sus recuerdos y sus luchas, llamándolo: “San Romero de América”. El mismo lo preconizó: “Si me matan resucitare en el pueblo salvadoreño”. Y en otros muchos más, podríamos añadir.

No se acaban de enterar, ni los que apretaron el gatillo ni los que siempre ordenan hacerlo, que la resurrección está por encima de la muerte. Y que Latinoamérica es el continente de la muerte con esperanza, porque cada vez que se produce un martirio, emerge con más fuerza y contundencia la verdad, la dignidad y la vida. Como así lo demuestran Berta Cáceres, Ellacuría, Rutilio Grande, Espinar y tantas y tantos otros mártires por la vida.
Después de 38 años, el papa Francisco, identificado totalmente con la vida, causas y luchas de Romero, ha querido hacer justicia y elevar “oficialmente” a los altares del reconocimiento a la cristianísima obra de Romero de América. Ejemplo, en estos momentos, para tantos obispos y sacerdotes, que se llaman cristianos.

Los profetas, alejados del poder, siempre estuvieron cercanos al pueblo obedeciendo su clamor y persiguiendo su bien. Los fariseos, en cambio, se aferran a las leyes y al poder para conseguir los fines propios, como la historia así lo demuestra. Hoy, los poderosos medios de comunicación, maquillan y enarbolan con mayor intensidad las egoístas e hipócritas voces de estos, que las clarividentes y generosas palabras de los otros.

El obedecer a la ley de su noble conciencia, antes que a los perversos dictados del mal poder, le significó la muerte, a este gran profeta de la Vida.
San Romero continúa vivo entre nosotros, su testimonio está más presente que nunca y no ha perdido vigencia para todas aquellas personas que escuchan sus palabras y siguen comprometidas en que este mundo sea más habitable para todos.
Nunca lo domaron en el circo de los elogios, la ostentación y el poder. Eligió, sin embargo, el dificultoso camino de luchar por las causas perdidas alcanzando, gracias a ello, representar la esperanza de un pueblo desesperanzado.

El sabía perfectamente que, en un mundo tan injusto, luchar por conseguir la felicidad de todos, sin riesgo alguno, no es posible. Pero cuando se ama no se tiene miedo. Y sobre todo, porque cuando se llega a la plenitud del amor, cualquier sacrificio o abnegación realizado por el bienestar de los demás, se convierte en un privilegio. Es precisamente ahí, cuando se comienza a construir la esperanza contra toda desesperanza.

Oscar Romero no desespera en la lucha diaria contra esa especie de horda monstruosa que es el capitalismo neoliberal, contra el mercado omnímodo, contra el consumismo desenfrenado, la mentira o el poder avasallador. El encuentra su fuerza en Dios, pero no un Dios que se busca mirando hacia arriba, sino a los lados, donde está la gente que sufre, porque es verdaderamente ahí donde se encuentra a Dios

Existen dos fuerzas infinitas en el Universo, la perversidad de los poderosos y el amor de esas personas que demuestran su grandeza en la forma que tratan a los “pequeños”. ¿Quién triunfará? Indudablemente el amor, que es la única arma capaz de llevar la paz y la justicia a todos. Y esto se palpa en nuestros “mayores” cuando sus prioridades, por encima de intereses propios o partidistas, se convirtieron en amamantar sueños ajenos. Como así lo demostró Romero de América.

Las personas valen las causas por las cuales están dispuestas a luchar o incluso morir. Y es precisamente ahí, en esas causas, donde podremos descubrir las grandezas o las miserias de las personas. Todo lo demás, son bellos y orquestados cantos de sirenas que tanto intentan embaucar. Sin embargo, nadie puede dudar de la magnificencia, ni de la generosa vida de San Romero de América que la entregó, precisamente, por la Vida.