jueves, 3 de septiembre de 2015

Europa y los siete pecados capitales.


por Xabier Pikaza Ibarrondo

Algunos recuerdan los siete pecados capitales de la tradición medieval, formulados por el Papa Gregorio Magno, último romano, primer europeo (540-604 d.C.; cf. Mor. 31, 45) y recogidos aún por el Catecismo Iglesia Católica 1997 (num.1866):

soberbia, avaricia, envidia,
ira, lujuria, gula y pereza

Sin duda, esos pecados eran y son importantes, pero responden a un tipo de moral más intimista (monacal), no tienen la fuerza y garra, ni la actualidad de los pecados bíblicos. En esa línea debo recordar que verdaderos pecados capitales de la tradición cristiana son los que recogía el evangelio del domingo (Mc 7, 21-23), que ayer comenté, reelaborado por Mt 15, 19, cuando dice que del mal corazón brotan:

pensamientos malos, homicidios, adulterios,
fornicaciones, robos,
falsos testimonios y blasfemias…. 


Estos son los siete verdaderos (y terroríficos) pecados capitales (aunque no los diga el Catecismo), los pecados actualísimos de Europa(y del mundo), como indicaré, desde la perspectiva del rechazo a los emigrantes que llaman a nuestras puertas, sin que casi nadie les reciba: los economistas no los quieren, o los quieren como esclavos; los políticos buscan escusas para decir que no se puede; los hombres y mujeres de la calle tendemos a volver el rostro).

El Papa Francisco nos ha dicho que estamos ante un gran “éxodo bíblico”, multiplicado estos últimos días por la llegada de sirios, iraquíes, afganos... que escapan del terror de sus países... Muchos de ellos son los mejor formados, hombres y mujeres de gran cultura! Ellos podrían ofrecer la mayor riqueza a nuestros países, incluso hablando en sentido egoísta. Pero no queremos recibirles.


¡Ay de nosotros, europeos...! Así diré ante cada uno de esos siete pecados capitales, presentados y comentados en el orden en que aparecen en el evangelio de Mateo. Ante los siete pecados capitales de la tradición medieval podíamos buscar evasiones. Ante los siete verdaderos pecados capitales de la Biblia según Mateo no hay escusa: ¡Ay de nosotros...!

En ese contexto quiero seguir hablando del pecado (de los siete pecados capitales) de aquellos que no reciben (recibimos) a los que vienen llorando a nuestras puertas, como los niños de la imagen primera, que lloran ante los soldados que les "reciben".

En ese contexto, la imagen de los pecados capitales del Bosco (imagen 3) termina pareciendo un "juego de niños". Nos hemos hecho peores que el mismo diablo de los antiguos pecados capitales.


1. Deliberaciones/cavilaciones malas (dia-logismoi)

El primer pecado es el mal pensamiento, las deliberaciones que brotan del mal corazón, que busca razones para mantenerse en su egoísmo. En sí mismas, las deliberaciones no son malas (cf. Lc 24, 38), pero pueden pervertirse y se pervierten, convirtiéndose en un cálculo maligno y retorcido, del que nacen los restantes males, como sabe Pablo (cf. Rom 1, 21; 1 Cor 3, 20).

Hay, sin duda, un pensamiento bueno, pero la Biblia sabe que el hombre ha terminado encerrándose en la cueva de un pensamiento pervertido, simbolizado por la serpiente de Gen 3, 1-6 (y 4, 4-7), una cavilación contraria a Dios, es decir, al don de la vida, es decir, a la gratuidad..

Éste pecado es el mal pensamiento de aquellos que quieren justificarse a sí mismos, con largos discursos, mientras dejan que mueran otros a su lado, es la justificación de los que dicen (=decimos) que las cosas son así, que no pueden cambiarse, que no hay sitio para más, que cada uno se arregle como pueda.

Así hemos caído en la cárcel de nuestros malos pensamientos, de nuestras justificaciones… Nosotros, el pueblo de la “razón”, los europeos, hemos terminado hundidos en el pozo de nuestra-sinrazón, defendida en parlamentos y consejos de ministros, con filosofías (ideología económico-sociales) que son pura mentira. En cárcel retorcida de nuestra cavilaciones nos auto-justificamos, mientras mueren a nuestra puerta a millones de personas.

De estos malos pensamientos (que son del mal corazón y la cabeza mala) brotan todos los restantes pecados, desde el homicidio hasta la blasfemia contra Dios.

¡Pobre Europa, país de la filosofía, llena de malas razones, queriendo justificar lo injustificable, con los pobres que llaman a su puerta!

2. Homicidios (phonoi)

El primero de todos los pecados externos, objetivados de un modo social, es el homicidio, o quizá mejor el asesinato, justificar la muerte de los otros, como el mismo Mateo 5, 21 afirma en la primera de sus antítesis. El asesinato en sí no es la raíz de todos los males (que sigue siendo el mal pensamiento del corazón pervertido), pero brota inmediatamente de esa raíz, como primera de todas las maldades destructoras de la historia humana, tanto en un plano judío como gentil, sin diferencias de naciones, pueblos o religiones. Del asesinato ha brotado y sigue brotando la mala historia de los hombres.

Del mal pensamiento se pasa pronto a la justificación del asesinato, y al asesinato mismo, como ha visto el comienzo del Génesis (Gen 2-4: paso de Adán/Eva a Caín), lo mismo que San Pablo en la carta a los Romanos (1, 18-32) y este pasaje del evangelio de Mateo, como puse de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2015. Matar o dejar morir a millones de personas a la puerta de nuestra Casa Europa, ése el primero de los pecados concretos de nuestra historia.

Ciertamente, somos capaces de justificar ese pecado, y así lo hacen políticos y economistas.

¡Pobres de nosotros, europeos, cuando permitimos que la muerte acampe a nuestras puertas. Dios es misericordioso, y lo perdona todo. Pero la historia no perdona. Tiempo al tiempo.

3. Adulterios (moikheiai)

Tras asesinato se sitúa el adulterio, lo mismo que en las antítesis de Mt 5, 27-30, donde se habla ya de un “adulterio de corazón”, que brota del pensamiento pervertido de un hombre o mujer que ha perdido su brújula en la vida. Como el asesinato destruye la vida física y total, el adulterio destruye la vida social de una persona, destruyendo su identidad (cosa que, en principio, el Nuevo Testamento sigue mirando desde la perspectiva del varón, en la línea del Antiguo Testamento).

Entendido así, el adulterio no es simplemente la ruptura egoísta (¡a mala uva!) de la fidelidad concreta entre un hombre y una mujer que se han dado palabra de amor (¡eso es también!), sino el rechazo y ruptura de todas las fidelidades personales y sociales. En sentido bíblico, desde Oseas a Marcos, el adulterio es el rechazo de toda fidelidad, de todo vínculo personal y social.

De vínculos vivimos, por fidelidades seguimos viviendo, somos responsables unos de los otros. Pues bien, cuando, en un momento dado, según los intereses (siguiendo el ritmo de nuestros pensamientos pervertidos), rompemos los pactos y expulsamos (no acogemos) a nuestros hermanos cometemos el primero y más hondo de los adulterios.

Ciertamente, el adulterio se vincula a la fornicación (deseo de placer propio), de la que trata inmediatamente el texto, pero no se identifica con ella, pues implica no sólo un mal “deseo” sexual y/o social, sino la ruptura de un vínculo que es básico para la vida de los hombres y mujeres. Entendido así, tras el homicidio, el adulterio es el primer rechazo: Desentendernos de los otros, como si no fueran nuestros hermanos (carne de nuestra carne). ¡Qué tengo yo que ver con los sirios o afganos! ¡Que se arreglen, que se mueran, si hace falta… a las puertas de una Europa rica! ¿A nosotros que nos importa?

Hemos roto con ellos, hemos destruido nuestro pacto humano, cometemos adulterio. En esa línea se sitúa el argumento clarividente de Pablo en Rom 1, 18-32), pues la misma ruptura con Dios se explicita en forma de ruptura de los vínculos humanos de fidelidad personal y social.

¡Ay de esta Europa adúltera, que niega su pacto con los hermanos que llaman a su puerta!

4. Fornicaciones (porneiai).

Vienen después de los asesinatos y adulterios, y su sentido resulta más difícil de precisar que en los dos casos anteriores, pues la palabra se refiere no sólo a la incontinencia sexual, sino también a un tipo de “matrimonio irregular” (entre primos, parientes cercanos) y, sobre todo, a la idolatría, en sentido bíblico, tal como aparece desde el profeta Oseas, con el sentido de abandono de Dios y adoración de los ídolos.

En sentido bíblico, la fornicación es el deseo de mantener un placer propio (sexual o económico, social o ideológico) a costa de los demás y por dinero. En ese contexto, la fornicación tiene una raíz religiosa, que es la idolatría (buscar a un Dios a nuestra medida) y se expresa en un tipo de “eros” o placer social y sexual, en el sentido que esa palabra recibe no sólo en Mt 5, 32; 19, 19, sino también en el mismo despliegue de fondo de Rom 1, 18-25 (allí donde se dice que el hombre cae y se hunde en sus propios deseos) .

Es muy significativo el hecho de que las fornicaciones (porneiai) vengan después del homicidio y el adulterio, que son los dos males principales de los que derivan. Para pasar a nuestro caso, Europa ha caído (está cayendo) en manos de su propia “porneia”, como había “profetizado” de manera impresionante el Apocalipsis de Juan al Presentar a Roma como la Porne (Ap 17), la Gran Ramera, Falsa Diosa, montada sobre la Bestia Militar y la Bestia Religiosa (Ap 13), viviendo de la mentira, expulsando y matando a los necesitados.

Es indudable, empezando por la Roma del Apocalipsis, Europa ha vuelto a convertirse más en prostituta, que se aprovecha del placer de todos, para así vivir a su costa, bebiendo su sangre.

¡Ay de ti, Europa prostituta, igual que la vieja Roma, tu madre, según Ap 17!

5. Robos (klopai)

El despliegue de los pecados que brotan de un mal corazón (pensamientos pervertidos) nos lleva de nuevo al esquema original del Decálogo (Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-21), que Mateo ha querido resaltar en su disputa con los fariseos. Frente a una comunidad que tiende a poner en un lugar preferente las purezas exteriores (separación de grupos, de comidas…), Mateo nos sitúa otra vez en el contexto de los diez mandamiento, entendidos y formulados como experiencia originaria de Israel, donde se marca el orden y maldad de los “pecados importantes”, dejando en un segundo plano otros aspectos (vinculados a las purezas exteriores) que eran muy significativos para cierto judaísmo de su tiempo.

Ente esos pecados importantes el siguiente sigue siendo robo, que ha de interpretarse en la línea de todo el evangelio donde se insiste en el hecho de que la “posesión” particular y egoísta de de bienes suscita el deseo de ladrones: “No atesoréis tesoros en la tierra donde los ladrones encontrarán la manera de llegar a ellos y los robarán (kle,ptousin: 6,19). Un tipo de posesión y robo brotan, según eso, de un mismo principio de deseo de asegurar la vida en unos bienes externos, en vez de fundarla en la gratuidad fraterna, como va poniendo de relieve todo el evangelio.

Ciertamente, los pueblos de los que provienen nuestros emigrantes (de Afganistán a Siria, de Senegal a Libia…) tienen sus propios pecados y robos, de los que tendrán que dar cuenta, ante Dios y ante el conjunto de la humanidad. Pero el pecado supremo ha sido y sigue siendo el robo de Europa (y en especial de todo el Occidente). Por robo empezamos conquistando países, desde América hasta África y Asia…Por robo hemos cambiado dinastías y poderes (por petróleo o por dólares, nos nuestra “seguridad mundial”: la nuestra, no la del mundo…). Hemos robado y lo hemos hecho con “buen pensamiento” (es decir, con los malos pensamientos que nos permiten justificar lo robado).

Y después, tras robar, tras dejarles en manos de políticos corruptos y de religiones pervertidas (en gran parte a causa nuestra) les cerramos la puerta.

¡Ay de nosotros, europeos ladrones de pueblos, que fuimos a “negociar” (a robar) al mundo entero en los últimos cinco siglos!

6. Falsos testimonios (pseudomartiriai)

El motivo de los falsos testimonios proviene del Decálogo (Ex 19, 16) y ha marcado la experiencia de justicia de Israel, en un mundo judicializado donde la vida de unos depende de la palabra de otros. En el contexto de Mateo resulta importante la referencia al proceso de de Jesús, donde se dice que sus “jueces” intentaban encontrar un falso testimonio para condenarle a muerte (29, 59). Este falso testimonio proviene de un “pensamiento malo” puesto al servicio activo de la muerte de otros, en un mundo dominado por la violencia (al servicio de los triunfadores)

Falso testimonio es el pecado de aquellos que echamos la culpa a los otros, diciendo que ellos mismos son causantes de sus males… Es el pecado que nos permite intervenir en Irak y ajusticiar a Hussein, diciendo que pecaba en contra de la humanidad… ¿Y nosotros? ¿Con qué legalidad ofrecemos esos malos testimonios y juzgamos? Somos muchos los que pensamos que esos “juicios” son falsos testimonios… No está nada claro el influjo del Estado de Israel en todo esto (¿no le conviene acaso que se desestabilice toda la zona…?). No está nada claro el “interés” de las potencias mundiales y petroleras: ¿no han querido dividir siempre al llamado “mundo árabe” para así tenerle sometido y acusarle después de sus males….?

Hay una línea roja que pasa de los malos pensamientos del primer “pecado” a los “falsos testimonios” de este sexto pecado capital… Así justificamos nuestras acciones, apelando a nuestros propios problemas, para cerrar la puerta, para no dejar pasar a los que llaman, para condenarles a muerte cada día en pateras o camiones sin ventilación.

Ay de nosotros, europeos, que estamos en trance de perder toda conciencia, no sólo el pensamiento, sino la conciencia.


7. Blasfemias.

Parece extraño este pecado, al final de la línea de los “capitales”. Marcos lo había incluido también, pero en un contexto más amplio, de tipo judeo-helenista. Mateo, en cambio, lo destaca desde su propia experiencia del evangelio, convirtiéndolo en uno de los siete “pecados capitales”, como fin y culminación de todos ellos. Éste es en el fondo el pecado de “echar la culpa a Dios”.

Evidentemente, con este pecado evoca Mateo la “blasfemia contra el Espíritu Santo”, que no se perdona (cf. Mt 12, 31), porque consiste en un rechazo frontal de la obra liberadora de Jesús, es decir, de la salvación de los pobres, enfermos, posesos y excluidos. En esa línea, la blasfemia básica según Mateo consiste en destruir la obra de Dios, en un contexto en el que se dice que Dios perdonará a los hombres todas las blasfemias, incluso aquellas que se eleven y formulen en contra del Hijo del Hombre (es decir, en contra de la identidad de Jesús), pero que la blasfemia en contra del Espíritu Santo no tiene perdón.

Ésta es la blasfemia, el último y más grave de todos los pecados. La blasfemia contra Dios en general o contra el mismo Jesús (Hijo del hombre) pueden perdonarse, pues evocan disputas religiosas difíciles de precisar. Pero hay una blasfemia que no puede perdonarse: es la de aquellos que destruyen a los pobres, o que impiden (de un modo o de otro) que Dios les salve.

Esa es la blasfemia de los que acusan a Jesús diciendo que libera a los hombres con la fuerza y ayuda del Diablo, para someterlos más a su poder perverso. Recordemos que Mateo está presentando aquí esta lista de pecados en un contexto de polémica contra los fariseos, los mismos a quienes en 12, 31 acusa de blasfemia, es decir, de rechazo de la salvación que Dios ofrece a los pobres por Cristo.

Ésta es la blasfemia, el pecado final que brota del un mal corazón, que no quiere que Dios salve a los pobres. Ésta es la blasfemia destructora

¡Ay de nosotros, europeos, que apelamos a un Dios nuestro (o de razón de estado y economía “capital”, capitalista) para no ayudar y acoger a los pobres que llaman a la puerta!

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