lunes, 28 de diciembre de 2015

Carcajadas sanadoras.


Por Luis Roux

Hay páginas de Julio Cortázar que son capaces de disipar el dolor del alma. Aquí van algunos ejemplos para quien los pudiera necesitar.

La tristeza ha sido mi compañera del alma desde que me recuerdo. Es una presencia tan íntima y propia que a veces la invoco por costumbre cuando estoy rodeado de felicidad. Lo normal, sin embargo, es que llegue acompañada de sus razones y que yo respire hondo para abrirle paso en el pecho.

Ahí es donde está ahora, cuando escribo. Sois sage, ô ma Douleur, et tiens-toi plus tranquille, decía Baudelaire, en el principio del soneto Recueillement, un poema de amor a su propio dolor. Y lo terminaba: Entends, ma chère, entends la douce Nuit qui marche. "Escucha, querida, la dulce noche, caminando".

Hay una relación entre el goce estético y la angustia, por lo menos para mí. La belleza duele, quema. Y más cuando el poeta le pide a su propio dolor, para calmarlo, que escuche los pasos de la noche.
Entonces no hay mejor remedio que la risa llegue al rescate del alma. La carcajada es el bálsamo. Para eso la Literatura no está tan bien preparada. El humor es un género oral, decía Borges, y tenía razón, como casi siempre. Yo diría que también es importante ver al humorista, no solo escucharlo.

El humor escrito es algo más complicado. No está la pausa, la mirada del comediante, el universo de complicidad con su público.
Sin embargo hay algunos pasajes literarios que se quedaron para siempre en mi recuerdo, como ejemplos gloriosos de humor escrito. Varios pertenecen a Julio Cortázar, uno de los grandes de las letras hispanas, que brilla con especial intensidad en el relato corto y la viñeta, aunque su fama derive de una novela.

El primer ejemplo que aparece en esta lista de memoria pertenece al volumen La vuelta al día en ochenta mundos y se titula Manera sencillísima de destruir una ciudad. Dice así:
"Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora. La nube se convierte en mármol y el resto no merece comentarios".

Esa ausencia de descripción es la maravilla. La catástrofe es tan espectacular como la capacidad de imaginación del lector. Qué tipo de materia salpicará, qué tanto quedará enterrada la nube de mármol. Es algo que se celebra con una carcajada culpable de poliscidio.

Cortázar tiene unos cuantos ejemplos más de buen humor bien escrito, en Historias de cronopios y de famas y Manual de instrucciones. No es fácil elegir entre ellas. Sin embargo, me la juego con Haga como si estuviera en casa, esa del cronopio que puso baldosas de bienvenida en su nueva casa para que se leyeran en orden:
"La primera decía: Bienvenidos los que llegan a este hogar. La segunda decía: La casa es chica pero el corazón es grande. La tercera decía: La presencia del huésped es suave como el césped. La cuarta decía: Somos pobres de verdad pero no de voluntad. La quinta decía: Este cartel anula todos los anteriores. Rajá, perro".

No quiero dejar este botiquín de emergencia para depresivos sin citar las imprescindibles Instrucciones para subir una escalera. Aquí va un fragmento:
"... se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie".

Se recomienda aprender de memoria estos pasajes y recitarlos en momentos de necesidad. Y que tengan todos un feliz y próspero año nuevo. 


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