martes, 5 de mayo de 2020

Enfrentaremos peores pandemias si no protegemos la naturaleza.

Imagen: Shutterstock.com

por Josef Settele, Sandra Díaz, Eduardo Brondizio y Dr. Peter Daszak. 

Los humanos son la única especie responsable de la pandemia de COVID-19, aseguran prestigiosos científicos.

NHM, 3 de mayo, 2020.- Un artículo describe cómo el abuso del mundo natural por parte de la humanidad ha causado una "tormenta perfecta", permitiendo que patógenos mortales se propaguen por todo el mundo.

El documento publicado por la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), advierte que podría haber algo aún peor en camino: enfrentarnos a pandemias más frecuentes a menos que abordemos las causas profundas de ésta, que ya ha afectado a millones de personas en todo el mundo.

Nuestra mala relación con la naturaleza

La IPBES es un grupo global que estudia la biodiversidad o la variedad de vida en la Tierra. Respaldada por las Naciones Unidas, examina cómo interactúan los humanos y la naturaleza y hace recomendaciones a los gobiernos sobre cómo ambos pueden prosperar.

Varios científicos del Museo trabajan junto a expertos de la IPBES, que incluso en un informe histórico en 2019 advirtió que los humanos enfrentaremos graves consecuencias si continuamos ejerciendo presión sobre los recursos naturales.

Se descubrió que la salud de los ecosistemas de los que todos dependemos se está deteriorando más rápidamente que nunca debido a cómo los humanos explotan y contaminan la naturaleza.


Uno de los mayores problemas que enfrentamos es la cantidad de superficie de la Tierra destinada a la producción de alimentos. Más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi el 75% de los recursos de agua dulce ahora se dedican a la producción agrícola o ganadera, lo que reduce los lugares silvestres de la Tierra y presiona a las especies nativas. 

Ahora, los colegas han dado seguimiento aquella advertencia anterior y han echado la culpa de la crisis del COVID-19 a la puerta de los sistemas capitalistas globales que priorizan el dinero sobre el bienestar humano.

Según el informe de 2020 de cuatro investigadores líderes en biodiversidad, "enfermedades como COVID-19 son causadas por microorganismos que infectan nuestros cuerpos, con más del 70% de todas las enfermedades emergentes que afectan a las personas originadas en la vida silvestre y los animales domésticos".

Sin embargo, las pandemias son causadas por actividades que ponen en contacto directo a un número creciente de personas y, a menudo, entran en conflicto con los animales que portan estos patógenos.

"La deforestación desenfrenada, la expansión incontrolada de la agricultura, la agricultura intensiva, la minería y el desarrollo de infraestructura, así como la explotación de especies silvestres han creado una 'tormenta perfecta' para la propagación de enfermedades desde la vida silvestre a las personas".

Uno de los mayores problemas que enfrentamos es la cantidad de superficie de la Tierra destinada a la producción de alimentos. Más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi el 75% de los recursos de agua dulce ahora se dedican a la producción agrícola o ganadera, lo que reduce los lugares silvestres de la Tierra y presiona a las especies nativas. 

También obliga a los animales salvajes a acercarse aún más a los humanos, por lo que es cada vez más probable que las enfermedades hagan el salto entre los dos.


Sin embargo, los científicos advierten que, incluso a medida que se reactiven las economías, las regulaciones ambientales deben ser prioritarias en todas las listas de prioridades de los gobiernos. 

El pensamiento actual es que es probable que el comercio no regulado de animales salvajes haya sido el catalizador de la pandemia de COVID-19, que comenzó en un mercado de animales vivos. 

Los científicos aún no están seguros de qué especie transmitió el virus a los humanos, pero es cierto que la forma en que tratamos a los animales juega un papel importante en cómo comienzan y se propagan las enfermedades contagiosas.
La amenaza permanece

El COVID-19 puede ser solo el comienzo, ya que el informe advierte que "es probable que las futuras pandemias ocurran con mayor frecuencia, se propaguen más rápidamente, tengan un mayor impacto económico y maten a más personas si no tenemos mucho cuidado con los posibles impactos de las elecciones que tenemos que hacer hoy".

Los gobiernos de todo el mundo ya están considerando cómo reparar parte del daño que el COVID-19 ha causado.

Sin embargo, los científicos advierten que, incluso a medida que se reactiven las economías, las regulaciones ambientales deben ser prioritarias en todas las listas de prioridades de los gobiernos. 

Sostienen que en lugar de apresurarse a entregar paquetes de rescate a industrias perjudiciales, los gobiernos deberían encontrar una manera de equilibrar el crecimiento económico y mantener a sus ciudadanos a salvo de daños.

Se sugiere un enfoque de "una sola salud", en el que los gobiernos reconocen que la salud de la humanidad depende de un medio ambiente saludable.

Y concluye: "Podemos reconstruir mejor y salir de la crisis actual más fuertes y resistentes que nunca, pero hacerlo significa elegir políticas y acciones que protejan la naturaleza, para que la naturaleza pueda ayudar a protegernos.

Lea el artículo completo en el sitio web de IPBES. Fue escrito por Josef Settele, Sandra Díaz, Eduardo Brondizio (copresidentes del Informe de Evaluación Global IPBES 2019 sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas) y el Presidente de EcoHealth Alliance, Dr. Peter Daszak. Los científicos del Museo de Historia Natural no estuvieron involucrados.
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domingo, 26 de abril de 2020

Propuestas realistas para que la época del coronavirus sea la del cambio.



Fortalecimiento de la democracia, desmantelamiento de la carrera armamentista, reforzamiento de la cooperación global, transformación de la arquitectura financiera mundial, configuración de la economía con criterios sociales y ecológicos, valoración del bien común como primer mandamiento, las deuda de los sistemas de salud y la seguridad social; son las propuestas del economista Hans-Jürgen Burchardt para que la época del coronavirus sea la del cambio.

Por Hans-Jürgen Burchardt*

Nueva Sociedad, 24 de abril, 2020.- El coronavirus ha desnudado las desigualdades del capitalismo y ha mostrado más claramente el sufrimiento de los países de América Latina. Esta crisis puede abrir el camino hacia una redefinición del orden mundial que establezca criterios de justicia, igualdad y transformación social y ecológica. Para eso, habrá que dar una dura batalla.

Las imágenes de los muertos en las calles de la ciudad de Guayaquil, en Ecuador, o en los abarrotados estadios-hospitales en Brasil, serán recordadas por mucho tiempo. Pronto se leerá: «El virus fue mortal. Era rápido como un rayo, invisible e imparable. Particularmente insidioso, pérfido: se alimentaba de los viejos y los débiles».

Así, o similares, serán las narraciones que un día describan la crisis en la época del coronavirus. Se hablará de «época», porque una cosa está clara: para cuando hayamos enterrado a nuestros muertos y hayamos hecho nuestros duelos, ya todo habrá cambiado. Es por eso que vale la pena ir pensando, desde ahora, en lo que estamos viviendo.

La política también mata. Desde el decenio de 1980, la política ha avanzado decidida y convincentemente, sin límites ni sensibilidad. Desde entonces, tanto en América Latina como a escala internacional, se ha volcado hacia la optimización de las condiciones de los mercados financieros, de las grandes fortunas y de las empresas. Abrió la puerta a la globalización económica y obstaculizó su regulación social y ecológica. En todo el mundo se descuidaron las políticas de protección social y se destruyó el medio ambiente.

Con el desarrollo del neoliberalismo, muchos fueron lanzados a la pobreza. Hoy en día, miles de millones de personas en todo el mundo viven en la miseria. Este ha sido un escenario particularmente obsceno porque se ha producido, además, bajo la bandera de la prosperidad, la libertad y la democracia.


No solo mata el altamente infeccioso coronavirus. También son letales las profundas trincheras de la desigualdad social, la miseria material de gran parte de la población y la completa ausencia o fragmentación de los servicios sociales. 

No solo mata el altamente infeccioso coronavirus. También son letales las profundas trincheras de la desigualdad social, la miseria material de gran parte de la población y la completa ausencia o fragmentación de los servicios sociales. Todas estas son cuestiones que la política ha ignorado, tolerado o, incluso, promovido.

Al igual que en Estados Unidos o en Europa, en América Latina las vidas se pierden no solo por la agresividad de un virus, sino por la fractura social, la sobrecarga laboral y la ausencia de financiación de los servicios de cuidado y de salud.


En América Latina –como en la mayoría de las demás regiones del Sur global–, el distanciamiento social es una terapia de lujo que solo una minoría puede permitirse. 

En América Latina –como en la mayoría de las demás regiones del Sur global–, el distanciamiento social es una terapia de lujo que solo una minoría puede permitirse. Más de la mitad de la población económicamente activa de la región trabaja en la economía informal. La subsistencia de familias enteras depende de su desempeño en calles y mercados.

Por lo tanto, la cuarentena y la interrupción del trabajo significan hambre, inanición o incluso la muerte. Esto alimenta la escalada social, la violencia y los conflictos políticos. Además, el virus no distingue fronteras ni estratos sociales. Las clases medias y altas también sufren recortes y sienten, por primera vez, lo dependientes que son sus privilegios de sus mal pagados empleados. Por eso la cuarentena no puede ser la única respuesta para el contexto latinoamericano.

La crisis del coronavirus, que pone en cuarentena a un tercio de la población mundial, está llevando a muchas familias a los límites de su resiliencia. La cuarentena, sin embargo, también abre espacios para pensar en nuestro mundo después del coronavirus.

Seguimos sin estar preparados. Nos encontramos inseguros y asustados. Pero quizás podamos, al menos, ganar algo nuevo durante la desaceleración forzada, sobre todo desde los lugares donde no hay una lucha diaria por la supervivencia: una reflexión sobre el futuro.


La «coronacrisis» legitima la concentración del poder en el Ejecutivo y vuelve seductoras las medidas autoritarias y represivas. 
Fortalecer la democracia

En la actualidad, muchos países se encuentran en circunstancias excepcionales y requieren medidas de ese mismo tipo. Los Estados del mundo parecen estar respondiendo al llamado del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y están declarando la «guerra al coronavirus». Sin embargo, muchas medidas, como las operaciones militares, los toques de queda y las prohibiciones de reunión, traen consigo recuerdos desagradables de tiempos que creíamos que habían pasado. Los Estados de América Latina saben muy bien cómo se manejan las guerras, especialmente las domésticas. La «coronacrisis» legitima la concentración del poder en el Ejecutivo y vuelve seductoras las medidas autoritarias y represivas. ¿Cuánto se socava la democracia en esta lucha contra el coronavirus? Una acción decisiva es tan indispensable como mantener la máxima transparencia en la información sobre las medidas y su aplicación. Los derechos democráticos no deben ser restringidos en tiempos de crisis. Se debe prestar especial atención a la participación social y política y a las minorías.


Europa y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deberían ser los abanderados y frenar la actual carrera armamentista. 
Desmantelando la carrera armamentista 

La lucha contra el virus como «enemigo invisible» ha estado, con demasiada frecuencia, plagada de metáforas bélicas por parte de los gobernantes de Estados Unidos, Europa, China e incluso por los líderes de América Latina. Pero el coronavirus no conoce fronteras nacionales y no puede ser derribado con disparos. Quien quiera derrotarlo debe ajustar sus estrategias: un primer paso sería la suspensión inmediata de todas las acciones bélicas, seguida del cese de todas las acciones militares amenazantes, como las de Estados Unidos hacia Venezuela. Otra medida debería reorientar de forma inmediata los fondos de los gastos militares hacia la financiación de la salud pública mundial. Actualmente, los gastos para armamentos ascienden a 1,8 billones de dólares. Con fondos de esta magnitud no solo se logrará combatir el coronavirus, sino también establecer una atención médica básica en muchos países del Sur global. Esta propuesta tiene implicancias concretas para América Latina, en tanto el gasto militar de la región en 2018 aumentó en 3% en comparación con el año anterior. Con un gasto de alrededor de 1,5% del PIB, Brasil es actualmente el país que más está invirtiendo en armamento. Quien decide sobre los armamentos es exclusivamente el Estado. Europa y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deberían ser los abanderados y frenar la actual carrera armamentista.


La pandemia es, por lo tanto, una advertencia para fortalecer y ampliar nuevamente el multilateralismo. 
Reforzar la cooperación global

La pandemia transfronteriza exige una respuesta mundial coordinada. El aterrorizante número de muertos en Estados Unidos da un nuevo y brutal significado al postulado de «América primero». Nos recuerda que los esfuerzos nacionales aislados no han podido prevenir ni evitar la propagación del virus. Por el contrario, estas posturas están exacerbando sus consecuencias. Una respuesta internacional concertada habría frenado y contenido la difusión del virus. Pero la cooperación multilateral ha perdido influencia en estos últimos años. La pandemia es, por lo tanto, una advertencia para fortalecer y ampliar nuevamente el multilateralismo.

En la lucha contra la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha demostrado –a pesar de todas las criticas recientes– la eficacia de la cooperación multilateral. El Fondo Monetario Internacional (FMI), en cambio, hace alarde de su desprecio por la humanidad cuando se niega a ayudar a un país como Venezuela, que ha sido asolado por una catástrofe social. Las lecciones son simples: más recursos y más democratización para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y para las organizaciones regionales e internacionales, suspensión inmediata de todas las sanciones contra países como Irán, Cuba o Venezuela por motivos humanitarios. Se necesita rápidamente condonar la deuda de los países vulnerables, a través del FMI y el Club de París. También con este fin resulta necesario el establecimiento de un amplio fondo de ayuda internacional para el Sur global. La propuesta de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo de un Plan Marshall global de 2,5 billones de dólares es un paso en la dirección correcta. Todo sistema sanitario débil crea residuos locales para el virus, a través de los cuales nuevas olas pandémicas se propagarán globalmente a mediano plazo.
Transformar la arquitectura financiera mundial

En la última crisis financiera, los responsables (los grandes bancos y otros actores globales) solo fueron rescatados gracias a una drástica intervención estatal. Esta experiencia no ha frenado a estos sectores en su insaciable búsqueda de ganancias: el número de multimillonarios en todo el mundo casi se ha duplicado desde 2008. Incluso ahora se ha intentado sacar provecho de la crisis del coronavirus, como lo ha demostrado la especulación contra el euro. Los instrumentos económicos solo pueden, en escasa medida, alinear los mercados financieros con la financiación de los servicios públicos o con las inversiones ecológicas. Por lo tanto, debemos erradicar las ideas neoliberales de austeridad e implementar préstamos públicos masivos, que deben ser garantizados internacionalmente por el FMI y los bancos regionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).


Es hora de asumir la responsabilidad de estos superricos y aumentar sus tasas tributarias. Desde el punto de vista técnico, su implementación no es tan difícil. 

Al mismo tiempo, necesitamos una regulación democrática de los mercados financieros mediante controles más estrictos de los créditos y las transferencias de capital. Las ganancias de los activos y del capital deben ser gravadas más fuertemente. Según Oxfam, alrededor de 2.150 multimillonarios tienen ahora más riquezas que 60% de la población mundial. Es hora de asumir la responsabilidad de estos superricos y aumentar sus tasas tributarias. Desde el punto de vista técnico, su implementación no es tan difícil. De hecho, cada país de América Latina puede hacerlo por sí mismo. Lo relevante de la cooperación internacional es que puede drenar a los paraísos fiscales y evitar la fuga de capitales. El debilitamiento de la Bolsa de Valores de Londres está abriendo excelentes oportunidades en esta dirección.
Configurar la economía con criterios sociales y ecológicos

Hoy en día, es en Estados Unidos y Europa donde se están elaborando los mayores paquetes de apoyo económico después de la Segunda Guerra Mundial. También en algunos países latinoamericanos como México se pretende contener los efectos económicos de la crisis mediante programas de ayuda gubernamentales. Este apoyo es esencial para amortiguar los efectos de la crisis. El tiempo del coronavirus debe convertirse en el tiempo de un nuevo New Deal mundial, que no solo incluya a todos, sino que comprometa a todos (incluidas las empresas y los ricos) y en el que el Estado democrático no solo despeje el camino, sino que marque el ritmo y establezca los objetivos.

Es sorprendente lo poco imaginativos que han sido hasta ahora los programas de muchos gobiernos. Sus enfoques principales han sido la estabilización y el mantenimiento sistémico. Pero especialmente ahora hay oportunidades extraordinarias para comprometer más fuertemente toda la economía con formas de producción ecológicamente compatibles, para reducir el transporte privado en favor de la movilidad pública, para ampliar las fuentes de energía sostenible, etc. También hay que velar por que se preste un apoyo especial a la economía local, a las pequeñas y medianas empresas y a las economías regionales y por que se acorten las cadenas de suministro y producción, en particular en lo que respecta a los criterios de sostenibilidad.

Este es el momento en que América Latina puede realinear su matriz productiva, reflexionar sobre el potencial del mercado interno y reducir la dependencia de las exportaciones de materias primas, las remesas y el turismo. Sin renunciar drásticamente al comercio mundial, que a través de una ponderada e inteligente regulación puede generar efectos de bienestar para todos, los gobiernos deberían considerar hasta qué punto una re-regionalización de ciertas relaciones económicas no solo sería buena para el clima. La noticia de que ciertos países alcanzarán inesperadamente sus objetivos climáticos debido a la «coronacrisis» solo parece cínica a primera vista. Lo que hay que proyectar ahora es un cambio social que sea tanto ecológico como socialmente decente, como sugieren los enfoques de la llamada «transición justa».
El bien común como primer mandamiento

Si no es solo el coronavirus lo que mata, sino también el descuido de nuestros bienes comunes, debemos finalmente dedicar suficientes recursos a nuestros servicios públicos. Aquí, las actividades reproductivas del cuidado deben ser revalorizadas. 18 millones de personas en América Latina (7% de la fuerza de trabajo) se desempeñan en el servicio doméstico. Más de 90% de ellas son mujeres y casi 80% están empleadas sin contrato de trabajo, sin seguridad social y con salarios bajos. Los indígenas y los negros están sobrerrepresentados en este grupo.

Solo la crisis del coronavirus les ha atribuido a estas actividades la importancia que siempre han tenido para todos nosotros: son «sistémicamente relevantes». La OMS estima que habría que cubrir alrededor de seis millones de puestos de trabajo a escala mundial en el sector del cuidado para poder cumplir la meta para 2030 de garantizar el objetivo 3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) vinculado a la salud y el bienestar. Grandes zonas de América Latina, también experimentan el grave impacto de esta escasez.
La deuda de los sistemas de salud

Lo más imperioso en esta coyuntura es poner aceleradamente los fracturados y disfuncionales sistemas de salud en condiciones de poder hacer frente a la avalancha de enfermos de Covid-19. Sin embargo, para el escenario latinoamericano, esto sería una tarea titánica, pues apenas hay servicios públicos eficientes. Esto claramente demuestra otras de las limitaciones de los gobiernos progresistas de América Latina de los dos últimos decenios. Aun cuando han sacado a muchas personas de la pobreza, no han utilizado los enormes ingresos del boom de las materias primas para construir sistemas de salud pública robustos y consolidar las garantías de derechos sociales. La situación actual de Venezuela es particularmente trágica a este respecto, pero los países con sistemas de atención de salud de amplia cobertura, como Cuba y Uruguay, también están siendo sometidos a una enorme prueba de estrés debido al alto nivel de envejecimiento de sus sociedades.
Seguridad social

En los países con una atención sanitaria deficiente y una elevada proporción de economía informal, solo quedaría la alternativa de una ayuda inmediata y directa para la seguridad básica de la población pobre. La experiencia de los gobiernos progresistas que implementaron políticas de transferencias de ingresos (como el Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff) ha demostrado que esas medidas pueden ser muy eficaces y tienen bajos costos (en promedio, menos de 1% del PIB nacional). La creatividad para trazar estrategias de garantías de seguridad básica ha quedado demostrada por el presidente de El Salvador, quien no solo ordenó una cuarentena de un mes en un plan de emergencia, sino que al mismo tiempo decretó una amplia equiparación de cargas (como la suspensión de pagos de alquileres, préstamos, electricidad, etc.), lo que garantiza una red de protección básica para los más pobres. También el gobierno argentino sostiene una amplia política social de emergencia, Esta política contrasta con la adoptada por Chile, que implementó un paquete económico que supuso un notable 4,7% del PIB, pero que ofrece pocas medidas para los vulnerables. En aquellos países donde no se han implementado estrategias de seguridad básica adecuadas –o donde no ha existido la voluntad política–, los resultados pueden no ser los más deseados. El costo de la sangre será imperdonablemente alto, como muestran las dramáticas imágenes de Guayaquil.

Después de la crisis del coronavirus, el objetivo debe ser construir una estructura pública lo más universal posible, mediante una inversión masiva en infraestructura de salud, cuidado, educación, protección social, servicios básicos, transporte y fortalecimiento de las zonas rurales. Esto solo puede lograrse a través del espíritu colectivo. Aquí es donde las elites económicas de América Latina tienen un primer deber. En algunos países, su concentración de riqueza corresponde a 60% del PIB nacional. Apenas se pagan impuestos por estas enormes fortunas. En la región, los ingresos estatales en concepto de impuesto al patrimonio corresponden a menos de 2% del PIB. En comparación, en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se sitúan en torno de 8%. Los gobiernos progresistas de los dos últimos decenios no han logrado establecer un sistema fiscal justo en ninguno de los países de la región.

El tiempo del coronavirus es un momento para tomar decisiones aquí y ahora. La pandemia ha privado a las elites de su exit option más importante: pueden todavía enviar su dinero a Estados Unidos, pero no pueden acompañarlo. Este es un buen momento para ganarse al 10% más rico de la región, para lograr un equilibrio en la carga pública, algo de lo que ellos también pueden beneficiarse. Los virus como el del Covid-19 no pueden ser detenidos por los seguros privados o los muros de las comunidades cerradas. Lo que necesitamos en el futuro es un buen cuidado para todos y con todos.

Pero no nos engañemos: ¡después de la crisis, será el antes de la crisis! Las ondas de choque con las que el coronavirus hace explotar esta América Latina fracturada no garantizan ningún cambio. Las crisis son procesos en los que las constelaciones sociales, económicas, culturales y políticas se sacuden, se rompen y se crean nuevas constelaciones. Pero las existentes pueden fortalecerse de la misma manera.

Todos estamos pagando las facturas de la crisis. ¿Todos? Si después de la crisis volvemos a caer en los viejos patrones, los mercados financieros y los bancos pronto volverán a dominar y las políticas de austeridad se harán presentes y conducirán a recortes sociales que se cobrarán la vida de más personas de las que ya se ha llevado el Covid-19. Nuestros servicios sociales se agotarán aún más y ofrecerán cada vez menos protección. Si la próxima pandemia –o el cambio climático, que tampoco conoce fronteras– llega y ataca a estos últimos restos de la humanidad, es poco probable que nuestros hijos se salven una vez más.

Todos decidimos hoy qué historia hay que contar. La época del coronavirus debe ser la del cambio.

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*Hans-Jürgen Burchardt* es economista y científico social alemán. Actualmente es Profesor Titular de Relaciones Internacionales e Intersociales en la Universidad de Kassel. 
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Fuente: Publicado en abril de 2020 en la Revista Nueva Sociedad: https://nuso.org/articulo/coronavirus-futuro-propuestas-cambio/

sábado, 25 de abril de 2020

Los migrantes, los más vulnerables ante el cierre de fronteras.

Foto: OIM / Rafael Rodríguez. Una caravana de migrantes llega la localidad de Matías Romero en Oaxaca el 1 de noviembre de 2018, la mayoría en camino hacia la frontera sur de Estados Unidos.


Los equipos de derechos humanos de la ONU en la región centroamericana y en México piden que se proteja a los migrantes, refugiados y desplazados, así como otras personas en movimiento que se han quedado atrapados por la crisis del COVID-19, muchos en condiciones de hacinamiento y sin acceso a la salud y otros derechos humanos.

Noticias ONU, 24 de abril, 2020.- Algunas medidas adoptadas por los Gobiernos de Centroamérica y México para contener y prevenir la propagación de la pandemia de coronavirus están afectando desproporcionadamente a los migrantes, refugiados y desplazados en la región, alertó la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Los cierres de fronteras han provocado que numerosas personas, entre ellas niños y adultos mayores, se hayan quedado atrapadas en lugares fronterizos.

“Estas personas permanecen en campamentos improvisados, en situación de calle, en comunidades o centros de acogida, en los que no siempre se han implementado los protocolos sanitarios para protegerlas, según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud”, advierte en un comunicado la Oficina, que dirige Michelle Bachelet.

Por ejemplo, el cierre de la frontera de Panamá con Costa Rica, así como la de El Salvador y Honduras, ha provocado que migrantes queden atrapados en condiciones de hacinamiento y limitado acceso de salud, información, alimentación, agua y saneamiento.

“Panamá enfrenta un desafío particular por su posición geográfica y por el cierre de frontera con Costa Rica, que ha generado que más de 2500 personas migrantes irregulares permanezcan en el país”, asegura el equipo de Michelle Bachelet en México y Centroamérica.

También se ha documentado la presencia de personas migrantes centroamericanas que fueron llevadas hasta la frontera entre México y Guatemala, que permanece cerrada, y enfrentan dificultades para llegar por la vía regular a su país de origen.

Foto: UNICEF / Adriana Zehbrauskas. Migrantes en las afueras de Reynosa, México.
Sometidos al estigma

Las personas que están en movimiento, como los refugiados, los migrantes, los desplazados, apátridas y solicitantes de asilo, entre otros, son particularmente vulnerables a actitudes y comportamientos que las estigmatizan y discriminan y éstas se ven fomentadas por las narrativas que les asocian con la propagación de la COVID-19”, explicaron.

En Honduras, un Centro de Atención al Migrante Retornado tuvo que cerrar por protestas de la población local en contra del ingreso al país de estas personas por miedo a contagiarse.

La Oficina afirma que se debería considerar la posibilidad de suspender temporalmente los retornos forzados a la región durante la pandemia; establecer mecanismos para la regularización de personas y garantizar su pleno acceso a las medidas de protección y atención oportuna en salud.

“Sin embargo, de continuar con los retornos, éstos sólo podrían llevarse a cabo si cumplen con el principio de no devolución y con la prohibición de las expulsiones colectivas, así como con las garantías del debido proceso”, asegura el comunicado.

También ha pedido a los países que se ponga a los migrantes y demás personas en condición de movilidad en el centro de la respuesta contra la pandemia.

Foto: OIM / Rafael Rodríguez. Los emigrantes centroamericanos se desplazan con los medios que pueden a través de México para intentar alcanzar la frontera de Estados Unidos.
Un derecho de todos sin importar el estatus

Sin importar su estatus migratorio, todos deben tener acceso a la salud, la alimentación, la información en un idioma de su comprensión, el derecho a solicitar asilo y a una evaluación individual de otras necesidades de protección. Así mismo, se debe garantizar acceso a servicios básicos en igualdad de condiciones, sin discriminación y con perspectiva de género y enfoque diferenciado.

“Incluir a las personas migrantes en la respuesta a esta crisis es esencial para proteger no sólo los derechos de las personas migrantes, sino también la salud de la sociedad en su conjunto. Todos los países, tanto los de origen como los de destino, tienen la obligación de respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de los migrantes. Es fundamental que en las respuestas contra la COVID-19 predomine la solidaridad entre la comunidad internacional y los países fronterizos a lo largo de los corredores migratorios”.
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jueves, 23 de abril de 2020

Brasil registra un récord de fallecimientos con 407 en las últimas 24 horas.


Estados Unidos sigue siendo el foco rojo de la covid-19 y desde este jueves ya supera los 842.600 contagios, según los datos de la Universidad Johns Hopkins, con 46.785 muertes, la cifra de fallecimientos más alta del mundo hasta ahora. 

El presidente Donald Trump ha suspendido la tramitación de algunas ‘green cards’ durante dos meses porque considera a los inmigrantes como un “riesgo para el mercado laboral de EE UU”. El epicentro latinoamericano está en Brasil, que suma 407 muertos en las últimas 24 horas y alcanza los 3.313 decesos. 

El nuevo ministro de Salud de este país ha elegido a un general como su número dos. México, donde el número de contagios ha escalado a 10.544 y la cifra de muertos a 970, entró en la fase más crítica de la epidemia. El Gobierno ha anunciado que reducirá el gasto público y los salarios más altos para hacer frente a la crisis. 

Ecuador suma ya 22.160 diagnósticos positivos tras procesar las pruebas pendientes y se ubica como el segundo país con más contagios de la región después de Brasil. 

El secretario general de la ONU, António Guterres, ha alertado sobre una “crisis de derechos humanos” a raíz del coronavirus y ha urgido a los Estados a garantizar protecciones básicas para todos los ciudadanos y a no abusar de las medidas de emergencia.

En el mundo, hay más de 2,6 millones de contagiados y 184.643 muertos por el virus, según el conteo de la Universidad Johns Hopkins.

Perú acumula 20.914 contagios y 572 muertes.

Colombia supera los 4.350 casos positivos y más de 200 decesos.

En Chile, han fallecido 168 personas y hay 11.812 casos confirmados.

Fuente: elpais.com

miércoles, 22 de abril de 2020

Día de la Tierra: sin agua de calidad, suelo fértil y aire limpio no hay vida.

Foto: @minagriperu/ Twitter

El COVID-19, que ahora nos afecta y el Día Internacional de la Pachamama, deben motivarnos a tener una reflexión personal para entender que, sin agua de calidad, sin suelos productivos, sin un aire limpio y sin un ambiente equilibrado no hay vida. Por lo tanto, los recursos naturales, los diversos ecosistemas, la diversidad biológica deben ser respetados y ciertamente, deben ser nuestros aliados.

El Día de la Pachamama.

Por Juan Gil Mora*

21 de abril, 2020.- Arribamos al 22 de abril, en medio de una pandemia generalizada que afecta a más de 200 países en el orbe y con más de dos millones de personas afectadas, paralizada la economía, especialmente el sector servicios y con claras muestras que el sistema sanitario de países como el nuestro, ha sido colapsado debido a su precariedad y falta de previsión; se está pagando la poca atención al sector salud y su casi privatización por decenas de años; igual ocurre con la educación.

El día de la Tierra, establecido el 22 de abril como Día Internacional de la Tierra, mediante Resolución 63/278 de la ONU, reconociendo que la Tierra y sus ecosistemas constituyen el almacén de nuestros recursos para satisfacer nuestras demandas de alimentación, medicinas, energía, recursos para el desarrollo y, que actualmente, se halla deteriorada, contaminada, agredida por las diversas actividades de expoliación sin límites y utilizando tecnologías no ambientalmente compatibles.

La resolución de la ONU reconoce a la Tierra, los productos y recursos que nos ofrece como nuestro hogar; por lo tanto, debemos ser nosotros los que debemos de administrar con sensatez y encontrar el equilibrio entre las formas de satisfacer las necesidades económicas, sociales y ambientales que nuestros pueblos requieren.

Este equilibrio solo se podrá alcanzar desarrollando acciones que promuevan la armonía del hombre con la naturaleza; así lo demanda nuestra legislación y los principios del desarrollo sostenible.

Este Día Internacional, que, en nuestro contexto andino, lo asociamos y debido a nuestra racionalidad heredada desde nuestros ancestros, los Incas, lo denominamos como el Día de la Pachamama.

En efecto, utilizaron diversas tecnologías y herramientas para conservar el suelo, el agua, el bosque; construyeron andenes y canales de riego para hacer estas tierras más productivas; no invadían el cauce de los ríos, respetaron lo que actualmente denominamos como faja marginal.

Sabían bien que la conservación de los bosques era un requisito para la generación de fuentes de agua; los suelos debían ser conservados, porque de ellos depende la productividad y seguridad alimentaria; en razón a todo ello, la Pachamama, es y ha sido respetada, conservada y adecuadamente gestionada y manejada.

El 22 de abril, no es un día para celebrarlo, sino que es propicio para la reflexión sobre el cuidado de la Tierra y los diversos problemas ambientales e incluso daños que hemos ocasionado; considero, que el Día de la Pachamama, es más bien una fecha para promover que todos los sectores de la sociedad (empresarios, inversionistas, el hombre del campo, intelectuales, autoridades, adultos y niños) reflexionemos respecto de lo que tenemos en nuestros ecosistemas, lo que hemos perdido en razón a la sobreexplotación y deterioro generado sobre nuestros recursos naturales y, sobre qué tecnologías debemos de utilizar para el uso sostenible en beneficio de las grandes mayorías que aún, en el Perú, no tienen satisfechas las necesidades básicas. Reflexionemos juntos, para recordar que el planeta y sus ecosistemas nos dan la vida y el sustento.

Existen problemas de diversa índole que han afectado a los ecosistemas terrestres, marinos y dulceacuícolas, como la pérdida de biodiversidad, desertificación, cambio climático, erosión de suelos, deforestación, contaminación, mala gestión de residuos sólidos, la interrupción de ciclos naturales, etc. que pueden ser enumerados como los costos del hombre y de los estilos de desarrollo implantados en menoscabo de los recursos que la naturaleza y sus ecosistemas nos brindan.

Existe información relevante respecto de los diversos impactos negativos que el hombre en sus diversas actividades ha generado sobre los ecosistemas, que los resumo brevemente:

Según Nature (2016), la destrucción del hábitat, la explotación y el cambio climático están causando la pérdida de la mitad de la población de las especies silvestres del mundo.

Oxford Academic (2012), especifica que, en todo el mundo, más de 650,000 mamíferos marinos son capturados o heridos de gravedad por los artes de pesca cada año.

The Guardian (2018). Manifiesta que el número de animales que viven en la tierra ha disminuido en un 40% desde 1970.

Foto: @RedRadioVe/ Twitter

Smithsonian National Museum of Natural History, (2018), estima que los humanos han impactado el 83% de la superficie terrestre de la Tierra, lo que ha afectado a muchos ecosistemas, así como al rango en el que solían existir especies específicas de vida silvestre.

Pero las cifras indicadas, no son las únicas; pues en los ecosistemas de agua dulce, más de 126,000 especies de peces, reptiles, moluscos, plantas, insectos y mamíferos que habitan en ríos, lagos y humedales, se han visto gravemente amenazados por la acción humana (National Geographic, 2018); de estos, un 83 % han disminuido desde 1970, según el último Informe Planeta Vivo de la WWF, siendo la mayor extinción de vertebrados a nivel mundial.

Dicho índice, que mide los niveles de biodiversidad, señala que las especies de vertebrados en todo el mundo evidencian una disminución general del 60% desde 1970, siendo los principales factores de esta pérdida la sobreexplotación y la agricultura (ambos como resultado del crecimiento del consumo humano).

De otro lado, y aún en el contexto del análisis global, las concentraciones de los principales gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera alcanzaron, en 2018, concentraciones que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) considera como niveles récord.

En efecto, el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera, en las estaciones de Mauna Loa (Hawaii) e Izaña (Canarias), superan las 415 ppm (partes por millón) en 2018. La información de la OMM, especifica que el dióxido de carbono (CO2) aumentó un 147%, el metano (CH4) un 259%, y el óxido nitroso (N2O) un 123%.

Estos incrementos hacen que el cambio climático sea más agudo, que las temperaturas suban y que los fenómenos meteorológicos extremos se agudicen.

El CO2 es particularmente dañino en un contexto de calentamiento global porque permanece en la atmósfera durante siglos y en los océanos por más tiempo, además de acidificar los océanos.

Aun cuando (como señalamos en un artículo anterior) el impacto visible y positivo del coronavirus, ya sea a través de la mejora de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, no es más que temporal, ya que se debe a la desaceleración económica, la pausa de las industrias y el parque automotor y, el confinamiento de los habitantes a causa de la pandemia.

En el caso del Perú, las repercusiones de la actividad económica tienen características particulares; el Perú tiene escasas tierras agrícolas, alrededor del 6% del territorio nacional (Perú posee una superficie de 128.5 millones de hectáreas, de las cuales solo 7.6 millones tienen capacidad para cultivos agrícolas; MINAG, 2020).

En esta extensión, se produce un permanente deterioro de los suelos debido tanto a factores naturales, deforestación, incendios y quemas y, las inadecuadas técnicas utilizadas en la agricultura y ganadería.

Esta degradación de los suelos afecta las propiedades físicas, químicas y biológicas del suelo, generando que los suelos productivos tengan un bajo rendimiento en los cultivos y sea costoso en su mantenimiento.

La pérdida de suelos por erosión hídrica en el Perú es un grave problema ambiental que afecta y pone en riesgo la seguridad hídrica y seguridad alimentaria.

Este proceso erosivo, es más crítico en zonas altoandinas que son proveedoras de importantes servicios ecosistémicos, como la generación del agua y, constituye el escenario donde se desarrolla la actividad agrícola para la provisión de alimentos a las ciudades de sierra, selva y costa.

Por otro lado, al ser la precipitación el principal agente que contribuye al proceso de erosión hídrica, la generación de sedimentos y sólidos de arrastre produce la colmatación de cauces, represas, canales de riego, embalses que tiene altos costos de mantenimiento.

Según estudios de SENAMHI (Atlas de erosión de suelos, 2017). En la cuenca Vilcanota-Urubamba, los niveles de erosión anual para esta cuenca, alcanza una tasa promedio de 58.2 TM/ha/año, valor que califica un grado de erosión Alta, según clasificación FAO. Es decir, que la erosión, se lleva millones de toneladas de suelo productivo y no productivo de nuestra Región.

De otro lado, la deforestación en Perú es preocupante, habida cuenta que es un factor que genera erosión de los suelos, en 2019, según reporte del MINAM, se deforestaron 147,000 hectáreas de bosques.

El incremento del proceso de deforestación en el Perú es alarmante, pues, según el informe de Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) hasta el año 2017 el Perú ha perdido un total de 7.7 millones de hectáreas de bosque natural, de los cuales el 60% estuvo concentrada en los departamentos de Ucayali, Madre de Dios, Huánuco y Loreto (Informe Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina -MAAP).

Todos conocemos las principales causas de la devastación de bosques en el Perú; sin embargo, las causas principales son: la minería ilegal, monocultivos, tala ilegal, agricultura migratoria, urbanización y construcción de carreteras; empero, la responsabilidad en su control no debe recaer sólo en el gobierno nacional y sectores, sino en los gobiernos regionales y locales.

Foto: @RedRadioVe/ Twitter

Pues éstos últimos se hallan de cara a la población y administran el territorio jurisdiccional respectivo y deben de contar con planes y proyectos para el control de estos dos procesos: la erosión y deforestación.

De acuerdo con un análisis de la Universidad de Maryland, publicado en Global Forest Watch, 2020; la selva del Perú perdió 140,185 hectáreas de bosques primarios en 2018, lo que ubica al país como el sétimo con mayor deforestación de este tipo a nivel mundial.

Es preciso señalar que los bosques primarios poseen especies forestales que pueden tener cientos o miles de años, y almacenan más carbono que otros bosques.

La deforestación de estos bosques hace que el carbono almacenado sea liberado, contribuyendo, no sólo al calentamiento global, sino a la pérdida del suelo por erosión.

El Día Internacional de la Pachamama, sirva para sensibilizar, concienciar, llamar la atención, señalar que existen problemas sin resolver, como los comentados y otros que los gobiernos deben considerar en sus políticas de desarrollo.

Además, todos los ciudadanos seamos exigentes con quienes en este momento y a futuro administran la gestión pública y consideren la variable ambiental en las políticas de desarrollo.

Sin duda, en este Día Internacional de la Madre Tierra, requerimos un importante viraje hacia una economía más sostenible, más socialmente justa, más equitativa y que funcione tanto para las sociedades como para los ecosistemas del planeta. Es hora de promover y plantear acciones para la armonía del hombre con la naturaleza.

Hoy vivimos semanas de preocupación, debido a la pandemia; no obstante, habría sido distinto en nuestro país y en muchos otros, que millones de ciudadanos hagan frente a esta pandemia, conociendo que tienen una estructura de saneamiento adecuada, con agua de calidad potable que no genere enfermedades transmitidas por el agua, sabiendo que tenemos suelos productivos y no erosionados que garanticen una dieta equilibrada en vitaminas y minerales, que tengamos en nuestras ciudades aire no contaminado, que poseamos una minería con tecnologías no deteriorantes, que los residuos sólidos que todos generamos sean adecuada y sanitariamente gestionados, contemos con ríos no contaminados y aguas residuales tratados, de modo que tengamos una calidad de vida acorde a nuestros tiempos.

El COVID-19, que ahora nos afecta y el Día Internacional de la Pachamama, deben motivarnos a tener una reflexión personal para entender que, sin agua de calidad, sin suelos productivos, sin un aire limpio y sin un ambiente equilibrado no hay vida.

Por lo tanto, los recursos naturales, los diversos ecosistemas, la diversidad biológica deben ser respetados y ciertamente, deben ser nuestros aliados.

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*Juan Gil Mora es consultor Ambiental. Registro SENACE y doce nte en la Escuela de Posgrado en la Universidad Andina del Cusco.

Fuente: Servindi.org

sábado, 18 de abril de 2020

El hambre como bandera.


En las ventanas de muchos barrios de Colombia, los más pobres colgaron trapos rojos como señal de auxilio. El SOS de la pobreza en medio del coronavirus.

CATALINA OQUENDO

Por estos días de ciudades adormiladas y silenciosas, las ventanas de los barrios más pobres de Colombia gritan ayuda. Trapos, pedazos de tela, disfraces infantiles o camisetas rojas ensartados en palos cuelgan como banderas, como el más doloroso SOS de la pobreza y el hambre.

Empezó en Soacha, a las afueras de Bogotá, el lugar donde habitan cerca de 50.000 desplazados del conflicto armado, el municipio donde hace años el Ejército sacó a un grupo de muchachos pobres, los vistió como guerrilleros y los asesinó; el lugar donde viven miles de migrantes venezolanos y en el que un 36% de la población padece extrema pobreza. Soacha es hoy, por la estela del coronavirus, un enorme cúmulo de trapos rojos.

“Si usted ve un trapo rojo en la puerta de su vecino significa un llamado de solidaridad”, difundió la alcaldía de Soacha que comenzó con esta estrategia, que revela la desigualdad que supone el confinamiento.

—Buenas tardes, vecina —continúa el vídeo de la campaña —Es que les vi el trapito rojo y les traje una pequeña ayudita— dice una mujer acercándose a un par de personas mayores.

— Gracias, que dios la bendiga —responde otra que besa una bolsa de arroz.

Colombia es un país patriotero. La bandera se saca por todo: en las fiestas que recuerdan la Independencia, en los feriados o cuando gana la selección de fútbol. Recién comenzó la pandemia, María Juliana Ruiz, esposa del presidente Iván Duque, pidió colgar la bandera tiricolor en señal de entusiasmo para superar la pandemia. Pero la realidad convirtió a los trapos rojos en la bandera que se ondea por estos días. Basta mirar solo el edificio de la plaza La Hoja, en el centro de Bogotá. Una molicie de 14 pisos donde viven víctimas del conflicto armado cuyas ventanas están plagadas de trapos rojos, como si fueran un grito alto de hambre.
Habitantes del sur de Bogotá protestan en las calles. RAÚL ARBOLEDA (FOTO: AFP | VIDEO: REUTERS)

La postal se repite en los barrios altos de Medellín, donde suenan las cacerolas y la gente sale con banderas blancas pintadas de rojo; en la calurosa Ciénaga (Magdalena), ubicada en el norte del país; o en las laderas farragosas de Ciudad Bolívar, en la capital, donde se han presentado protestas y represión por parte de la policía antidisturbios. O en el barrio Bosa Porvenir, de Bogotá, donde decenas de personas bajaron los trapos rojos de las ventanas y salieron agitarlos y a cantar el himno de Colombia. “Somos una familia de nueve personas y no estamos en ningún listado del Gobierno, tengo una mujer embarazada y dos niños más en la casa y no tengo nada para darles de comer. Por eso estoy acá”, decía una mujer mientras sacudía una camisa roja de puntos blancos.

El factor común es que en esas casas habitan personas que usualmente viven del rebusque, de la informalidad —como un 45% de los colombianos— y que ante la cuarentena obligatoria no pueden salir de sus casas a buscar el sustento. Como ha dicho el alcalde de Soacha, Juan Carlos Saldarriaga, “podría morir más gente de hambre que de coronavirus”. Pero no son los únicos en usar el trapo. La alcaldía de Envigado, el municipio más rico de Colombia, colgó uno en la entrada de su sede administrativa. “Nos sumamos a esa iniciativa popular para pedir una ayuda más ágil del Gobierno nacional y a los empresarios”, dijo el alcalde, Braulio Espinosa.

La llamada “estrategia del trapo rojo”, que apuntaba a la solidaridad entre vecinos, es en sí misma una señal de protesta. El Gobierno de Iván Duque ha anunciado un subsidio de 160.000 pesos (unos 40 dólares, 36 euros) y la alcaldía de Bogotá, uno de 423.000 pesos, (100 dólares, 92 euros) a 350.000 familias. No les han llegado a todos, y a medida que la cuarentena se extiende, las ayudas no alcanzan. “Cuando íbamos llegando, la gente gritaba pongan el trapo rojo que llegaron los del censo a ver si nos dan algo”, contó un joven empleado de la alcaldía de Bogotá que estuvo en las calles de tierra de Cazucá, en Ciudad Bolívar. Ahí, como en muchos rincones de Colombia, la población más vulnerable parece atrapada entre dos losas de cemento que les va quitando el aire.

Como ocurre con los símbolos que nacen en lo popular los caminos que ha tomado el trapo rojo son impredecibles. Por momentos, recuerda el viejo trapo rojo que identificaba a los liberales en Colombia; en otros, esa idea de identificar las viviendas, trae a la memoria aquella D, de demolición, con que el Gobierno chavista de Nicolás Maduro tachaba las casas de los colombianos deportados desde Venezuela.

Como el pañuelo blanco de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina o el verde del derecho a decidir de las mujeres, el trapo rojo va camino de convertirse en la bandera de la desigualdad que ha quedado expuesta con el coronavirus y trasciende las fronteras de Colombia.

Información sobre el coronavirus

-Aquí puede seguir la última hora sobre la evolución de la pandemia




- En caso de tener síntomas, estos son los teléfonos que se han habilitado en cada país de América Latina.

viernes, 17 de abril de 2020

El segundo mayor donante de la OMS anuncia más dinero para el coronavirus tras el portazo de Trump.


Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Estados Unidos, el mayor financiador de la Organización Mundial de la Salud (OMS), anunció este martes que retiraba sus aportaciones presupuestarias a la entidad que está al frente de la lucha contra el coronavirus. Un día después, el segundo mayor donante mundial de la organización, la Fundación Bill y Melinda Gates, informó de que va a aumentar su contribución a la batalla contra la pandemia, hasta los 250 millones de dólares. Esta contribución se dividirá entre diferentes iniciativas y entidades, entre ellas la propia OMS.

En una convocatoria telefónica con varios periodistas desde Seattle, donde la fundación tiene su sede, Mark Suzman, director ejecutivo de la organización filantrópica, aseguró: "Es lícito que se cuiden los intereses y necesidades nacionales y que los Gobiernos no descuiden a sus propios ciudadanos; pero ahora todos necesitamos poner en común los esfuerzos globales y unirnos para afrontar esta crisis". En unas declaraciones posteriores a Reuters, Melinda Gates fue más allá: "Dejar de financiar a la OMS no tiene absolutamente ningún sentido durante una pandemia. Necesitamos una respuesta coordinada global. Cuando estás en una crisis como esta, todo está en juego. Es un gesto muy peligroso".

Tal y como explica la OMS en su página, su financiación proviene de los aportes presupuestarios de Gobiernos, entidades privadas y fundaciones donantes. Estas cantidades se dividen en cuotas fijas y en aportaciones voluntarias. Estados Unidos contribuyó con cerca de 900 millones de dólares en el presupuesto de 2018-2019, lo que supone aproximadamente una quinta parte del total de 4.400 millones de dólares para esos años. Es el principal contribuyente con un 14,6% de sus fondos. La Fundación Gates aporta el 9,8% (530 millones). España aporta 26 millones.

La fundación, el proyecto filantrópico sobre salud global, pobreza e igualdad al que los Gates se dedican desde hace años —él renunció recientemente a su puesto en la junta directiva de Microsoft— anunció, en concreto, que suma 150 millones de dólares a los 100 que ya aportó hace algo más de un mes y que quieren destinar al desarrollo de diagnósticos, terapias y vacunas. Para este mismo fin, lanzaron junto a la otra gran organización filantrópica mundial, Wellcome Trust, el Acelerador Terapéutico Covid-19. Se trata de un mecanismo de coordinación entre diferentes grupos de trabajo de todo el mundo que están buscando un tratamiento efectivo contra el nuevo virus. Varios donantes se han sumado a esta iniciativa. El primero fue Mastercard que aportó 25 millones de dólares. El creador de Facebook, Marck Zuckerberg, se incorporó poco después con otros 25 millones y una de las más recientes ha sido Madonna, con un millón de dólares.

Dejar de financiar a la OMS no tiene absolutamente ningún sentido durante una pandemia. Necesitamos una respuesta coordinada global

Uno de los objetivos de estos esfuerzos conjuntos es que en esta crisis, las soluciones lleguen también a los pobres. Suzman insistió en que los retos a los que se enfrenta el planeta con esta emergencia sanitaria son inéditos. Por ejemplo, en lo que se refiere a las vacunas: "No piensen en una escala normal, porque normalmente la industria está preparada para una fabricación solo para bebés. Aquí estamos hablando de cientos de millones de dosis. Hay 7.000 millones de personas y hará falta inmunizar prácticamente a todo el mundo. Ahora no hay capacidad de fabricación para llegar a tanto".

Son muchas las voces que recuerdan que un virus no va a respetar las fronterasentre el norte y el sur y que, si Europa o Estados Unidos logran controlarlo, de nada servirá si la pandemia sigue desatada en África o el Sudeste asiático. "Hay desafíos enormes, por ejemplo, las ciudades que están rodeadas de barrios marginales densamente poblados, en los que es muy difícil establecer un distanciamiento social estricto, con poco saneamiento y escaso acceso a agua corriente".

Una coalición de personalidades científicas reclamó la semana pasada que los ensayos clínicos se desarrollen también en los países más vulnerables. "Dónde se realicen los ensayos no debería depender de Gobiernos individuales o empresas privadas o quien sea que esté haciendo el trabajo. Aquí es exactamente donde necesitamos establecer las pautas globales acordadas". El director de la Gates apuesta por la creación de un "grupo de asesoría técnica" que ayude a establecer algunas de estas normas.

jueves, 16 de abril de 2020

Reecuentro con la Madre Tierra, tarea urgente para enfrentar las pandemias.

Imagen: iStock.


“Ojalá que la pandemia del coronavirus, como la peste en la Antigua Grecia,
resulte un acontecimiento histórico que alcance a instaurar en la conciencia humana
la inteligencia de la vida; que logre recodificar el silogismo aristotélico ´todos los hombres son mortales´,para recomponer la vida de Gaia, de la Pachamama. Para instaurar en el pensamiento
a un nuevo silogismo: la vida es naturaleza/Soy un ser vivo/soy naturaleza.”

Enrique Leff

Por Alberto Acosta*

La Humanidad, con la pandemia del coronavirus, parece vivir una película de terror, que nos confronta de forma brutal y global con la posibilidad cierta del fin de su existencia en el planeta. Sin ser una película, siendo una dura realidad, se trata de una mega producción que está en marcha desde hace tiempo atrás. Esta pandemia no surge de la nada, no es el producto de un simple complot. La pandemia del Covid-19 nos confronta con una realidad que se ha venido deteriorando aceleradamente desde hace unas siete décadas por lo menos, pero aún con más brutalidad en el último tiempo. Aceptemos también que la recesión económica nos es un producto del coronavirus, pues ya empezó a golpearnos desde el año anterior.

Esta difícil hora nos convoca a memorizar, reflexionar y actuar.

Vivimos una crisis múltiple, generalizada, multifacética e interrelacionada, a más de sistémica, con claras muestras de debacle civilizatoria. Nunca afloraron tantos problemas simultáneamente, que rebasan lo sanitario, mostrando efectos en lo político, económico, ético, energético, alimentario y, por supuesto, cultural. Pero los graves problemas no se quedan en esas dimensiones, pues también hay efectos ambientales inocultables.


La pandemia del Covid-19 nos confronta con una realidad que se ha venido deteriorando aceleradamente desde hace unas siete décadas por lo menos, pero aún con más brutalidad en el último tiempo. Aceptemos también que la recesión económica nos es un producto del coronavirus, pues ya empezó a golpearnos desde el año anterior. 

Para empezar, reconozcamos la realidad como es, por más dura que sea. Ya no hablemos más de cambio climático. Seamos precisos en los términos. Estamos en medio de un colapso climático: No podemos olvidar que los cambios en el clima han sido parte consustancial en la historia de la Tierra. Y este colapso lo hemos fraguado los seres humanos en el marco de lo que se conoce superficialmente como el “antropoceno”; en términos correctos corresponde al “capitaloceno”.
La crisis del coronavirus y sus riesgos

A partir de esa rápida introducción cabe hacer una lectura en clave de crisis. Los dos kanjis de la palabra crisis en chino nos plantean la cuestión: problemas y oportunidades.

Los orígenes profundos de esta crisis multifacética son fáciles de avizorar. Mencionemos algunos. Consumismo y productivismo que arrasan con los recursos del planeta y que liquidan los equilibrios ambientales. Tecnologías que, en lugar de alivianar la vida de los seres humanos, aceleran la acumulación del capital afectando cada vez más la psiquis de las sociedades, al tiempo que permiten consolidar un Estado cada vez más autoritario, como en China. Ambición y egoísmo que conducen a la destrucción de tejidos comunitarios y a la profundización de un individualismo transformado en una enfermedad social. Hambre de millones de personas, no por falta de alimentos, que sobran, sino porque mucha gente no tiene capacidad para adquirirlos (o producirlos) o simplemente porque se los desperdicia; se especula con ellos; se alimenta automóviles: biocombustibles; se depreda la biodiversidad; mientras en otros segmentos golpea la obesidad. Extractivismos desbocados que destrozan las bases de la vida y consolidan un sistema económico inequitativo y depredador. Flexibilización laboral para ser competitivos aumentando la explotación del trabajo. Predominio de las finanzas, sobre todo en su fase especulativa, sobre las actividades de producción de bienes y servicios, que, a su vez, superan en mucho la capacidad de resilencia de la Tierra. Culto a la religión del crecimiento económico permanente que desborda los límites biofísicos del planeta. Y todo para asegurar la acumulación del capital, que impulsa una imparable mercantilización de la vida, un verdadero “virus mutante”. Todo esto sintetiza el libreto de esta gran mega producción de la destrucción, que está en cartelera desde hace mucho tiempo atrás.


Ya no hablemos más de cambio climático. Seamos precisos en los términos. Estamos en medio de un colapso climático: No podemos olvidar que los cambios en el clima han sido parte consustancial en la historia de la Tierra. Y este colapso lo hemos fraguado los seres humanos en el marco de lo que se conoce superficialmente como el “antropoceno”; en términos correctos corresponde al “capitaloceno”. 

Ahora, los voceros del poder, ignorando esas constataciones inocultables, claman para que nos preparemos a recuperar el tiempo perdido. En este punto, sin ampliar más en las amenazas y riesgos avancemos avizorando las oportunidades, pues lo concreto es que no podemos volver a la normalidad porque la normalidad es el problema. En realidad, se trata de una a-normalidad producida por el capitalismo.
Reconstruyendo y construyendo vacunas para las pandemias

En este momento cobran renovada fuerza las alternativas existentes en diversos rincones del planeta. Hay una variedad de nociones y visiones diferentes y complementarias de cómo imaginar y lograr una transformación socio-ecológica vital, imposible de conseguir con los enfoques de la Modernidad. Son visiones que incluso nos permiten leer de otra manera la realidad con el fin de comprender de mejor manera el mundo en que vivimos, al tiempo que nos invitan a revisar nuestras tradicionales categorías de análisis.

Algunas de estas nociones emergentes son una suerte de renacimiento de las cosmovisiones de los pueblos indígenas; otras han surgido de los movimientos sociales y ecologistas relacionados con viejas tradiciones y filosofías; y, muchas más son respuestas de diferentes grupos compuestos por diversas personas que enfrentan la dura y frustrante cotidianidad con acciones que comienzan a configurar alternativas incluso con capacidad de transformación civilizatoria. Esta ebullición de alternativas se vive en medio de la pandemia a través de la construcción de una multiplicidad de respuestas emanadas desde la creatividad y el trabajo de las comunidades.

A diferencia del desarrollo, que es un concepto basado en un falso consenso, estas visiones alternativas no pueden ser reducidas a una única visión y, por lo tanto, no representan un mandato global indiscutible. Tampoco pueden aspirar a ser adoptadas como una meta común por organizaciones internacionales para recién entonces hacerse realidad. Muchas de estas ideas nacen como propuestas radicales de cambio especialmente desde ámbitos locales, especialmente comunitarios, pero las hay también de alcance nacional e inclusive global.

Esta deconstrucción del desarrollo abre con fuerza la puerta del Buen Vivir, una cultura de la vida con denominaciones y variedades diferentes en distintas regiones de Sudamérica: sumak kawsay o suma qamaña; ubuntu, con su énfasis en la reciprocidad humana en Sudáfrica y varios equivalentes en otras partes de África; swaraj con su énfasis en la autosuficiencia y el autogobierno, en India; y muchas otras. Los postulados ecofeministas y el paradigma del cuidado representan otro aspecto muy potente dentro de este arcoíris post-desarrollista, que necesariamente debe ser también post-extractivista. La necesidad de liberar a la salud y a la educación del ámbito mercantil resulta indispensable. Y por cierto hay que incorporar todo el aporte decolonial.

El Buen Vivir representa, en suma, una clara alternativa al desarrollo, más allá de los vaciamientos conceptuales que ha sufrido por parte de los gobiernos progresistas de Bolivia y Ecuador. Ese Buen Vivir indígena -pensemos lo que sucede en la Amazonía, por ejemplo- es el que muchas veces ha permitido proteger los bosques y las selvas, los páramos, las fuentes de agua y la misma diversidad biológica y cultural, como acción concreta para enfrentar el colapso climático. Y el principio que le inspira -pensado en plural: buenos convivires- es la armonía o, si se prefiere, el equilibrio en la vida del ser humano consigo mismo, de los individuos viviendo en comunidad, entre comunidades, pueblos y naciones. Y todos, individuos y comunidades, conviviendo en armonía con la Naturaleza. En definitiva, los humanos somos Naturaleza.
Una cura para las pandemias… 

Recuperar y construir relaciones de armonía con la Naturaleza es la gran tarea. Hay que parar su explotación desenfrenada; hay que desmercantilizarla; tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su regeneración, desde el respeto, la responsabilidad y la reciprocidad, desde la relacionalidad.

Para lograrlo tenemos que cambiar la historia de la Humanidad, esa historia de dominio del hombre -sí, en masculino- sobre la Naturaleza. Por siglos, la relación sociedades-medio ambiente ha estado marcada por el utilitarismo y la explotación de recursos. Esta realidad da cuenta de la separación entre Humanidad y Naturaleza. Y eso condujo a una relación de subordinación de la Naturaleza -reforzada por las ideas de “progreso” y “desarrollo”-, que es lo que a la postre ha generado todo tipo de pandemias -recordemos los recientes incendios en la Amazonía- que apuntan hacia una terrible catástrofe socioambiental.


Lo concreto es que no podemos volver a la normalidad porque la normalidad es el problema. En realidad, se trata de una a-normalidad producida por el capitalismo. 

Pero a la vez, sobre todo en medio de esta mega crisis, asoman con fuerza las posibilidades de reencuentro de la Humanidad con la Madre Tierra, a partir de visiones como las mencionadas del Buen Vivir. Este será un proceso, largo y complejo, reforzado por las luchas de resistencia y re-existencia desde diversos grupos populares, en especial indígenas.

Aunque los indígenas no tienen un concepto de Naturaleza como el que existe en occidente, su aporte es clave. Ellos comprenden perfectamente que la Pachamama es su Madre, no una mera metáfora. En este sentido todo esfuerzo por plasmar los Derechos de la Naturaleza se inscribe en una reiteración de un mestizaje emancipador provocando un ¨híbrido jurídico”, donde se recuperan elementos de todas aquellas culturas occidentales e indígenas emparentadas por la vida. Y que encuentran en la Pachamama el ámbito de interpretación de la Naturaleza, un espacio territorial, cultural y espiritual, que no puede ser motivo de mercantilización ni de exclusión.

Sin llegar a romantizarlas, las comunidades indígenas -portadoras de una larga memoria- han demostrado que el ser humano puede organizar formas de vida sustentable. Tal relación armoniosa con la Naturaleza -presente en muchos recintos del mundo indígena, no en todos- se sintoniza con la “sustentabilidad”; concepto que, por cierto, se lo ha pervertido y trivializado en extremo, incluso cuando con él se quiere maquillar el desarrollo presentándolo como sustentable.

Los Derechos de la Naturaleza centran su atención en la Naturaleza, que obviamente incluye al ser humano. La Naturaleza vale por sí misma, sin importar los usos que le den las personas, implicando una visión biocéntrica. Estos derechos no defienden una Naturaleza intocada. Estos derechos propugan mantener los sistemas y conjuntos de vida. Su atención se fija en los ecosistemas, en las colectividades.

Pero hay que ir más allá. No se trata de buscar un equilibrio entre economía, sociedad y ecología; menos aún usando como eje articulador abierto o encubierto al capital. El ser humano y sus necesidades deben primar siempre sobre el capital, pero jamás oponiéndose a la armonía de la Naturaleza, base fundamental para cualquier existencia.

Esta combinación de aproximaciones es clave.


Recuperar y construir relaciones de armonía con la Naturaleza es la gran tarea. Hay que parar su explotación desenfrenada; hay que desmercantilizarla; tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su regeneración, desde el respeto, la responsabilidad y la reciprocidad, desde la relacionalidad. 
Hacia el pluriverso, un mundo sin pandemias… 

En una época en la que el neoliberalismo y el extractivismo desenfrenado brutalizan la vida diaria de los ciudadanos y las ciudadanas de todo el mundo, en particular de los habitantes del Sur global, es primordial que voces contestatarias y movimientos populares se comprometan en un esfuerzo concentrado de investigación, participación, diálogo y acción, inspirado en los movimientos de base y a los cuales, a su vez, les rindan cuentas. Necesitamos nuestras propias narrativas. Los actos de resistencia y re-existencia dan esperanza aquí y ahora. Y por eso hablamos de que ya se puede escuchar la respiración de un futuro diferente en el marco del Pluriverso: un mundo donde quepan todos los mundos, garantizando la vida digna a todos sus seres humanos y no humanos.

Es la hora de las estrategias y las luchas en todos los niveles escalares de acción. Un punto de diferencia, que necesitamos explorar, es la dirección de nuestros esfuerzos. No se puede esperar mucho de los niveles de los estados nación o los ámbitos globales, pero hay que intentar incidir incluso en ellos, aunque sea para negociar algunas conquistas. El campo de acción aparece en donde y desde donde actuar propiciando vidas mancomunadas, en espacios comunes cohabitados por lo plural y la diversidad, con igualdad y justicia, con horizontes colectivos, para resistir el creciente autoritarismo y construir simultáneamente los buenos convivires.

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*Alberto Acosta es un economista ecuatoriano. En la actualidad es profesor universitario, conferecista y sobre todo compañero de lucha de los movimientos sociales.
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Fuente: Este artículo fue escrito para la Revista Novamerica/Nuevamerica n. 166 abril-junho 2020 y cedido por el autor para #Apocaelipsis https://lavoragine.net/alberto-acosta-reencuentro-madre-tierra-pandemias/

martes, 14 de abril de 2020

La pandemia coloca a indígenas latinoamericanos ante nuevos desafíos.

En Manaus, capital del estado Amazonas, en el norte de Brasil, tratan de esterilizar puntos de diseminación del coronavirus, como puertos, atracaderos y mercados alimentarios. (Imagen de Ione Moreno/ Semcom-Fotos Públicas)

Por Mario Osava*

IPS, 13 de abril, 2020.- El nuevo coronavirus llegó al extremo noroeste de Brasil, en la Amazonia profunda, sonando la alarma de su arribo a comunidades donde viven numerosos indígenas, en un temor común en los países latinoamericanos.

Por una cruel ironía el portador del coronavirus fue un médico de la Secretaría Especial de Salud Indígena, responsable en Brasil de la asistencia a los pueblos originarios en sus territorios.

“Él vino del Sur, atendió gente en Atalaia do Norte, donde contagió a un pariente marubo (pueblo indígena), luego estuvo en Santo Antonio do Içá y dejó cuatro con el virus, entre los cuales una indígena kokama. Hoy se informó que en São Paulo de Olivença, donde vivo, hay otros dos enfermos”, relató a IPS el líder indígena Francisco Guedes, desde su localidad.

Entre los siete comprobados con el nuevo coronavirus por lo menos dos son indígenas, “parientes” como los identifica Guedes, presidente de la Federación de las Organizaciones, de los Caciques y las Comunidades Indígenas de la Tribu Ticuna del Alto Solimões, en el estado de Amazonas, en el norte del país.

“Estamos preocupados”, porque no se ve posibilidad de tratamiento para los enfermos graves, señaló Guedes, profesor de enseñanza básica en la lengua ticuna, el pueblo indígena más numeroso de Brasil, con 70 000 miembros estimados, en un país con una población de 211 millones de habitantes.

“Acá el hospital no tiene equipos siquiera para asistencia común, mucho menos para cuidados intensivos. Y Manaus, donde hay recursos, queda a tres días y medio en barco”, el único medio de transporte, acotó.

Además Manaus, la capital de Amazonas, con 2,2 millones de habitantes, tiene su red de hospitales ya en colapso, admitió el alcalde Arthur Virgilio Neto. Es una de las siete capitales cuyo índice de contagiados por el SARS-CoV-2 más preocupa al Ministerio de Salud.

Manaus es la capital de estado con mayor índice de contagios hasta ahora, y allí ha muerto uno de los dos indígenas registrados como fallecidos hasta ahora por la covid-19, ambos en la Amazonia brasileña.

En México, en la occidental península de Yucatán, donde los indígenas constituyen por lo menos la mitad de sus 2,2 millones de habitantes, ellos enfrentan otras dificultades.

“Aún hay pocos casos (de la covid-19), por suerte, y la mayor parte en la capital Mérida, pero como no hay ningún plan del gobierno ante la pandemia, un contagio masivo provocaría muchas muertes”, teme Pedro Uc Be, miembro de la Comisión de Seguimiento de la Asamblea Maya en Yucatán.

“Lo que se necesita ahora es comida y trabajo, no tanto para los indígenas que viven en sus pueblos, que tienen la ventaja de una dinámica propia, con producción de alimentos. El problema son los que emigraron principalmente a Mérida y ahora regresan a sus pueblos sin trabajo, ni ingresos, ni comida”, destacó a IPS desde Buctzotz, un municipio de Yucatán.

El gobierno del estado de Yucatán, uno de los tres en que se divide el territorio peninsular, ofreció un bono de 2500 pesos (cerca de 102 dólares) a cada desempleado, pero en la mitad del primer día hubo más de 25 000 solicitudes y se canceló el programa.

Una reunión de la Asamblea Maya, en la península de Yucatán, en México, que lucha por la defensa de su territorio. Ahora sus líderes buscan defender a sus miembros de la propagación del coronavirus. Foto: Cortesía de AM

“No tenemos seguridad, pero se cree que el coronavirus llegó a los pueblos indígenas por los regresados de la capital”, observó Uc Be, campesino, profesor de literatura y escritor en lengua maya.

En México, con 130 millones de habitantes, la epidemia está creciendo y hasta ahora se trata de contenerla por un confinamiento voluntario de las personas. “La mayoría se queda en casa”, pero el éxito sigue pendiente de políticas “adecuadas y a tiempo”, sostuvo.

El gobierno local amenazó con hacer obligatorio el aislamiento social, pero no lo hizo ante críticas de las organizaciones de derechos humanos, dijo el profesor, tras explicar que la Asamblea Maya lucha en la defensa del territorio indígena contra intentos de despojo por grandes empresas, proyectos energéticos y siembras de soja transgénica.

En Ecuador, la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) también se quejó de la falta de medidas y de coordinación de los esfuerzos centrales, provinciales y locales, pero se dispuso a poner en marcha “un plan de solidaridad en apoyo a sectores del campo y la ciudad”, con aporte de productos de primera necesidad.

“Pondremos nuestro granito de arena”, declaró el presidente de la Conaie, Jaime Vargas, en una rueda de prensa digital desde Quito el martes 7.

No hubo registro de la covid-19 en las comunidades indígenas de la Amazonia Ecuatoriana, pero si en la costa, con “compañeros fallecidos”, resumió.

“No tenemos estadísticas, datos exactos” con nombres y origen de los indígenas afectados, reclamó. La prioridad debe de ser la protección de los productores campesinos, para que puedan vender sus productos, para que tengan sus ingresos y contribuyan a la seguridad alimentaria, arguyó Vargas.

La crisis de la pandemia en Ecuador repercutió internacionalmente por los muertos sin sepultura, abandonados en las calles de Guayaquil, la mayor ciudad del país andino, con 17 millones de habitantes.

Vargas divulgó también las resoluciones del Consejo Político de Conaie, reunido el lunes 6.

“Rechazar la decisión del gobierno nacional de pagar la deuda externa y no destinar esos recursos al Sistema de Salud Pública para combatir el covid-19 en el cual hasta el momento hay la escalofriante cifra de 1600 miembros del personal de salud contagiados por falta de equipos de bioseguridad”, es el tercero de los 13 puntos de la declaración.

Una escuela del pueblo juruna, en la orilla del río Xingú, en la Amazonia brasileña. Los pueblos indígenas de la ecorregión del norte del país tratan ahora de informarse y reclamar medidas para evitar los daños y la mortalidad que provoca la pandemia del nuevo coronavirus, a que son muy vulnerables por razones sociales y culturales, como el modo de vida, lejanía de los hospitales y la invasión de sus tierras. Foto: Mario Osava/IPS

Una escuela del pueblo juruna, en la orilla del río Xingú, en la Amazonia brasileña. Los pueblos indígenas de la ecorregión del norte del país tratan ahora de informarse y reclamar medidas para evitar los daños y la mortalidad que provoca la pandemia del nuevo coronavirus, a que son muy vulnerables por razones sociales y culturales, como el modo de vida, lejanía de los hospitales y la invasión de sus tierras. Foto: Mario Osava/IPS

La Conaie condena la política neoliberal, beneficios a las empresas extractivas y centrales hidroeléctricas, los despidos masivos y los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, para reclamar una elevación de 60 a 400 dólares el bono de emergencia concedido a los trabajadores informales privados de sus ingresos.

Además propone la creación de un fondo para la compra de alimentos producidos por el sector indígena y campesino, para asegurar el abastecimiento de las ciudades.

Los indígenas latinoamericanos tratan de superar el olvido a que fueron relegados en esta crisis sanitaria y también humanitaria, un efecto natural de la multiplicación de los enfermos y muertos en algunas de las grandes ciudades.

“Los pueblos indígenas no están preparados para la pandemia del coronavirus debido a la limitada oferta de servicios de salud (instalaciones y personal sanitario) en sus comunidades”, declaró el epidemiólogo Omar Trujillo, quien se ocupa de la población originaria dentro del Ministerio de Salud de Perú, otro país con alto número de comunidades nativas.

Esta vez el virus no es el arma biológica con que invasores coloniales exterminaron pueblos indígenas en las Américas. El SARS-CoV-2 golpea a todos, sin distinguir etnias o colores.

Nadie estuvo expuesto antes a ese nuevo coronavirus para desarrollar anticuerpos y evitar formas graves de la covid-19, explicó a IPS el epidemiólogo Eduardo Costa, asesor de cooperación internacional de la Escuela Nacional de Salud Pública (ENSP).

Indígenas, blancos o negros están teóricamente en las mismas condiciones inmunológicas ante esa pandemia que amenaza millones de vidas humanas y los sistemas sanitarios, económicos y sociales en todo el mundo

Pero hay otros indicadores sanitarios y sociales que recomiendan incluir los indígenas en América Latina y el mundo entre los grupos más vulnerables, sostuvo Ana Lucia Pontes, médica investigadora de la ENSP, quien coordina el Grupo de Trabajo de Salud Indígena en la Asociación Brasileña de Salud Colectiva.

Las condiciones varían entre los pueblos originarios, territorios y modos de vida, hay muchos grupos que acumulan comorbilidades por efectos de enfermedades sufridas, como malaria, dengue, gripes, sarampión, diabetes entre los adultos, anemia relacionada a problemas alimentarios, explicó.

Además de las distancias de las aldeas a los hospitales y frecuente escasez de agua potable, se presentan dificultades de comunicación y por ende de información sobre riesgos y cuidados impuestos por el coronavirus, acotó.

Aunque vivan apartados, numerosas comunidades indígenas en Brasil y el resto de América Latina dependen de compras de alimentos afuera y esa relación frecuente con los mercados urbanos representa un riesgo de contagio peligroso, concluyó Pontes.

Ya el 13 de marzo, la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica) llamó a los gobiernos de los ocho países de la ecorregión a adoptar medidas urgentes, ante la especial vulnerabilidad de los pobladores originarios.

“Son 506 pueblos indígenas que estarían en inminente riesgo, además de 76 pueblos indígenas en aislamiento, cuyo sistema inmunológico es muy débil y cualquier gripe los puede llevar a la desaparición. Una pandemia de esta magnitud para las comunidades nativas significaría una catástrofe de grandes proporciones”, planteó entonces uno de sus coordinadores, el colombiano Robinson López.

El brasileño Guedes, por su parte, comentó una realidad que se repite entre comunidades indígenas de la región.

Los ticunas, dijo, aún disponen de mucho pescado y producción agrícola para sostenerse con cierta autonomía alimentaria. Pero muchos “parientes” ya no cuentan con esa posibilidad, con tierras escasas y cercadas o invadidas por la minería y la ganadería y el pescado escaso en ríos bloqueados por embalses hidroeléctricos, se lamentó.

El SARS-CoV-2 hizo recordar que los cinco millones estimados de indígenas que vivían en Brasil cuando llegaron los portugueses, en 1500, se redujeron a 897 000 en el censo de 2010, después de haber bajado a cerca de 250 000 en los años 80. Otros virus fueron factores de muchos casos de exterminio.

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*Chizuo Osava, más conocido como Mario Osava, es periodista responsable de la corresponsalía en Brasil de la agencia de noticias Inter Press Service desde 1980.
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