lunes, 30 de noviembre de 2015

Ética de la paz, ¿un bien devaluado?


Antonio Gil de Zúñiga

“Si quieres la paz, prepara la guerra” es el dicho romano que en latín suena de este modo, “si vis pacem, para bellum”. Esta máxima ha sido y es el eje cartesiano de la historia, tanto individual como colectiva; civil y religiosa; como si el “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre) fuese irremediablemente inevitable. Pero habría que cambiarlo radicalmente por “si quieres la paz, prepara la paz”.

Es lo que Jesús de Nazaret pretendió al romper esta dinámica belicista y de violencia con aquello de “dichosos los mansos…; dichosos los que buscan la paz (Mt. 5,4.9); “amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian” (Lc. 6,27-28). A partir de la II guerra mundial hay una necesidad imperiosa de buscar la paz entre los pueblos (en España, en la dictadura franquista, resuenan aquellos 25 años de paz totalmente ficticios, porque si no hay libertad no puede haber paz) y nace la ONU, octubre de 1945, como órgano mundial de mediación y arbitraje entre los posibles conflictos. Con la guerra de Vietnam (1959-1975) el movimiento ciudadano por la paz se hace más intenso y la paz es un valor mundial en alza. Y se plasma con aquel eslogan “Haz el amor y no la guerra”. Otro tanto ocurre con la llamada “guerra del Golfo” (1990-1991) o la de Irak en el 2003 con la foto de las Azores (Bush, Aznar y Blair) y las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein como trasfondo; de nuevo la paz recobra su valor como sentimiento colectivo y global, necesario y urgente. Pero los conflictos bélicos se suceden día tras día y las acciones terroristas, como las de los últimos días en el corazón de París, nos advierten de que el deterioro de la paz es progresivo y es una meta lejana.

Ahora bien, este abandono de la ética de la paz tiene unas raíces y no sucede por casualidad. El ser humano vive su existencia en una dialéctica atroz entre el anhelo de paz y el conflicto, la destrucción. De ahí que el camino de la paz es pedregoso y nada fácil. No son suficientes los símbolos de una paloma o una rama de olivo, ni siquiera la ausencia notable de conflictos; tiene otras exigencias tanto individuales como sociales.

No hay paz si no hay armonía en el interior de cada hombre y mujer; o como decían los escolásticos medievales, la recta ratio (recta razón), es decir, un faro interior que nos permita iluminar todos nuestros recovecos, tanto intelectuales como volitivos, en orden a tomar decisiones a favor del bien propio y ajeno, teniendo en cuenta el principio ético de que si es bien para mí (al menos así lo considero) y no lo es también para el otro, entonces pierde su carácter de bondad. Es necesario, pues, tener nuestra casa en armonía, como poetiza san Juan de la Cruz, si queremos irradiar paz a nuestro alrededor. No me imagino al expresidente de Uruguay, José Mújica, declarando la guerra a sus vecinos.

No hay paz si no hay justicia; la justicia viene a ser el humus donde se cultiva la paz, donde se alimenta y crece. La justicia social, sobre todo, nos señala una meta: la igualdad entre los seres humanos y el reparto de los bienes y riquezas; o dicho de otro modo, como hace F. Savater, “considerar los intereses del otro como si fuesen los tuyos y los tuyos como si fuesen del otro”. Este es el núcleo más relevante de las guerras y de los acciones terroristas, sin olvidar las religiones. Al capitalismo feroz de todos los tiempos y, sobre todo, al armamentista, le interesa sólo el beneficio; las muertes y sufrimientos de las acciones bélicas son “daños colaterales”. El capitalismo armamentista maneja a los Estados en beneficio propio, bajo el paraguas de una falsa defensa de la paz y de la democracia. Es evidente que mientras la justicia no sea el territorio de las relaciones humanas y de los pueblos, la paz se alejará cada vez más. El poeta bíblico lo tenía bien claro: “La justicia y la paz se besan”. (Salm 84,11). “Que los montes traigan la paz para el pueblo y los collados la justicia” (Salm 71, 3).

No hay paz sin tolerancia, es decir, la capacidad, y añadiría, la habilidad de eliminar obstáculos y muros inútiles entre los humanos, ya sean políticos, económicos, religiosos. Con más frecuencia de lo deseable tanto los individuos como los gobiernos y jerarcas religiosos (habría que añadir los económicos, aunque la verdad de éstos es bien clara: el beneficio económico) elevan “su” verdad a la categoría de absoluta. Y de ahí a la intransigencia y a la violencia hay un paso. Por eso con acierto escribe E. Schillebeeckx que “ninguna verdad por muy vinculante que sea puede estar en la base de la tiranía y la contienda humanas”. Con permiso de J. Ratzinger (expapa Benedicto XVI) de vez en cuando se tendría que pasar por la ducha del relativismo. Antonio Machado nos dirá: ¿Tu verdad? No, la Verdad,/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela”.

No hay paz sin diálogo. La palabra es la que ha de vehicular las relaciones entre hombres y mujeres, entre los diversos pueblos de la tierra. El hombre es el ser “dialógico” por antonomasia. No es necesario acudir a Aristóteles, cuando enseñaba que el ser humano es un animal “político”, sociable; o a M. Heidegger para quien el hombre no es sólo un ser-ahí (Dasein), un ser-arrojado-en-el-mundo, sino que también ónticamente es un ser-con (Mitsein) y, por ello, “la palabra (el lenguaje) es la casa del ser”.

Viene en nuestra ayuda H. Küng en su Proyecto de ética mundial. “No hay paz religiosa sin diálogo entre las religiones”. Esto mismo se puede aplicar a otros campos como el político o el económico, ya que para él es “imposible la paz mundial sin paz religiosa”. Para erradicar los fundamentalismos religiosos, políticos… es necesario e imprescindible “la estrategia del abrazo”, es decir, la paz, en esta caso “religiosa” para H. Küng, se logra “mediante la integración de los otros”. Cuando M. Buber, desde su filosofía “personalista”, explica la relación yo-tú, propone que esta relación implica un estar-dos-en-recíproca-presencia y es donde se realiza el encuentro del “uno” con el “otro”. Tal vez la sublime experiencia de D. Bonhoeffer, ejecutado por los nazis en Flossenburg, le da autoridad para recomendarnos que el diálogo entre religiones e ideologías es un imperativo categórico irrenunciable. No sólo con la acción, sino también con la oración: “La Iglesia sólo puede cantar gregoriano si al mismo tiempo clama a favor de judíos y comunistas”. Se impone, pues, la máxima ética de que el conflicto debe resolverse por y mediante el diálogo. La violencia, aunque sea la partera de la historia para K. Marx, no soluciona el problema, lo enquista, y es un camino sin salida a ninguna parte.

Cuando mi nieta tenía seis años me enseñó una canción que entonaban con voces infantiles en su colegio público Gandhi: “Ser amigo es mejor/ que andar peleando/ sin razón./ Si hay motivo para pelear,/ manos al bolsillo,/ hay que hablar”.

Fuente: Atrio

jueves, 26 de noviembre de 2015

Fe, política y voluntad divina.




Un reconocido pastor afirmó durante una entrevista donde fue consultado sobre cómo las iglesias debían actuar después de los resultados en los últimos comicios presidenciales en Argentina y del inminente balotaje –partiendo del hecho de “no dejarnos llevar por las arengas personales y a través de los medios”-, que “la Iglesia lo va a hacer como lo hizo hasta ahora especialmente porque ha visto la mano de Dios tan clara, va a obrar y va a seguir orando para confirmar que sea la voluntad de Dios el resultado que se dé.”

Más allá de lo que podríamos decir sobre el adjudicarse hablar por “la iglesia” – como si ella fuera una sola, monolítica y donde alguien puede tomar el lugar de portavoz-, me quedé meditando sobre los riesgos ya conocidos en torno a la relación entre voluntad divina y hechos históricos. ¿Cuáles son las implicancias de la afirmación de este pastor? ¿Que sea cual fuere el resultado de la elección es “voluntad divina” porque la iglesia oró al respecto? ¿Acaso no hay coyuntura histórica o preferencias personales que entran en juego dentro de una elección? ¿Dios mueve a los votantes? Más aún, ¿qué hacemos con la diversidad de voces y opiniones políticas dentro de la misma iglesia? ¿Algunos/as responderán a la voz divina y otros no?

La relación fe y política siempre ha sido complicada. Por ello históricamente ha existido tanta tensión entre ambas. Ello se debe a diversos factores. Primero, a cierta abstracción de la propia fe, como si fuera un elemento desencarnado de la realidad, vaciada de sus avatares y complejidades. Segundo, a una visión reduccionista de lo político, como si implicara sólo el ejercicio burocrático partidario, y no un compromiso con las dinámicas generales y demandas de la polis. Y en tercer lugar, a la dificultad que tienen tanto la fe o lo religioso y la misma política en lidiar con la pluralidad, la diferencia y la heterogeneidad.

Apelar a la fórmula de “voluntad divina” es una muy peligrosa espada de doble filo: primero, para legitimar y absolutizar una posición particular, y segundo, para silenciar la disidencia. Ya la historia nos ha contado, a precio de sangre y sufrimiento, lo que la aplicación de este reduccionismo teológico ha significado como herramienta de lectura política y social.

No es espacio para una disquisición bíblico-teológica sobre el tema, pero vale decir que nos merecemos un profundo replanteamiento sobre estos discursos, que parten de una mutua alimentación entre estrechez teológica y estrechez de análisis político.

La democracia tiene que ver con la construcción de un espacio plural donde se reconoce la diversidad de opiniones y voces. Este postulado se transforma en criterio ético ya que dichos posicionamientos formarán parte de este espacio en la medida que reconozcan su necesidad del otro (y con ello su propia contingencia), y de la manera en que posibiliten su lugar y lo escuchen. Por ser criterio ético, precisamente no todos pueden ser llamados democráticos (por ejemplo, un proceso dictatorial que aniquila al adversario o un sistema político que fomenta la desigualdad en todo nivel, no pueden ser comprendidos como marcos facilitadores del lugar del otro)

Todo esto no se gesta sin conflicto, sin desacuerdo. “Pasa en las mejores familias”, como reza el dicho. Apelar a la diversidad no significa uniformidad de opinión. Pero ello tampoco implica ser enemigos, sino sólo contrincantes o adversarios que debaten y discuten desde diversos puntos de vista en torno a cómo responder a las demandas que tenemos como grupo social.

Volviendo al tema que nos convoca, ¿cómo comprender desde la fe la diversidad y el conflicto inherentes a las opiniones políticas dentro de un espacio democrático? Simplemente fomentándolas y alimentándolas. Si existe voluntad divina –tal como vemos plasmado en el texto bíblico de tapa a tapa- es que lo diverso siempre se exalta y se contrapone a cualquier poder centralizador, a cualquier ley establecida y a toda práctica ciegamente absolutizada. El ser humano en tanto cuerpo es puesto como epicentro de cualquier creencia. Parafraseando a Jesús (Mc 2.27), la política está hecha para las personas, y no las personas para ser encajadas en un solo modelo o práctica política.

La búsqueda de la voluntad divina no significa encontrar una respuesta ideológica única a lo que creemos como solución de los problemas sociales, desde una dinámica de “línea roja” con Dios. Implica, más bien, fomentar la reflexión y la sensibilidad sobre aquellos elementos que nos desafían como sociedad, y el compromiso que tenemos de encontrar soluciones como ciudadanos/as creyentes que compartimos en comunidad con otros/as. Para ello, existirán diversas respuestas según las opiniones, subjetividades y posicionamientos políticos.

La fe es amor. Es la búsqueda del bienestar del prójimo. Todo lo demás, debe apuntar a este propósito. Y para ello, la diferencia, la discusión y el desacuerdo son necesarios como camino para “aprender a aprender” (Juan Luis Segundo) Promover una respuesta única departe de Dios significa encapsular la misma dinámica de la fe, a través de la anulación del otro, de lo diverso, del que opina distinto.

No nos cerremos a las “arengas personales” adjudicándonos ser conocedores de la dirección de “la mano de Dios”. Me permito decir que eso poco tiene que ver con la fe en lo divino, cuyo misterio nos trasciende y nos imposibilita encerrarlo en una opinión política. Fomentemos el diálogo, práctica que como humanos que somos seguramente se caldeará por momentos. Pero no temamos. Si todos/as reconocemos que el fin es el bienestar del prójimo, aprenderemos unos a otros en el caminar compartido.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

25N: Mujeres libres contra todas las violencias.


Por Luis Hallazi*

Este 25 de noviembre se celebra el día mundial contra la violencia hacia las mujeres. En todo el mundo de cada tres mujeres una ha sufrido violencia física o sexual según datos de las Naciones Unidas, esta violencia en su mayoría es perpetrada por la propia pareja sentimental; en algunos casos dicha violencia puede acabar con la vida de una mujer. Para hacernos una idea, el Perú ocupa el segundo lugar en Latinoamérica en crímenes de género solo después de Colombia; el 2014 se registraron 83 feminicidios, mujeres que han perdido la vida por tan solo la condición de ser mujer.

Nuestra sociedad en general ha sido construida con fuertes bases patriarcales, esto significa la preponderancia de una sociedad dirigida por varones, adultos y de rasgos occidentales. La sociedad peruana no ha sido ajena a esas características, fijémonos solo en la lista de los 76 mandatarios que han dirigido el país, sean elegidos de forma constitucional ode facto, todos son hombres. Esa desigualdad ha irradiado las distintas esferas de la sociedad, en muchos casos ésta se ha impuesto con violencias física, sexual, sicológica y económica, de tal forma que se han ido generando condiciones históricas donde muchas prácticas sociales han permitido de manera silenciosa atentados contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de las mujeres.

Los Estados han tenido que hacer algo para contener esa violencia sistemática y silenciosa, es por eso la aparición de tipos penales como el feminicidio, que tratan de castigar el crimen contra mujeres y que se han ido abriendo paso en muchos Estados latinoamericanos. Recordemos los crueles feminicidios en Ciudad Juárez, al norte de México, donde incluso la Corte Interamericana de Derechos Humanos se pronunció a través de la sentencia del caso “campo algodonero”, donde se declaró culpable al Estado mexicano por la discriminación, falta de protección y garantías para la vida de las mujeres y desamparo al dejar impunes el asesinato de tres mujeres de Ciudad Juárez el 2001.

Esto llevó a que diferentes Estados promuevan la protección hacia la vida de las mujeres, a través de normas que castiguen severamente a perpetradores de este tipo de asesinatos. En el caso peruano desde finales del 2011 se cuenta con la modificación al artículo 107 del Condigo Penal que contiene esta categoría, en los términos siguientes: 

“Artículo 107. Parricidio/Feminicidio: El que, a sabiendas, mata a su ascendiente, descendiente, natural o adoptivo, o a quién es o ha sido su cónyuge, su conviviente, o con quién esté sosteniendo o haya sostenido una relación análoga será reprimido con pena privativa de libertad no menor de quince años.”

En nuestro país la situación de la mujer es aún más compleja. A esa desigualdad histórica, compartida por la casi totalidad de países; hay que agregarle que son las mujeres indígenas las que sufren mayor desprotección en sus derechos. Las cifras según la CEPAL nos dicen que casi el 40% de mujeres indígenas han sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida, e incluso el Estado ha sido el generador de esa violación de derechos.

Para no ir muy lejos hay que remontarnos al último quinquenio de gobierno fujimorista (1996-2001), donde se implantó una política de “salud” pública dirigida a mutilar los cuerpos de mujeres, mayoritariamente indígenas, sin su consentimiento a través de las esterilizaciones forzadas. Según datos de la Defensoría del Pueblo, entre esos años se efectuaron aproximadamente 272 028 operaciones de ligaduras de trompas y vasectomías, perpetrando una de las mayores violaciones de derechos que van desde la integridad corporal, la salud, la intimidad, la vida familiar, la no discriminación y, en algunos casos, hasta la vida de mujeres indígenas. Lamentablemente, hasta el día de hoy, no hay responsables mediatos ni políticos que, en última instancia, planearon estos hechos.

Pero además atendiendo al espacio donde ocurre la violencia, podemos identificar que en tiempos de inseguridad ciudadana las mujeres urbanas son las que mayor riesgo corren en espacios públicos, sufriendo además violencias cotidianas como el acoso callejero. Sin embargo, los espacios privados no están exentos de violencia, y es dentro de la familia donde se registra el mayor número de casos de violencia. Igualmente, espacios privados como el trabajo están contaminados por el acoso laboral. La situación es alarmante si nos referimos al número de denuncias por violencia sexual, donde Perú ocupa el primer lugar en Latinoamérica y el tercero en el mundo según la Organización Mundial de Salud el año 2013.

Son las mujeres indígenas, sin duda, las que carecen de menores oportunidades para el desarrollo de sus proyectos de vida. No solo porque les afectan otras formas de violencia estructural como la falta de acceso a la educación y la salud, sino porque han sido ellas las victimas últimas de todo tipo de violencia e impunidad a lo largo de la historia de nuestro país. No podemos olvidar las violaciones sexuales perpetradas en tiempos de conflicto armado, viviendo con cruentas heridas y sin posibilidad de acceso a la justicia.

Además, en nuestros tiempos, son ellas, en muchos casos, las que sufren las embestidas de una política extractivista que, bajo todo coste, arremete contra la naturaleza y las formas de vida comunitaria. Son los conflictos sociales los escenarios de violencia donde ellas resisten ante el despojo de los cuerpos/territorios para finalmente apostar por la defensa de la vida en todas sus formas.

*Luis Hallazi es investigador en derechos humanos. Su correo es: luis.hallazi@gmail.com

martes, 24 de noviembre de 2015

Violencia contra la mujer.


Basta leer los evangelios para darnos cuenta de que Jesús no sólo no despreció nunca a ninguna mujer sino que además luchó contra las injusticias de su tiempo en su defensa. 

Francisco Sánchez 

El 17 de diciembre se cumplirán 16 años desde que la ONU declaró el 25 de noviembre “Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer”. La fecha fue elegida en honor a las tres hermanas Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana. Éstas fueron brutalmente asesinadas, por orden del gobernante dominicano Rafael Trujillo (1930-1961). 

Lejos de extinguirse, la violencia física, sexual, psicológica y económica contra las mujeres sigue afectando a familias y comunidades de todo el mundo. A la cabeza de este desastre se encuentra, según los informes de la ONU, la República Democrática del Congo, en donde se reportan más de 1.100 violaciones al mes. Se cree que más de 200.000 mujeres han sufrido la violencia sexual desde que se inició el conflicto armado. 

¿Tenemos los cristianos algo que decir al respecto? 

Otro gran problema a nivel mundial, relacionado con la violencia hacia la mujer, es la trata de personas. Se calcula que entre 500.000 y 2.000.000 de personas son traficadas anualmente sufriendo violaciones, prostitución, mano de obra forzada, esclavismo o servidumbre. 

¿Qué puede hacer la Iglesia frente a este desastre? 

En Estados Unidos, el costo de la violencia doméstica entre la pareja sobrepasa los 5,800 millones de dólares al año. Un estudio de 2004 en el Reino Unido estimó el total de los costos directos e indirectos de la violencia doméstica, incluidos el dolor y el sufrimiento, en 23,000 millones de libras esterlinas al año ó 440 libras por persona. 

¿Es importante hablar en nuestros círculos íntimos de esta catástrofe humana? 

En España, a fecha 2 de noviembre de 2015, desgraciadamente se han registrado 41 casos de víctimas mortales por violencia de género. De éstas, 25 son españolas y 16 extranjeras. La edad en la que se concentran la mayoría de los casos es entre los 21 y los 50 años. 

La Comunidad de Valencia es la que más casos presenta, seguida de Andalucía, Cataluña y Galicia. Esta triste realidad ha dejado, este año, un total de 39 menores huérfanos. El autor de El sanador herido, Henry J. M. Nowen, afirma que un distintivo de las próximas generaciones de jóvenes será la carencia de padres; es decir, no afirma que los jóvenes no tendrán padres biológicos sino que éstos, en general, dejarán de ser un modelo y una referencia para sus hijos. 

En la actualidad, 6.168 personas cumplen condena en las cárceles españolas a causa de la violencia de género. Entre los años 2007 y 2015 se han atendido en España más de 537.849 llamadas de auxilio por teléfono. 

¿De dónde procede todo este mal? 

JESÚS COMO MODELO A SEGUIR 

Afirma Herbert Lockyer que “la mujer supera al hombre en su capacidad para soportar el maltrato, la tristeza, el dolor y la separación. A lo largo de la historia el hombre ha tratado a la mujer como muy inferior a causa del orgullo, la ignorancia o la perversión moral y como consecuencia la ha esclavizado y degradado”. Sin embargo, continúa diciendo el autor “con la venida de Cristo, surgió una nueva era para la mujer y dondequiera que él es exaltado, la mujer tiene su parte”. 

¿Está aquí la solución? ¿Dejó Jesús de Nazaret un modelo digno de seguir? 

Personalmente creo que sí. Jesús juzga igual al hombre y a la mujer, sin hacer distinción; ¿hace esto la justicia actual? La teóloga Carmen Bernabé Ubieta habla del comportamiento ejemplar de Jesús enfatizando que Jesús rompe los tabúes de su época y mantiene una amistad profunda con Marta y María; y conversa públicamente con la samaritana, a pesar de la enemistad entre los judíos y los samaritanos; ¿dialogamos abiertamente con aquellas culturas y religiones que son opuestas a las nuestras? 

Basta leer los evangelios para darnos cuenta de que él no sólo no despreció nunca a ninguna mujer, fuera cual fuera la condición social de la misma sino que además luchó contra las injusticias de su tiempo en defensa de la mujer, exponiéndose ante las miradas machistas de los demás. 

Poco le importó que una prostituta le lavara los pies con perfume. No es de extrañar, entonces, que el maestro tuviera entre sus seguidores a un gran número de mujeres. Como bien afirma la teóloga Ana Cristina Villa Betancourt, Jesús muestra a través de su trato con la mujer cómo ésta reflexiona sobre la verdad con entusiasmo, también su capacidad para acoger, para presentir un peligro y anticipar una respuesta generosa o, entre otras más, su capacidad para responder y transmitir una información importante. 

En definitiva, Jesús no dignifica a la mujer porque entiende que ella ya es digna, al igual que el hombre, no por méritos propios sino por ser humana, es decir, por ser creación de Dios. Desde esta posición, Jesús plantea siempre una acción muy creativa, en general, en su trato con el ser humano y, en particular, en su trato hacia la mujer. 

Cuando un grupo de religiosos quiere apedrear a una mujer porque ésta ha adulterado, Jesús da un paso al frente y se coloca entre ellos y la mujer; no los amenaza, tampoco les grita ni les hace aspavientos. Se agacha y piensa, escribe en la arena (alguien dice que escribe los pecados de los que la acusaban) y les hace reflexionar a través del arte de la duda y del diálogo: “¿estáis vosotros libres de pecado?”. 

¿Reaccionamos nosotros como Jesús? ¿Cuestionamos el origen de las acusaciones? ¿O nos dejamos llevar por una injusta tradición caiga quien caiga? El dolor producido por la muerte injusta de muchas mujeres ha generado odio y rencor entre muchas personas. Éstas, lejos de buscar aferrarse a un modelo que no repita los mismos errores que el machista, proponen un feminismo hembrista que luche contra los abusos del machismo. 

En este sentido, la conocida escritora feminista Doris Lessing afirma: “Estoy desconcertada por el desprecio automático en la confrontación con los hombres que ya se convirtió en parte de nuestra cultura”. ¿Se es más mujer por el hecho de humillar a los hombres? No. 

Tampoco los hombres son mejores o más hombres por degradar a la mujer. El psiquiatra Augusto Cury lo explica así: “somos una especie única e inteligente, sin embargo, desgraciadamente nos dividimos, discriminamos y excluimos”. Jesús dejó un modelo establecido sólo para valientes, fueran hombres o mujeres. En definitiva, un modelo para personas que no estaban dispuestas a abanderar cualquier moda o costumbre social impulsada por la frustración y el cáncer de la discriminación.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Occidente ha escogido el peor camino: la guerra.


Leonardo Boff

Ciertamente son abominables y totalmente rechazables los atentados terroristas perpetrados el último 13 de noviembre en París por grupos terroristas de extracción islámica. Tales hechos nefastos no caen del cielo. Poseen una prehistoria de rabia, humillación y deseo de venganza.

Estudios académicos realizados en Estados Unidos han evidenciado que las continuadas intervenciones militares de Occidente con su geopolítica para la región y a fin de garantizar el abastecimiento de sangre del sistema mundial que es el petróleo, rico en el Medio Oriente, acrecentadas por el hecho del apoyo irrestricto dado por Estados Unidos al Estado de Israel con su notoria violencia brutal contra los palestinos, constituyen la principal motivación del terrorismo islámico contra Occidente y contra Estados Unidos (véase la vasta literatura firmada por Robert Barrowes: Terrorism: Ultimate Weapon of the Global Elite en su sitio: www.WarisaCrime.org ).

La respuesta que Occidente ha dado, comenzando con George W. Bush, retomada ahora vigorosamente por François Hollande y sus aliados europeos más Rusia y Estados Unidos es el camino de la guerra implacable contra el terrorismo, ya sea interno en Europa o externo contra el Estado Islámico en Siria y en Iraq. Pero este es el peor de los caminos, como criticó Edgar Morin, pues las guerras no se combaten con otras guerras ni con el fundamentalismo (el de la cultura occidental que se presume ser la mejor del mundo, con el derecho a ser impuesta a todos). La respuesta de la guerra, que probablemente será interminable por la dificultad de derrotar el fundamentalismo o a los grupos que deciden hacer de sus propios cuerpos bombas de alta destrucción, se inscribe todavía en el viejo paradigma de pre-globalización, paradigma enclaustrado en los estados-naciones, sin darse cuenta de que la historia ha cambiado y ha vuelto colectivo el destino de la especie humana y de la vida sobre el planeta Tierra. El camino de la guerra no ha traído nunca la paz, a lo máximo alguna pacificación, dejando un lastre macabro de rabia y de voluntad de venganza por parte de los derrotados que nunca, a decir verdad, serán totalmente vencidos.

El paradigma viejo respondía a la guerra con guerra. El nuevo, de la fase planetaria de la Tierra y de la humanidad, responde con el paradigma de la comprensión, de la hospitalidad de todos con todos, del diálogo sin barreras, de los intercambios sin fronteras, del gana-gana y de las alianzas entre todos. En caso contrario, al generalizar las guerras cada vez más destructivas, podremos poner fin a nuestra especie o volver inhabitable la Casa Común.

¿Quien nos garantiza que los terroristas actuales no se apropien de tecnologías sofisticadas y empiecen a usar armas químicas y biológicas que, por ejemplo, colocadas en los depósitos de agua de una gran ciudad, acaben produciendo una destrucción sin precedentes de vidas humanas? Sabemos que se están preparando para montar ataques cibernéticos y telemáticos que pueden afectar a todo el servicio de energía de una gran ciudad, los hospitales, las escuelas, los aeropuertos y los servicios públicos. La opción por la guerra puede llevar a estos extremos, todos posibles.

Debemos tomar en serio las advertencias de sabios como como Eric Hobswbam al concluir su conocido libro La era de los extremos: el breve siglo XX (1995:562): «El mundo corre el riesgo de explosión e implosión; tiene que cambiar… la alternativa al cambio es la oscuridad». O la del eminente historiador Arnold Toynbee, que después de escribir diez tomos sobre las grandes civilizaciones históricas, en su ensayo autobiográficoExperiencias (1969:422) nos dice: «Viví para ver el fin de la historia humana tornarse una posibilidad intrahistórica, capaz de ser traducida en hechos, no por un acto de Dios sino del propio hombre».

Occidente ha optado por la guerra sin tregua. Pero nunca más tendrá paz y vivirá lleno de miedo y rehén de posibles atentados que son la venganza de los islámicos. Ojalá no se haga realidad el escenario descrito por Jacques Attali en Una breve historia del futuro (2008): guerras regionales cada vez más destructivas hasta el punto de amenazar a la especie humana. Entonces la humanidad, para sobrevivir, pensará en una gobernanza global con una hiperdemocracia planetaria.

Lo que se impone, así nos parece, es reconocer la existencia de hecho de un Estado Islámico y luego formar una coalición pluralista de naciones y de medios diplomáticos y de paz para crear las condiciones de un diálogo para pensar el destino común de la Tierra y de la humanidad.

Temo que la arrogancia típica de Occidente, con su visión imperial al juzgarse mejor en todo, no acoja este camino pacificador y prefiera la guerra. En ese caso, vuelve a tener significado la sentencia profética de M. Heidegger, conocida después de su muerte: «Nur noch ein Gott kann uns retten: entonces solo un Dios puede salvarnos».

No debemos esperar ingenuamente la intervención divina, pues nuestro destino está bajo nuestra responsabilidad. Seremos lo que decidamos: una especie que prefirió autoexterminarse antes que renunciar a su voluntad absurda de poder sobre todos y sobre todo o bien forjamos las bases para una paz perpetua (Kant) que nos conceda vivir diferentes y unidos en la misma Casa Común.

Fuente: Atrio

domingo, 22 de noviembre de 2015

Transformar en sufrimiento personal lo que sucede en el mundo.


Leonardo Boff

Actualmente hay una fructífera discusión filosófica, también entre nosotros con Muniz Sodré (Las estrategias sensibles, 2006) y FJ Duarte (El sentido de los sentidos, 2004), para rescatar la razón sensible como un enriquecimiento imprescindible de la razón intelectual. Esto es necesario, ya que es a través de ella como nos comprometemos afectiva y efectivamente a salvaguardar la vida en el planeta y a la humanización de las relaciones sociales. De modo coincidente el Papa Francisco en este punto de su encíclica sobre el cuidado de la Casa Común (2015) nos aporta una valiosa contribución.

Él analiza con espíritu científico y crítico de lo que está pasando con nuestra Casa (nn.17-61). Luego advierte que, en una perspectiva de la ecología integral que es el tema fundamental de su texto, estas categorías son insuficientes (n.11). Tenemos que abrirnos «a la admiración y al encanto… y hablar el idioma de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo» (n.11). Por lo tanto, no podemos restringir la ecología ambiental, ya que esta atiende solo a la relación del hombre con la naturaleza, olvidando que es parte ella. Esta relación unilateral es el vicio de antropocentrismo, criticado en su texto (nn.115-121).

Sucede que el ser humano tiene dimensiones sociales, políticas, culturales y espirituales sobre las que hay poca preocupación y reflexión débil, lo que hace que sea difícil encontrar una solución consistente a la grave crisis que azota a la Casa Común.

Considerando la amplitud de estas dimensiones, debemos ir más allá de un análisis puramente técnico y científico. Debemos, más bien, utilizar la investigación científica indispensable, pero «dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual derivados» (n.15). Además «debemos atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo» (n.19).

El Papa Francisco es consciente de que detrás de las estadísticas hay un mar de sufrimiento humano y muchas heridas en el cuerpo de la Madre Tierra. Como somos parte de la naturaleza y todo está interrelacionado (tema siempre recurrente en la encíclica, nn 70, 91,117, 120, 138, 139, etc.) y nunca estamos fuera de esa «red de relaciones» (n.240) que nos envuelve a todos, participamos de los dolores de la crisis ecológica. Llega a advertir que «las previsiones de catástrofes ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía… el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones» (n.161).

Pero el Papa no se siente intimidado por este escenario. Da un voto de confianza al ser humano, en su creatividad y su capacidad de regenerarse y de regenerar la Tierra (n. 205) y mucho más confía en el Dios que, en palabras de la tradición judeocristiana “es el soberano amante de la vida” (Sb 11, 24 y 26: nn 77, 89). Él no permitirá que nos hundamos totalmente (n.163). Aún vamos a hacer una «conversión ecológica» (n. 217) e introduciremos la «cultura del cuidado que impregnará toda la sociedad» (n.231).

De esto nacerá un nuevo estilo de vida (alternativa repetida 35 veces en la encíclica), basado en la cooperación, la solidaridad, la sencillez voluntaria y la sobriedad compartida que implicará una nueva forma de producir y consumir, y en última instancia, nos dará la «conciencia amorosa de no estar separados de las demás criaturas, de formar con otros seres del universo una estupenda comunión universal» (n.220).

Como se puede ver, aquí ya no se habla solamente de inteligencia intelectual, de inteligencia técnica y científica, sino de inteligencia emocional y cordial, como lo he detallado en mis dos libros Saber Cuidar y El cuidado necesario. El Papa en sus palabras de afecto y cariño hacia todos, especialmente hacia los pobres y los más vulnerables, da un claro ejemplo de este tipo de inteligencia tan urgente y necesaria para superar la profunda crisis que abarca todos los ámbitos de la vida.

En razón de esta inteligencia emocional nos pide «escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (49). Las agresiones sistemáticas, realizadas en los dos últimos siglos, «provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo» (n.53). Por eso es importante «cuidar de la creación… y tratar con cuidado a los demás seres vivos» (n. 211) porque cada uno tiene un valor intrínseco, independiente del uso humano (n.69) y, a su manera, alaban al Creador (n.33). Llega a decir que debemos «alimentar una pasión por el cuidado» de todo lo que existe y vive.

Hace hincapié en el hecho de que «nosotros estamos unidos a todos los seres del universo por lazos invisibles y formamos una especie de familia universal, una comunión sublime que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» (n. 89).

Sólo quien ha desarrollado en alto grado la inteligencia sensible o cordial podría escribir: «Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la Madre Tierra» (n. 92).

Tales sentimientos y actitudes son una petición general hoy en día, para evitar las tragedias ecológicas y sociales que ya se anuncian en el horizonte de nuestro tiempo.

*Leonardo Boff, columnista del JB online.

Traducción: María José Gavito

Fuente: Atrio

sábado, 21 de noviembre de 2015

No hay gozo sin llanto.


¿Cómo vivimos los cristianos este dolor espiritual por el mundo? ¿Será quizás que no influimos más en la sociedad porque nuestra vida no es como debiera ser?

Si hay algo que se intente evitar hoy por todos los medios es sin duda el dolor. Todo nuestro mundo gira en torno a la idea de que hay que eliminar el sufrimiento y aumentar el placer en esta llamada sociedad del bienestar. Los medios de comunicación social gastan enormes fortunas en hacer reír a la gente, entretenerla y evadirla de cualquier idea que le sugiera sufrimiento, dolor o llanto. Sin embargo, el evangelio dice: Bienaventurados los que lloran. ¿Por qué? Pues porque en realidad son los únicos felices que se dan cuenta de la realidad en que vive el ser humano. 

El evangelista Lucas expresa esta misma bienaventuranza de una manera más llamativa: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis (Lc 6:21). Se trata de una promesa clara de felicidad para quienes lloran. Sin embargo, el llanto al que se refiere el Señor Jesús es más bien de carácter espiritual. El Maestro no está diciendo que quienes lloran la muerte natural de un ser querido, por ejemplo, estén siendo felices. No, no lo son. 

A nadie se le ocurriría decir esto. Lo que dice Jesús es que, a diferencia del dolor y el sufrimiento "natural" propio de este mundo sometido al mal en el que vivimos, existe otra clase de dolor "espiritual" que no tiene ninguna relación con nuestra existencia natural en esta vida. Así pues, los verdaderamente felices son los que lloran en el espíritu; los que se afligen porque en nuestras sociedades, Dios y Jesucristo casi nunca sean tenidos en cuenta; quienes se apenan de que nuestro mundo se muestre tan cerrado a los valores del reino de Dios. 

La mayoría de los dirigentes de la tierra, tanto hoy como ayer, no tienen en cuenta en sus agendas personales los valores cristianos que se desprenden del sermón del monte. Muchos se burlan de ellos, mientras otros afirman que son irreales e imposibles de llevar a la práctica. Y ante esta situación, ¿qué opina la Iglesia de Jesucristo en el tiempo actual? ¿Cómo vivimos los cristianos este dolor espiritual por el mundo? ¿Será quizás que no influimos más en la sociedad porque nuestra vida no es como debiera ser? 

Es verdad que nuestra obligación como cristianos es evangelizar pero, ¿no tendríamos primero que empezar por evangelizar nuestras propias increencias y nuestra acomodación a la risa de la sociedad? La descripción del discípulo de Jesucristo como alguien que llora por la injusticia del ser humano es algo que casi resulta hoy anacrónico. 

No está de moda el llanto cristiano, sino que recuerda comportamientos de épocas pasadas. Hubo un tiempo en el que los creyentes debían aparentar seriedad, austeridad e incluso tristeza si querían ser considerados como auténticos seguidores de Cristo. Una época en la que predominaba un estilo gris oscuro de religiosidad puritana aparente. 

En muchos casos no era más que una máscara hipócrita que pretendía simular aquello que no se era. Sin embargo, hoy hemos pasado al extremo opuesto. Con el fin de atraer a los incrédulos hemos adoptado su estilo. Una especie de superficialidad festiva y de felicidad artificial que hacen difícil la manifestación del dolor por los problemas del mundo y mucho menos del llanto al que se refería el Señor Jesús. 

Es menester reconocer que muchos creyentes contemporáneos no poseen verdadero convencimiento de pecado, como el que experimentaban los cristianos de épocas pasadas. Lo pecaminoso ha desdibujado sus fronteras. Se desea tener gozo pero sin pasar por el reconocimiento doloroso del pecado personal. 

En el fondo, lo que ocurre actualmente es que no gusta la doctrina del pecado, ni siquiera que se predique acerca de ella. Se desea la rosa pero sin las espinas. Sin embargo, tal anhelo es imposible desde el punto de vista bíblico. Quien se convierte a Jesucristo y desea alcanzar la dicha eterna en él, tiene que pasar primero por las lágrimas del arrepentimiento sincero y la confesión de pecados. No hay gozo sin llanto.

viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Sirve de algo la oración?



“Muchas cosas están mal mamá y no se pueden arreglar rezando”. (Jennifer Lawrence a su madre Kim Basinger en la película “Lejos de la tierra quemada”).

La oración es uno de los temas más desconcertantes a los que se pueda enfrentar un cristiano. Éste, por un lado, reconoce que su Maestro Jesús la practicaba, que enseñó a sus discípulos la importancia de hacer de ella un hábito saludable para el alma, pero por el otro, conoce por propia experiencia que no suele haber respuesta. Esto posteriormente puede ser explicado de diversas formas: tal vez Dios ha hablado, pero no de la forma que esperábamos, a lo mejor es que el silencio de Dios equivale a esa respuesta. Pero se entienda como se entienda, como consecuencia de lo anterior, no pocas dudas aparecen y una importante carga de frustración se lleva sobre los hombros.

En primer lugar, conviene hacer una aclaración: la oración no es petición, no se trata de pedir sin cesar. La oración es hablarle a Dios y, en esa actividad, aparecen las peticiones. Por supuesto que existen oraciones en las que el elemento de súplica es el esencial, el predominante, pero esto se debe al estado del creyente, al trance por el que esté pasando. Tampoco debemos olvidar que se trata de un recogimiento interior, de una forma de meditación en donde nuestros pensamientos son dirigidos hacia Dios y nos dejamos iluminar por su luz[i].

Para hablar con Dios uno debe creer que es escuchado. Por ello, la oración únicamente tiene sentido dentro de un cristianismo que no se concibe a sí mismo como “moderno”. Si pensamos que Jesús compartía palabras con su Padre sencillamente porque era un judío palestino del siglo I la pregunta con la que abría este artículo no tiene sentido. Esta concepción estaría más cerca del deísmo, pero claramente Jesús era teísta, fue él quien incidió de forma reiterada en la oración, la practicaba. “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará”, les dijo a sus seguidores.

Por tanto, la oración forma parte de una relación, y esta es de carácter personal, íntima. Se trata de hablarle a nuestro Padre, a nuestro Salvador, al que nos rescató. Tengo la necesidad de acercarme a Él, de saberme escuchado. El valor terapéutico de la oración es indiscutible.

Con esto no digo que orar sea sencillo. La mayoría de las veces tengo la sensación de que le estoy hablando a la pared, que mis pensamientos, a veces vocalizados, comienzan y terminan en mí y sería precisamente por este motivo por el que no existe una respuesta de parte de Dios. Sin embargo, como decía al principio, Jesús hacía de ella una parte esencial de su espiritualidad. Sus seguidores, mantenía, debían hacer lo mismo.

Pero los interrogantes permanecen. Al mismo tiempo, la oración de intercesión, de petición, es de una enorme relevancia para el creyente. En ella descarga su corazón, entre lágrimas solicita ayuda en los momentos más amargos. Son situaciones extremas en las que nadie, excepto Dios, puede actuar y, entonces, es cuando aparece la frustración como un golpe en el estómago, el derrumbe anímico le sigue. La recuperación de esta decepción puede llevar tiempo, algunos creyentes incluso pueden necesitar terapia y, en la mayoría de los casos, es indispensable entrar en contacto con otro tipo de teología de la oración.

¿Para qué orar cuando he comprobado como muchas de estas oraciones, posiblemente las más importantes, las que más necesitaba que se contestaran, se estampaban contra el techo? ¿Por qué orar a un Dios que es Soberano, que todo lo tiene controlado y que me reserva lo mejor? ¿Puedo acaso variar su voluntad que siempre se traducirá en que suceda lo que es más conveniente para mí?

Las preguntas se siguen agolpando. ¿Por qué Dios no me escuchó en mi más angustiosa necesidad y sí contestó a otro hermano, al que oí un domingo, y que decía que Dios le proveyó de un trabajo? ¿Es que no he pedido con fe? ¿Por qué no me concedió a mí ese puesto de trabajo cuando estoy al borde del desahucio? ¿Tengo algún pecado escondido?

Ante esta cascada de interrogantes varias son las respuestas que se han presentado.

Un caso particular son aquellos cristianos que sencillamente “poseen” tanta fe que son impermeables a los hechos. Siempre están por las nubes, Dios les habla continuamente, los dirige, los consuela y los guía. Las anteriores cuestiones les resbalan. Es lo que se llama fe en la fe. Creen lo que desean creer, una falta de respuesta divina se suple con sentir la “presencia” de Dios en los cultos.

También he podido comprobar como otros creyentes se colocaban en el polo opuesto.

Una ola de escepticismo rompió en sus playas y ya no saben qué decir acerca de este tema. Aunque reconocen que Jesús es su Salvador, su Maestro, quedan tan perplejos ante la ineficacia de la oración que se mantienen muy cautos ante la misma. De hecho, rara vez hablarán de ella.

Un tercer tipo de personas son las que han propuesto que, más allá de la respuesta divina, lo que siempre hay que tener presente es que a Dios no podemos moverlo de su santa voluntad, Él siempre hará lo que es mejor para nosotros. Por ello, el problema residiría en aquél que ora, el balón vuelve a estar en nuestro tejado. Somos nosotros los que tenemos que cambiar cuando las circunstancias no lo hacen, se argumenta.

El silencio divino se convierte así en una respuesta para esta última postura. Hemos de avanzar en la formación de nuestro carácter, crecer en nuestra fe, madurar.

Esta idea se presenta como poseedora de más seriedad que las dos anteriores, tiene un cierto halo de respetabilidad y parece contestar las preguntas esenciales que hacíamos más arriba. Pero esta propuesta no es mejor, de hecho, plantea unas cuestiones terribles sobre la moralidad divina que no pueden ser solventadas con aquello de que Dios sabe lo que hace y a nosotros nos toca callar. Tiene razón Walter Wink cuando dice:

“Ante ese Dios inmutable, cuya completa voluntad está fijada por la eternidad, la oración de intercesión es ridícula. No hay lugar para la intercesión con un Dios cuya voluntad es incapaz de cambiar. Lo que los cristianos han adorado por tanto tiempo es el Dios del estoicismo, ante cuya voluntad inmutable no nos queda otra que rendirnos nosotros mismos, conformar nuestras voluntades con la voluntad inalterable de la deidad.[ii]

Un adolescente maltratado por su padre ora a Dios para que esas continuas palizas acaben de una vez… pero no terminan, ¿tiene que pensar que es él el que debe cambiar? Otro intento. Una mujer cristiana ha sido raptada por musulmanes fanáticos y está siendo violada cinco veces al día y entonces ora a su Padre celestial y nada ocurre, ¿es que debe comprender algo? Voy de nuevo. Un padre está orando por su hija que tiene cáncer, pero finalmente ella muere, ¿en qué debió cambiar? ¿Debe pensar que Dios ha hecho que su hija muera para que él comprenda algo?

La crueldad de estas propuestas me parece muy clara y me doy cuenta de que algunos cristianos llegan a enfadarse con Dios no por lo que Él es o hace, sino por cómo se les presenta. Muchos predicadores tienen una enorme responsabilidad a este respecto.

Me decía una amiga creyente que durante mucho tiempo ella había creído esto mismo. Además, en la congregación a la que asistía así se enseñaba y si escuchaba a cristianos de otros lugares no parecía haber una mínima variación. Pero su vida había sido un verdadero infierno desde niña y la de adulta no había sido mejor. Llegó a pensar que ella debía ser una especie de hija bastarda ya que Dios le mandaba tanto sufrimiento.

Su vida como creyente había sido un auténtico despropósito. Se le había negado el consuelo que necesitaba y, además ante el dolor insoportable y dilatado a lo largo de tanto tiempo, debía pensar que Dios tenía algo que enseñarle, que era ella finalmente la razón por lo que todo aquello pasaba. La argumentación, por muy popular que sea, es de locos.

El problema esencial de las tres anteriores propuestas es que todas parten de una determinada idea de lo que es la soberanía divina y de lo que Dios puede, o no, hacer en un mundo caído. Pero esta tierra está habitada por seres humanos libres, que toman decisiones que afectan a otros y todo ello en medio de una naturaleza alterada por lo que la Biblia denomina pecado.

El Todopoderoso respeta voluntades lo que implica que la suya no siempre se hace. Él desea que las palizas al hijo adolescente acaben, que la mujer cristiana raptada deje de ser violada, que la hija no muera de cáncer, pero mientras este mundo caído permanezca lo anterior se dará y no tiene relación alguna con que Dios quiera enseñarnos algo usando estas enormes tragedias. Sencillamente no puede saltarse su propia creación, no puede hacer círculos cuadrados, no puede crear un mundo de seres libres y continuamente coartarles esa libertad cuando la misma se traduce en acciones moralmente reprobables. Hace unos meses que dediqué un artículo en dos partes explicando esta postura[iii].

Pero hay una perspectiva, que es la que defiendo, en donde la oración se muestra como algo real y nos llega como una imposición moral. Siguiendo las mismas enseñanzas de Jesús se puede afirmar que sí que se puede afectar a Dios con nuestras peticiones. No se trata de un Dios que coloca sobre las espaldas de sus hijos pesos que los abaten. Su yugo es fácil y ligera su carga.

Nuestro Padre celestial escucha atento, siente nuestro dolor, nuestras dudas, hace suyas nuestras lágrimas. En la medida de lo posible actúa, pero no deshace o coarta la libre voluntad humana. Él convence por persuasión, pero nunca por imposición.

No se trata de sostener un dualismo moral, sino colocar a Dios en su lugar. Debemos pedir, por ejemplo, para que el hambre en el mundo acabe, que influya en hombres y mujeres para que se pongan a trabajar para paliar, en la medida de lo posible, esta epidemia. Pero seamos claros, mientras este mundo permanezca tal cual el hambre seguirá existiendo por mucho que nosotros oremos. La razón no habrá que buscarla en la voluntad específica o permisiva divina, ni en que Él quiera enseñarles a esos pobres niños alguna lección ya que no tienen futuro ni para aprenderla, la muerte les alcanzará antes. Nuestra oración será, como decía, una responsabilidad moral, de identificación con el necesitado (en muchas ocasiones seremos nosotros mismos) y que será escuchada sin ninguna duda por nuestro Padre. Tal vez gracias a la súplica de los santos, estos días de angustia en la tierra serán acortados, es posible que otras personas sean sensibilizadas por la acción del Espíritu divino y en determinados casos que Dios pueda actuar de manera milagrosa y nosotros ni siquiera nos enteremos.

La oración así tiene sentido, creemos que le afecta a Dios y tiene consecuencias dentro de un mundo que se mueve por una serie de “reglas de juego” que el Creador respeta, la colocó Él. Confiar en Dios pase lo que pase es la esencia, el corazón, de la verdadera fe.

Pero no olvidemos que Dios es un Padre amoroso y que jamás agrede a sus hijos ni aún para enseñarles alguna supuesta lección.

“¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos se las dará también a quienes se las pidan!” (Jesús, en Mateo 7:9-11).

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[i] Por falta de espacio no puedo entrar en detalles sobre este aspecto de la oración tan olvidado por los creyentes. Es más, considero que es central y no únicamente un componente más, pero debo abordar en este artículo la desviación en su sentido y significado que ha sufrido la oración. De todas formas, a modo de ejemplo, coloco aquí unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “Hoy más que nunca, necesitamos rezar para que la luz nos haga percibir la palabra de Dios, para que el amor nos haga aceptar la voluntad de Dios, para que encontremos el camino que nos permita hacer la voluntad de Dios. Dios es amigo del silencio. Si de veras queremos rezar, primero hemos de aprender a escuchar, porque Dios habla en el silencio del corazón”. Citada en K. SPINK, Madre Teresa (Barcelona, Plaza & Janés, 1997) 231.

[ii] Citado en G. BOYD, Satanás y el problema de la maldad (Miami, Editorial Vida, 2006) 258.

[iii] http://www.lupaprotestante.com/blog/jesus-frente-al-sufrimiento-i/ http://www.lupaprotestante.com/blog/jesus-frente-al-sufrimiento-ii/ No hace mucho este artículo ha salido también publicado en el número 26 del mes de octubre de la revista “Renovación”. La diferencia es que ambas partes han sido unidas.http://revistarenovacion.es/Revista.html

jueves, 19 de noviembre de 2015

Niños y jóvenes del Perú se encuentra por el Buen Vivir.


– Jornada busca establecer un diálogo fluido entre la Red Infanto Juvenil por el Buen Vivir y redes nacionales. 

Servindi, 18 de noviembre, 2015.- A fin de iniciar un espacio de articulación y acción entre niños y jóvenes para la defensa y el ejercicio de sus derechos y de los derechos del medio ambiente, decenas de ellos se reunirán en Lima mañana jueves 19 de noviembre.

El evento es promovido por la Red Infanto Juvenil por el Buen Vivir en alianza con la Plataforma Peruana de Copartes Tierra de Hombres-Perú. Al final del encuentro se espera contar con una serie de sólidos acuerdos para “la defensa y ejercicio de Derechos y Responsabilidades Ecológicos”.

La cita se da en un contexto en el cual los derechos de los pueblos a un ambiente sano y equilibrado se ven continuamente vulnerados. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la Ley 30230, que forma parte de los llamados paquetazos ambientales, medidas que viene aprobando el Gobierno desde el 2013.

La cita de mañana tendrá lugar de 8:00 a.m. a 6 p.m. en la dirección Av. República de Chile 641, Jesús María.

Se trata de una cita de carácter ‘ecopolítico’ en el que niños, niñas y jóvenes integrantes de diversas redes del país intercambiarán experiencias y harán propuestas para actuar en favor del medio ambiente y los derechos que lo protegen.

Al día siguiente, el viernes 20, se desarrollará un pasacalle como parte de las acciones por el Mes de Acción Mundial por los Derechos del Niño, GAM por su sigla en inglés, que tiene lugar cada año para conmemorar un aniversario más de la Convención sobre los Derechos del Niño.

Esta actividad es impulsada por la Red Internacional de Jóvenes y Tierra de Hombres-Alemania.

“Todos asumimos el compromiso, movilízate por tus derechos ¡Somos el futuro y necesitamos nuestros derechos ahora!”, es uno de los lemas que reivindicará la cita en Lima y el posterior pasacalle, el cual es abierto al público en general.
Los organizadores

La Red Infanto Juvenil por el Buen Vivir está conformada por una comunidad de niños, niñas y jóvenes de todo el país, organizados para el restablecimiento y la visibilización de los diversos modos del Buen Vivir en zonas rurales y urbanas, y al mismo tiempo promueve una relación sagrada y respetuosa con la Madre Naturaleza.

Puede conocer más del evento haciendo clic en el siguiente enlace:

Fuente: Servindi

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Evangelio, protestantismo y capitalismo.



En los años 70 del siglo pasado, poco antes de morir Franco, en mi plena adolescencia y recién descubierto el mensaje del Evangelio y experimentado una crucial conversión a Cristo, ser cristiano era entrar en una dinámica de alienación, un alien en la lucha entusiasta y clandestina por la libertad y la justicia social que alentaba en muchos jóvenes universitarios y reconocidos intelectuales españoles. Era el auge de la ideología marxista, que desde hacía una década en América Latina inundaba toda la vida intelectual de las universidades latinoamericanas, al decir de Pablo Guadarrama, sin que hubiera una esfera de las ciencias sociales que no se hubiese visto influenciada por ella[1].

Para tratar de responder, o de situarse ante esta fe político-social que entusiasmaba a las mentes más progres e influyentes de la época, los dirigentes evangélicos más avezados escribían o traducían tratados sobre la problemática del “hombre cristiano y el hombre marxista”, “entre Marx y Cristo”, con el fin de dar respuesta a desazones y preguntas inquietantes por parte de los creyentes más concienciados social o intelectualmente.

Era difícil evitar un cierto sentido de inferioridad, o de no saber realmente a qué atenerse en esos años de convulsión social, cambios políticos y golpes militares.

Hasta la misma iglesia católica romana, hegemónica en España desde el año 39, experimentó una especie de “invierno eclesial”[2]. Frente a la entrada en la vida pública de las cuestiones políticas y sociales, la fe cristiana aparecía poco atractivo y encima sonaba a irrelevante. Para los más leídos, y un buen número de intelectuales españoles, que habían leído u oído hablar de Max Webber, La ética protestante y el espirítu del capitalismo (publicado originalmente en 1904/1905, 1920 se publicó en España en julio de 1969, traducido por Luis Legaz Lacambra, y editado por Ediciones 62)[3], la obra no dejaba dudas sobre el efecto causal, la conexión entre protestantismo y capitalismo. Incluso algunos evangélicos dieron por buena esta interpretación de la obra de Webber, por otra parte, todo un modelo de buen trabajo y de investigación rigurosa. Un ejemplo a seguir.

Como consecuencia de esta aceptación acrítica de la simbiosis entre protestantismo y capitalismo, muchos nos quisieron saber nada del protestantismo que conducía a ese hijo indeseable del capitalismo, y reivindicaron la vuelta a los orígenes, al puro Evangelio de Jesucristo, sin mediaciones históricas, como la Reforma. Para los católicos progres, el protestantismo encima de ser limitado doctrinalmente, era una avanzadilla del capitalismo sajón, y concretamente estadounidense, de sus misioneros, a algunos de los cuales se vinculaba con la CIA.

El profesor José Luis Abellán, que debió de leer las tesis de Webber muy por encima, concluyó que el catolicismo representa la “teología de la pobreza”, frente a la “teología de la riqueza” del protestantismo. Un cuento largo de explicar[4].

Webber no dijo que con el protestantismo surgió el capitalismo como algo nuevo en la historia, ni ninguna barbaridad de este tipo. Lo que dice es que, frente a un capitalismo, presente en la historia desde tiempos inmemoriales, de tipo oriental, de ostentación, lujo y derroche, con el protestantismo surge un capitalismo de tipo empresarial, productivo, emprendedor y ahorrativo, al que se deben las grandes empresas de las que hoy nos beneficiamos todos, desde la invención y producción de un simple paraguas a la de una locomotora.

De hecho, cuando cambian las tornas, la década de los 80, y colapsa el sistema del “comunismo real” de la URSS, los neoliberales comienzan a ser el paradigma emergente. En 1990, la revista Newsweek proclamaba que “10,000 hombres de Harvard, una nueva generación de tecnócratas entrenados en los Estados Unidos están reestructurando la economías de América Latina”. El mismo artículo describía el entorno mundial: “[…] el socialismo y el paternalismo económicos están sitiados;viva [en castellano en el original] la economía de mercado. En América Latina, líderes democráticos han asumido el poder desde Tijuana hasta Tierra del Fuego en los últimos cinco años”[5].

Son los años de los gobiernos antisociales de Margaret Thatcher en Gran Bretaña, de Ronald Reagan en Estados Unidos y de la desbandada política e intelectual de la izquierda stalinista después de la caída del muro de Berlín (1989).

En esta nueva coyuntura, Jacques Paternot y Gabriel Veraldi, publican un estudio mediante el cual intentan demostrar que hay que trasladar el origen del capitalismo de la ética protestante al catolicismo medieval, de modo que la gloria sea de la Iglesia católica, una vez quitado el aguijón, el papel malo, del capitalismo[6].

¿Qué queda entonces de esta vaina?

En la misma línea de Webber, de quien era amigo, el sociólogo y economista Werner Sombart, quien, por cierto, publicó en 1902 El Capitalismo Moderno (Der modern Kapitalismus), que apareció nada menos que en seis volúmenes, dedicó muchos estudios a este tema: Luxus und Kapitalismus (1921, traducción al español:Lujo y capitalismo. Sequitur, Madrid 2009); Der Bourgeois: zur Geistesgeschichte des modernen Wirtschaftsmenschen (1913. Traducción al español: El burgués: contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno. Alianza, Madrid 1993); y Die Juden und das Wirtschaftsleben (1911). Traducción al español: Los judíos y la vida económica. Ediciones Cuatro Espadas, Buenos Aires, 1981, donde atribuye a los judíos, en lugar de a los protestantes, el nacimiento del capitalismo moderno[7]. Pero es en su obra sobre el burgués, donde se esclarecen muchos de los puntos en disputa sobre el papel asignado a la ética protestante en el génesis del capitalismo. Como hizo Webber, también Sombart recurre a los mismos autores puritanos: Baxter, Hutcheson, Boston…, para mostrar la unanimidad de los teólogos protestantes de la época en su condena de la acumulación de riquezas. La moral puritana en ningún momento favoreció la idea del enriquecimiento sin escrúpulos[8]. Cierto que entre los puritanos se dieron grandes empresarios capitalistas, “pero dudo mucho que su grandeza se deba a la moral puritana y no a las característica personales y a las leyes del destino”[9].

Es más, dice Sombart, el protestantismo se anuncia en principio, y en toda la línea, como un serio peligro para el capitalismo y, en especial, para la mentalidad económica capitalista. “No podía ser de otra forma. El capitalismo vive —se mire como se mire y se le valore como se le valore— de una mezcla de elementos profanos y terrenales, por lo cual cuanto más ponga los ojos el hombre en los placeres de este mundo, más adeptos encontrará esta doctrina, mereciendo en cambio el odio y la condenación de aquellas personas para las que la vida terrenal no es sino una preparación para el más allá. Toda profundización del sentimiento religioso provoca necesariamente una indiferencia hacia los asuntos y problemas económicos, e indiferencia hacia el éxito económico, la cual indiferencia significa debilitamiento y descomposición del espíritu capitalista”[10].

Como amonestaba Richard Baxter a sus congregantes: “Cuidad de no hallar demasiada complacencia en el éxito y en el florecimiento de vuestro negocio, como aquel de quien habla San Lucas 12:20: Insensato, esta misma noche te arrancarás de las manos tus tesoros”[11].

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[1] Pablo Guadarrama González, “Humanismo y socialismo en la óptica del pensamiento marxista en América Latina”, Estudos Avançados, vol. 11 no. 30 São Paulo May/Aug. 1997.

[2] Invierno eclesial que, por cierto, se ha acentuado con el paso de los años. Cf. Víctor Codina, Sentirse Iglesia en el invierno eclesial (Cristianismo y Justicia, Barcelona 2006); Alfonso Gálvez, El invierno eclesial (Shoreless Lake Press, USA 2011).

[3] Por cierto, Luis Legaz Lacambra (1906-1980), era un católico muy cercano a Escrivá de Balaguer, y estaba especializado en filosofía de derecho. No se olvide que la teología de la vocación laboral del Opus Dei no está muy lejos del calvinismo en ese punto.

[4] A esta discusión dediqué un capítulo (“Economía, pobreza y consumo”) de mi libro Filosofía y cristianismo. CLIE, Barcelona 1997.

[5] Ricardo Yoselevsky, “Una nota sobre el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina”, Perfiles Latinoamericanos, vol. 23 no. 45 México ene./jun. 2015

[6] Jacques Paternot y Gabriel Veraldi, ¿Está Dios contra la economía? Planeta, Barcelona 1991.

[7] “En el derecho judío se rompe el rígido principio del monopolio comercial para dar paso a la “libertad comercial». Dios quiere la libertad de comercio y el libre ejercicio de las profesiones” (W. Sombat).

[8] Werner Sombart. El burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno, p. 271. Alianza, Madrid 1993.

[9] Ib., p. 272.

[10] Ib., p. 261.

[11] R. Baxter, Christian Directory, I, 219 (original 1673, reeditado por Soli Deo Gloria Publications, Ligonier, 1990).



Alfonso Ropero Berzosa

Director Editorial de CLIE. Dr. en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra). Autor de Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; La renovación de la fe en la unidad de la Iglesia; Mártires y perseguidores.

martes, 17 de noviembre de 2015

Vivimos el Dios que imaginamos.



Vivir un Dios adaptado a nuestro antojo, supone en definitiva no vivir la vida cristiana desde la bendición y la perspectiva que Él quiere para nosotros.


Nuestra mente suele jugarnos con facilidad malas pasadas. No siempre somos verdaderamente conscientes de ello, porque en ocasiones el juego es realmente sutil y está ampliamente generalizado entre nosotros, pero ciertamente, cuando llegamos a verlo, aunque sea en una pequeña medida, alcanzamos a vislumbrar un pequeño destello acerca de cuán errados podemos estar sobre ciertas cosas. Con Dios no pasa algo distinto. 

La Biblia nos muestra cómo es Dios y Su carácter. Su mensaje es claro en lo esencial, pero complejo por profundidad y porque nosotros, aun con todas nuestras posibilidades y al 100% de nuestra mente nunca podremos llegar a alcanzar la altura, profundidad y anchura de Dios y del amor que ha mostrado por nosotros. 

En ese sentido, como mucho, podremos hacer un cierto nivel de aproximación, pero no podemos seriamente tener la expectativa de que podremos alcanzar la plenitud de ese conocimiento (no solo intelectual, sino eminentemente personal y emocional) en esta vida. Eso es algo que nos será completamente manifiesto cuando estemos completamente en Su presencia. Entonces y solo entonces seremos capaces de verle realmente tal y como él es, aunque procuramos desde aquí empezar a conocerle y ser cada vez más a la imagen de Cristo. 

Lo que nosotros hacemos con todas las cosas, y con Dios también, es una representación de la realidad, pero no una fotografía exacta. Esto es un mecanismo que nuestro cerebro pone en marcha por una cuestión de simplicidad y practicidad. Es decir, nuestra mente selecciona qué parte de la información que recibimos a través de nuestros sentidos es relevante para desarrollar nuestra actividad en ese momento y el resto, si no la eliminamos, al menos la dejamos relegada en un muy segundo plano. Hacemos lo que se llama atención selectiva y lo hacemos permanentemente. 

Simplemente, es nuestra forma de funcionar. Esto sucede también cuando, sin querer o queriendo, seleccionamos aquella parte de la información que recibimos que responde más o mejor a nuestras propias teorías, clichés y prejuicios. Y la que no encaja, simplemente, es descartada o relegada. 

Esto que, a simple vista, entendemos como algo práctico y a seguir realizando, en lo referente a la fe y a la vida cristiana nos pone en un serio condicionante: No hay parte de Dios que Él no quiera que conozcamos. No hay facetas de Dios que sean más o menos relevantes. No tenemos un Dios que podamos amoldar a nuestra forma de ver la vida o a nuestros propios prejuicios. Y mucho más grave aún, no podemos construirnos un Dios que responda u obedezca a nuestros intereses personales. 

Las consecuencias que trae para nosotros una visión de Dios parcial son que nuestra madurez y crecimiento también lo serán. Nuestra confianza será parcial porque nuestra fe en Sus promesas no será completa tampoco. Vivir un Dios adaptado a nuestro antojo, hágase esto con mayor o menor intención, supone en definitiva no vivir la vida cristiana desde la bendición y la perspectiva que Él quiere para nosotros. Pero yendo aún más lejos, cuando nuestra visión de Dios está distorsionada terminamos viviendo justo el Dios que nos hemos creado: 

Cuando creemos que tenemos un Dios tirano, vivimos la vida cristiana desde el miedo y la incertidumbre, a la espera de cuándo llegará el brazo inconsciente de ese “Dios” mezquino que parece disfrutar haciéndonos sufrir. Cuando creemos en un Dios distante, ni siquiera nos proponemos acercarnos en oración. Y simplemente confirmamos esa profecía autocumplida en la que Dios parece no hablarnos, luego debemos darle igual. 

Cuando creemos en un Dios bonachón que todo lo permite y que todo lo perdona, vivimos la vida cristiana como si no hubiera un juicio, como si no fuésemos responsables, como si no tuviéramos, en definitiva, que dar cuentas. Y en ese momento perdemos la urgencia de comunicar a otros que, de no agarrarse al sacrificio de Cristo, se perderán sin remedio. 

Cuando creemos en un Dios justo pero no misericordioso, caemos en el legalismo y en vivir nuestra vida poniendo los ojos en las vidas de los demás. O bien, aplicándolo a nosotros mismos, viviremos desde la profunda depresión que se genera al saber que seremos castigados pero no tenemos opción posible de remisión. 

Cuando creemos en un Dios negligente o despistado, le atribuimos a él nuestras propias torpezas y pensamos, en el fondo, que Dios no está pendiente de nosotros ni de lo que hacemos. La contradicción está servida porque pensamos que, al fin y al cabo, tiene tanto y tan importante de qué ocuparse que cómo va a detenerse en cuestiones menores como somos nosotros. Y así sucesivamente. De hecho animo al lector a que piense qué tipo de imagen tiene de Dios y que analice cuántas de las cosas que se producen en su forma de vivir su día a día como cristiano vienen condicionadas, precisamente, por esa misma visión. No podemos vivir una plena vida cristiana cuando seguimos prefiriendo a un Dios parcial…parcialmente presente… parcialmente completo… parcialmente divino… totalmente conveniente… para un cristianismo parcial.