viernes, 17 de septiembre de 2010

Conciencia crítica de la Iglesia y de la sociedad


Este artículo, que hoy se publica también en EL PAÍS, viene a completar los comentarios que se han hecho a los documentos finales del XXX Congreso de Teología, invitándonos a considerar la intención y el resultado conjunto de los treinta congresos celebrados a partir de 1981.

Hace 30 años un grupo de teólogos y teólogas y de movimientos cristianos de base iniciamos en España una aventura tan apasionante como incierta: la convocatoria de un congreso sobre “Teología y Pobreza”. Era apasionante porque pretendíamos responder con seriedad y sin demagogias a los desafíos que nos planteaba la realidad española y mundial, ética y religiosa, política y social. Uno de esos desafíos, quizá el que más influyó en la puesta en marcha de esta iniciativa, era el proceso de involución eclesiástica que empezaba a incubarse en la Iglesia católica y que amenazaba con dar al traste con el espíritu renovador del concilio Vaticano II y con las experiencias liberadoras del cristianismo. Otro, no menos importante, era la necesidad de apoyar el proceso de transición que estábamos viviendo en España y de combatir el desencanto que empezaba a apoderarse de la sociedad española ante la lentitud del cambio político y la desatención a los sectores más vulnerables de la sociedad. El tercer desafío era crear un espacio de formación socio-teológica que compaginara armónicamente la teoría y la praxis del cristianismo liberador y de revitalización de movimientos cristianos comprometidos en el mundo de la solidaridad y en la construcción de una Iglesia democrática.

La incertidumbre desapareció el mismo día del inicio del congreso al contar con una inscripción de cerca de 1.700 personas, que desbordaron las más optimistas previsiones y nos obligó, la misma tarde de la inauguración, a buscar un local más espacioso que acogiera a tantos participantes y no frustrara las expectativas de cientos de personas que venían de toda España y del extranjero. Esto sucedía en septiembre de 1981.

De entonces para acá el congreso de Teología no ha faltado a la cita ni un solo año. Así hemos llegado a la trigésima edición. Tan largo e ininterrumpido recorrido constituye la mejor prueba del acierto de aquella iniciativa, es un signo innegable de vitalidad del cristianismo crítico y posee una significación socio-cultural que trasciende el entorno religioso. Y ello a pesar de la activa oposición de la jerarquía católica y del acoso militante de los sectores integristas, que no han conseguido hacer mella ni en las organizaciones convocantes –algunas pertenecientes a la Acción Católica y a congregaciones religiosas–, cada vez más numerosas, ni en los congresistas, que con una ininterrumpida asiduidad vienen participando.

Los congresos de Teología son lugares de encuentro de cristianos identificados con la reforma de la Iglesia y con la teología de la liberación. Son también un espacio abierto a personas no creyentes que valoran positivamente el carácter emancipatorio del cristianismo y defienden la laicidad del Estado y de sus instituciones frente a la tendencia confesional de la jerarquía católica y al miedo de los diferentes Gobiernos a las reacciones de esta. Durante estos 30 años los congresos se han convertido en conciencia crítica de la sociedad y de la Iglesia en tiempos de pensamiento único, de instalación en el orden establecido y de neoconservadurismo eclesial. Son ejemplo de libertad de conciencia y de libertad religiosa, ejercicio práctico de los derechos humanos sin cortapisas y lugar de acogida de los teólogos represaliados por la jerarquía. Son la mejor prueba de que es posible un cristianismo sin censura. Me atrevo a decir que estamos ante uno de los pocos espacios de palabra libre y de pensamiento crítico que existen hoy en la Iglesia católica.

Pero la originalidad de los congresos radica en su carácter universal e intercultural, que los convierten en puente de comunicación y de diálogo entre culturas, religiones, continentes. Junto a teólogos e intelectuales españoles intervienen expertos europeos, africanos, latinoamericanos y a veces asiáticos, que cuestionan el etnocentrismo europeo, aportan la visión crítica desde el Sur e interpelan al Primer Mundo.

Los congresos han cambiado el modo de hacer teología. Parten del análisis de la realidad que corre a cargo de especialistas en las diferentes disciplinas: científicos sociales, filósofos, historiadores, juristas, politólogos, antropólogos. Continúan las comunicaciones de experiencias alternativas. Sigue el juicio crítico sobre la realidad desde una perspectiva ético-liberadora. Finalmente se hacen propuestas orientadas a la praxis, una praxis transformadora de las personas y de las estructuras sociales, económicas, políticas y religiosas.

Desde hace 15 años se celebran en la sede de Comisiones Obreras de Madrid-Región. No es este un dato irrelevante. Tratándose de un encuentro de cristianos, de teólogos, de movimientos, lo propio sería que tuviera lugar en algún local de la Iglesia católica. ¿Por qué entonces celebrarlo en la sede de un sindicato laico y de clase? La respuesta es simple: porque las autoridades eclesiásticas no permiten hacerlo en sus locales. Es una prueba más de la falta de libertad de expresión, reunión y asociación que reina en la Iglesia católica. La hospitalidad, regla fundamental de humanización y principio ético de las religiones, parece haber cambiado de lugar social y ha pasado a los movimientos sociales.

Juan José Tamayo es secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Su último libro es En la frontera. Cristianismo y laicidad, Editorial Popular, 2010.

Fuente: ATRIO
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1 comentario:

  1. Felicitaciones por el articulo que ayuda a la reflexión de todos los hermanos abracistas. Toda Iglesia debe saber aprender a convivir con diferentes realidades: a grandes razgos, hay una Iglesia que es enseñanza mistica y otra enseñanza social. Ambas son una, pero ambas necesitan fortalecerse. La social es la que mas exteriormente urge por la crisis que se vive. Difícil guiar en el camino mistico cuando una familia padece hambre. Muchos sacerdotes por si mismos, solitarios, emprendieron un camino de ayuda social, puesto que el cristianismo había retrocedido en esa función, quedando en el olvido las enseñanzas de San Francisco de Asis.

    Este tipo de encuentros deberíamos realizarlos en la Argentina, y tratar todas las religiones de hacerlo realidad.

    Un abrazo en Cristo!

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