sábado, 21 de noviembre de 2015

No hay gozo sin llanto.


¿Cómo vivimos los cristianos este dolor espiritual por el mundo? ¿Será quizás que no influimos más en la sociedad porque nuestra vida no es como debiera ser?

Si hay algo que se intente evitar hoy por todos los medios es sin duda el dolor. Todo nuestro mundo gira en torno a la idea de que hay que eliminar el sufrimiento y aumentar el placer en esta llamada sociedad del bienestar. Los medios de comunicación social gastan enormes fortunas en hacer reír a la gente, entretenerla y evadirla de cualquier idea que le sugiera sufrimiento, dolor o llanto. Sin embargo, el evangelio dice: Bienaventurados los que lloran. ¿Por qué? Pues porque en realidad son los únicos felices que se dan cuenta de la realidad en que vive el ser humano. 

El evangelista Lucas expresa esta misma bienaventuranza de una manera más llamativa: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis (Lc 6:21). Se trata de una promesa clara de felicidad para quienes lloran. Sin embargo, el llanto al que se refiere el Señor Jesús es más bien de carácter espiritual. El Maestro no está diciendo que quienes lloran la muerte natural de un ser querido, por ejemplo, estén siendo felices. No, no lo son. 

A nadie se le ocurriría decir esto. Lo que dice Jesús es que, a diferencia del dolor y el sufrimiento "natural" propio de este mundo sometido al mal en el que vivimos, existe otra clase de dolor "espiritual" que no tiene ninguna relación con nuestra existencia natural en esta vida. Así pues, los verdaderamente felices son los que lloran en el espíritu; los que se afligen porque en nuestras sociedades, Dios y Jesucristo casi nunca sean tenidos en cuenta; quienes se apenan de que nuestro mundo se muestre tan cerrado a los valores del reino de Dios. 

La mayoría de los dirigentes de la tierra, tanto hoy como ayer, no tienen en cuenta en sus agendas personales los valores cristianos que se desprenden del sermón del monte. Muchos se burlan de ellos, mientras otros afirman que son irreales e imposibles de llevar a la práctica. Y ante esta situación, ¿qué opina la Iglesia de Jesucristo en el tiempo actual? ¿Cómo vivimos los cristianos este dolor espiritual por el mundo? ¿Será quizás que no influimos más en la sociedad porque nuestra vida no es como debiera ser? 

Es verdad que nuestra obligación como cristianos es evangelizar pero, ¿no tendríamos primero que empezar por evangelizar nuestras propias increencias y nuestra acomodación a la risa de la sociedad? La descripción del discípulo de Jesucristo como alguien que llora por la injusticia del ser humano es algo que casi resulta hoy anacrónico. 

No está de moda el llanto cristiano, sino que recuerda comportamientos de épocas pasadas. Hubo un tiempo en el que los creyentes debían aparentar seriedad, austeridad e incluso tristeza si querían ser considerados como auténticos seguidores de Cristo. Una época en la que predominaba un estilo gris oscuro de religiosidad puritana aparente. 

En muchos casos no era más que una máscara hipócrita que pretendía simular aquello que no se era. Sin embargo, hoy hemos pasado al extremo opuesto. Con el fin de atraer a los incrédulos hemos adoptado su estilo. Una especie de superficialidad festiva y de felicidad artificial que hacen difícil la manifestación del dolor por los problemas del mundo y mucho menos del llanto al que se refería el Señor Jesús. 

Es menester reconocer que muchos creyentes contemporáneos no poseen verdadero convencimiento de pecado, como el que experimentaban los cristianos de épocas pasadas. Lo pecaminoso ha desdibujado sus fronteras. Se desea tener gozo pero sin pasar por el reconocimiento doloroso del pecado personal. 

En el fondo, lo que ocurre actualmente es que no gusta la doctrina del pecado, ni siquiera que se predique acerca de ella. Se desea la rosa pero sin las espinas. Sin embargo, tal anhelo es imposible desde el punto de vista bíblico. Quien se convierte a Jesucristo y desea alcanzar la dicha eterna en él, tiene que pasar primero por las lágrimas del arrepentimiento sincero y la confesión de pecados. No hay gozo sin llanto.

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